¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta pensamiento de san Pablo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pensamiento de san Pablo. Mostrar todas las entradas

martes, 1 de diciembre de 2020

TEOLOGÍA PAULINA (2): DOCTRINA MORAL Y ESCATOLÓGICA

"Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, 
por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; 
pues en él habéis sido enriquecidos en todo: 
en toda palabra y en toda ciencia; 
porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo" 
(1 Co 1, 4-6)

Continuamos, en este segundo artículo, reflexionando la teología paulina y, en concreto, hoy nos centraremos en la moral y escatología de san Pablo.

A lo largo y ancho de sus cartas a las iglesias, que empezó a escribir hacia el 50 d.C., apenas veinte años de la muerte y resurrección del Señor, cada vez que san Pablo toca asuntos eclesiales, inevitablemente surgen advertencias y recomendaciones sobre la conducta de los creyentes en Cristo. Esos consejos son también para nosotros.

San Pablo llama a todos los cristianos, sin excepción y sin dilación, a una conducta moral intachable y coherente con el Evangelio de Cristo, y para ello, no tiene problema alguno en corregir las conductas desviadas al respecto que puedan surgir en cada comunidad.

A los Tesalonicenses, primeros destinatarios de sus cartas, les expondrá su primera catequesis y les recordará sus enseñanzas y su aplicación a las necesidades de la comunidad, les hablará sobre la pureza y la santidad, del amor fraternal y de la parusía.

A los Gálatas les explicará las diferencias entre los "frutos del Espíritu" y las "obras de la carne" y les expondrá el gran tema de la justificación por la fe y no por la Ley. 

A los Filipenses les hablará sobre la humillación (muerte) y gloria (resurrección) del Señor, el himno cristológico más importante de todo el Nuevo Testamento, y también, sobre la estructura jerárquica de la Iglesia.

A los Colosenses les introducirá en el misterio de Cristo como destino del creyente, y les advertirá de los peligros del gnosticismo.

A los Corintios les aconsejará sobre la conducta del cristiano en comunidad, sobre el matrimonio y la virginidad, sobre el peligro de la idolatría, sobre la unidad de la Iglesia como cuerpo de Cristo y sobre la resurrección de los muertos.

A los Efesios, desde su primera cautividad romana, les hablará de las leyes de la vida doméstica y familiar, de la salvación por Cristo y del nacimiento del hombre nuevo.

Pero será a los Romanos, que viven en la capital del Imperio "perverso", a quienes les expondrá una síntesis de su pensamiento moral: sobre el pecado original, que afecta tanto a paganos como a judíos; sobre la justificación y el fin de la Ley; sobre la salvación, que viene sólo de Cristo; sobre la fe, la esperanza y la caridad; sobre el bautismo, que da a luz a la nueva criatura en Cristo; sobre la vida en el Espíritu, en clara confrontación al "espíritu imperial"; y sobre todo, sobre la imitación a Cristo como nuestro Salvador.  

Discurso moral

Una característica sobresaliente del pensamiento paulino es que conecta la moral con la redención subjetiva o justificación

Resulta particularmente chocante el capítulo 6 de la carta a los Romanos. En el bautismo "el hombre viejo es crucificado con Cristo para que el cuerpo de pecado sea destruido con el fin de que no sirvamos ya más al pecado" (Rom 6, 6). 
Nuestra incorporación al cuerpo místico de Cristo, a la Iglesiano es solamente una transformación y una metamorfosis, sino una acción real, el nacimiento de un nuevo ser, sujeto a nuevas leyes y, por consiguiente, a nuevos deberes, y a nuevas relaciones: la filiación a Dios Padre, la consagración al Espíritu Santo, la identidad mística con nuestro salvador Jesucristo y la hermandad con los otros miembros de Cristo. Pero esto no es todo. 

Pablo dice a los conversos: "Gracias sean dadas a Dios porque, siendo siervos del pecado, habéis obedecido de corazón a la doctrina en la que habéis sido liberados . . . . Pero ahora, siendo libres del pecado, habiéndoos convertido en los siervos de Dios, tenéis el fruto de la santificación, y en la vida eterna" (Rom 6, 17, 22). 

Por el acto de fe y su sello, el bautismo, el cristiano se hace libre y voluntariamente siervo de Dios y soldado de Cristo. 

