¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

viernes, 31 de julio de 2020

SERVIR A DIOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA

"Marta, Marta, andas inquieta 
y preocupada con muchas cosas; 
solo una es necesaria." 
(Lucas 10,41)


Reflexionábamos en el post anterior Y el retiro...¿pa cuando? sobre cómo Dios, que ha permitido esta pandemia, nos llama a hacer silencio, a discernir y a escuchar Su voluntad en la oración, en los Sacramentos y en la Palabra. 

Dios no necesita que nosotros hagamos "cosas" para Él. Sólo quiere que estemos cerca de Él, que le amemos y le glorifiquemos

Sin embargo, en ocasiones, caemos en la tentación de nuestra lógica humana y creemos que Dios "nos necesita". Entonces, queremos "coger las riendas" y muchas veces, nos dividimos pensando cada uno la mejor solución. 

Como servidor de Emaús desde hace ya algunos años, he sido testigo de las abundantes gracias que el Espíritu Santo derrama en los retiros; de los milagros que Dios hace con todos nosotros; del maravilloso encuentro y diálogo íntimo con Dios en el Santísimo de un retiro; de cómo el amor de Cristo inflama nuestros corazones y transforma nuestras vidas.

Y también, he comprendido que Dios "quiere necesitarnos", quiere hacernos partícipes de su Amor y colaboradores de su Plan de salvación, quiere que seamos herramientas en sus manos. Pero porque Dios "quiere", no porque nosotros queramos o porque pensemos que Él nos "necesita".

El servicio a Dios

En tiempos de pandemia, servir a Dios no consiste en "coger las riendas", en "hacer o planificar cosas" ni en "pensar, organizar o decidir cosas" sino en escucharle como hacía María, y "no andar inquietos y preocupados con muchas cosas" como hacía Marta, "porque solo una es necesaria".

Nada de nuestro servicio a Dios puede ser producto de nuestras capacidades personales o de un "cristianismo aburguesado" de fin de semana, como decía Benedicto XVI. Tampoco pretender que nuestras obras sean eficaces, evaluadas y cuantificadas. Ese es el criterio del mundo. Tampoco manifestar nuestras opiniones personales o hablar de nuestros sentimientos sino para anunciar el misterio de Cristo. 

Si llenamos nuestro corazón de deseos, actividades, opiniones y sentimientos, no dejamos espacio en él para Dios.
Es tiempo de "contemplar" para realizar una aparente "inactividad" sin la cual no es posible seguir a Cristo. La contemplación da sentido y eficacia al servicio a Dios, convirtiendo éste en oración, en un "dejarse guiar" por el Señor, que conoce el pasado, el presente y el futuro.

Es tiempo de "arrodillarse" para penetrar en el misterio y aferrarnos al corazón de Cristo; para que se convierta en nuestra fuerza, nuestro sostén, nuestra seguridad. En palabras del cardenal Robert Sarah: "el cristiano es un hombre que reza".

Es tiempo de "mascarillas" para mantener nuestra boca tapada y que Jesús, como hizo con los dos discípulos, nos hable en una Lectio Divina por excelencia: "Cristo comentado por Cristo", "Cristo explicado por Cristo", "Cristo meditado por Cristo".

Es tiempo de "punteras blancas" porque sin la unión con Dios, cualquier iniciativa es inútil y, antes o después, terminamos abandonando las "cosas de Dios" para hacer "muchas cosas" o peor, para hacer "nuestras cosas".

Una llamada comunitaria

En estos tiempos de prueba, Cristo nos llama a ser Su Iglesia más que nunca: una comunidad que reza, que escucha y que medita. Un pueblo que vive los sacramentos con celo y devoción, que le da gloria y alabanza, y que persevera. 

En estos monumentos de incertidumbre, Dios nos llama a ser Su Iglesia tal y como la pensó: unida en la diversidad, caritativa en el compartir, acogedora con los más vulnerables, con los que más sufren, con los que más necesitan.

En estos momentos de inseguridad, el Señor nos llama a ser Su Iglesia de puertas giratorias: un cuerpo de discípulos misioneros que proclaman que Cristo vive. Pero no se trata sólo de salir, sino también de entrar para discipular. Discípulos que forman a otros discípulos, para que ellos también salgan y hagan más discípulos. 

Una llamada personal

En el capítulo 12 del Evangelio de San Lucas, Cristo nos da algunas claves sobre cómo los cristianos debemos actuar y nos dice:

"No tengáis miedo"
Dios nos anima y nos inspira coraje, repitiendo 366 veces la frase "a lo largo de su Palabra, porque Él todo lo puede y no se olvida de los suyos. 

Él está con nosotros, en medio de la pandemia, en medio de la tempestad, en nuestra barca, la Iglesia. sólo hay que escucharle.

"No os preocupéis haciendo planes"
Dios nos quita presión y nos dice que que no nos preocupemos sobre qué debemos decir o hacer "porque el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir (o hacer)". 

Dios nos llama la atención a no hacer nuestros planes, a no inquietarnos ni agobiarnos por lo que no depende de nosotros, porque ni siquiera podemos "añadir una hora al tiempo de nuestra vida". 

"No confiéis en vuestras fuerzas"
Dios nos exhorta a "vender nuestros bienes y a dar limosna", es decir, a dejar a un lado nuestras ideas y seguridades, y entregarnos a los demás. Lo importante no son las ideas, las ganas o las intenciones que tengamos, sino el amor que mostremos. 

Pero también, nos dirige unas duras palabras: "Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?", para que no creamos que las cosas dependen de nosotros y que sabemos perfectamente lo que hay que hacer. 

"Estad preparados y alerta"
"Haceros bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón." Dios nos llama a tenerle como un tesoro en nuestro corazón. 

"Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas". Dios nos llama a formarnos en la fe y a prepararnos en el Amor, nos invita a estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos suscite, estar vigilantes con el mal y siempre dispuestos a servirle allí donde nos llame.

Pero como en el relato de Emaús, antes de volver a Jerusalén para compartir la noticia, debemos estar más cerca de Cristo, aprender más acerca de Él, invitarle a que entre en nuestro corazón, reconocerle en los sacramentos y acompañar a los que han venido a Su casa, para que, juntos y en comunidad, perseveremos en la fe y crezcamos en el amor. 

Por ahora, sólo una cosa es necesaria: estar muy cerca de nuestro Señor. En esto consiste nuestro servicio a Dios. 

"Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, 
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, 
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura 
podrá separarnos del amor de Dios 
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."
(Romanos 8, 35-39)


JHR

domingo, 26 de julio de 2020

Y EL RETIRO...¿PA CUÁNDO?

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
(Lucas 24,5)

La pandemia que asola el mundo ha truncado todos nuestros planes humanos, todas nuestras expectativas. También, ha paralizado los retiros de Emaús, que se han visto suspendidos "sine die".

El virus nos ha colocado en una actitud muy similar a la de los dos discípulos de Emaús: Igual que ellos, hablamos de lo ocurrido. Incluso discutimos. Nos sentimos derrotados y desesperanzados. Nos sentimos desanimados y tristes. 

Nos quedamos paralizados ante nuestras pérdidas y nos cuestionamos: Y el retiro ¿pa cuándo? ¿cuándo tendremos un nuevo retiro "nuestro"? ¿cuándo podremos disfrutar de Jesús y de sus milagros otra vez?

Sin embargo, Jesús sale de nuevo a nuestro encuentro durante este "parón" en el camino, y nos dice: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras no vais de camino?
Y nosotros, sin reconocerle, le respondemos "Nosotros esperábamos seguir sirviendo a Jesús, el nazareno, poderoso en obras y milagros, ante Dios y ante el pueblo, en nuestros retiros de Emaúspero, con todo esto, ya estamos en el tercer mes desde que esto sucedió." 

Quizás sea que no tenemos ojos para verle o peor aún, que estamos ciegos. O quizás, sea que tampoco tenemos oídos para oír lo que Dios nos quiere decir. 

Ensimismados en nuestras pérdidas y en nuestra falta de retiros, amparados en un erróneo concepto de evangelización "activista" y confiados en una actitud "humana" de servicio a Dios, seguimos quejándonos: "ya estamos en el tercer mes y todavía no sabemos cuando podremos tener nuestros retiros".

Entonces, Jesucristo nos llama "necios y torpes", porque muchas veces hacemos las cosas sin entender el sentido, sin comprender la voluntad de Dios, que nos invita a escucharle en la Palabra de Dios. Es, en los momentos de angustia y de desesperación, cuando Jesucristo, el Verbo encarnado, nos abre los ojos y los oídos.

Jesús, Señor de la historia, nos explica en el Antiguo Testamento, en los Evangelios, en el Apocalipsis, todo cuanto ha de acontecer y nos invita a discernir los signos de los tiempos, diciéndonos: "El que tenga oídos, que oiga". 

Cristo nos llama a hacer una parada en el camino para discernir, para escuchar cuál es su voluntad y cómo debemos cumplirla. Nos exhorta a prestarle atención en la oración, y no tanto en una sala de testimonios. Al menos, no de momento. 

El Hijo del Hombre nos increpa y nos llama a buscarle en la Eucaristía, y no tanto en una casa de retiros. Al menos, no de momento.

Y nosotros ¿rezamos? ¿escuchamos lo que nos dice? ¿le invitamos a nuestra casa? o ¿seguimos empeñados en nuestra inercia de evangelizar a toda costa sin entender el propósito? ¿para qué un retiro, si no nos conduce a una conversión real a Cristo, a una vida eucarística, a una fe con sentido místico y sobrenatural, a un servicio a Dios interior? ¿tenemos que seguir  evangelizando a otros o es tiempo de hacer apostolado con nosotros?
Afirmamos "En verdad ha resucitado" pero quizás deberíamos preguntarnos ¿le vemos? ¿dónde le buscamos? ¿en nuestros recuerdos? ¿allí donde ya no podemos encontrarlo? 

Es entonces cuando los ángeles nos dicen: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Recordad cómo os habló cuando os dijo: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más frutoVosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada'" (Lucas 24,1 y 5; Juan 15,1-5). 
Buscarle entre los muertos significa buscarle donde no podemos encontrarle, en retiros que, como el sepulcro, están vacíos. Dios nos llama a buscarle en nuestra vida interior y no tanto en una actividad externa.

Dios nos llama a servirle siempre y a todas horas, con independencia del modo en que lo hagamos. Porque sin vida interior, la vida exterior no tiene sentido. 

Jesús es la vid y el Padre es el labrador. Nosotros somos los sarmientos. Si no permanecemos en Cristo no podemos dar fruto. Sin Dios no podemos hacer nada. Tampoco retiros.

Es tiempo de escucha y de discernimiento. 
Dios nos dirá, de nuevo y a su tiempo, lo que debemos que hacer.


sábado, 25 de julio de 2020

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

"Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: 
'Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?'. 
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, 
les dijo: '¿Esto os escandaliza?, 
¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 
El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. 
Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 
Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen'... 
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás 
y no volvieron a ir con él. 
Entonces Jesús les dijo a los Doce: 
'¿También vosotros queréis marcharos? ” 
(Juan 6, 60-67)

Como ocurrió en la sinagoga de Cafarnaún en el siglo I, muchos cristianos de nuestro tiempo se han escandalizado y han abandonado a Jesús por su modo tan duro de hablar, por su radicalidad, por su exigencia: ¿Quién puede creer lo que dice? ¿Quién puede cumplir lo que dice? 

Aunque le han visto hacer milagros, aunque le han acompañado a lo largo de sus vidas, le piden que haga más, que cumpla todos sus deseos. Al no ver cumplidos sus deseos, muchos le han criticado, se han echado atrás y no han vuelto a ir con Él. 

Pero aunque Dios accediera a sus demandas y reivindicaciones, ellos no estarían dispuestos a comprometerse porque la exigencia de seguir a Cristo es alta. En realidad no creen. Su fe es de conveniencia, interesada y egoísta, según se cumplan sus expectativas o no. 

La voluntad de Dios no consiste en hacer milagros para que los hombres crean. Tampoco en cumplir todos nuestros deseos y peticiones.  Es más bien al contrario, cuando los hombres creen, es cuando se producen los milagros.

Dios no es un "mago" que pretende deslumbrar a quienes le escuchamos, ni un orador "políticamente correcto" que dice lo que queremos escuchar o lo que "se lleva". Dios no es un "genio de la lámpara" que esté a nuestra disposición para concedernos nuestros deseos y caprichos.
No. La fe cristiana no es magia. No es emotividad ni sentimentalismo. No es "subidón" espiritual ni euforia milagrosa. No es egoísmo ni conveniencia. El Evangelio es claro, inequívoco, no deja lugar a dudas, exigente... y esto, escandaliza.

