¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 2 de marzo de 2017

LA TRAMPA DE SATANÁS


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"Te aconsejo que me compres 
oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, 
vestiduras blancas para vestirte, 
y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, 
y un colirio para que unjas tus ojos y veas." 
(Apocalipsis 3, 18)

La Providencia ha puesto en mis manos un interesante libro sobre la ofensa y el perdón: “La trampa de Satanás”, de John Bevere (pastor evangélico americano), cuya lectura recomiendo, a quien se sienta ofendido y no sea capaz de perdonar. 

Y es que la ofensa es el obstáculo más difícil al que un cristiano debe enfrentarse, es la prueba más difícil de superar porque tendemos a fijarnos sólo de los “escándalos” de los demás, a juzgarles y a dictar sentencia en nuestro tribunal particular.

Sin embargo, Jesucristo, en el evangelio de Lucas 17, 1-4, nos dice: "Es inevitable que haya escándalos; pero ¡ay de aquel que los provoca! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeñuelos. Tened cuidado". "Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día y otras tantas se acerca a ti diciendo: Me arrepiento, perdónalo". 

Dios nos exhorta a reprender a nuestro hermano, si peca; y, por supuesto, a perdonarlo, si se arrepiente. Nos dice que una situación de ofensa "es inevitable" (tremenda afirmación de parte de Dios) pero que lo importante, es la reacción que adoptemos ante ella. 

Nuestra tarea como cristianos no es juzgar ni ver los defectos de nuestro prójimo, sino, al igual que los apóstoles, pedirle a Dios: "Acrecienta nuestra fe", para ver sus virtudes y su filiación con Dios.

Carnaza

John Bevere, autor de "La trampa de Satanás" dice que "todo cazador que se precie, conoce los requisitos necesarios para que una trampa sea eficaz: debe estar escondida y debe tener carnaza". Y precisamente así es como opera el Diablo, el "cazador de almas". Satanás es sutil, astuto, hábil y se deleita en el engaño. Y no debemos olvidar que puede disfrazarse de ángel de luz, por lo que, si no estamos preparados, no reconoceremos sus trampas

La
carnaza favorita y más utilizada por el Diablo es la ofensa, que en nosotros, produce unos efectos: dolor, enfado, ira, celos, resentimiento, amargura, odio y envidia, y nos lleva a unas consecuencias: insultos, ataques, heridas, divisiones, separaciones, relaciones rotas, traiciones y personas que se apartan del Señor. 

Quienes caen en la trampa ni siquiera se dan cuenta de que están atrapados. No pueden ver de forma coherente la situación, porque están concentrados sólo en el daño que se les ha hecho. Se encuentran en un estado de negación y de concentración en sí mismos

Las ofensas se producen por falta de amor verdadero y por exceso de orgullo. Y abundan tanto que creemos que es algo normal. Sin embargo, nuestra reacción a la trampa es la que determina nuestro estado de ánimo y nuestra forma de actuar. 

Muchas personas se encuentran incapacitadas para actuar normalmente dado que viven la ofensa como una traición, sobre todo, de las personas más cercanas o más queridas. Y esa traición transforma el amor en odio. Un odio que se incrementa e intensifica en las guerras civiles: hermanos contra hermanos, hijos contra padres, padres contra padres. 

Altas expectativas

Las personas a quienes amamos y apreciamos son las que más intensa y dolorosamente nos hieren, porque esperamos mucho de ellos y porque les hemos dado más de nosotros. 

Cuanto mayores son las expectativas, más profundas son las heridas y cuanto más cercana es la relación, mayor amargura de corazón. 

Si tengo altas expectativas con respecto a una determinada persona, con seguridad caeré en la decepción al no verlas cumplidas. Pero si no tengo expectativas con respecto a ella, cualquier cosa que reciba será una bendición, no algo que me deba. 

Cuando exigimos a las personas un determinado comportamiento, estamos preparándonos para ser ofendidos. 

Cuanto más esperamos de los demás, mayor posibilidad de caer.

Prisioneros y víctimas

Y cuando caemos en la trampa, nos convertimos en prisioneros de Satanás, quedamos atrapados en sus engaños, de tal forma, que pensamos que tenemos razón y que hemos sido tratados injustamente. Nuestra visión cristiana de las cosas se oscurece y juzgamos en base a presunciones, apariencias y comentarios de terceros.

