¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 4 de noviembre de 2022

¡AHORA HA VENIDO "ESE" HIJO TUYO...!

"Hace tantos años que te sirvo, 
y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito 
para tener una fiesta con mis amigos; 
¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, 
que ha devorado tu herencia con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!" 
(Lc 15,29-30)

¡Ahora ha venido ese hijo tuyo...! Es lo que le dice el hijo mayor de la parábola al Padre, al regresar su hermano (Lc 15,30). No dice "ese hermano mío" sino "ese hijo tuyo...", una expresión despectiva que parece hacerse eco de otra similar: "La mujer que me diste..." (Gn 3,12). El hombre, cuando se siente "destronado" o "interpelado", siempre se excusa y culpa a Dios.

Las palabras del evangelio de Lucas muestran una terrible realidad que muchos, que hemos estado alejados y hemos regresado arrepentidos a la Iglesia, sufrimos con frecuencia: las miradas de recelo y desprecio de algunos de nuestros "hermanos mayores" por recibir la gracia de Dios. Incluso le increpan por alegrarse y recibirnos con una fiesta.

Desgraciadamente, algunos que se consideran a sí mismos justos y fieles, conciben la casa de Dios como algo propio y exclusivo en la que ellos deciden dónde, cómo, cuándo y quién puede recibir la gracia divina. Parecen decirle a Dios cómo ser Dios y qué debe hacer.

Pero el Señor mismo les contesta en otro pasaje del evangelio con la parábola de los jornaleros de la viña: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" (Mt 20,15). Dios es bueno y aunque creó al hombre bueno, éste siempre cae en la tentación de ser malo.

El Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca dice que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Y el diccionario afirma que el término "envidia", que proviene del latín in- "poner sobre" y videre, "mirada", es decir, poner la mirada (malintencionada) sobre algo o alguien, "ver mal", con maldad o con "mal ojo", es justamente el sentido que Dios nos enseña en estas parábolas y que quiere que evitemos. 

Sin embargo, ni la envidia del hermano mayor ni la de los trabajadores tempraneros proviene sólo por su errónea idea de "injusticia retributiva" de Dios, sino por la alegría del "hijo resucitado" y por el hecho de que los jornaleros tardíos reciban el mismo salario al final del día.

Y es que estos "hermanos mayores" no llegan a comprender cómo es Dios realmente y cuán infinita es su misericordia y su bondad. No son capaces de ver...o, peor aún, "ven con maldad"...porque los celos les ciegan y la envidia les envenena. No comprenden que Dios no paga ni premia por nuestros méritos, sino porque Él es Amor... gratuito, infinito y para todos.
Esa incapacidad para alegrarse por la gracia divina derramada sobre otros, les lleva por celos a clericalizarse, a "farisearse", a sentirse orgullosamente superiores, a apropiarse de Dios y a proclamarse a sí mismos "dueños exclusivos de la gracia". 

La envidia es una actitud pecaminosa que tiene su origen en el orgullo y la soberbia, que conduce a prejuzgar y a difamar a nuestro hermano (en realidad, a "asesinarlo" ), que va en contra de la unidad de la Iglesia y que es "el pe­ca­do dia­bó­li­co por ex­ce­len­cia", según San Agustín, pues trata de alejarnos de la comunión con Dios y con los demás, buscando la división en el seno de Su familia, como hace también en el de la familia humana. 

¡Cuánto nos cuesta alegrarnos del bien ajeno! ¡Cuánto nos cuesta reconocer y apreciar la dignidad y los derechos de los demás como hijos del mismo Dios! ¡Cuánto nos cuesta "compartir" a Dios con otros! 

Sí, queremos a Dios para nosotros solos, pero en realidad, lo hacemos por un sentido egoísta de propiedad y no porque le amemos de corazón. ¡Estamos muy lejos de Él, aunque Él esté cerca de nosotros!...como el hijo mayor de la parábola.

El Señor nos advierte: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Juan 10, 11).  "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. [Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.] …No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños" (Mt 18,10-11.14).

Si nos fijamos bien en todas las parábolas llamadas "de la Misericordia" (el hijo pródigo, los trabajadores de la viña, la oveja extraviada, el dracma perdido...), Dios siempre nos invita a la alegría y el gozo. Y por ello, nosotros los cristianos, ¿no deberíamos alegrarnos junto con el Señor porque encuentre a las ovejas descarriadas, a las monedas perdidas o al hijo "que estaba muerto"? (cf. Mt 18, 12-13; Lc 15,8-10).

La memoria de Dios sobre cada ser humano, el pensamiento amoroso que somos cada uno de nosotros, debería hacernos recapacitar sobre el riesgo de no perdonar (Mt 6,15), de ser rencorosos y olvidar -abandonar- el amor (Ap 2,4-5)…Porque sin amor, "nada somos" (1 Cor 13).

Dice el Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Así pues, el gozo por el bien de nuestro prójimo sólo puede darse por un deseo ordenado y desinteresado que mire con los mismos ojos misericordiosos de Dios, o con la misma mirada tierna de Cristo, que no busca envidiar ni apropiarse sino enamorar y entrar en comunión.