El mensaje del Señor es una actitud que no presume, que no busca el aplauso, que no busca el reconocimiento. El compromiso de Cristo es un pacto que no se enfada, que no se rinde, que no se impone. El Amor de Dios es un alianza unilateral que no lleva cuentas del mal, que nada exige, que nada espera... tan sólo se da (1 Corintios 13,4-7).

Sin embargo, nosotros no queremos adoptar ningún compromiso o exigencia. No estamos dispuestos a ofrecer fidelidad o lealtad. No en las relaciones amorosas, ni en las laborales, ni en las sociales y mucho menos en las políticas. Tampoco las espirituales iban a ser menos.

Hoy lo que cuenta es una falsa libertad individual para desentenderse, para no obligarse a nada, para no atarse a nadie, para no limitarse a nada. Nadie está dispuesto a conceder ni un centímetro de terreno, nadie quiere salir ni un palmo de su zona de confort. Nadie está "disponible"...y muchos abandonan a Cristo, escandalizados por su radicalidad y exigencia. 

El hombre se ha hecho conformista e indiferente. Ha perdido el espíritu cristiano de Mateo 20,28 y quiere ser servido en lugar de servir. Ha perdido el modelo evangélico de Juan 15,13 y prefiere quitar la vida de otro a dar la suya. Ha querido marcharse de Dios.

Pero para un cristiano auténtico, creer es obligarse, esperar es responsabilizarse, amar es comprometerse. Cristo nos da sólo dos mandamientos que sostienen toda la Ley: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,37-40). Una mano tendida que sólo pide fidelidad y compromiso. Nada que Dios no nos haya dado antes.

El cristianismo no tiene grados. No se puede acoger "parcialmente": "esto sí me gusta, esto no". No hay fe sin compromiso. La fe no puede ser superficial, ni de conveniencia ni un hobby de fin de semana. Ni tampoco una tradición o costumbre. El Reino de Dios es un paraíso interior donde Él habita y que debemos cultivar, regar y cuidar.

No existen cristianos practicantes y cristianos no practicantes. No existen católicos radicales y católicos laxos. No existen cristianos conservadores y cristianos progresistas. No existen católicos con "contrato indefinido" y católicos con "contrato temporal". O se es cristiano o no se es. O se sigue a Cristo o se le abandona. 

Creer es amar a Dios de verdad y sobre todas las cosas. Repito: sobre "todas" las cosas. Sin intenciones egoístas o cómodas, sin tratar de aprovecharnos de la bondad y misericordia infinitas del Señor, sin intentar instrumentalizar a Dios.

Amar a Dios es buscar una relación con Él con actitud sincera y pureza de intención, que se compromete y que se materializa en el corazón, y no de cara a la galería. Una alianza no como un amuleto mágico o como una transacción comercial sino con un sentido altruista.

Comprometerse con Dios es madurar y crecer espiritualmente cada día, vivir una fe coherente y sincera, incluso en las pruebas, que es donde el cristiano demuestra su lealtad a Dios y su autenticidad en el amor.

Un cristiano comprometido busca, sobre todas las cosas, una libre "esclavitud" de amor con Dios, un contrato sin letra pequeña ni cláusulas adicionales, un cheque en blanco y sin fecha. Eso es el Amor.

"Y el Señor, que ve en lo oculto, nos recompensará"
(Mateo 6,6)

jueves, 23 de julio de 2020

CONOCER A DIOS A TRAVÉS DE SU PALABRA

Quien no conoce la Escritura, no conoce a Cristo”
(San Jerónimo)

El Señor sale siempre a nuestro encuentro para revelarse, para darse a conocer. Y lo hace, fundamentalmente, encarnándose en su Palabra, Cristo, el Logos. Toda la Sagrada Escritura, desde el principio hasta el final, habla y se cumple en Jesucristo.

Cada vez que escuchamos la Palabra, Dios pasea y dialoga con nosotros, como lo hacía con Adán en el Edén. Y cada tarde, le vamos conociendo un poco más, le vamos amando un poco más.

¡Qué importante es leer, escuchar, meditar y guardar Su Palabra en nuestro corazón! ¡Qué difícil es conocer a Dios si no le escuchamos! ¡Qué difícil es amar a Dios si no le conocemos! ¡Qué difícil es responder a Dios si no le amamos!

Escuchar a Dios a través de su Palabra, conocerle a través de Jesucristo, guiados por el Espíritu Santo, es indispensable para llegar a amarle y darle nuestro "Hágase"

Sin embargo, muchos católicos apenas leemos su Palabra, y por eso, apenas le conocemos (y apenas le amamos). Quizás, porque no sabemos cómo escucharle, no entendemos qué nos dice o no somos capaces de interpretar lo que nos dice. 

Y es porque seleccionamos sólo alguna parte de la Escritura, el Nuevo Testamento (los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles o las cartas de San Pablo). Es como... si le concediéramos a Dios una cita breve, en la que sólo llegamos a conocerle parcial o superficialmente. 

Evitamos el Antiguo Testamento (los libros históricos, los proféticos, los Salmos o los Proverbios) como si no fuera con nosotros o para nuestro tiempo. Es como... si le dijéramos a Dios que hay cosas de Él que no nos interesan.

Y qué decir, del Apocalipsis, un libro que casi nadie entiende...y donde se encuentra el gran plan de Dios, realizado y cumplido en el Cordero. Es como...si le dijéramos que no va con nosotros.

Pero Dios quiere que le conozcamos a fondo. "No ha reparado en gastos". Y para ofrecernos su amor, además de la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia, nos ha dejado escrita su Palabra.

Autoría y Propósito 

La Palabra de Dios sale de su propia boca, es inspirada por Dios para enseñarnos, guiarnos y llevarnos a la santidad, mediante las obras: "Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena (2 Tim 3, 16-17).
Dios Trino revela en la Escritura su amor por nosotros y su querer, es decir, su voluntad para nosotros. 

Y lo hace hablando a su Iglesia de forma comunitaria y de forma particular, para darnos a conocer Quién es Élquiénes somos (soy) para Élcuál es su plan de amor para cada uno de nosotros (para mí en particular) y qué debemos (debo) hacer para cumplir su voluntad y alcanzar su amor.

Descubrimiento y Encuentro

La Biblia no es un libro. La Palabra es "Alguien": es Cristo. Toda la Escritura habla del “Verbo”, la “Palabra” misma, el Centro de la Revelación. Y el propósito de la Biblia es que le descubramos.