El Diablo nos mantiene atados en ese estado de odio, frustración y amargura escondiendo la ofensa, cubriéndola con el manto del orgullo, que nos impide ver la verdadera realidad (como en el Edén con Adán y Eva) y que distorsiona nuestra visión. 

Y es que sucede que cuando pensamos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (2 Timoteo 2,24-26). 

El orgullo nos conduce al victimismo. Nuestra actitud, al sentirnos maltratados, justifica nuestro comportamiento. Creemos en nuestra inocencia y en que hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. 

Pero aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros y para los demás, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferramos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta! 

Jesús nos da la solución para salir de la trampa y librarnos del engaño: "Te aconsejo que me compres oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, vestiduras blancas para vestirte, y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que unjas tus ojos y veas." (Apocalipsis 3, 18). Nos dice que compremos: oro refinado, vestiduras blancas y colirio. Extraño, ¿no?

"Oro refinado"

El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.), se vuelve duro, menos maleable y más corrosivo. Esta mezcla se llama “aleación”. Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro. 

Resultado de imagen de ORO REFINADOUn corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Sin embargo, un corazón impuro es como una roca dura. 

Hebreos 3,13 dice que los corazones se endurecen por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta produce más amargura, ira y resentimiento

Son estas sustancias agregadas las que endurecen nuestros corazones y reducen o eliminan por completo la caridad, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios queda obstruida y nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño del Enemigo. 

El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite con un fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinados con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. 

De manera parecida, Dios nos refina, nos enriquece con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia. "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción"(Isaías 48,10). "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1,6, 7). 

"Colirio"

Otro elemento clave para librarnos de la trampa es nuestra capacidad para ver correctamente. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, la envidia y el rencor que surgen. No vemos claramente.

Resultado de imagen de COLIRIOJesús nos dice que con el colirio podemos ver nuestro verdadero estado y así, ser capaces de arrepentirnos. El arrepentimiento llega cuando dejamos de culpar a los demás. 

Recordemos la escena del Paraíso de Adán y Eva una vez cayeron en la trampa de la serpiente: 

Cuando Dios le preguntó a Adán por qué había comido del árbol prohibido, él le echó las culpas a Eva y al propio Dios: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". (Génesis 3, 12). En el corazón de Adán no había arrepentimiento. 

Cuando Dios le preguntó a Eva, ésta le echó las culpas a la serpiente: "La serpiente me engañó y comí". (Génesis 3, 14). En Eva tampoco había arrepentimiento.

Cuando culpamos a los demás y defendemos nuestra posición, estamos ciegos. El colirio es la revelación de la verdad, que nos trae libertad y que conseguimos a través de la oración, de la Eucaristía, de la Adoración...en definitiva, cuando estamos en estado de gracia y en la presencia de Dios.

"Vestiduras blancas"

Las vestiduras blancas son el amor ágape. Es el amor que Dios derrama en los corazones de sus hijos. Es el mismo amor que Jesús nos da gratuita e incondicionalmente. No está basado en nuestras acciones, ni en las de otros, ni siquiera recibe amor a cambio. Es un amor que da, aunque sea rechazado. 

Imagen relacionadaSin Dios sólo podemos amar con un amor egoísta, un amor que no se da si no es recibido y correspondido. El ágape ama sin importar la respuesta. 

Este ágape es el amor que Jesús mostró al perdonarnos en la cruz. En su hora de mayor necesidad, sus amigos más cercanos le abandonaron: Judas le traicionó, Pedro le negó, y los demás huyeron para salvar sus vidas. Sólo Juan le siguió desde lejos. 

Jesús había cuidado de ellos durante tres años, los había alimentado y les había enseñado. 

Sin embargo, mientras moría por los pecados del mundo, Jesús los perdonó. Liberó a todos, desde sus amigos que le habían abandonado hasta el guardia romano que le había crucificado. Ellos no le pidieron perdón, pero Él lo brindó gratuitamente. Jesucristo no puso grandes expectativas en el hombre sino en el amor del Padre. 

Nuestras vestiduras blancas podemos adquirirlas a través del sacramento de la Reconciliación: en la confesión, con nuestro corazón contrito y arrepentido, Dios nos reviste de blanco, nos limpia y nos sana.