La voluntad de Dios, que el cristiano acepta de antemano en la medida en que se manifiesta, se convierte, de ahí en adelante, en su código de conducta

Así es que el código moral de San Pablo descansa por un lado en la voluntad positiva de Dios dada a conocer por Cristo, promulgada por los apóstoles, y aceptada virtualmente por los neófitos en su primer acto de fe, y por otro lado, en la regeneración por el bautismo y en la nueva relación que él produce. Todos los mandamientos y recomendaciones de Pablo son una mera aplicación de estos principios.

Discurso escatológico

El discurso escatológico paulino está fundamentado en tres conceptos: Parusía, Resurrección y Juicio Final.
La descripción gráfica de la parusía paulina (1 Tes 4, 16-17; 2 Tes 1, 7-10) contiene casi exactamente los mismos puntos esenciales del gran discurso escatológico de Cristo (Mt 24; Mc 13; Lc 21). 

Una característica común de estos pasajes es la proximidad aparente de la parusía. San Pablo no afirma que la venida del Salvador esté próxima. En cada una de las cinco epístolas en las que expresa el deseo y la esperanza de ser testigo presencial de la venida de Cristo, considera al mismo tiempo la probabilidad de la hipótesis contraria, demostrando así que carece de certeza y de revelación explícita en este punto. Sabe sólo que el día de la venida del Señor será inesperado, como llega un ladrón (1 Tes 5, 2-3), así es que aconseja a los neófitos el estar listos sin descuidar los deberes de estado (2 Tes 3, 6-12). 

Aunque la llegada de Cristo sea súbita, estará precedida por tres signos
  • apostasía general (2 Tes 2, 3)
  • aparición del Anticristo (2, 3-12)
  • conversión de los judíos (Rom 11, 26)
Una circunstancia particular de la predicación de San Pablo es que el justo que viva en la segunda venida de Cristo pasará a la inmortalidad gloriosa sin morir (1 Tes 4, 17; 1 Co 15, 51; 2 Co 5, 2-5).

Debido a las dudas de los Corintios, Pablo trata de la resurrección en Cristo con algún detalle. No ignora la resurrección de los pecadores, que afirmó ante el Gobernador Félix (Hch 24, 15), pero no habla de ella en sus epístolas. Cuando dice que "los muertos que están en Cristo surgirán primero" (1 Tes 4, 16), su “primero” no se refiere a otra resurrección sino a la gloriosa transformación de los vivos. 

Para san Pablo sólo existe la resurrección gloriosa de los justos. La resurrección de los réprobos no entra en su horizonte teológico, y así, sus argumentos con respecto a la resurrección, se pueden reducir a tres

-la unión mística del cristiano con Cristo
-la presencia en nosotros del Espíritu y la convicción interior
-la fe sobrenatural de los apóstoles. 

¿Cuál es la condición de las almas de los justos entre la muerte y la resurrección? Gozar de la presencia de Cristo (2 Co 5., 8); su heredad es envidiable (Fil 1 23); de donde se deduce que es imposible que sean sin vida, sin actividad, sin conciencia.
El juicio, según san Pablo, y según los sinópticos, está relacionado estrechamente con la parusía y la resurrección. Son los tres actos del mismo drama que constituyen la ley del Señor (1 Co 1, 8; 2 Co 1, 14; Fil 1, 6, 10; 2, 16). "Dado que todos debemos comparecer ante el juicio de Cristo, que todos debemos recibir de acuerdo con nuestros hechos sean ellos buenos o malos" (2 Co 5, 10).

De este texto se deducen dos conclusiones:
  • El juicio será universal, ni los justos ni los réprobos lo eludirán (Rom 24, 10-12), ni siquiera los ángeles (1 Co 6, 3); todos los que comparezcan deberán dar cuenta de la utilización de su libertad.
  • El juicio será según las obras: esta es una verdad reiteradamente expuesta por San Pablo hablando de los pecadores (2 Co 11,15), de los justos (2 Tim 4, 14), y de todos los hombres en general (Rom 2, 6-9). San Pablo considera dos justificaciones, la primera, necesariamente gratuita dado que el hombre era incapaz de merecerla (Rom 3, 28; Gal 2, 16), y la segunda, de acuerdo con sus obras (Rom 2, 6: kata ta erga), dado que el hombre, una vez ornado con la divina gracia es capaz de mérito como de demérito. La recompensa celestial es "una corona de justicia que el Señor, juez justo, otorgará" (2 Tim 4, 8) a aquellos que la hayan ganado legítimamente.
En dos palabras, la escatología de san Pablo no es tan distintiva como se la ha hecho siempre aparecer. Quizá su característica más original sea la continuidad entre el presente y el futuro del justo, entre la gracia y la gloria, entre la salvación incipiente y la salvación consumada. 