Y, Jesús, como hizo con los dos de Emaús, sale a nuestro encuentro y se hace el encontradizo con nosotros; caminando siempre a nuestro lado, nos pregunta qué preocupa a nuestros corazones y nos escucha atentamente mientras le contamos todas nuestras pérdidas, nuestros “rollos”; nos explica las Escrituras, como hizo con los discípulos, incendiando nuestros corazones; y finalmente, le invitamos a nuestra casa, a nuestra parroquia, es decir, a la Eucaristía, donde Él se convierte en Anfitrión.

Cristo, el Verbo, se revela y se da al mundo en la Eucaristía: desde el ambón, con su Palabra y desde el altar, con su Cuerpo. Comulgamos, primero, su Palabra y después, su Cuerpo. 
Es en la Liturgia, donde le escuchamos y le celebramos. Y Él parte para nosotros el pan. Entonces, le reconocemos, nuestros ojos se abren y nuestras vidas se transforman.

La Palabra es un maravilloso encuentro con un Dios:

  • que nos ama, nos busca, nos reúne y nos guía (Buen Pastor, Jn 10)
  • que nos perdona siempre y nunca deja de amarnos (Hijo Pródigo, Lc 15)
  • que nos da seguridad y paz interior (Tempestad en la barca, Mt 8;Mc 4;Lc 8)
  • que camina siempre a nuestro lado y conversa con nosotros (Emaús, Lc 24)
  • que nos enseña con una pedagogía única (a través de más de 50 parábolas).

Intimidad y Familiaridad

Jesús es tajante: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen." (Mt 12, 46-50; Lc 8, 21).
Dios, que es eterno, no se queda en lo temporal. Y aunque nos manda, por supuesto, amar a nuestra madre, a nuestro padre y a nuestros hermanos, nos señala que lo importante son los lazos de sangre, sino los lazos de amor: quienes escuchan y cumplen la Palabra de Dios son su familia.

Guía y Alimento

La Palabra de Dios es el Pan de Vida, es el Maná del cielo, es Cristo, el pan nuestro de cada día, que pedimos en el Padrenuestro, es nuestro alimento"No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). El católico encuentra su alimento, su fe, su sentido y su fuerza en la Palabra de Dios.

Por eso, ¡qué importante es escucharla en actitud orante, con sentido espiritual! ¡qué importante es acudir al Espíritu Santo para rezar la Palabra para no quedarnos en la literalidad humana, para poder escuchar lo que quiere decirnos.

La Sagrada Escritura es nuestra guía para encontrarnos con Jesucristo, “el Camino, la Verdad y la Vida”. A Dios no le podemos encontrar si no es en la Biblia. O mejor dicho: a Dios le podemos encontrar en muchos sitios, en la creación, en la oración, en nuestros hermanos... pero es en Su Palabra, donde más fácilmente le encontramos. Dios quiere que le conozcamos, se deja conocer. Y lo ha dejado por escrito, en su Palabra.

Por eso, ¡qué difícil se nos hace a los católicos escuchar cuando rezamos! ¡cuánto nos cuesta dialogar con Dios! ¡cuánto queremos decirle y qué poco queremos que nos diga!

Camino y Conquista

La Palabra de Dios hace un camino dentro de nosotros. El Espíritu Santo nos guía y nos ilumina para que la escuchemos con los oídos y la meditemos con el corazón; y del corazón ardiente pasar a las manos, a las obras. 

Este es el recorrido que hace la Palabra de Dios en nosotros: 

oído 👉 corazón 👉 obras, es decir, del Padre 👉 al Hijo 👉 al Espíritu Santo.

La Biblia  se conquista como la ciudad de Jericó: dándole vueltas y vueltas (Jos 6,1-27); orándola, meditándola y guardándola en nuestro corazón, a ejemplo de la Virgen (Lc 2,19).

El camino de la Palabra es escuchar y cumplir la voluntad de Dios. Y la conquista de la Palabra es llegar a la Tierra Prometida.

Valor e Importancia

Toda la Palabra de Dios (Antiguo y Nuevo Testamento) tiene un valor permanente: "La palabra de nuestro Dios permanece para siempre" (Is 40,8) y eterno"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35).

Además, posee un sentido de unidad y de plenitud. Jesús mismo lo dice: "No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud" (Mt 5,17). 

La Palabra de Dios no puede entenderse si no es en su conjunto: el Antiguo Testamento prepara la venida de Cristo, contiene la Ley de Dios (que no está abolida), enseñanzas para nuestra salvación y tesoros de oración (que no están caducadas); el Nuevo Testamento da cumplimiento a todo el Antiguo Testamento y nos proporciona la verdad definitiva de la revelación divina. 

La Escritura es además, útil para nuestras vidas. Nos habla a todos y a cada uno de nosotros hasta lo más profundo. Nada se escapa a su sabiduría: "La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas" (Hb 4,12-13).

Además de escucharla, debemos guardarla: "Bienaventurado el que guarda las palabras proféticas de este libro" (Ap 22,7) cumplirla"Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 11,28) y ponerla en práctica: "Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos" (Stg 1, 22). 

Y ponerla en práctica significa  .

Sentido e Interpretación

La Sagrada Escritura tiene dos sentidos de interpretación:

-Literal: lo que nos quiere decir el autor. El autor o hagiógrafo inspirado nos relata hechos y situaciones que revelan a Dios. 

-Espirituallo que nos quiere decir Dios. El Espíritu Santo hace viva la Palabra en cada uno de nosotros y nos dice siempre algo. El sentido espiritual se divide en tres tipos: 
  • Alegórico: lo que debemos interpretar. Es el significado simbólico de lo que leemos en la Biblia. Toda habla de Cristo y se cumple en Cristo. Por tanto, debemos buscar su significación en Cristo.
  • Moral: lo que debemos hacer. Es el significado formativo por el cual Dios nos instruye para saber cómo tenemos que obrar.
  • Anagógico: lo que debemos buscar. Es el significado escatológico de las realidades y situaciones que nos conducen a la Jerusalén celeste, a la vida eterna.
Dios nos ha dado su Palabra para que le escuchemos, para que le conozcamos y para que le amemos. 

