“He visto al Señor
y me ha llamado por mi nombre"
(Jn 20,18)
Cuando algunos señalan a la fe cristiana como una religión machista, las primeras imágenes que me vienen a la cabeza son las de la Virgen María y de María Magdalena, quienes echan por tierra esa afirmación infundada. Hoy profundizaremos en la figura de María Magdalena.
Los cuatro evangelios relatan la presencia significativa de la mujer en la vida pública de Jesús y, en particular, otorgan a María Magdalena un papel importante dentro de su grupo íntimo de discípulos, no sólo por ser la más nombrada, sino sobre todo, por ser el primer testigo del Resucitado.
La Iglesia canonizó a María Magdalena el 28 de abril de 1669 y, desde entonces, es venerada como santa, especialmente, en Francia. En 1988, el papa Juan Pablo II, en su carta apostólica Mulieris Dignitatem, la definió como la "apóstol de los apóstoles" (apostola aposolorum).
Su festividad se celebra el 22 de julio y fue establecida en el calendario romano general por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 10 de junio de 2016, por deseo expreso del papa Francisco.
En contra de lo que algunos opinan, María Magdalena no fue nunca una prostituta. Más bien, fue una mujer independiente en lo económico y bien posicionada, gracias a la rica industria pesquera de Magdala, su aldea de procedencia y cercana a Cafarnaúm, en la costa occidental del lago de Tiberíades. Y una mujer influyente en lo social, rompedora de moldes, al seguir a Jesús en contra de una estructura religiosa estricta, cerrada y excluyente con la mujer.
La Iglesia ortodoxa afirma que las tres Marías que aparecen en los evangelios son tres mujeres diferentes, mientras que la Iglesia Católica, según el papa Gregorio Magno en su homilía nº 33 (591 d.C.), identifica a María Magdalena con:
-María la adúltera, a la que Jesús salva de la lapidación (Juan 8,3-11), a la que libera de siete demonios (Lc 8,1-2).
-María la pecadora, que unge los pies del Señor (Lc 7,37-50) y la fiel seguidora de Jesús, junto a Juana, Susana y otras mujeres (Mt 27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2; Jn 20, 10-18).
-María la de Betania, hermana de Marta y Lázaro. la hermana de Lázaro y de Marta, que unge con perfumes los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos en casa de Simón el fariseo, antes de su llegada a Jerusalén, la que se postra a los pies de Jesús mientras su hermana Marta la increpa por no ayudarla (Lc 10, 37-50; Mc 14, 3-9; Jn 11,1-2), la que está presente en la resurrección de su hermano Lázaro (Jn 11, 1-44) y la que, días después, en una cena en su casa, demuestra de nuevo su devoción por el Señor, ungiéndole los pies con un perfume muy caro, por lo que es recriminada por Judas (Jn 12,1-8; Mt 26,7).
María Magdalena es la mujer que, en compañía de la madre de Jesús, otras mujeres y el discípulo amado (Juan), estuvo presente en la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mc 15,40), al pie de la cruz (Jn 19,25) y en el sepulcro (Mt 27,61; Mc 15,47; Jn 19,25-26).
María Magdalena es la mujer que, en compañía de la madre de Santiago el menor y de José, y de Salomé, fue de madrugada el primer día de la semana al sepulcro, convirtiéndose en el primer testigo ocular de la aparición de Jesús Resucitado y en la primera apóstol, al anunciárselo a Pedro y a los demás discípulos (Mt 28,1-10; Mc 16,9; Jn 20,1-18).
La grandeza de María Magdalena (ejemplo para todo cristiano) no está en la perfección de sus actos sino en la perfección de su amor, tal y como el propio Jesús se refiere a ella: “Le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho” (Lc 7,47).
El Hijo de Dios quiso manifestar la gloria de su resurrección primero a aquella mujer manchada por el pecado, conversa por el amor y santificada por la gracia.
Por eso, María Magdalena es la discípula amada y la servidora apasionada de Cristo, la amiga íntima y la compañera fiel del Maestro, la testigo veraz y mensajera valiente del Evangelio.
Los cristianos vemos en María Magdalena, aunque pecadora como nosotros, el paradigma del cristiano, al recorrer todas las etapas de un seguidor de Cristo:
-arrepentimiento, contrición y conversión: reconoce su pecado, se arrepiente y es perdonada. Se convierte, cambia radicalmente de vida, acompaña y sigue a Cristo allá donde vaya.
-amor, oración y escucha de la Palabra de Dios: se enamora ardientemente de Cristo, espiritualmente hablando, y se postra a sus pies, en actitud de reverencia; se los lava y perfuma, en actitud de adoración; escucha la Palabra de Dios postrada a los pies de Jesús y se preocupa por las cosas eternas, en actitud de recogimiento y oración.
-acogida, servicio y misión: acoge y sirve al Señor durante y hasta el final de su vida pública, (pasión, crucifixión, muerte y resurrección; acude al sepulcro de madrugada y llora la desaparición del cuerpo de su Señor; es la primera que ve a Cristo resucitado y la primera que lo testifica y anuncia (a los apóstoles).