Dios nos dice, en Mateo 17, 20 que la fe mueve montañas, algo realmente sobrenatural. Dios todo lo hace “a lo grande”, no ha escatimado en nada, su misericordia es eterna e infinita y tiene un plan elaborado para cada uno de nosotros.
Dios pensó a lo
grande cuando nos creo extraordinarios y nos “dio autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre
los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por
el suelo”. (Génesis 1,26).
Dios pensó a lo
grande cuando envió a su Hijo a morir por todos nosotros para nuestra salvación.
No pensó “a lo pequeño”, en unos pocos, pensó en TODOS. Y Jesús actuó “a lo
grande”, no puso peros ni remilgos y murió por toda la humanidad.
Nosotros, como discípulos
misioneros, estamos llamados a pensar a
lo grande, a ser sobrenaturales en nuestras
aspiraciones, , a pensar como piensa nuestro Creador, a obrar a lo grande desde la humildad, a tener coraje para no abandonar en la
dificultad, a ser valientes y provocativos, en la adversidad.
Dios, como creador
del Universo, nos exhorta a desechar
un pensamiento rácano y mediocre, a evitar un concepto ruin y miserable de las cosas.
No podemos pensar con una mentalidad de “mínimos”
ni tener temor al fracaso o quedarnos quietos.
Pensar en “mínimos”
o temer el fracaso nos aleja de Dios, puesto que no ponemos nuestra confianza
en Él.
No podemos trabajar para Dios y pensar que el éxito depende de nuestros
recursos humanos o de nuestros recursos materiales. Éstos siempre serán
limitados desde el punto de vista divino, y el objetivo no se alcanza gracias a
ellos sino por la gracia de Dios. El
éxito siempre es y será Suyo.
Dios
nos exige “máximos”, no podemos estar con Él a medias,
ser mediocres. Por nuestra fe y por Su gracia, somos capaces de emprender obras
de gran envergadura, en la confianza de que Él suplirá nuestras limitaciones y
nos llenará de su Espíritu para llevarlas a cabo.
San Agustin decía “ora como si todo dependiera de Dios y
trabaja como si todo dependiera de ti”. En la certeza de que el protagonista
de la misión es solo Dios y nosotros, instrumentos dóciles y herramientas
obedientes en sus manos, debemos remar mar adentro, seguirle donde nos lleva,
sin “peros” ni excusas.
Estamos hechos a la
imagen y semejanza de Dios, que es perfecto. Mateo 5, 48 nos dice “sed perfectos como vuestro Padre que está en
los cielos es perfecto”. Lucas 6, 36 dice: “sed misericordiosos como vuestro padre es misericordioso”. Los dos
evangelios se refieren al amor, a la caridad, a la misericordia o como diría el
papa Francisco a “perfectear” en el amor.
Estamos llamados a
crecer, a madurar, a no estancarnos y esto también se refiere a nuestra manera
de pensar y de actuar. Pensar en el Reino de Dios es pensar en lo sublime, actuar
con Dios es encaminarse hacia lo perfecto.
Y la
perfección se encuentra en el amor: “Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Juan 3,16). El amor nos
diviniza y nos asimila a Dios Padre y a su Hijo amado, Jesús.
Jesús nos dio un mandato a lo grande expresado en Mateo 28, 19-20. ¿Pensaremos a lo grande? ¿Actuaremos
a lo grande? ¿Amaremos?