Es su carta de amor para nosotros.

lunes, 13 de julio de 2020

CUATRO OPCIONES ANTE LA GRACIA


"Salió el sembrador a sembrar. 
Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; 
vinieron los pájaros y se la comieron. 
Otra parte cayó en terreno pedregoso, 
donde apenas tenía tierra, 
y como la tierra no era profunda brotó enseguida; 
pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. 
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. 
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: 
una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. 
El que tenga oídos, que oiga."
(Mateo 13, 1-9)


Hoy escuchamos otra de las maravillosas parábolas de Jesús que aparece en Mateo 13,1-9, Marcos 4,1-9 y Lucas 8,4-8: la parábola del sembrador. Con este símil agrícola, Cristo nos interpela a cada uno de nosotros para que escuchemos, para que entendamos.

El sembrador es Jesucristo, la semilla es la Palabra de Dios y nosotros somos el terreno. Pero como seguidores de Cristo, también estamos llamados a ser sembradores.

Jesús nos explica con detalle las cuatro opciones con las que recibimos o no su mensaje de Amor, los cuatro niveles con los que aceptamos o no su Gracia, los cuatro tipos de terreno con los que descubrimos qué tipo de corazón tenemos, qué relación queremos o no con Él o qué respuesta le damos:

El borde del camino 

Es la indiferencia, ese estado afectivo en el que “ni siento, ni padezco”, en el que la Gracia me da igual, en el que me mantengo al margen de lo espiritual, lejos de Dios

La Fe "no va conmigo, no me importa, no me interesa o no tengo tiempo". Soy un alejado, agnóstico o ateo.
Los pájaros son mis deseos, mis intereses, mis anhelos, mis prioridades.

Los bordes del camino son mi falta de sensibilidad, apego frialdad hacia Dios, mi falta de motivación o interés por las cosas espirituales, mi falta de humildad, sencillez y docilidad al Espíritu Santo, mi arrogancia, orgullo, soberbia y rebeldía ante Dios, mi menosprecio, desdén y rechazo a Dios.

Mi corazón es arrogante y rebelde. Soy de los que le digo a Dios: "no" .

El pedregal 

Es la inconstancia, ese estado y alternativo del "ahora sí, ahora no", en el que me excuso con el "quiero pero no puedo" o en el que afirmo "puedo pero no quiero". 

Me quedo en la superficie o a una cierta distancia y no profundizo. "Nado pero me canso enseguida". Soy un "Peter Pan" que me niego a ser mayor, a crecer, a madurar espiritualmente y que permanezco siempre en un estado infantil de fe para no asumir compromisos ni responsabilidades. 
La poca tierra es el poco espacio que dejo a Cristo y a la Virgen en mi vida exterior, a los sacramentos, a las obras de caridad y de servicio a los demás, a las virtudes cristianas.

La falta de profundidad es el poco tiempo que dedico a mi vida interior, a la oración, a la meditación, al discernimiento

La falta de raíz es la escasez de mi conocimiento de Dios, de mi sentido sobrenatural y místico, de mi aprehensión a la lectura y a la formación espiritual.

El Sol son las pruebas, las dificultades, las tentaciones que aparecen cada mañana, cada día.

Las piedras son mis excusas, mis pretextos, mis justificaciones o mis coartadas ante la llamada de Dios; mi irresponsabilidad e informalidad ante la voluntad de Dios; mi falta de voluntad, de decisión, de firmeza para darle un sí a Dios; mi falta de entrega y de compromiso ante la misión que Dios me encomienda; mi falta de determinación, valentía o coraje ante las pruebas, dificultades o peligros. 

Mi corazón es duro y terco. Soy de los que le digo a Dios: "a veces".

El zarzal 

Es la incoherencia, ese estado temporal del "sí pero a mi manera". Soy un cristiano "temporero" que va los domingos a la Iglesia con el "hábito católico", pero cuando salgo de ella, me lo quito y dejo de ser cristiano. Soy un católico "camaleónico" que me mimetizo segúnlas circunstancias. Un cristiano "veleta" que dejo que mi fe gire según el viento de las modas del momento y trato de adaptarla a ellas.
El deseo de compaginar Dios y mundo ahoga mi vida de cristiano. Dejo crecer el trigo junto a la cizaña pero nunca los separo. Las actitudes, las ideologías y pensamientos mundanos asfixian mi fe y estrangulan la sana doctrina. 

Las zarzas son los afanes de la vida y la seducción de las riquezas, el amor al dinero y el materialismo; las preocupaciones por la estabilidad y la seguridad; las inquietudes sobre "el qué comer y el qué vestir"; las ansiedades de poder y los placeres sensuales; las actitudes y modas;  las ideologías y pensamientos mundanos que asfixian la fe y estrangulan la sana doctrina. 

Mi corazón es hipócrita y condicional. Soy de los que le digo a Dios: "sí pero con condiciones".

El terreno fértil 

Es la perseverancia, ese estado vigilante y siempre alerta, que espera, que confía, que cree. Soy un cristiano "a tiempo completo", "en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida". Soy un católico que, tomando como ejemplo a la Virgen María, digo: "Hágase tu voluntad". Soy un seguidor de Cristo que digo "Praesto sum", "Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad".
El terreno fértil necesita una dura y ardua tarea: necesita ser arado y roturado: el sufrimiento remueve la superficie de la tierra (a veces, incluso profundiza), la oxigena con la gracia y la prepara a través de la fe para el abono y el riego.

El abono es la oración y el riego, la Palabra. Con estos dos elementos germinará y dará fruto en abundancia. 

Mi corazón es manso y humilde. Recto y firme. Confiado y fiel. Servicial y solícito. Soy de los que le digo a Dios: "Sí, hasta el final".

Pero no sólo soy un tipo de terreno. También soy sembrador. Pero ¿qué tipo de semilla sale de mi corazón y de mi boca? Mis semillas, mis palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. 

Lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón. San Pablo nos da una regla de oro para todo sembrador, para todo evangelizador: “No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen” (Efesios 4, 29). 

sábado, 11 de julio de 2020

VISIONES Y REVELACIONES SOBRE EL FIN DEL MUNDO

Las visiones extáticas, las bilocaciones y las numerosas gracias reveladas que el Señor le concedió a la beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824) se encuentran registradas por Brentano (poeta y novelista del Romanticismo alemán) en una obra de más de cuarenta volúmenes, en la que detallada escenas y pasajes del Nuevo Testamento, la Pasión de Jesucristo, la vida oculta de la Virgen María, la vida de los santos y las visiones sobre el fin del mundo. 