Sigamos la invitación de san Pablo: "Que la esperanza os tenga alegres" (Rm 12,12). "No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros" (Gal 5,26). O la del rey David: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118,1). 

Así pues, la alegría debe ser la razón de nuestra esperanza en las promesas de Cristo y el agradecimiento, la actitud de nuestra confianza en la misericordia de Dios. 

Alegrémonos de la gracia que Dios derrama en otros hermanos, no por el aprecio insignificante que los hombres damos a una oveja frente a cien o a una moneda frente a diez, sino por el inmenso valor que tenemos todos y cada uno de nosotros para Dios.


"Alegraos, justos, y gozad con el Señor" 
(Sal 32, 11)

miércoles, 10 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): NO TE DIGO HASTA SIETE, SINO HASTA SETENTA VECES SIETE

"No te digo hasta siete veces, 
sino hasta setenta veces siete"
(Mt 18,22)

Jesús, a petición expresa de los apóstoles, les enseña a orar con el Padrenuestro. Seguramente, Pedro estuvo dándole vueltas a la cabeza a la última frase "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mt 6,12; Lc 11,4), ya que los judíos se regían por la ley del talión (Ex 21,24). 

Por eso, le vuelve a preguntar: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?", y Jesús le responde con otra de sus ricas parábolas, la del siervo malvado, que simboliza el perdón divino y la necesidad de imitarlo por el hombre.

A nosotros nos pasa un poco lo mismo que a Pedro cuando rezamos (a veces, de forma mecánica) el Padrenuestro y nos comprometemos a perdonar...pero ¿realmente lo hacemos? ¿una y otra vez? ¿siete veces? ¿siempre?

En esta oración perfecta se concentra toda la esencia del concepto cristiano de misericordia divina. sin embargo, existen dos cosas que me impiden recibir la gracia y la misericordia de Dios, la culpa y el rencor. Y la forma de superarlos es el perdón.

El perdón es un perfecto acto de amor que manifiesta la grandeza de alma y la pureza de corazón de los que siguen el mandato de Jesús: "ser perfectos como nuestro padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

Mi capacidad de perdón no puede estar limitada ni por la magnitud de la ofensa ni por el número de veces que debo perdonar. Cuando no perdono a quienes me ofenden, mi corazón está lleno de resentimiento, pierdo la gracia y no puedo esperar que Dios me perdone. Pero además, la falta de perdón me esclaviza y me hace prisionero de quien me ha ofendido. El rencor, que conduce al odio, me envenena a mi mismo, y no a quien me ofende.
Jesús insiste para que seamos "misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, a no juzgar para no ser juzgados, a no condenar para no ser condenados, a perdonar para ser perdonados...(Lucas 6, 35-37).

El perdón es una experiencia liberadora y sanadora. Cuando perdono, recobro la libertad que el rencor y el resentimiento me hicieron perder.

El perdón es uacto heroico de misericordia. Cuando soy compasivo con los demás, obtengo un corazón como el de Cristo. 

El perdón es comprender la importancia que tiene para Dios la persona que me ofendió para amarla libre y voluntariamente. “Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: 'Me arrepiento', lo perdonarás.” (Lucas 17, 3-4).

El perdón es permitir que Jesús entre en mi corazón y me llene de paz. “Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5, 23-24) .

El perdón no es quitarle importancia a lo ocurrido, sino sanar mi corazón y mis recuerdos, permitiendo recordar lo que me causó dolor o daño sin experimentar odio o resentimiento hacia quien me ofendió. 

El perdón no es olvidar la ofensa ni guardarla en un cajón, sino transformar heridas de odio y rencor, en amor y misericordiaSi olvido, programo mi mente para no recordar aquellos sucesos que me han herido, pero es una “programación” ficticia porque, en el fondo, ese recuerdo permanecerá siempre en el cajón de mi memoria, y saldrá en cualquier momento. 

¿Cuántas veces "juego" al falso perdón? 
¿Cuántas veces digo “perdono, pero no olvido”
¿Soy capaz de acercarme a Dios sin haberme reconciliado antes con mi hermano? ¿Perdono...siempre?



JHR

miércoles, 13 de marzo de 2019

¿PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN?


"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, 
que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. 
No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta 
antes de que lo pidáis. 
Vosotros rezad así:
'Padre nuestro que estás en el cielo, 
santificado sea tu nombre, 
venga a nosotros tu reino, 
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, 
danos hoy nuestro pan de cada día, 
perdona nuestras ofensas, 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, 
no nos dejes caer en la tentación, 
y líbranos del mal'. 
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, 
también os perdonará vuestro Padre celestial, 
pero si no perdonáis a los hombres, 
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas".
(Mateo 6, 7-15)


Pedir, dar y recibir perdón. ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón por nuestras ofensas! y ¡Cuánto nos cuesta perdonar cuando nos hacen daño! 

Sin embargo, Jesús nos exhorta a cultivar el don del perdón, sin el cual no puede existir amor. Nos insiste en amarnos los unos a los otros, y sin perdón, no podemos cumplir este mandamiento.

