¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 3 de septiembre de 2024

LA IGLESIA MEDIEVAL: SACERDOTES, MONJES Y FRAILES


Hoy escribimos sobre las diferencias entre sacerdotes, monjes y frailes, tres figuras de la Iglesia de la Edad Media con características similares pero con diferencias en su vida religiosa... 

Sacerdote

Presente en todas las civilizaciones y religiones de la antigüedad, aunque con diferentes características y distintos nombres, el sacerdote era un hombre capaz, por vocación y formación, de pronunciar las palabras adecuadas, las fórmulas exactas y las oraciones correctas para dirigirse a Dios, quien le otorga la facultad de ofrecer sacrificios en nombre del pueblo.

El término sacerdote proviene de la palabra latina sacer, ‘sagrado’, combinada con la raíz indoeuropea *dhē- ‘hacer’. Así, en la antigüedad, el sacerdote era el que ‘hacía lo sagrado' 'realizaba los ritos sagrados’, ofrecía sacrificios a la divinidad. 

El sacerdote es el ministro del culto, el guía espiritual consagrado, el pastor que protege y cuida el rebaño de Jesús y que lo conduce a la salvación. Es quien celebra la Eucaristía y administra los sacramentos.
Para los judíos, el Sumo Sacerdote era el único que podía entrar al 'Santísimo' y custodiar el Arca de la Alianza. Era necesario pertenecer a la tribu de Leví, que no tenía tierra, porque su hogar era, de hecho, el Templo de Dios. 

Su función era la de ser el intermediario entre Dios y los hombres. Sin embargo, ésta cambia con la venida de Jesús, quien por su muerte en la cruz por todos los hombres, se convierte en el intermediario entre ellos y el Padre. 

Todos, en virtud del bautismo somos sacerdotes, con la facultad de hablar con Dios y dirigirnos a Él directamente. Es el llamado sacerdocio común, así definido para distinguirlo del sacerdocio ministerial de los presbíteros y obispos.

La función del sacerdocio ministerial es la misma que Jesús dio a sus apóstoles: guiar y proteger, ser pastores del rebaño. El Sacerdote trae la palabra de Dios entre los fieles, la explica y la interpreta en sus pasajes más oscuros y, mientras tanto, aconseja y consuela, alienta y apacigua, reprende, cuando es necesario. 

Es un alter Christus, es decir, es otro Cristo en la tierra.

Monje

La figura del monje nace en la Alta Edad Media, cuando el colapso del Imperio Romano había arrojado al continente europeo a una era de incertidumbre y peligro constante. La furia de los bárbaros, la pérdida de los valores y las leyes que habían gobernado el Imperio más grande y más fuerte que jamás haya existido, hicieron dramáticas las vidas de hombres y mujeres. 

En este escenario, muchos buscaron consuelo en el eremitismo, eligiendo abrazar un estilo de vida ascético y solitario, abandonando el mundo para habitar en cuevas inaccesibles, densos bosques o lugares inexpugnables, en los que dedicarse a la vida mística.

Esta elección extrema de anacoretismo se deriva de la experiencia de los ascetas orientales, quienes buscaban una mayor cercanía con Dios y la posibilidad de elevarse a la santidad precisamente a través del aislamiento total y una existencia marcada por las dificultades y la mortificación de la carne en sus formas más extremas. 

Entre los siglos II y III, los Padres del desierto, los ermitaños o anacoretas, impulsados por San Antonio Abad, se retiran al desierto para vivir en soledad. Después, los cenobitas, estimulados por San Pacomio, se organizan en pequeños grupos de monjes recluidos en monasterios o abadías y siguen una regla que rige su vida en común. El término monje deriva de monos (solo) y achos (dolor), unidos en la palabra griega monachos
Entre los siglos IV y VIII, sin embargo, la concepción del monacato importada a Occidente experimentará una evolución: San Benito de Nursia, fundador de la orden religiosa más antigua de Occidente, los benedictinos, comienza su experiencia religiosa como ermitaño, viviendo durante tres años en soledad y oración en una cueva cerca de Subiaco, y después establecerá la orden benedictina y edificará la Basílica de Montecassino, el primer ejemplo de una abadía medieval ‘moderna’. Desde entonces, monasterios y abadías cambiarán de cara. 

En estos lugares de trabajo y oración, los monjes ya no se dedicarán únicamente a la contemplación y a la lectura de las Sagradas Escrituras, sino que practicarán la oración comunitaria y ocuparán el tiempo de trabajo manual, por el bien del monasterio y la comunidad religiosa ('Ora et labora'). 

Dado que estos lugares de culto a menudo se encontraban en áreas impracticables e inaccesibles, era necesario que los monjes aprendieran a producir por sí mismos lo que se necesitaba para su sustento, no solamente comidas y bebidas, sino también medicamentos y remedios para el cuidado corporal y la higiene. 