Las visiones y revelaciones sobre el fin del mundo de Ana Catalina de Emerick (arrebatada en espíritu) se engloban, como las del apóstol San Juan, dentro del género apocalíptico y sólo pueden interpretarse desde una visión mística, nunca literal. Además, coinciden providencialmente como piezas de un puzzle, con el último libro de la Biblia y con los mensajes de la Virgen María en sus numerosas apariciones. 

De todos es sabido que una revelación privada no es dogma de fe, pero como la propia beata dice, Jesucristo le ha ordenado que las cuente para que se descubran muchas cosas ignoradas por Su Iglesia y porque nunca nadie las ha visto antes como ella las ha visto.

Particularmente, la lectura de sus revelaciones me parece muy interesante para crecer en el conocimiento espiritual y discernir los signos de los tiempos. Todas sus visiones se están cumpliendo...doscientos años después...y eso sólo puede venir del cielo.

De hecho, gracias a los datos que ella describe en sus visiones se descubrieron los restos de la ciudad de Ur de Caldea, la morada de la Virgen en Éfeso, los pasadizos bajo el Templo de Jerusalén y Mel Gibson reprodujo fielmente los datos aportados por la beata en su película La Pasión de Cristo.

El Misterio de Iniquidad

En sus visiones, Ana Catalina de Emerick describe con crudeza el "Misterio de Iniquidad": el surgimiento del nazismo en Alemania y del comunismo en Rusia, y de cómo ambas ideologías, como si de demonios sueltos se tratara, manifiestan un orgullo inusitado que conducen a Europa y al mundo a la guerra, y de cómo con su poder e influencia suprimen el culto divino y apartan a los hombres de Dios.

Ve, con tristeza, como las tinieblas se esparcen por toda la tierra, especialmente en la Iglesia, sumiendo a los hombres, incluso a sacerdotes, en la confusión tumultuosa, la apostasía, que los conduce a cometer actos culpables y abominaciones. 

Cada pecado trae como consecuencia otro: el vicio, la malicia, la ceguera, la perversidad, el engaño, las pasiones vindicativas, el orgullo, la envidia, la avaricia, la discordia, el asesinato, la lujuria y la impiedad.

Los cristianos son oprimidos, atormentados, perseguidos y martirizados, en una época en la que no hay refugio contra el mal y en la que el mundo entero vive en una densa nube de pecado. 

La demolición y el oscurecimiento de la Iglesia

La secta secreta, la Masonería, se infiltra en el Vaticano con la intención de demoler la Iglesia. Posiblemente, tras el Concilio Vaticano II. Es el humo de Satanás. Es la bestia surgida del mar de Apocalipsis 13,1-10 que lucha junto a los demoledores, los enemigos de la fe, para destruir el Cuerpo Místico de Cristo.
                    
Los demoledores son hábiles y astutos (como los demonios porque son demonios) utilizando todo tipo de estrategias, planes y maniobras sin hacer ruido, en silencio, para no ser descubiertos.

Hablan de derechos y de justicia, cambian principios por deseos, lo bueno por lo malo, lo bello por lo feo, la verdad por la mentira, la fe por la apostasía, lo santo por lo profano... y todo, ante la impasividad del Santo Padre y de muchos cardenales y obispos.

La Iglesia es interpelada por el cielo a causa de su silencio cómplice, por su laxitud, por su pasividad ante el avance del mal, por su traición a Jesucristo.

Esa inacción cobarde produce su decadencia como consecuencia de su incuria y negligencia, de su indiferencia y dejadez, de su indolencia y desidia, de su omisión de deberes en el cuidado del rebaño y en la administración de la gracia, de apartarse de la fe cristiana, de rebelarse a Dios.
La Iglesia se oscurece tras una densa humareda: las vocaciones sacerdotales menguan y disminuyen, fruto del mal ejemplo, la impiedad y los actos abominables de muchos. Los templos son profanados y vejados, cerrados o vendidos al mejor postor. Los cristianos son acosados y perseguidos, mientras cardenales, obispos y sacerdotes permanecen mudos, impávidos y permisivos ante el Mal: "Vive y dejar vivir", dicen.

La Iglesia se encuentra sumida en un relativismo que le impide defender la Verdad, señalar el Camino y conducir a la Vida, permitiendo el pecado libre y voluntariamente y falseando la fe cristiana.

Muchos sacerdotes reniegan de la Iglesia de Cristo y la abandonan sin inquietarse o incluso, sin saberlo. Tibios e indiferentes. Apóstatas y herejes. Idólatras y falsos maestros. Lobos disfrazados de ovejas.

Pero, a pesar de esta situación tan dramática, "… eso no durará mucho tiempo…"...vi la ayuda llegar en el momento de mayor angustia..." La beata ve una Mujer llena de majestad que parecía estar embarazada, la Mujer vestida de sol de Apocalipsis 12,1, la Virgen María, que protege a la Iglesia y ahuyenta a los demoledores y a la bestia.

La Iglesia de los Apóstatas

La gran Apostasía crece dentro de la Iglesia, cometiéndose todo tipo de abominaciones, y hace que muchos la abandonen.

Los sacerdotes permiten cualquier cosa y celebran los sacramentos, en especial, la Eucaristía, con irreverencia, sin piedad ni fervor. La conducta de fieles y sacerdotes se vuelve deplorable perdiendo todo el sentido sobrenatural cristiano.

La Iglesia, infectada de humo mundano, revierte las normas y las reglas. Los ángeles son sustituidos por demonios y los santos, hombres impíos. Nada viene de "lo alto" sino de la tierra, o mejor dicho, del infierno. Todo es oscuro, confuso y sin sentido. Todo es ruina y burla.
Es una Iglesia que trabaja en balde y que lucha contra la Iglesia viva. Destila humo y vapores abominables, una oscuridad asfixiante. Todo es obra de la tierra y va a la tierra, y todo está muerto, artificial y hecho por la mano del hombre: una iglesia adecuada a la moda, heterodoxa, humana, no divina.

No hay nada santo en ella. Todo es presunción y vanidad. Todo parece tener éxito. Todo vale, cualquier material es apto para su construcción, cualquier doctrina, cualquier opinión. Todo se hace según la razón y la ciencia humanas. 

No hay ángeles ni santos. Tan sólo un pequeño resto que no ha sucumbido a la seducción. Existen muchas abominaciones, la Iglesia está oprimida y su corrupta decadencia se muestra en el interior y en el exterior.

