"Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros,
por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús;
pues en él habéis sido enriquecidos en todo:
en toda palabra y en toda ciencia;
porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo"
(1 Co 1, 4-6)
Continuamos, en este segundo artículo, reflexionando la teología paulina y, en concreto, hoy nos centraremos en la moral y escatología de san Pablo.
A lo largo y ancho de sus cartas a las iglesias, que empezó a escribir hacia el 50 d.C., apenas veinte años de la muerte y resurrección del Señor, cada vez que san Pablo toca asuntos eclesiales, inevitablemente surgen advertencias y recomendaciones sobre la conducta de los creyentes en Cristo. Esos consejos son también para nosotros.
San Pablo llama a todos los cristianos, sin excepción y sin dilación, a una conducta moral intachable y coherente con el Evangelio de Cristo, y para ello, no tiene problema alguno en corregir las conductas desviadas al respecto que puedan surgir en cada comunidad.
A los Tesalonicenses, primeros
destinatarios de sus cartas, les expondrá su primera catequesis y les recordará sus enseñanzas y su aplicación a las necesidades de la comunidad, les hablará sobre la pureza y la santidad, del amor fraternal y de la parusía.
A los Gálatas les explicará las diferencias entre los "frutos del Espíritu" y las "obras de la carne" y les expondrá el gran tema de la justificación por la fe y no por la Ley.
A los Filipenses les hablará sobre la humillación (muerte) y gloria (resurrección) del Señor, el himno cristológico más importante de todo el Nuevo Testamento, y también, sobre la estructura jerárquica de la Iglesia.
A los Colosenses les introducirá en el misterio de Cristo como destino del creyente, y les advertirá de los peligros del gnosticismo.
A los Corintios les aconsejará sobre la conducta del cristiano en comunidad, sobre el matrimonio y la virginidad, sobre el peligro de la idolatría, sobre la unidad de la Iglesia como cuerpo de Cristo y sobre la resurrección de los muertos.
A los Efesios, desde su primera cautividad romana, les hablará de las leyes de
la vida doméstica y familiar, de la salvación por Cristo y del nacimiento del hombre nuevo.
Pero será a los Romanos, que viven en la capital del Imperio "perverso", a quienes les expondrá una síntesis de su pensamiento moral: sobre el pecado original, que afecta tanto a paganos como a judíos; sobre la justificación y el fin de la Ley; sobre la salvación, que viene sólo de Cristo; sobre la fe, la esperanza y la caridad; sobre el bautismo, que da a luz a la nueva criatura en Cristo; sobre la vida en el Espíritu, en clara confrontación al "espíritu imperial"; y sobre todo, sobre la imitación a Cristo como nuestro Salvador.
Una característica sobresaliente del pensamiento paulino es que conecta la moral con la redención subjetiva o justificación.
Resulta particularmente chocante el capítulo 6 de la carta a los Romanos. En el bautismo "el hombre viejo es crucificado con Cristo para que el cuerpo de pecado sea destruido con el fin de que no sirvamos ya más al pecado" (Rom 6, 6).
Nuestra incorporación al cuerpo místico de Cristo, a la Iglesia, no es solamente una transformación y una metamorfosis, sino una acción real, el nacimiento de un nuevo ser, sujeto a nuevas leyes y, por consiguiente, a nuevos deberes, y a nuevas relaciones: la filiación a Dios Padre, la consagración al Espíritu Santo, la identidad mística con nuestro salvador Jesucristo y la hermandad con los otros miembros de Cristo. Pero esto no es todo.
Pablo dice a los conversos: "Gracias sean dadas a Dios porque, siendo siervos del pecado, habéis obedecido de corazón a la doctrina en la que habéis sido liberados . . . . Pero ahora, siendo libres del pecado, habiéndoos convertido en los siervos de Dios, tenéis el fruto de la santificación, y en la vida eterna" (Rom 6, 17, 22).
Por el acto de fe y su sello, el bautismo, el cristiano se hace libre y voluntariamente siervo de Dios y soldado de Cristo.
La voluntad de Dios, que el cristiano acepta de antemano en la medida en que se manifiesta, se convierte, de ahí en adelante, en su código de conducta.
Así es que el código moral de San Pablo descansa por un lado en la voluntad positiva de Dios dada a conocer por Cristo, promulgada por los apóstoles, y aceptada virtualmente por los neófitos en su primer acto de fe, y por otro lado, en la regeneración por el bautismo y en la nueva relación que él produce. Todos los mandamientos y recomendaciones de Pablo son una mera aplicación de estos principios.
Discurso escatológico
El discurso escatológico paulino está fundamentado en tres conceptos: Parusía, Resurrección y Juicio Final.