Un gran número de términos: redención, salvación, justificación, reino, gloria y, especialmente, vida, son comunes a los dos estados o, más bien, a las dos fases de la misma existencia unidas por la caridad “que perdurará siempre”.

Para profundizar en la teología de san Pablo, un buen comienzo sería la lectura del corpus paulino, es decir, de las cartas a las iglesias y después, las cartas a Timoteo, Tito y Filemón.

Para conocer más a fondo la vida y figura del apóstol, lo más sugerente es leer el libro de los Hechos de los Apóstoles.

lunes, 30 de noviembre de 2020

TEOLOGÍA PAULINA: DOCTRINA CRISTOCÉNTRICA

"Pablo, siervo de Cristo Jesús, 
llamado a ser apóstol, 
escogido para el Evangelio de Dios...
para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, 
para gloria de su nombre" 
(Rom 1, 1-5)

El artículo de hoy pretende esbozar algunos aspectos fundamentales de la teología del gran apóstol de los gentiles, san Pablo, de cuya persona ya hemos hablado en anteriores posts (El apóstol PabloCombatir el buen combate y El aguijón de Pablo). A éste de hoy, le seguirá otro artículo donde repasaremos algunos elementos fundamentales de su discurso moral y escatológico.

Reconozco siempre que san Pablo me ha cautivado particular y profundamente por su conversión, por su disposición, pasión y celo evangelizador, y que es mi particular referente apostólico y teológico.

A pesar de que san Pablo no conoció en persona a Jesucristo (aunque se dice que mientras estuvo en Arabia, discerniendo durante tres años, el mismo Cristo estuvo con él), sí tuvo numerosas ocasiones para preguntar sobre Su vida y enseñanzas a sus testigos presenciales, Bernabé y Silas, o compartirla con los que luego serían historiadores del Señor, Marcos y Lucas, con quienes participó conjuntamente en las tareas de apostolado durante mucho tiempo. 

Un dato significativo de la teología paulina: hay en san Pablo más alusiones a la vida y a las enseñanzas de Cristo que en los propios evangelios

Él es el principal fundador de la Iglesia del primer siglo y de la Teología cristiana, predicador del ascetismo, defensor de los sacramentos y del sistema eclesiástico, valedor de la religión del amor y de la libertad que Cristo nos anunció

Por todo ello, Pablo es llamado "Heraldo del Evangelio", el "segundo fundador del cristianismo."

Discurso teológico

La teología de san Pablo es, fundamentalmente, cristocéntrica, que es la base de su soteriología (salvífica), abarcando la persona y figura del redentor. Todos y cada uno de los detalles en san Pablo convergen en Jesucristo
"Su Evangelio" consiste en la salvación de todos los hombres por Cristo y en Cristo

La humanidad sin Dios

En la carta a los Romanos, san Pablo define que:

-nuestra naturaleza humana se halla bajo el imperio del pecado, que no distingue entre judíos y gentiles (Rom 3, 22-23), y que la causa histórica de este mal fue un hombre: Adán (Rom 5, 12-15).

-el pecado original heredado del primer hombre, se manifiesta externamente y se convierte en la fuente y causa de nuestros pecados actuales. Es la lucha entre la ley, asistida por la razón, y la naturaleza humana, debilitada en la carne y la tendencia al mal (Rom 7, 22-23). 

-Dios no abandona al hombre pecador y por ello, se manifiesta en el mundo visible (Rom 1, 19-20), por la luz de la conciencia (Rom 2, 14-15) para, finalmente, hacerlo a través de su Providencia, siempre activa, paternal y benevolente (Hch, 14, 16; 17, 26). Más aún, en su infinita Misericordia, Dios "salvará a todos los hombres y los hará llegar al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4). 

-Dios conduce paso a paso al hombre hacia la salvación. A los patriarcas, particularmente: a Abrahán, le hizo una promesa libre y generosa, confirmada por el juramento (Rom 4, 13-20; Gal 3, 15-18), que anticipaba el Evangelio. A Moisés le dio su ley, cuya observancia debería haber sido medio de salvación (Rom 7, 10; 10, 5),  y que aún siendo violada, resultó ser una guía que condujo a Cristo (Gal, 3, 24) y el instrumento de Su Misericordia. 