Es una falsa iglesia, en la que el misterio es no tener misterioRegida por el hombre, sin Salvador, sin Gracia. Una Anti-Iglesia asentada sobre la malicia, el error, la mentira, la hipocresía, la laxitud, los artificios demoníacos.

Es una comunión de los profanos donde todo es malo, abominable, pernicioso y vano. Está llena de inmundicias, de vanidades, de necedad y de oscuridad

Una iglesia mundanizada, endemoniada donde todo es puro en apariencia: pero no es más que vacío. Está llena de orgullo y de presunción, y con eso destruye y conduce al mal con toda clase de buenas apariencias. Su peligro está en su inocencia aparente.  

Los que la han construido, lo han hecho con el propósito de imponer la mentira frente a la Verdad: palabras y obras fuera de Jesucristo, traición al Evangelio, rebeldía al plan de Dios y posicionándose como el Imperio de la muerte y del demonio. Son los  sepulcros blanqueados y llenos de la corrupción más espantosa de los que nos previno Cristo.

Están convencidos de lo que hacen pero todo son errores, extravíos y pecados innumerables de los hombres, que con necedad y maldad actúan contra toda verdad y toda razónNo soportan la corrección. Todo está bien ante sus ojos con tal de que puedan glorificarse con el mundo. 
Pretenden unificar la fe a través de un falso ecumenismo que lleva a la religión a la decadencia completa. Protestantes, cada vez con más poder, buscan infiltrarse por toda clase de medios para desposeer al Papaque está rodeado de falsos amigos y traidores, de su autoridad espiritual y ocupar su sitio y colocar a otro que les deje "hacer"

En Alemania, eclesiásticos mundanos y protestantes "iluminados" quieren formar un plan para la fusión de las confesiones religiosas y para la supresión de la autoridad papal con el apoyo de cardenales y obispos en Roma. Su idea es una gran iglesia, extraña y extravagante, donde todos se unen para tener los mismos derechos: evangélicos, católicos, sectas e ideologías de todo tipo.

Ana Catalina lo describe textualmente: "¡Alemanes Bribones! ¡Escuchad! ¡no lo conseguiréis! ¡El pastor está en una rocalla! ¡Ustedes, sacerdotes, no se mueven! ¡Dormís y la granja arde por todos los lados! ¡no hacéis nada! ¡como lloraréis por eso un día! "

Sacerdotes sacrílegos profanan la Eucaristía, convirtiéndola en un horrible asesinato y abocándola al olvido ante el progreso de las "luces" y bajo el régimen de la libertad, de la falsa caridad y de la tolerancia.

Se cierran Iglesias y se impide la celebración de la Eucaristía. El mundo se queda sin sacerdotes santos y sin sacramentos. Los sacerdotes traidores se vuelven indiferentes a su gracia sacerdotal, no creen y se avergüenzan de la misa. La consideran una ceremonia anticuada y supersticiosa. Destruyen el sentido sagrado incluso hasta en el lenguaje. Un lenguaje inclusivo en apariencia pero exclusivo en el fondo. Todo lenguaje se desacraliza, se convierte en burla y mentira.

Han olvidado su grandeza y magnificencia, vaciando los sacramentos de toda su virtud y de su santidad inviolable. Pretenden romper las reglas del celibato, de la entrega incondicional a Cristo.

El orgullo y la anarquía impera en ellos. No comprenden el sentido de su pertenencia y servicio a la Iglesia. No tienen humildad ni obediencia. Hablan a veces de fe, de luz, de cristianismo vivo pero menosprecian y ultrajan la Santa Iglesia. Se sitúan por encima de todo poder y de toda jerarquía, y no conocen ni la sumisión ni el respeto hacia la autoridad espiritual. 

En su presunción, dicen comprenderlo todo mejor que la Tradición y el Magisterio de la Iglesia y de los santos doctores. Rechazan las buenas obras y se han apoderado de toda perfección. Con su pretendida luz, no creen necesarias la obediencia ni las reglas de disciplina ni las mortificaciones, ni la penitencia. Se alejan cada vez más de la Iglesia que Jesucristo fundó.

El orgullo, difícil de curar, les lleva a consecuencias desastrosas. Pretenden llegar a la suprema unión con Dios sin pasar por el camino del Calvario, sin practicar las virtudes cristianas, sin otra guía que el sentimiento propio y sin la luz que da al alma la certeza infalible de que Cristo opera en ella y la sostiene.

Estos "iluminados" mantienen una estrecha relación con el Anticristo, ya que por sus formas de actuar, cooperan en el cumplimiento del misterio de iniquidad. Rechazan toda autoridad legítima de la Iglesia, que sólo ella ha recibido su poder de Dios, que sólo ella tiene misión para atar y desatar en la tierra. 

Se han colocado por encima de las reglas de la fe y de los mandamientos divinos. Guardan silencio sobre la cruz, sobre el sacrificio, sobre el mérito y el pecado. Silencian el sufrimiento y sobre-valoran el poder hedonista.

Esconden los hechos, los milagros y los misterios de la historia de nuestra redención para dejar paso a "profundas teorías de la revelación", donde Cristo es tan sólo un personaje histórico, "amigo de los hombres, de los niños, de los pescadores", donde su vida no tiene valor más que como "enseñanza", donde su Pasión es sólo un"ejemplo de virtud", su muerte una acción de "caridad" sin propósito.

Reemplazan el "obsoleto" catecismo por "historias bíblicas", donde no hay doctrina sino un lenguaje infantil al alcance de todos, donde los fieles son obligados a cambiar su "arcaica" fe católica, por una actualizada y más acorde con los tiempos, donde las "viejas" fórmulas de plegaria y alabanza son sustituidas por producciones de fábrica moderna y las "anticuadas" ceremonias litúrgicas por shows anticristianos y charlas de auto-ayuda.

La Crisis Universal

Ana Catalina es transportada a varios países y ve una oscuridad generalizada en todo el mundo cuyas consecuencias son la violencia y el odio.

Viena (Alemania) arde en llamas, París (Francia) está llena de demonios y el mal campa a sus anchas. España, aunque cuenta con la ayuda de muchos santos, está ocupada por soldados rojos que la abocan a un estado espantoso. Sumida en tinieblas, los enemigos avanzan por todos los lados. Abominaciones por todo el país. Confusión como en Babel. Destrucción de todo lo sagrado. Impiedad y herejía. Irlanda es católica pero los fieles están oprimidos aunque unidos entre ellos. En Escandinavia (Suecia, Dinamarca...), todo es protestante. Rusia es toda oscuridad y maldad.

