¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 22 de enero de 2025

SOLOS, NO PODEMOS

"Nos gloriamos incluso en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce paciencia,
la paciencia, virtud probada,
la virtud probada, esperanza,
y la esperanza no defrauda,
porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado"
(Rom 5.3-5)

He visto a muchas personas que se han convertido de su vida anterior, alejada de Dios, y empezar con mucho ímpetu y ardor, dejándose llevar por arrebatos místicos tras un encuentro con el Resucitado, hacer promesas de ser mejores personas, de rezar más, de amar y de servir más al prójimo, de ir más a la iglesia, y al poco tiempo, cansarse, olvidar todo ese entusiasmo y abandonarlo todo.

Toda esa fogosidad inicial acaba por desinflarse como gas que se escapa de un globo, porque ser constante y perseverante en el seguimiento de Cristo supone un gran esfuerzo y reclama disciplina y compromiso. Y solos, no podemos.

Lo primero que nos viene a la mente es buscar excusas a nuestros derrotismos, a nuestras frustraciones y a nuestras desmotivaciones para "echar la culpa" a cualquier cosa que se nos ocurra.

Lo segundo es que nos inunda el cansancio, la flojera y aparece la desgana espiritual. Ya no hay el ardor inicial, se fueron los días en que el corazón nos ardía cuando Cristo nos explicaba las Escrituras (Lc 24,32). 

Nuestro Enemigo siempre espera que nos desanimemos en nuestro camino de salvación y pone todos los medios para que caigamos en ese estado de pereza espiritual. 

El diablo saborea su triunfo al vernos flaquear, al ver nuestra tibieza, al ver cómo poco a poco vamos dejando a un lado nuestra fe, nos vamos enfriando y llenándonos de dudas para acabar siendo indolentes con nuestra vida espiritual.

Para combatir, Dios nos ofrece su gracia para que cultivemos las virtudes y den fruto en nuestra vida. Pero tenemos que pedir para recibir, buscar para encontrar y llamar para que nos abran (cf. Mt 7,7).

La constancia

La constancia es la virtud que tenemos que trabajar para fortalecer nuestra voluntad y continuar hacia la meta, a pesar de las dificultades (internas o externas) o de la disminución de la motivación personal, sustentando nuestra lucha a fuerza de voluntad y de esfuerzo continuado.

La constancia nos conduce a establecer hábitos, aunque sean pequeños e insignificantes, para continuar caminando, sorteando socavones y piedrecitas, sol y calor, viento y lluvia. 

Sin ella, estaremos tentados a pararnos a descansar. O, peor aún, a salirnos del camino. Y fuera de él, sólo hay grandes piedras, afiladas espinas y profundos precipicios.

La constancia nos ayuda a establecer prioridades para visualizar y alcanzar nuestra meta. Es necesario ordenar nuestra vida para saber los pasos a seguir, aunque cueste. Se trata de cambiar el “me gustaría” o el “lo intentaría” por el “puedo y lo hago” con la ayuda de Dios, por supuesto.

Nuestro enemigo se va a ocupar de tentarnos con los dos grandes vicios que se oponen a esta virtud: la inconstancia (por defecto), también llamada molicie o blandura, fomentada por la pereza, la mediocridad, el desaliento y la ausencia de hábitos; y la terquedad (por exceso), fomentada por la intransigencia, la obstinación y el endurecimiento del corazón. 

La perseverancia

La perseverancia es la segunda virtud que tenemos que cultivar para persistir, resistir y continuar hacia nuestra meta, a pesar de la molestias que su prolongación nos ocasione y a pesar de los muchos obstáculos y adversidades que encontraremos por el camino. Es la firmeza en los propósitos, en los hábitos, en las prioridades y en las resoluciones de ánimo.

El Catecismo nos dice que la perseverancia purifica y eleva todas las demás virtudes por la gracia divina. Sólo con la ayuda de Dios seremos capaces de forjar y fortalecer nuestro carácter para perseverar, ya que estamos heridos por el pecado (CIC 1810-1811).

San Pablo dice: “No hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Y si lo que no deseo es precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí (Rom 7,19-20). 

Es humano sentirse cansado, dudar y preguntarse si vale la pena continuar con el esfuerzo... pero el combate es lo que nos fortalece, porque peleamos contra nuestra propia naturaleza pecaminosa. 

Aquí es donde aparecen otras dos virtudes, la prudencia para pedir consejo y ayuda (sacerdote, director espiritual, hermano en la fe, amigo, etc.), y la humildad, para reconocer que solos no podemos, que necesitamos ayuda para "poner las luces largas" y ver el final del camino, y no las cortas, para fijarnos en las irregularidades del terreno.

Perseverar no es hacer las cosas de una manera metódica y rutinaria, sin pensarlas ni razonarlas. Tampoco significa ser terco, obstinado o inflexible, sino enfrentarme a los obstáculos con la ayuda de Dios.

La tenacidad

Para enfrentarnos a las dificultades, contrarrestarlas y seguir adelante necesitamos la tercera virtud, la tenacidad, que es la capacidad para superar esfuerzos psicológicos superiores, tensiones del alma y de la voluntad. 

Es el templado de acero que se forja con la disciplina como estilo de vida, pero en dosis superiores a lo normal y prolongadas en el tiempo que nos mueve a tomar decisiones. 

La gente tiene miedo a decidir, miedo a hacer, miedo a comprometerse. Dicen: "Lo intento, pero no puedo", "me encantaría pero me resulta imposible"... ¡Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes! le inquiría Yoda a Luke Skywalker en Star Wars.

La falta de estas tres virtudes implica sumirse en el sentimentalismo, en el infantilismo espiritual, en el estancamiento de la fe, en la pérdida de la esperanza.

Supone falta de madurez y superficialidad con las que fácilmente (con el revoloteo de una mariposa) cambiamos de opinión, de grupo, de tarea o de objetivos

Lo grave de la falta de estas virtudes es que generalmente tampoco aceptamos nuestra situación sino que nos disculpamos ante los demás y ante nosotros mismos de todos nuestros vaivenes, tratando de dar explicaciones que justifiquen nuestra actitud. 

Pidamos ayuda a Dios y a nuestros hermanos en los momentos de debilidad. No permitamos que se "apague nuestra llama". 
Porque...Solos, no podemos.