Los cristianos no podemos vivir sin perdonarnos, porque somos conscientes de que cada día nos ofendemos unos a otros. Sabemos que todos nos equivocamos y erramos. Sabemos que todos caemos por causa de nuestra fragilidad, orgullo y egoísmo. Y aún así, Dios nos perdona. 

Jesús nos pide que curemos inmediatamente las heridas que nos provocamos unos a otros, que volvamos a tejer de inmediato el amor fraternal que rompemos con el rencor. 

Si aprendemos a perdonar de inmediato, sin esperar, el resentimiento no nos envenenará a nosotros mismos. No podemos dejar que acabe el día sin pedirnos perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra. 

Si aprendemos a pedir perdón inmediatamente y a darnos el perdón recíproco, se sanan todas las heridas y se fortalecen las relaciones. A veces, no es necesario hablar mucho. Es suficiente con un ademán, una caricia, un abrazo, una palabra cariñosa. Entonces, todo comienza de nuevo.

Por el contrario, si nos creemos poseedores de la razón y no somos capaces de mirar al otro con compasión, como Dios nos mira a nosotros, perdemos la paz  y el amor de Dios. Si no somos capaces de dar ese perdón, de ser misericordiosos con los demás, Dios no estará en nuestro corazón.

¿Quiénes somos nosotros para negar ese perdón al hermano cuando Cristo nos perdonó todos nuestros pecados muriendo en la Cruz? 

El espíritu del mundo nos incita a ser vengativos y justicieros. Nos anima a utilizar la estrategia perniciosa del "win/lose". Nos canta "no time for losers"Pero ante un desacuerdo entre cristianos, nadie gana. 

En la resolución de conflictos, yo utilizo una táctica que aprendí en la universidad y que me da resultados: "Para ti la razón y para mí, la paz". Así, siempre ganamos ambos. Es la estrategia de marketing "win/win"cuyo objetivo es que todas las partes salgan beneficiadas.

Contrario al espíritu del mundo, Dios nos insiste constantemente en la necesidad del perdón sanador y restaurador a lo largo de la Sagrada Escritura:

- La Parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32).
- El Padrenuestro (Mateo 6,14).
- El cultivo del amor (Proverbios 17,9). 
- La bondad y compasión con todos (Efesios 4, 32)
- La tolerancia (Colosenses 3,13). 
- La amabilidad (Efesios 4, 32).

Perdonar

Perdonar a los demás y a nosotros mismos nos ayuda a ser felices. Sin el perdón, se instala en nosotros el resentimiento, una enfermedad del alma y uno de los principales escollos para la felicidad".

El resentimiento es una auto-intoxicación psíquica, un auto-envenenamiento interno, que produce una respuesta emocional, mantenida en el tiempo, a una agresión percibida como real, aunque exactamente no lo sea. Esta respuesta consiste en un sentirse dolido y no olvidar.

Una persona resentida es una persona enferma. Tiene la enfermedad dentro, bloqueándole para la acción, al encerrarse en sí mismo, presa de su obstinación. 

Sin embargo, no siempre tiene por qué dar respuestas externas desagradables, violentas o llamativas. En ocasiones, puede actuar con gran sutileza, incluso con aparente delicadeza, y aún así, no perdona porque su corazón está herido y no responde con libertad; está preso de su propio resentimiento. La intoxicación está dentro y va haciendo su labor, envenenándole y corroyéndole interiormente.

Ademas, una persona resentida y rencorosa le concede a la otra persona la potestad de coartar su libertad para ser feliz, le está entregando la llave de su estado de ánimo. 

La felicidad nunca debiera estar sometida o depender de factores circunstanciales o externos porque ésta se encuentra en nuestro interior; tenemos que saber descubrirla en lo más profundo de nuestro corazó
n.

Al romper las cadenas
del resentimiento y optar por el perdón, recuperamos la libertad y la felicidad.

Ser perdonado

Mientras el resentimiento tiene que ver con los afectos, el perdón tiene más que ver con la voluntad. Al perdonar, optamos por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído con su proceder, es decir, le liberamos en cuanto deudor. Le otorgamos también libertad y felicidad.

Para perdonar:

Ponte en el lugar del otro
Hay que aprender a ponerse en el lugar del otro, antes de juzgar sus acciones. Es decir, ser empáticos. Casi todas las actitudes y conductas humanas tienen una explicación.

Piensa que quizá necesita tu ayuda
Si hemos sido ofendidos o agredidos, el problema es del ofensor o agresor, porque es quien ha actuado mal. Perdonando, le tendemos la mano porque quizás, necesita nuestra ayuda.

No ofende quien quiere
Existe un dicho que dice "No ofende quien quiere sino quien puede". Tenemos que tener claro que nadie puede hacernos daño si nosotros no queremos. Está en nuestras manos levantar un muro que nos proteja de las ofensas.

No existe la perfección humana
Nadie es perfecto. "Equivocarse es de humanos y rectificar, de sabios". A veces, los problemas surgen cuando buscamos o exigimos una perfección exagerada en los demás, "cuando vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro". Todos somos falibles. Todos somos pecadores. 

Perdón frecuente, no excepcional

La novedad del mensaje de Cristo es el amor y la misericordia. No se trata de amar y perdonar a nuestros seres queridos o a nuestros amigos. 