Ve todo lo que los santos han hecho por cada país, los tesoros de gracia de la Iglesia que ellos han hecho descender cada uno de los países por los méritos de Jesucristo y como ha sido todo ello aniquilado.

Por donde pasa, ve la tierra desolada y árida, herida de muerte. Los ríos, líneas delgadas y los mares, negros abismos. Toda la tierra es un fango espeso y turbio donde animales y peces enormes, atrapados, luchan contra la muerte.

La vidente profetiza que cincuenta o sesenta años antes del año 2000, Lucifer será soltado por Dios del abismo del infierno durante algún tiempo. Muchos demonios (las langostas del Apocalipsis) le seguirán para tentar a los hombre y envenenarles con sus maldades.

La Guerra Espiritual

Ana Catalina describe el combate entre los cristianos y el Imperio del Mal, la guerra espiritual entre la Iglesia Católica y Apostólica (encabezada por doce hombres), y los tenebrosos destructores, falsos profetas y gentes que trabajaban contra la Ley de Dios.

Son dos esferas opuestas, dos ejércitos antagónicos, dos descendencias enfrentadas que se preparan para la gran batalla final: 

-por un lado, la ciudad de Satanás y una mujer, la prostituta de Babilonia, con sus profetas y sus profetisas, sus ideólogos y sus falsos apóstoles (la serpiente y su descendencia). En ella, todo es rico, brillante, magnifico. Hay reyes, emperadores, sacerdotes magníficamente vestidos y subidos en carrozas, y el Diablo tiene un trono magnífico.

-por otro, la ciudad del Salvador, pobre y apenas visible sobre la tierra, sumergida en el luto y la desolación. La Iglesia se revela bajo los rasgos de la Virgen y bajo los del Salvador en la cruz (la Mujer y su descendencia) que sostienen al resto del pueblo que se mantiene fiel y perseverante hasta el final.

San Miguel, jefe de las milicias celestiales, se mantiene en lo alto de la Iglesia casi destruida, brillante de luz, vestido de rojo sangre, sosteniendo en la mano un gran estandarte de guerra. Su ejercito blanco tiene encima de ellos una espada roja y llameante. 

La Iglesia está completamente roja de sangre como el ángel y según transcurre el combate, el color sangrante se borra de la iglesia y se vuelve cada vez más transparente. San Miguel dirige el ejército blanco y les anima con un gran coraje golpeando a los enemigos, expulsándolos y haciéndoles huir. Por encima del campo de batalla, tropas de santos aparecen en el aire indicando lo que hacer, mediante signos con las manos.

La Purificación y reconstrucción de la Iglesia

Como siempre, el mensaje final es de esperanza. El cielo nos muestra las consecuencias del pecado pero nos abre una puerta a la salvación. Ana Catalina parece tener la misma visión mística que San Juan: "vi una mujer majestuosamente vestida con un manto azul cielo que se situaba a lo lejos, portando una corona de estrellas sobre la cabeza".

La Mujer es atacada y perseguida. Llora (como en la Salette) por toda la sangre que vierte, lleva una vestimenta azul cielo, pide oración por los pecadores y por los sacerdotes desviados que seducen a muchas personas y crean una gran confusión.

La ayuda llega del cielo en el momento de más desolación. Su protagonista es la Virgen María. Su gran manto, que se amplía constantemente, abraza a toda la Iglesia protegiéndola de los demoledores. Los nuevos apóstoles se reúnen todos en la luz de María como si de un nuevo Pentecostés se tratara.

Los enemigos de Dios tienen un odio muy especial a la Virgen por la enemistad narrada en el Génesis, y por tanto, detestan la devoción del Rosario porque son hijos del Dragón. Por eso, el Rosario es el arma del Combate Escatológico.

Los Ave María son estrellas formadas por cientos de piedras preciosas sobre las cuales los patriarcas y los profetas nos recuerdan la Encarnación y la Redención de Jesucristo. Los Padrenuestro son profesiones de fe dirigidas a Dios Padre que fortalecen y aumentan nuestra fe. Los Gloria son alabanzas a la Trinidad.

De esta forma, el Rosario abraza al cielo y la tierra, Dios, la naturaleza, la historia, la restauración de todas las cosas y del hombre por el Redentor que ha nacido de María. Es el arma para luchar contra los que quieren destruir la fe.

La armadura de la hija del rey de reyes se compone de una multitud de personas que aportan oraciones, buenas obras, victorias sobre sí mismas y trabajos de toda clase que suben de mano en mano hasta el cielo y allí, cada obra, tras pasar por un trabajo particular, se convierte en una pieza que ajusta a la perfección en la armadura de la que se reviste la Mujer. 

Los enemigos son infinitamente más numerosos pero la pequeña tropa fiel de la Virgen abate a filas enteras. Durante el combate, la Virgen está sobre una colina y su armadura se compone de casco, escudo y coraza (Efesios 6, 14-18). Es una guerra terrible pero "al final, mi Inmaculado Corazón, triunfará." 

La beata describe el triunfo del Sagrado corazón de María: "vi planear sobre la superficie del cielo, un corazón brillando con una luz roja, del cual partía una vía de rayos blancos que conducían a la llaga del costado... y otra vía que se extendía sobre la Iglesia y sobre muchos países…estos rayos atraían hacia ellos un gran número de almas que, por el corazón y la vía luminosa, entraban en el costado de Jesús. Se me dijo que el corazón era María".

Ana Catalina ve la segunda venida de Cristo con su ejército de santos y mártires: "vi a un hombre montado sobre un caballo blanco". Los cautivos y oprimidos son liberados y se unen a la Iglesia. Todos los demoledores y los conjurados son expulsados de todas partes y son reunidos en una única masa confusa y cubierta de una bruma. 

Todo vuelve a florecer. Un nuevo Papa surge, firme con los malos sacerdotes pero suave con los buenos. El negro abismo se retrae cada vez más. Es un nuevo resurgir de iglesias y conventos. Todo es renovado y la Iglesia se eleva hasta el cielo reconstruida rápidamente y con más magnificencia que nunca. Sobre ella, está el Cordero de Dios rodeado de todas las cohortes celestiales y terrenales: la Nueva Jerusalén.