La descripción gráfica de la parusía paulina (1 Tes 4, 16-17; 2 Tes 1, 7-10) contiene casi exactamente los mismos puntos esenciales del gran discurso escatológico de Cristo (Mt 24; Mc 13; Lc 21).
Una característica común de estos pasajes es la proximidad aparente de la parusía. San Pablo no afirma que la venida del Salvador esté próxima. En cada una de las cinco epístolas en las que expresa el deseo y la esperanza de ser testigo presencial de la venida de Cristo, considera al mismo tiempo la probabilidad de la hipótesis contraria, demostrando así que carece de certeza y de revelación explícita en este punto. Sabe sólo que el día de la venida del Señor será inesperado, como llega un ladrón (1 Tes 5, 2-3), así es que aconseja a los neófitos el estar listos sin descuidar los deberes de estado (2 Tes 3, 6-12).
Aunque la llegada de Cristo sea súbita, estará precedida por tres signos:
- apostasía general (2 Tes 2, 3)
- aparición del Anticristo (2, 3-12)
- conversión de los judíos (Rom 11, 26)
Una circunstancia particular de la predicación de San Pablo es que el justo que viva en la segunda venida de Cristo pasará a la inmortalidad gloriosa sin morir (1 Tes 4, 17; 1 Co 15, 51; 2 Co 5, 2-5).
Debido a las dudas de los Corintios, Pablo trata de la resurrección en Cristo con algún detalle. No ignora la resurrección de los pecadores, que afirmó ante el Gobernador Félix (Hch 24, 15), pero no habla de ella en sus epístolas. Cuando dice que "los muertos que están en Cristo surgirán primero" (1 Tes 4, 16), su “primero” no se refiere a otra resurrección sino a la gloriosa transformación de los vivos.
Para san Pablo sólo existe la resurrección gloriosa de los justos. La resurrección de los réprobos no entra en su horizonte teológico, y así, sus argumentos con respecto a la resurrección, se pueden reducir a tres:
-la unión mística del cristiano con Cristo
-la presencia en nosotros del Espíritu y la convicción interior
-la fe sobrenatural de los apóstoles.
¿Cuál es la condición de las almas de los justos entre la muerte y la resurrección? Gozar de la presencia de Cristo (2 Co 5., 8); su heredad es envidiable (Fil 1 23); de donde se deduce que es imposible que sean sin vida, sin actividad, sin conciencia.
El juicio, según san Pablo, y según los sinópticos, está relacionado estrechamente con la parusía y la resurrección. Son los tres actos del mismo drama que constituyen la ley del Señor (1 Co 1, 8; 2 Co 1, 14; Fil 1, 6, 10; 2, 16). "Dado que todos debemos comparecer ante el juicio de Cristo, que todos debemos recibir de acuerdo con nuestros hechos sean ellos buenos o malos" (2 Co 5, 10).
De este texto se deducen dos conclusiones:
- El juicio será universal, ni los justos ni los réprobos lo eludirán (Rom 24, 10-12), ni siquiera los ángeles (1 Co 6, 3); todos los que comparezcan deberán dar cuenta de la utilización de su libertad.
- El juicio será según las obras: esta es una verdad reiteradamente expuesta por San Pablo hablando de los pecadores (2 Co 11,15), de los justos (2 Tim 4, 14), y de todos los hombres en general (Rom 2, 6-9). San Pablo considera dos justificaciones, la primera, necesariamente gratuita dado que el hombre era incapaz de merecerla (Rom 3, 28; Gal 2, 16), y la segunda, de acuerdo con sus obras (Rom 2, 6: kata ta erga), dado que el hombre, una vez ornado con la divina gracia es capaz de mérito como de demérito. La recompensa celestial es "una corona de justicia que el Señor, juez justo, otorgará" (2 Tim 4, 8) a aquellos que la hayan ganado legítimamente.
En dos palabras, la escatología de san Pablo no es tan distintiva como se la ha hecho siempre aparecer. Quizá su característica más original sea la continuidad entre el presente y el futuro del justo, entre la gracia y la gloria, entre la salvación incipiente y la salvación consumada.
Un gran número de términos: redención, salvación, justificación, reino, gloria y, especialmente, vida, son comunes a los dos estados o, más bien, a las dos fases de la misma existencia unidas por la caridad “que perdurará siempre”.
Para profundizar en la teología de san Pablo, un buen comienzo sería la lectura del corpus paulino, es decir, de las cartas a las iglesias y después, las cartas a Timoteo, Tito y Filemón.
Para conocer más a fondo la vida y figura del apóstol, lo más sugerente es leer el libro de los Hechos de los Apóstoles.