Incluso hoy en día, existen monasterios y abadías en todo el mundo que ofrecen productos elaborados por los mismos monjes, o en cualquier caso, según las recetas que se han transmitido durante siglos: mermeladas, setas secas, aceite, dulces típicos, miel, caramelos, chocolates, vinos, licores y cerveza. Productos que, a menudo, constituían el único ‘nutrimento’ concedido a los monjes durante los períodos de ayuno, y que aún hoy son famosos (basta pensar en la famosa cerveza trapense). 

Además de estos productos alimenticios, la antigua tradición de los monjes nos ha traído remedios de salud y belleza, como tisanas, tónicos, cremas, compresas, aceites esenciales y medicinales, que preservan su eficacia y encanto inmortal en el tiempo.

También les debemos a los monjes la conservación y copia de textos antiguos, que las hábiles manos de los amanuenses han librado del paso del tiempo, y que artistas miniaturistas han enriquecido con espléndidas decoraciones para ser admiradas hoy.

Fraile

El término fraile también es de origen medieval, y está vinculado a la profunda transformación que sufrió la vida religiosa a finales de la Edad Media, después de la difusión de la Regla de San Benito, pero sobre todo con la ‘revolución’ traída por San Francisco de Asís, un hombre que, renunciando a todos los bienes materiales, consagró su vida a Dios, viviendo en pobreza absoluta.

A partir del s. XIII, con el nacimiento de las Órdenes mendicantes, algunos hombres de fe abandonan los muros de los monasterios para salir a las calles, mezclarse con la gente de las ciudades, con los pobres, con los enfermos, para brindarles consuelo y ayuda. Se reúnen en comunidades activas y productivas urbanas, los conventos, tanto a nivel espiritual como a nivel material

 
Fraile viene de la palabra latina frater, ‘hermano’, y así viven, como hermanos, en un ambiente de hermandad y comunión. Los frailes se caracterizaban, entre otras cosas, por un estilo de vida muy pobre y humilde, y una vestimenta modesta, con ropa sencilla y sólo sandalias para proteger los pies.

La sección femenina de 'fraile' es 'sor' (hermana) y la seglar, laico adscrito o 'terciario' (penitente). Los frailes conforman la Primera Orden, las sores la Segunda Orden, y los terciarios la Tercera Orden.

El nacimiento de esta nueva forma de vida religiosa surge como respuesta de la Iglesia a los movimientos de los cátaros y los valdenses. 

El fraile es una imitación de la experiencia de Jesús, renunciando a todo y viviendo en la pobreza, la castidad y la obediencia, obteniendo su sustento de la limosna a cambio de ayuda espiritual y oración. 

lunes, 2 de septiembre de 2024

¿OPCIÓN BENEDICTINA VS. OPCIÓN PAULINA?

"Cuando veáis la abominación de la desolación, 
anunciada por el profeta Daniel, 
erigida en el lugar santo (el que lee que entienda), 
entonces los que vivan en Judea huyan a los montes, 
el que esté en la azotea no baje a recoger nada en casa 
y el que esté en el campo no vuelva a recoger el manto"
(Mt 24,15-18)

Hoy traemos a la reflexión la obra del escritor y periodista norteamericano Rod Dreher "La opción benedictina(2018, Editorial Encuentro) en la que nos propone a los cristianos estrategias, en cierta medida, "esenias", para combatir la crisis de fe existente en nuestro Imperio de Occidente que está colapsando de la misma forma que lo hizo el romano hace quince siglos. 

Un colapso profetizado por el profeta Daniel (Dn 13), cumplido con Antíoco IV Epifanes (s. II a.C.) y por el mismo Jesús (Mt 24,15;Mc 13,14; Lc 21,20) como el signo escatológico del principio del fin de los tiempos, con la destrucción del Templo y de Jerusalén por los romanos (70 d.C.), y que, como toda la profecía bíblica, trasciende el espacio y el tiempo hasta nuestros días.

La actual invasión de "ideologías bárbaras" (hedonismo, materialismo, relativismo, consumismo, individualismo, esoterismo, egoísmo...) han irrumpido y se han instalado en el mismo corazón de nuestra sociedad.

No cabe duda de que nos encontramos ante la "abominación de la desolación" (perversiones y corrupciones, idolatrías y apostasías), una deformación que ha convertido a muchos en perfectos aliados de la maldad, con el objetivo de destruir los pilares de la civilización otrora cristiana y el colapso de la humanidad.