El amor y la misericordia que Dios nos pide es para todos, incluso a nuestros enemigos. Pero además, debemos habituarnos a perdonar con frecuencia, no como algo excepcional. 

Para ello, es necesario que seamos conscientes de que los demás también son seres amados y pensados por Dios

Es preciso entender que el Señor ha pensado y creado a cada persona de una manera única y particular. Cada ser humano ha sido dotado por Dios con una luz primordial original y genuina.

Por ello, es preciso estar dispuestos y ser capaces de ver lo mejor del corazón del otro y llegar a poder decirle con un corazón misericordioso: "Sé que no eres así, sé que eres mucho mejor y te perdono. ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?".

martes, 4 de abril de 2017

LA LUZ PRIMORDIAL: ANTÍDOTO PARA LA ENVIDIA


"Nosotros también en otro tiempo fuimos unos locos, 
desobedientes, descarriados, 
esclavos de toda clase de concupiscencias y placeres, 
malos y envidiosos, 
odiados de todos y odiándonos mutuamente unos a otros. 
Pero Dios, nuestro Salvador, 
al manifestar su bondad y su amor por los hombres, 
nos ha salvado, no por la justicia que hayamos practicado, 
sino por puro amor, mediante el bautismo regenerador 
y la renovación del Espíritu Santo, 
que derramó abundantemente sobre nosotros 
por Jesucristo, nuestro Salvador, 
a fin de que, justificados por su gracia, 
seamos herederos de la vida eterna, tal y como lo esperamos." 
(Tito 3, 3-7) 


El diccionario define la envidia como  el "sentimiento de tristeza o enojo que experimenta una persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee."

La envidia es la conciencia dolorosa y resentida de una ventaja disfrutada por otra persona. La Biblia está repleta de situaciones que nos hablan de la envidia. Fijémonos en la parábola del hijo pródigo del Evangelio de Lucas: vemos cómo el hermano mayor llega del campo y no sólo se enfada con el Padre sino que no quiere entrar y alegrarse por su hermano (Lucas 15, 5-32).

El Rey Salomón nos dice en Proverbios 14,30 que “El corazón apacible es vida de la carne; Mas la envidia es carcoma de los huesos; y en Eclesiastés 4, 4: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.”

El Santo Job dice: “Es cierto que al necio lo mata la ira, Y al codicioso lo consume la envidia.”(Job 5,2).

Esclavizados por la tiranía de la envidia, lloramos por los que se alegran y nos alegramos por los que lloran. La envidia es un camaleón sutil con muchas caras, se disfraza de suave adulación durante un minuto y de indignación injusta en al siguiente.

El peligro del éxito

La envidia es la enemiga de la fraternidad y la asesina de la comunión. Opera cerca de casa y asalta nuestras relaciones más cercanas. 

En el colegio o en el trabajo, la envidia nos ciega la vista cuando uno de nuestros compañeros de clase saca mejores notas, tiene más amigos, es mejor, más simpático, más educado, más dotado, más inteligente, más popular, más estimado o más exitoso. 

En casa, no vemos con buenos ojos o incluso, nos molesta que nuestro cónyuge progrese en el mundo laboral. Y yo mismo, he sufrido la envidia de mis propios padres: "un hijo nunca puede ser ni tener más que sus padres".

El éxito humano siempre engendra envidia, y con ella viene la rivalidad, la competencia, la codicia y el resentimiento. En la medida que prefiramos cambiar una relación de amor por una de envidia, sólo encontraremos resentimiento y amargura.

El éxito viene de Dios

Afortunadamente para nosotros, Dios es plenamente consciente de este pecado capital nuestro y lo aborda de frente. 

En el evangelio de Juan, los discípulos de Juan el Bautista vienen a él con palabras que parecen hechas a medida para provocar la envidia: "Fueron a Juan y le dijeron: "Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, está bautizando y todos acuden a él". Juan respondió: "El hombre no puede apropiarse nada si Dios no se lo da."  (Juan 3, 26-27)

La respuesta de Juan vale su peso en oro. En primer lugar, les recuerda de dónde proviene toda bendición, éxito y oportunidad.  Cuando recordamos que el éxito nos lo regala Dios, matamos la envidia. Sin embargo, muchos de nosotros osamos contradecir la sabiduría divina, murmurando y criticando las oportunidades o el éxito de los demás.

Segundo, Juan recuerda su papel. Él es el amigo del Novio, el padrino, no el Esposo. Y los padrinos son felices cuando ven al novio y cuando oyen su voz. Sin embargo, muchos de nosotros jugamos a reemplazar al Novio. No queremos ser Jesús. A veces actuamos como si compitiéramos para ser el mejor hombre. 

Por eso es tan importante trabajar para alegrarnos mucho cuando oímos la voz del Novio en las voces de nuestros compañeros padrinos. ¿Qué estamos diciéndole al Novio si nuestra reacción ante un hermano es quejarse, quejarse o despedirlo?

Finalmente, la alegría de Juan se completa cuando el Novio llega y lo supera. Cuando Cristo aumenta, Juan se contenta con disminuir. Sin embargo, muchos de nosotros no nos alegramos cuando Cristo aumenta en otra persona.