-La ley fue un mero interludio hasta que la humanidad estuvo preparada para la revelación (Gal 3, 19; Rom 5, 20), originando así la intervención divina. (Rom 4, 15). Allá donde abundó el mal, surgió el bien y "la escritura concluyó bajo el pecado, mientras que la promesa, por la fe en Jesucristo, pudo ser dada a los que creen" (Gal 3, 22). 

-Todo esto se cumplió "al final de los tiempos" (Gal 4, 4; Ef 1, 10), es decir, en el momento dispuesto por Dios para la ejecución de sus designios misericordiosos, cuando la impotencia del hombre pudiera manifestarse plenamente. Entonces, "Dios envió a su hijo nacido de mujer bajo la ley, para que pudiera redimir al hombre que estaba bajo la ley, para que pudiera recibir la adopción filial" (Gal 4, 4).

La persona del Redentor
Casi todas las referencias a la persona de Jesucristo llevan, directa o indirectamente aparejado, el papel de salvador. La cristología paulina es siempre salvífica. 

1- Cristo verdadero Dios

Cristo pertenece a un orden superior a lo creado (Ef 1, 21); Él es el creador y el mantenedor del mundo (Col 1, 16-17); Todo es por Él, en Él, y para Él (Col 1, 16).

Cristo es la imagen del Padre invisible (2 Co 4, 4; Col 1, 15); Él es el hijo, el hijo mismo, el bienamado y lo ha sido siempre (2 Co 1, 19; Rom 8, 3, 32; Col 1, 13; Ef 1, 6). 

Cristo es el objeto de las doxologías reservadas sólo a Dios (2 Tim 4, 18; Rom 16, 27); Se le reza como se le reza al Padre (2 Co 12, 8-9; Rom 10, 12; 1 Cor 1, 2); Los dones que se le piden pueden ser sólo concedidos por Dios, particularmente la gracia y la salvación (Rom 1, 7; 16, 20; 1 Co 1,3; 16, 23) ante Él se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo (Fil 2, 10), puesto que toda cerviz se inclina en adoración de su Altísima Majestad. 

Cristo posee en sí todos los atributos divinos:
-eterno: es el "primógenito" y existe antes de todos los tiempos (Col 1, 15-17).
-inmutable: es "de condición divina" (Fil 2, 6).
-omnipotente: tiene poder para hacer surgir todo de la nada (Col 1, 16).
-inmenso: llena todas las cosas con su plenitud (Ef 4, 10; Col 2, 10).
-infinito: "la plenitud divina opera en Él" (Col 2, 9). 

Todos le pertenecen por derecho: el trono de Dios es el de Cristo (Rom 14, 10; 2 Co 5 10); El Evangelio de Dios es el de Cristo (Rom 1, 1, 9; 15, 16, 19); La Iglesia de Dios es la de Cristo (1 Cor 1, 2; Rom 16, 16); el Reino de Dios es el de Cristo (Ef 5, 5), el Espíritu de Dios es el de Cristo (Rom 8, 9). 

Cristo es el Señor (1 Co 8, 6); Se le identifica con el Yahvé del Antiguo Testamento (1 Co 10 4, 9; Rom 10, 13; 1 Co 2, 16; 9, 21); Él es el Dios que “adquirió su Iglesia con su propia sangre" (Hch 20, 28); es nuestro "Dios y salvador Jesucristo" (Tit 2 13); es el Dios "de todas las cosas" (Rom 9, 5), que representa en su infinita transcendencia la suma y sustancia de todo lo creado.
2- Jesucristo verdadero hombre

Jesucristo es el segundo Adán (Rom 5,14; 1 Co 15, 45-49); "el mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim 2, 5), y, en tanto que tal, es necesariamente un hombre. 

Desciende de los patriarcas (Rom 9, 5; Gal 3, 16).

Pertenece a la estirpe de David (Rom 1, 3).

Nacido de mujer (Gal 4, 4), como todos los hombres

Hombre en su apariencia, similar a la de todos los hombres (Fil 2, 7), aunque sin pecado (2 Co 5, 21). 

Aunque san Pablo no explica en ningún sitio cómo se realiza en Cristo la unión de las naturalezas divina y humana, le basta con afirmar que poseía "la naturaleza de Dios, tomó "la naturaleza del siervo" (Fil 2, 6-7), o con afirmar la Encarnación con la siguiente fórmula sucinta: "Dado que en Él se realiza la plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). 

Cristo es una sola persona con las cualidades propias de la naturaleza humana, y las de la naturaleza divina, como la preexistencia, la existencia histórica y la vida gloriosa (Col 1, 15-19; Fil 2, 5-11). 

