"Mantengan entre ustedes lazos de paz
y permanezcan unidos en el mismo espíritu.
Un solo cuerpo y un mismo espíritu,
pues ustedes han sido llamados
a una misma vocación y una misma esperanza".
(Efesios 4, 3-4).
Mantenerse con humildad, en paz y unidad en el servicio no es fácil cuando, al aceptar una determinada responsabilidad (individual o colectiva), la asumimos como un premio, una posición de poder o de distinción superior. Cuando servimos y nos ponemos en misión, damos testimonio de Cristo y nos despojamos de nuestras vanidades, de nuestras soberbias y de nuestros egoísmos.
El apóstol Pablo advierte sobre la división de la iglesia: “Ten presente que en los últimos días sobrevendrán momentos difíciles; los hombres serán egoístas, avaros, fanfarrones, soberbios, difamadores, rebeldes a los padres, ingratos, irreligiosos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, despiadados, enemigos del bien, traidores, temerarios, infatuados, más amantes de los placeres que de Dios, que tendrán la apariencia de piedad, pero desmentirán su eficacia. Guárdate también de ellos.” (2 Timoteo 3,1-5)
La labor del maligno es la desunión, la destrucción del Cuerpo de Cristo y la forma más sencilla de frenar la obra de Dios es generando su división, para acabar con ella y evitar que dé frutos. Esta división, no sólo es maquinada desde afuera sino también y con mayor fuerza, desde dentro, a través de algunos que aparentan ser lo que no son; algunos que no viven lo que dicen ser; que murmuran y juzgan pecados de otros. Son personas (al igual que Judas, que estaba sentado junto Jesucristo) utilizadas por Satanás para hacer daño, lo sepan o no; sean conscientes de ello, o no.
Ahora más que nunca es cuando debemos ser humildes, sabios y prudentes, sacudirnos la crítica, la murmuración y la ingenuidad:
“Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos.
Sed, pues, prudentes como las serpientes,
y sencillos como las palomas.”
(Mateo 10, 16)