“Me
eleva tanto, que no quiero bajarme de la nube.
Soy
adicto y no me canso.
Querido,
sabes que eres mi demonio.
Y
aunque nunca tengo bastante, lo necesito.
Y
aunque no me llena, lo anhelo”
(I just can't get enough,
Black Eyed Peas)
El egoísmo se centra
en lo que uno tiene, pero su satisfacción es efímera, por lo que subyace un
sentimiento profundo de inquieto anhelo por lo que uno no tiene, por "no
tener suficiente", por “pensarse” incompleto.
Muchos piensan que
el relato del Génesis sobre Adán y Eva es una fábula. Yo quiero pensar que es un espejo donde mirarnos, un “tipo” que nos representa y nos define, también hoy en día.
El primer hombre y
la primera mujer estaban más cerca de Dios que cualquier otra criatura en la
tierra, tenían relación directa con Él, hablaban con Él y experimentaban su
presencia.
Lo tenían todo,
todo cuanto se puede desear: salud, perfección, eternidad y sus necesidades
físicas completamente satisfechas. Y a pesar de todo, sucumbieron al espejismo
del “quiero más” y comieron de la fruta del único árbol que Dios les prohibió. No
tenían suficiente porque estaban centrados en lo que “no
tenían” y no valoraban lo que sí tenían.
Hoy, al igual que
Adán y Eva, nosotros comemos la fruta prohibida, no valoramos lo que tenemos: nuestro
Dios, nuestra vida, nuestra familia, nuestro trabajo, etc. Tentados y engañados
por la misma serpiente rastrera que lo hizo con nuestros primeros padres, nunca
tenemos suficiente y deseamos más, y con ello, nos alejamos de Dios, que es lo
que Satanás pretende.
Al alejarnos de
Dios, que es el único que nos ofrece duradera alegría, auténtico propósito,
vida plena y verdadera satisfacción, nuestro destino es “sudar por nuestro pan
de cada día”, por tener más “hasta que volvamos a la tierra”. Cuánto más dinero, más
contento; cuántas más cosas, más satisfacción; cuánto más éxito, más felicidad.
El hombre busca
desesperadamente algo que ya tenía con Dios y que perdió al no valorarlo, al rechazarlo;
y lo intenta recuperar a través de un ansia por lo nuevo, de un afán por lo
mejor, y de un empeño por poseer más.
Esta continua insatisfacción es utilizada por el diablo para confundirnos y desviarnos hacia el consumo compulsivo de cosas materiales (tecnología, moda, dinero, posesiones) y espirituales (éxito, poder, yoga, meditación), como si de ello dependiera exclusivamente nuestra vida. El lema del mundo es: “consumo, luego existo”.
Sutilmente, interiorizamos que lo que tenemos nunca es suficiente, que nuestra razón de ser está vinculada a lo que no poseemos y que, por ello, debemos conseguirlo. Nos hallamos enredados en un bucle interminable que nos ofrece una vida sin propósito, que en sí misma es una “muerte en vida”.
La energía con que Satanás alimenta el deseo del “quiero más” genera una energía opuesta de igual intensidad (ley de Newton) que provoca finalmente nuestra caída y expulsión de la vida. Y cuando lo perdemos todo, nos damos cuenta de lo desnudos que estamos, de lo “poco” que somos.
Mientras tanto, sembramos infelicidad para nosotros mismos y para los demás. Con ello, estamos ayudando a conseguir el propósito del enemigo de Dios, que es establecer el infierno en la tierra: desasosiego, inquietud, aburrimiento, negatividad, ansiedad e insatisfacción. En una palabra, infelicidad.
¿Cómo ha de responder un
cristiano a la tentación del “quiero
más”?
El Papa Francisco advierte: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (Evangelii Gaudium, 2).
Todos experimentamos, en mayor o menor medida, este deseo insatisfecho del “quiero más” debido, fundamentalmente, a dos causas externas: primero, como ya sabemos, porque hemos heredado el pecado original de nuestros primeros padres y segundo, porque al nacer en este “nuevo jardín” desarrollarnos esta cultura del “nunca es suficiente” y ello nos afecta
directamente.
Sin embargo, este deseo insatisfecho no es una cuestión totalmente externa. Todos ambicionamos ser felices, y queremos serlo infinitamente, es decir, anhelamos saciarnos completamente y para siempre. En realidad, la cultura del consumo se aprovecha de una fuerza interior e innata del ser humano: el anhelo de plenitud completa.
Para que un cristiano pueda responder a la tentación del “nunca es suficiente”, presente en el mundo y en nuestros corazones, debe cuestionarla profundamente. No para eliminarla de raíz sino para buscar lo que de verdadero tiene.
Es en nuestro propio corazón donde podemos reconocer el anhelo de ser felices y preguntarnos si lo que nos propone el mundo y su amo lo puede llenar.
Es allí donde debemos evitar que se instale el Tentador y hacer sitio al único que verdaderamente nos calmará esa sed. Y ese no es otro que Jesucristo, quien, en su infinitud y perfección, es el “agua que sacia mi sed”.