Cristo es el Dios Hijo y tiene moralmente derecho, incluso como hombre, a los bienes de su Padre, como la inmediata visión de Dios, la felicidad eterna y el estado de gloria. 

Sin embargo, se encuentra despojado temporalmente de una parte de estos bienes para que pueda cumplir su misión en tanto que redentor: Abajamiento y aniquilación de los que nos habla San Pablo.

La redención objetiva, obra de Cristo
El hombre caído es incapaz de levantarse de nuevo sin ayuda. Dios, en su Misericordia, envió su Hijo para salvarlo. 

La teología de san Pablo repite continuamente que Jesucristo nos salvó en la cruz, que “fuimos justificados por su sangre” y que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rom 5, 9-10). 

¿Qué da a la sangre de Cristo, a su muerte, a su cruz esta fuerza redentora y salvadora? San Pablo no responde nunca a esta pregunta directamente, pero nos muestra el drama del Calvario bajo tres aspectos, que se comprenden mejor comparándolos entre sí y que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan
  • la muerte de Cristo es un sacrificio (como los de la antigua ley) para expiar el pecado y para hacernos propicios a Dios. Rom 3, 25 expresa el doble concepto (1) del sacrificio y (2) del sacrificio expiatorio, que son la raíz misma de la enseñanza paulina y de todo el Nuevo Testamento. Cristo fue quien tomó la iniciativa de la misericordia, instituyendo el sacrificio del Calvario y dotándolo de un valor expiatorio. 
  • la muerte de Cristo representa la redención, el pago del rescate que da como resultado la liberación del hombre de su servidumbre anterior (1 Co 6, 20; 7, 23; Gal 3, 13; 4, 5; Rom 3, 24; 1 Co 1, 30; Ef 1, 7, 14; Col 1, 14; 1 Tim 2, 6).
  • Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte física para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la segunda muerte, la eterna. La transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicción, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo murió en nuestro lugar (anti), sino sólo que murió por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Romanos 3, 24-26). Se designan aquí las partes de Dios, de Cristo y del hombre: 
  • Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo. 
  • Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Fil 2, 8; Gal 2, 20). 
  • El hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse, por la fe, del fruto de la redención.
La redención subjetiva, obra de la Gracia
Con la muerte y resurrección de Cristo, la redención se ha completado, en principio y por ley, para toda la raza humana. Todo hombre puede hacerla suya, de hecho, por la fe y el bautismo, que, uniéndole a Cristo, le hace partícipe de la vida divina. 

Según San Pablo, la fe se compone de varios elementos: 
  • sumisión del intelecto a la palabra de Dios
  • abandono del creyente a su salvador que promete asistencia
  • acto de obediencia por el que el hombre acepta la voluntad divina. 
Tal acto de fe posee un valor moral puesto que “da gloria a Dios” (Rom 4, 20) en la medida en la que reconoce su propia impotencia. Es por esta razón por la que "Abraham creyó a Dios y le fue reputado por justicia" (Rom 4, 3; Gal 3, 6). Los hijos de Abraham, del mismo modo, "justificados por la fe sin el auxilio de la ley" (Rom 3, 28; Gal 2, 16). 
Por tanto, Dios otorga gratuitamente la justicia en función de la fe, la cual no es equivalente a la justicia, dado que el hombre es justificado por la gracia (Rom 4, 6), y se convierte en su propiedad y, en adelante, le es inherente.
 
Los protestantes basan la justificación en un buen trabajo (ergon), niegan el valor moral de la fe y predican que la justificación no es sino un juicio formal de Dios, que no altera absolutamente nada la justificación del pecador. 

Tal teoría es insostenible porque: 

1.- Incluso, admitiendo que “justificar” signifique “declarar justo”, es absurdo suponer que Dios declara justo a alguien que no lo es aún, o que no se vuelve justo por la declaración misma. 

2.- La justificación es inseparable de la santificación, dado que esta última es "la justificación de la vida" (Rom 5, 18) y que cada "justo vive por la fe" (Rom 1, 17; Gal 3, 11). 

3.- Por la fe y el bautismo muere el “hombre viejo”, lo que es imposible sin empezar a vivir como hombre nuevo que “de acuerdo con Dios es creado en la justicia y en la santidad” (Rom 6, 3-5; Ef 4, 24; 1 Co 1, 30; 6, 11). 

Podemos, pues, establecer una distinción de definición entre los conceptos de justificación y santificación, pero no podemos separar las dos cosas ni considerarlas como cosas separadas.

...continuará...