La luz primordial

El otro día, escuchando a mi director espiritual, comprendí cuál es la clave para descartar definitivamente la envidia. Me contó lo que el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira definía como "luz primordial": 

"Cada hombre es llamado a contemplar a Dios y a reflejar sus perfecciones de un modo propio y característico". 

"Todo hombre nació para alabar a Dios. Esa alabanza se hace por la contemplación de ciertas verdades, virtudes y perfecciones divinas. La ‘luz primordial' es la aspiración existente en el alma de cada persona para contemplar a Dios de un modo propio".

"Cuando la persona consigue discernir su "luz primordial", descubre la virtud que dará unicidad a su llamado; como si fuese un rayo a brillar en su vida, indicando el norte para el cual ella mejor alcanzará a Dios. En el momento en que la persona llega a tornarla explícita para sí misma, encuentra su vía de santificación y, en ella, la paz interior".

"Todo hombre está dotado de un "centelleo de Dios", puesto por el Creador exclusivamente en su alma: no ha puesto ni pondrá otro a lo largo de toda la Historia."

"Cada hombre es, por así decirlo, un momento único de la Historia de Dios"

Monseñor João Clá tiene también un brillante comentario a ese respecto: 

"A manera de un punto en la superficie de un espejo, cada persona recibe del Sol de Justicia un rayo de luz sobrenatural impar. Y solamente ella puede y debe reflejarlo cada vez más en esta vida, hasta reflejarlo sin defecto en la eternidad. Así, ese concepto puede ser aplicado a la afirmación del salmista: "in lumine tuo videbimus lumen" - "en tu luz veremos la Luz" (Salmo 36, 10).
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"De ahí resulta que cada alma tiene un matiz irrepetible, que la torna, en algún punto, superior a todas las otras. Por ser ella, la "luz primordial", un don de Dios, fue concedida a todos los hombres para habilitarlos a reflejar las perfecciones divinas. O sea, desde aquel individuo menos agraciado hasta en el más dotado que pueda existir en la Historia de la Humanidad, ella estará presente".

Entonces, ¿por qué envidiar la luz de otros si Dios se la ha dado para que le veamos a Él en el prójimo? ¿qué razón hay para anhelar algo que cada uno de nosotros tenemos de forma exclusiva y única? ¿qué motivo nos impulsa a envidiar a otros si nosotros también estamos dotados de una "luz primordial"? ¿por qué envidiar a otros si todos somos hijos "únicos" de Dios?

Estoy convencido de que esta es una de las grandes pruebas de un cristiano: pasar de la envidia al halago, de la amargura a la alegría, de la oscuridad a la luz primordial

Así que os invito a asumir la prueba conmigo. La próxima vez que alguien brille, tenga éxito o una oportunidad que deseamos para nosotros, ¿Cómo reaccionaré? ¿murmuraré como el hermano mayor en la parábola del Hijo Pródigo o celebraré una fiesta con él? 

No se trata sólo de aceptar el éxito de los demás, sino de alegrarme, de celebrar, de bailar y comer por su éxito. 

Cuando alguien es bendecido por Dios, ¿estoy lleno de gratitud o vacío de amor por una rivalidad envidiosa? ¿Mi corazón se encoge de ira y amargura, o se hincha y se desborda con alegría? Cuando se trata de los triunfos o los frutos de otros, ¿soy su mayor fan o su mayor crítico? ¿veo la mano de Dios en ellos? En general ¿veo la "luz primordial" de los demás?

Por eso, le pido al Espíritu Santo que me ayude a ver la luz en los demás, a no consumirme de envidia ni a esclavizarme de rencor por los triunfos de los demás, sino que en vez de ello, la Gracia agrande mi corazón para alegrarme de sus bendiciones y que mi gozo sea completo cuando escucho la voz del Novio aumentando los dones y talentos de los demás.

Fuente:

-"La luz primordial"  (Gaudium Press)


Sugerencia:

-"La luz primordial y las potencias del alma: Plinio Corrêa de Oliveira- Charla en São Paulo, octubre de 1957.

viernes, 3 de marzo de 2017

LA FALTA DE PERDÓN NO ES CRISTIANA

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"Si os indignáis, no lleguéis a pecar
y que vuestra indignación cese antes de que se ponga el sol;
no deis ninguna oportunidad al diablo.
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, 
que os ha marcado con su sello para distinguiros el día de la liberación.
Desterrad la amargura, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad.
Sed bondadosos y compasivos;
perdonaos unos a otros, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.
(Efesios 4, 26-27 y 30-32)

Según el diccionario, perdonar significa "olvidar la falta que ha cometido otra persona contra ella o contra otros y no guardarle rencor ni castigarla por ella, o no tener en cuenta una deuda o una obligación que otra tiene con ella". Es decir, disculpar a alguien que nos ha ofendido o no tener en cuenta su falta

En la Biblia, la palabra griega que se traduce como “perdonar” es “aphiemi”, “afiemi”. Aparece más de 134 veces y significa literalmente “dejar pasar”, "dejar de exigir el pago de una deuda", “despedir, hacer salir, dejar atrás, abandonar, absolver, cancelar una deuda, soltar”. 

