¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 30 de agosto de 2025

EL HOMBRE ALCACHOFA (IMAGO DEI)

"Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, 
y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, 
se mantenga sin reproche 
hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo"
(1 Tes 5,23)

Hace unos meses hablaba con mi mejor amigo, que ha perdido a una hija y la fe en Dios, sobre el sufrimiento y el dolor que experimenta su corazón. Él comparaba al ser humano con una cebolla, constituido por numerosas capas y que sólo provoca lágrimas. Desgraciadamente, su visión pesimista y desesperanzada le hace incapaz de penetrar en la verdadera esencia del hombre deseada por Dios.

Para que mi amigo encontrara la paz que anhela y necesita, traté de mostrarle la imagen de la alcachofa, que tiene también muchas capas como la cebolla, pero en su interior, en lugar de lágrimas, hay un corazón "sabroso", "exquisito" y "apetecible", a imagen y semejanza de nuestro modelo de hombre, Jesucristo, que es "manso y humilde de corazón... y en quien encontraremos descanso para vuestras almas" (cf. Mt 11,29).

San Pablo nos muestra que el hombre es un ser complejo y "tripartito", compuesto de cuerpo, alma y espíritu (1 Tes 5,23), es decir, de varias capas (como la alcachofa): 
  • las primeras capas son externas y corresponden al cuerpo: las funciones corporales, es decir, las facultades y los sentidos con los que percibimos el mundo exterior (vista, oído, tacto, gusto y olfato). Son capas que están más secas, más oscuras: los sentidos y las pasiones 
  • las siguientes son capas intermedias y corresponden al alma: las funciones emocionales, la percepción sensible, la imaginación, la memoria. Son las capas más jugosas y más tiernas: los deseos, las emociones y los sentimientos 
  • la última capa es el corazón y corresponden al espíritu: las funciones cognitivas, la inteligencia y la voluntad. Son las capas más exquisitas, las más apetecibles: el razonamiento y la toma de decisiones
El hombre ha sido creado por la Trinidad: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26-27), esto es, a imagen del Hijo y a semejanza del Padre por el Espíritu Santo. 

El ser humano es, por tanto, la encarnación del espíritu, la materialización de Dios, cuya voluntad es divinizar al hombre y conducirlo al cielo a través de la resurrección en cuerpo glorioso: "el polvo vuelve a la tierra que fue, y el espíritu vuelve al Dios que lo dio" (Ecl 12,7; cf. Gn 2,7). 

El cuerpo es la materialización de la "idea" de criatura pensada por Dios y el alma es el intermediario que pone en contacto al cuerpo (lo humano) y al espíritu (lo divino), es decir, a la criatura con Dios. 

Para llegar a la esencia profunda del ser humano es necesario mirar con los ojos de la fe para discernir entre "hombre-cebolla" y "hombre-alcachofa" y, como dice san Pablo en Gal 5,19-22, distinguir entre:
  • las obras de la carne: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo
  • los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí
Por ello, al hombre le corresponde reconocer y agradecer este don gratuito de la vida concebida sin sufrimiento, porque el sufrimiento no es una creación de Dios, sino consecuencia del pecado, es decir, de la libre voluntad del hombre de rebelarse y rechazar su propia esencia: "Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor (Ef 1,4). 
El pecado no destruye ni anula la imagen de Dios en el hombre. Es imagen de Dios en cuanto hombre. Lo que destruye y anula es la semejanza en cuanto Dios, es decir, la santidad (la divinidad).

Fuimos creados "hombres-alcachofa" (imago Dei), pero preferimos convertirnos en "hombres-cebolla" (imago homo), con sudor, lágrimas y sufrimiento.  

Fuimos creados "hombres para ser divinizados", pero preferimos convertirnos en "hombres-mundanizados", con mentira, rebeldía y soberbia. 

El pecado ha roto la armonía creacional y ha provocado una división en el interior del hombre (alma), una separación entre cuerpo y espíritu, entre conocimiento y voluntad, entre razón y emoción. Y necesita ser restablecido.

Por ello, Dios, que es amor, envió "al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él...nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,8-10) para restaurar la armonía y llevar a cabo el plan divino.

En la plenitud de los tiempos, Dios se ha encarnado, se ha personificado, se ha humanizado para divinizarnos, para atraernos a todos de nuevo hacia Él, para llevarnos a la eterna comunión con Él, para recapitular todo en Cristo, según el misterio de su plan salvífico (Ef 1,4-10). 

¡Qué necesario es volver al proyecto original de Dios!
¡Qué importante es ser "hombres alcachofa"! 
¡Qué imprescindible es tener un corazón "exquisito" y "apetecible"!
¡Qué vital para nuestra alma es "vivir por el Espíritu" y no "por la carne"!