¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 9 de noviembre de 2020

VIVIR COMO UN APÓSTOL DE CRISTO

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"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. 
El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto; 
porque sin mí no podéis hacer nada." 
(Juan 15, 5)

Los discípulos, tras el encuentro con Jesús resucitado, comienzan a vivir una vida rigurosa y radicalmente nueva. Cristo les ha enseñado el camino de vivir de un modo distinto y superior al de su naturaleza humana, a vivir de un modo sobrenatural. Sin dejar de ser ellos mismos, son transformados, encendidos con un fuego de amor que viene del Espíritu de Cristo y que incendia sus corazones. 

San Pablo, después de encontrarse cara a cara con Cristo, es uno de los grandes ejemplos de esa nueva vida que vive todo fiel cristiano: "Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2, 20).  

La enseñanza de Pablo es muy válida para todos los tiempos, y muy actual para el nuestro. San Pablo se movió en un mundo pagano. Y el mundo de nuestros días, con su creciente secularización y con su materialismo desacralizado en todos los sectores de la vida, está muy cerca del mundo pagano de hace veinte siglos. 

La evangelización del apóstol Pablo era escándalo para unos y necedad para otros (1 Corintios 1, 23). La predicación de los apóstoles no fue grata en su tiempo pero sí eficaz, porque era necesaria y salvadora. Igual que sigue siendo hoy. Tampoco en la actualidad resuena grata a los oídos del mundo pero el mundo la necesita, y solo el anuncio de Cristo puede salvar al mundo. 

Por ello, tenemos que seguir contándosela al mundo de hoy, como san Pablo se la contó al de su tiempo. Los cristianos nos encontramos así con una forma de vida nueva: La vida de Cristo en nuestra vida.  

Jesús nos dice "Yo soy la vid y vosotros, los sarmientos" (Juan 15,5). La misma savia de la vid corre por nosotros, los sarmientos, nos vivifica y nos da capacidad de dar frutos abundantes. No somos la vid y, a la vez, de algún modo, lo somos. No somos idénticos a Cristo, pero en cierta manera nos identificamos con Él, porque Cristo vive en el cristiano: "Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis" (Mateo 25, 40).

La vida de un apóstol es la incorporación a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, como dice Santo Tomás Aquino: "el Bautismo nos incorpora a la Pasión y Muerte de Cristo, de tal manera que la Pasión de Cristo, en la que cada persona bautizada tiene una parte, es para todos un remedio tan efectivo como si cada uno hubiese sufrido y muerto él mismo" (S. Th. III, 69, 2).  Por eso, los cristianos queremos seguir al Maestro, nos negamos a nosotros mismos, tomamos nuestra cruz y le seguimos (Mateo 16,24). 
San Pablo dice que por el Bautismo hemos muerto con Cristo, y hemos sido sepultados, resucitados y sentados con Cristo a la diestra del Padre (Romanos 6, 3-14). 

"Aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente en Cristo... y nos resucitó con El, y nos hizo sentar sobre los cielos en la Persona de Jesucristo" (Efesios 2, 56). 

La incorporación del cristiano a Cristo es y sólo puede ser libre, por lo mismo que Dios jamás quebranta nuestra libertad, ni nos da bien alguno que no queramos. Hay que querer creer amorosamente, para que mediante la fe viva, Cristo viva libremente en nosotrosJesús, subrayando nuestra libertad, se diría que nos suplica la permanencia en Él: "Permaneced en mí y yo en vosotros" (Juan 15, 4). 

Así, pues, Cristo no sólo vive en la Gloria y en la Eucaristía, sino también en el cristiano, vive en el apóstol de Cristo, que libremente decide pasar por la Puerta que es Cristo mismo: "Yo soy la puerta" (Juan 10, 7 y 9). 

Todo es posible viviendo en Cristo, puesto que Él ha depositado su espíritu en nuestro espíritu para hacer milagros, para ser capaces de dar vista a los ciegos, hacer andar a los paralíticos y resucitar muertos. Y no sólo hay que entenderlo en un sentido físico, puesto que las mayores curaciones milagrosas suelen ser espirituales, milagros en la intimidad del corazón, de donde surgen todas nuestras obras.
Los Santos Padres nos recuerdan que Cristo ha elevado nuestra naturaleza hasta una altura insospechada, de forma que nos ha "divinizado""lo que es el hombre quiso ser Cristo, para que el hombre pudiera llegar a ser lo que es Cristo" (San Cipriano , de idol. van., c. II) o "Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios" (San Agustín, Sermón 13 de temp.).

Al ser "patícipes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1, 4), no deberíamos dudar, como no dudaron Santiago y Juan, cuando Jesús les preguntó si se creían capaces de recorrer la misma senda que Él se disponía a pisar; ellos respondieron sin vacilación: ¡Podemos! (Mateo 20, 22). ¿Y nosotros? ¿somos capaces de recorrer la misma senda que Jesucristo?

Dios nos llama a ser sus apóstoles, a ser sembradores de la viña, a ser pescadores de hombres. Nuestra tarea apostólica debe estar motivada por el deseo de ayudar a los hombres a encontrar a Jesús.

Un gran ejemplo apostólico lo encontramos en la escena evangélica de los cuatro amigos que transportan al paralítico y que, por el techo, descuelgan la camilla para que éste pueda estar con Jesús. Hasta el mismo Jesús admiró la fe y la audacia de estos hombres con su amigo paralítico, a quien perdonó sus pecados y curó su parálisis.

Este deseo de ayudar a los hombres a encontrarse con Jesús es nuestra principal tarea apostólica, que requiere una serie de virtudes que la gracia de Dios nos concede:

Virtudes sobrenaturales

Un apóstol trabaja las virtudes sobrenaturales o divinas. Son las llamadas virtudes teologales:

-Fe firme. No se trata de una fe mental y estéril, sino una fe activa, con obras.

-Esperanza optimista. Sustenta la fe en el convencimiento de que Cristo es lo que necesitan los hombres.

-Caridad sincera, con la que ama a Dios y al prójimo.

Virtudes naturales

Un apóstol también trabaja las virtudes naturales o humanas. Son las llamadas virtudes cardinales:

-Pureza y Rectitud de intención. No le importa lo que piensen los demás. Tiene sólo a Dios como público. 

-Templanza y Serenidad. Busca con prudencia el mejor camino para lograr su objetivo, conoce qué, cuándo y cómo obrar en cada caso.

-Amistad y Lealtad. Muestra en todo momento una actitud sincera de renuncia de sí y de servicio hacia los demás.

-Fortaleza y Justicia. Vence los obstáculos que se le presentan y obra siempre con rectitud.

-Constancia y Paciencia. Sabe que los frutos que, a veces, tardan en producirse.

-Audacia y Firmeza. Logra las metas que, a veces, no se alcanzan a ver.

-Autenticidad y Sobriedad. Es coherente, ejemplo y luz en todo cuanto hace. 

-Amabilidad y CordialidadHace la vida más grata a los demás.

-Alegría y Optimismo. Persevera con entusiasmo y buen ánimo en las dificultades.

-Generosidad y Respeto. Mira a los demás con los ojos del Maestro, como criaturas únicas de Dios, aceptando sus virtudes y defectos.

-Benignidad e Indulgencia. Sabe perdonar los errores ajenos con prontitud y sin rencor.

-Sencillez y Humildad. Todas sus obras son para la gloria de Dios