Perdonar no es fácil porque la ofensa nace del orgullo y éste conduce al rencor. La ofensa siempre exige justicia, exige reparación. Sin embargo, cuando nos sacudimos el resentimiento y dejamos de pedir compensación por el daño sufrido, somos capaces de perdonar. Perdonando, amamos y amando, perdonamos. La Biblia enseña que el perdón se basa en el amor sincero, que “no se irrita ni lleva cuenta del mal” (1 Corintios 13, 5).

Desgraciadamente, la falta de perdón sacude nuestro mundo. 

A nivel general, es causa de guerras, conflictos, asesinatos, luchas, separaciones y divorcios. 

A nivel individual, es causa de orgullo, ira, amargura, odio, envidias y celos. 

La falta de perdón produce en el corazón heridas emocionales y espirituales, que esclavizan y encadenan el alma. Y en el cuerpo, enfermedades como la depresión, la angustia o la ansiedad e incluso hacia la muerte (suicidio).

Imagen relacionadaEl orgullo es la puerta por donde llegan todos los demás pecados como la ira, el rencor, el odio, el resentimiento y la amargura, y nos convierte en esclavos de Satanás y de su maldad. Al caer en la trampa de la ofensa y de la indignación, somos incapaces de mostrar bondad. 

Un cristiano prisionero de la ofensa no tiene paz ni caridad, se aparta de la gracia del Señor y entristece al Espíritu Santo (Efesios 4, 30). Quien se mantiene en la ofensa no es capaz de perdonar.

El Papa Francisco nos dice que “debemos perdonar porque somos perdonados”, y "que aquel cristiano o cristiana, que va a la Iglesia, que va a la parroquia, no perdona y no vive lo que predica, causa escándalo y destruye la fe". “Debemos perdonar, porque somos perdonados. Y esto está en el Padre Nuestro: Jesús nos lo ha enseñado ahí. Y esto no se entiende en la lógica humana, la lógica humana te lleva a no perdonar, a la venganza; te lleva al odio, a la división”.
Cuando rezamos la oración que nos enseñó Jesús, el Padrenuestro, decimos: "perdona nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a quienes no son ofenden" (Lucas 11,4)Pero la realidad dice que no siempre la cumplimos. 
La Biblia nos dice: "Buscad afanosamente la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor; vigilad para que nadie sea privado de la gracia de Dios, para que ninguna raíz amarga vuelva a brotar y os perturbe, lo cual contaminaría la masa. (Hebreos 12, 14-15).

La falta de perdón nos aleja de la paz y de la santidad, nos envenena el alma por causa del resentimiento y la vanidad. Muchas veces pensamos que el perdón es algo que regalamos al otro sin darnos cuenta que nosotros mismos somos los más beneficiados, al quedarnos en paz.

Una vez escuche al P. Roel:"quien más ama es quien primero pide perdón". Y es que el perdón surge del amor incondicional. El mismo amor ágape de Dios y que nos libera de las esclavitudes del Diablo, que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. 
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El perdón se basa en la aceptación de lo que pasó. Significa tender la mano y aceptar a la persona que nos ofendió como hijo de Dios y hermano nuestro. 

No significa estar de acuerdo con lo ocurrido, ni aprobarlo ni restarle importancia, ni tampoco darle la razón a quien que te hirió. 

Simplemente, significa apartar de nuestra mente aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor de corazón. El perdón sana nuestros recuerdos.

Si guardamos en nuestro corazón odio, rencor, o resentimiento por las ofensas recibidas, perpetuamos nuestro malestar y nos consumimos en el pasado. Cada vez que recordamos cualquier episodio que nos causa dolor, dejamos de vivir el aquí y el ahora; dejamos de avanzar en nuestro desarrollo personal y peor aún, nos estancamos en nuestro crecimiento espiritual.

La falta de perdón puede disfrazarse de diferentes maneras. Algunos dicen con cierto tono de enfado que ya han perdonado, pero su amargura evidente los delata. Otros dicen que perdonan pero no olvidan, algo que sigue endureciendo su corazón. Otros quizás, piensen que han perdonado pero puede que la falta de perdón se aloje, escondida, en su corazón.

Para estar seguro de que he perdonado me pregunto¿Deseo que alguien reciba su merecido? ¿Hablo de forma crítica, negativa o despectiva de esa persona a los demás? ¿Busco venganza? ¿Sigo dándole vueltas a lo que alguien me hizo? ¿Cómo me siento cuando le sucede algo bueno a esa persona? ¿He dejado de culpar a esa persona? ¿Me resulta difícil o imposible rezar a Dios por quien me ha ofendido?

Como cristianos, estamos llamados a ser sinceros de corazón, porque aunque queramos engañar a otros o incluso, a nosotros mismos, Dios todo lo ve. Nuestro enfoque debe estar dirigido a liberarnos de la carga pesada que significa el rencor, tanto si hemos ofendido como si hemos sido ofendidos.

Resultado de imagen de romper cadenasEs un ejercicio de liberación y de paz considerar las circunstancias o situaciones  en las que se encontraba la persona que me ofendió, para llegar a hacer lo que hizo o dijo, aun intencionalmente. O también, pensar qué parte de culpa tuve yo para haber propiciado la ofensa.