La "abominación de la desolación" (o "modernidad líquida") es una imposición en la que todas las certezas, valores y estructuras morales han sido eliminadas; en la que se ha perdido todo el sentido, la verdad, la belleza, la bondad y la identidad de las cosas; en la que todo se ha vuelto inestable y obsolescente, oscuro y confuso, inseguro y perverso.
El Señor nos 'propone' huir a los montes, a las azoteas y a los campos pero ¿qué significa eso?

Jesús utiliza el verbo 'huir' para referirse a que seamos prudentes, vigilantes, previsores...sabiendo que esto tiene que ocurrir. 'Huir' no es un signo de cobardía, sino de sabiduría y responsabilidad, de vigilancia y previsión.

Los 'montes' y, en general, los 'lugares altos', son lugares sagrados donde encontrar la presencia de Dios; son fuentes de poder y de gracia divinas, de silencio interior y de paz, donde recibir respuesta y protección divinasNo son montes literales sino simbólicos: los sacramentos, la vida de oración, la lectura de la Palabra de Dios, etc.

Los 'campos' son lo opuesto a las 'ciudades', bíblicamente hablando. Mientras los campos son espacios libres y abiertos donde 'sembrar', 'pastar' y 'divinizarse' con las cosas de Dios, las ciudades son espacios de esclavitud y cerrados donde 'comerciar', 'mercadear' y 'deshumanizarse' con las cosas del mundo.

Huir a los montes y a los campos es, en síntesis, discernir los 'signos de los tiempos' para que no nos pillen desprevenidos y para apartarnos de todo aquello que nos separa de Dios, es decir, del pecado. 

Pero, volvamos a la reflexión de nuestro artículo. Según Dreher:

La opción benedictina es una forma de vida y una fuente de esperanza para un mundo perdido y que camina en tinieblas

No es un 'esconderse' en las catacumbas ni un 'sobrevivir' en guetos al resguardo del Enemigo, sino un 'reflexionar' y un 'diagnosticar' la crisis espiritual de nuestra civilización, porque la realidad demuestra que la humanidad se ha "deshumanizado" y necesita de Dios para ser rehumanizada y después, "divinizada". 

No es un 'bunkerizarse' en un retiro perpetuo ni un vivir al estilo "amish" lejos de la civilización, sino un 'prepararse', un 'formarse' para salir al mundo bien equipado, porque la realidad demuestra que muchos cristianos de hoy tienen una fe débil, una formación escasa o incluso creen que el cristianismo consiste en ser bueno con todos, vivirlo en la intimidad y con escaso compromiso.
No es un hacerse monje, ni un esenio, ni un girovago (errante espiritual) sino un considerarse exiliado en búsqueda constante de Dios, porque la realidad demuestra que hemos olvidado ordenar nuestra vida de oración, de formación, de adoración, de culto, de convivencia en torno a comunidades activas, comprometidas y en constante conversión como las del primer siglo.

Tampoco es un 'refugiarse' en movimientos religiosos que actúan a modo de 'burbuja espiritual' donde vivir una fe introspectiva y autorreferencial, sino una 'recarga de pilas', un 'oasis' donde descansar, recobrar fuerzas y beber de la sed que sacia para volver a salir a la inseguridad del desierto en busca de las 'ovejas perdidas'.

No es introducirse en una burbuja apartada de la hostilidad anticristiana, sino un vivir la "fe monástica" que profundice en la Palabra de Dios y la guarde en el corazón, que cuide la vida de oración, de sacramentos, que se implique en la vida parroquial y, finalmente, que dé paso a la opción paulina.

Sin embargo, tras la opción benedictina está la paulina:

La opción paulina es el complemento necesario a la opción benedictina, de la misma forma que toda retaguardia necesita de una vanguardia. 

No es un activismo evangelizador descabezado e irreflexivo, sino un salir de la seguridad del monasterio hacia los areópagos actuales, las polis, las ágoras y las vías públicas para seguir siendo "sal de la tierra", "luz del mundo" y "fermento de la masa".

Tampoco es un apostolado sentimental, sensiblero o cargado de "buenismo", sino un cumplimiento de la misión de ir al mundo entero, a la vida pública, a cada uno de nuestros entornos más cercanos y mostrar la alegría del Evangelio y el amor de Dios.
Tampoco es un proselitismo imperativo ni un conseguir 'conversiones forzosas' violentando la libertad de quienes se han alejado de Dios para que retornen a la Casa del Padre de manera obligatoria, sino acoger a los 'recién llegados' (prosélitos), cuidarlos, escucharlos, atenderlos, hacernos dignos de su confianza... en definitiva, amarlos. 

En conclusión, elijamos empezar con la opción benedictina pero, al mismo tiempo, desarrollar y alternar la opción paulina; conjuguemos retaguardia y vanguardia, oración y acción, discipulado y apostolado, formación y evangelización.