Sí me instalo en pensamientos victimistas o negativos, no seré capaz de ver a Dios en esa persona. Esa persona también es hijo suyo, y Dios la ama tanto como a mí.

En lugar de seguir sufriendo con rencor y resentimiento, debemos mostrar caridad buscando el lado positivo y de bondad de esa persona, debemos pensar por qué razón Dios la puso en nuestro camino, lo que nos une a ella, etc.

Personalmente, le pido al Señor que bendiga a esa persona que me hirió, y que le muestre lo que hizo mal, y se arrepienta. Le pido a Dios que me conceda su Gracia y no me deje caer en la tentación del rencor y el orgullo.

Ya la he pedido perdón con humildad y contrición. Ya la he perdonado y me he liberado del resentimiento, de la tristeza y de la trampa de Satanás


"Pues bien, si alguno ha causado tristeza, no sólo me la ha causado a mí, 
sino -en cierto modo, para no exagerar- a todos vosotros. 
A ése ya le basta con el castigo que le ha impuesto la mayoría. 
De modo que ahora debéis más bien perdonarle y consolarle,  
no sea que se desespere de tanta tristeza. 
Por esto os suplico que le deis pruebas de vuestro amor.
Con este fin os escribí: para conocer y probar si sois obedientes en todo. 
Al que perdonáis, yo también lo perdono; 
lo que yo perdono, si es que tengo algo que perdonar, 
lo perdono por amor a vosotros y en la presencia de Cristo; 
para que Satanás no se aproveche de todo, 
pues no ignoramos sus astucias." 
(2 Corintios 2,5-11)





jueves, 2 de marzo de 2017

LA TRAMPA DE SATANÁS


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"Te aconsejo que me compres 
oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, 
vestiduras blancas para vestirte, 
y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, 
y un colirio para que unjas tus ojos y veas." 
(Apocalipsis 3, 18)

La Providencia ha puesto en mis manos un interesante libro sobre la ofensa y el perdón: “La trampa de Satanás”, de John Bevere (pastor evangélico americano), cuya lectura recomiendo, a quien se sienta ofendido y no sea capaz de perdonar. 

Y es que la ofensa es el obstáculo más difícil al que un cristiano debe enfrentarse, es la prueba más difícil de superar porque tendemos a fijarnos sólo de los “escándalos” de los demás, a juzgarles y a dictar sentencia en nuestro tribunal particular.

Sin embargo, Jesucristo, en el evangelio de Lucas 17, 1-4, nos dice: "Es inevitable que haya escándalos; pero ¡ay de aquel que los provoca! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeñuelos. Tened cuidado". "Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día y otras tantas se acerca a ti diciendo: Me arrepiento, perdónalo". 

Dios nos exhorta a reprender a nuestro hermano, si peca; y, por supuesto, a perdonarlo, si se arrepiente. Nos dice que una situación de ofensa "es inevitable" (tremenda afirmación de parte de Dios) pero que lo importante, es la reacción que adoptemos ante ella. 

Nuestra tarea como cristianos no es juzgar ni ver los defectos de nuestro prójimo, sino, al igual que los apóstoles, pedirle a Dios: "Acrecienta nuestra fe", para ver sus virtudes y su filiación con Dios.

Carnaza

John Bevere, autor de "La trampa de Satanás" dice que "todo cazador que se precie, conoce los requisitos necesarios para que una trampa sea eficaz: debe estar escondida y debe tener carnaza". Y precisamente así es como opera el Diablo, el "cazador de almas". Satanás es sutil, astuto, hábil y se deleita en el engaño. Y no debemos olvidar que puede disfrazarse de ángel de luz, por lo que, si no estamos preparados, no reconoceremos sus trampas

La
carnaza favorita y más utilizada por el Diablo es la ofensa, que en nosotros, produce unos efectos: dolor, enfado, ira, celos, resentimiento, amargura, odio y envidia, y nos lleva a unas consecuencias: insultos, ataques, heridas, divisiones, separaciones, relaciones rotas, traiciones y personas que se apartan del Señor. 

Quienes caen en la trampa ni siquiera se dan cuenta de que están atrapados. No pueden ver de forma coherente la situación, porque están concentrados sólo en el daño que se les ha hecho. Se encuentran en un estado de negación y de concentración en sí mismos

Las ofensas se producen por falta de amor verdadero y por exceso de orgullo. Y abundan tanto que creemos que es algo normal. Sin embargo, nuestra reacción a la trampa es la que determina nuestro estado de ánimo y nuestra forma de actuar. 

Muchas personas se encuentran incapacitadas para actuar normalmente dado que viven la ofensa como una traición, sobre todo, de las personas más cercanas o más queridas. Y esa traición transforma el amor en odio. Un odio que se incrementa e intensifica en las guerras civiles: hermanos contra hermanos, hijos contra padres, padres contra padres. 

Altas expectativas

Las personas a quienes amamos y apreciamos son las que más intensa y dolorosamente nos hieren, porque esperamos mucho de ellos y porque les hemos dado más de nosotros. 

Cuanto mayores son las expectativas, más profundas son las heridas y cuanto más cercana es la relación, mayor amargura de corazón. 

Si tengo altas expectativas con respecto a una determinada persona, con seguridad caeré en la decepción al no verlas cumplidas. Pero si no tengo expectativas con respecto a ella, cualquier cosa que reciba será una bendición, no algo que me deba. 

Cuando exigimos a las personas un determinado comportamiento, estamos preparándonos para ser ofendidos. 

Cuanto más esperamos de los demás, mayor posibilidad de caer.

Prisioneros y víctimas

Y cuando caemos en la trampa, nos convertimos en prisioneros de Satanás, quedamos atrapados en sus engaños, de tal forma, que pensamos que tenemos razón y que hemos sido tratados injustamente. Nuestra visión cristiana de las cosas se oscurece y juzgamos en base a presunciones, apariencias y comentarios de terceros.

El Diablo nos mantiene atados en ese estado de odio, frustración y amargura escondiendo la ofensa, cubriéndola con el manto del orgullo, que nos impide ver la verdadera realidad (como en el Edén con Adán y Eva) y que distorsiona nuestra visión. 

Y es que sucede que cuando pensamos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (2 Timoteo 2,24-26). 

El orgullo nos conduce al victimismo. Nuestra actitud, al sentirnos maltratados, justifica nuestro comportamiento. Creemos en nuestra inocencia y en que hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. 

Pero aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros y para los demás, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferramos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta! 

Jesús nos da la solución para salir de la trampa y librarnos del engaño: "Te aconsejo que me compres oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, vestiduras blancas para vestirte, y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que unjas tus ojos y veas." (Apocalipsis 3, 18). Nos dice que compremos: oro refinado, vestiduras blancas y colirio. Extraño, ¿no?

"Oro refinado"

El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.), se vuelve duro, menos maleable y más corrosivo. Esta mezcla se llama “aleación”. Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro. 

Resultado de imagen de ORO REFINADOUn corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Sin embargo, un corazón impuro es como una roca dura. 

Hebreos 3,13 dice que los corazones se endurecen por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta produce más amargura, ira y resentimiento

Son estas sustancias agregadas las que endurecen nuestros corazones y reducen o eliminan por completo la caridad, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios queda obstruida y nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño del Enemigo. 

El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite con un fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinados con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. 

De manera parecida, Dios nos refina, nos enriquece con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia. "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción"(Isaías 48,10). "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1,6, 7). 

"Colirio"

Otro elemento clave para librarnos de la trampa es nuestra capacidad para ver correctamente. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, la envidia y el rencor que surgen. No vemos claramente.

Resultado de imagen de COLIRIOJesús nos dice que con el colirio podemos ver nuestro verdadero estado y así, ser capaces de arrepentirnos. El arrepentimiento llega cuando dejamos de culpar a los demás. 

Recordemos la escena del Paraíso de Adán y Eva una vez cayeron en la trampa de la serpiente: 

Cuando Dios le preguntó a Adán por qué había comido del árbol prohibido, él le echó las culpas a Eva y al propio Dios: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". (Génesis 3, 12). En el corazón de Adán no había arrepentimiento. 

Cuando Dios le preguntó a Eva, ésta le echó las culpas a la serpiente: "La serpiente me engañó y comí". (Génesis 3, 14). En Eva tampoco había arrepentimiento.

Cuando culpamos a los demás y defendemos nuestra posición, estamos ciegos. El colirio es la revelación de la verdad, que nos trae libertad y que conseguimos a través de la oración, de la Eucaristía, de la Adoración...en definitiva, cuando estamos en estado de gracia y en la presencia de Dios.

"Vestiduras blancas"

Las vestiduras blancas son el amor ágape. Es el amor que Dios derrama en los corazones de sus hijos. Es el mismo amor que Jesús nos da gratuita e incondicionalmente. No está basado en nuestras acciones, ni en las de otros, ni siquiera recibe amor a cambio. Es un amor que da, aunque sea rechazado. 

Imagen relacionadaSin Dios sólo podemos amar con un amor egoísta, un amor que no se da si no es recibido y correspondido. El ágape ama sin importar la respuesta. 

Este ágape es el amor que Jesús mostró al perdonarnos en la cruz. En su hora de mayor necesidad, sus amigos más cercanos le abandonaron: Judas le traicionó, Pedro le negó, y los demás huyeron para salvar sus vidas. Sólo Juan le siguió desde lejos. 

Jesús había cuidado de ellos durante tres años, los había alimentado y les había enseñado. 

Sin embargo, mientras moría por los pecados del mundo, Jesús los perdonó. Liberó a todos, desde sus amigos que le habían abandonado hasta el guardia romano que le había crucificado. Ellos no le pidieron perdón, pero Él lo brindó gratuitamente. Jesucristo no puso grandes expectativas en el hombre sino en el amor del Padre. 

Nuestras vestiduras blancas podemos adquirirlas a través del sacramento de la Reconciliación: en la confesión, con nuestro corazón contrito y arrepentido, Dios nos reviste de blanco, nos limpia y nos sana.