¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 16 de octubre de 2025

¿QUÉ ME DEFINE?

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Vivimos en un mundo rodeados de etiquetas y de máscaras, de estereotipos y de paradigmas, de imágenes y de clichés que aceptamos de forma colectiva y que nos convierten en esclavos de esa proyección que damos al exterior.

Sin apenas darnos cuenta (o tal vez, sí), somos prisioneros de nuestra imagen exterior, de nuestras condiciones o circunstancias externas... 

Por ello, solemos creer que lo que nos define es nuestra posición social, nuestro trabajo, el barrio en que vivimos, el coche que conducimos, la ropa que vestimos... 

Creemos ser quienes somos por nuestra ideología política, por nuestro equipo de fútbol o por nuestra fe. Creemos que lo que nos define es lo que pensamos de nosotros mismos, lo que queremos demostrar que somos ...o lo que los demás ven, piensan o esperan de nosotros. 

Pero nada de eso nos define. 

¿Qué me define?
Lo que verdaderamente nos define es lo que llevo en mi corazón. 

¡Qué alivio se siente cuando uno comprende esto!

Y se llega a esa comprensión cuando soy consciente de que todos los seres humanos poseemos un valor único, una luz primordial, un aspecto que nos define: la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27).  

Dios creó al hombre y vio que era bueno. Por tanto, como somos una creación buena de Dios, y a imagen suya, conociéndonos a nosotros mismos, conoceremos a Dios. 

Él fue quien nos creó y nos ama a pesar de nuestras debilidades, defectos, pecados y miserias:  “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).

Conocerme a mi mismo no significa una exaltación de mi individualidad o de mi ego, sino más bien, una eliminación de todo lo que es accesorio, de todo lo que está sujeto a las circunstancias, condiciones y conceptos. 

Conocerme a mi mismo no depende de lo que los demás vean en mi, o lo que piensen, o lo quieran de mi, sino depende únicamente lo que Dios ve en mi, lo que piensa o quiere de mi, y a eso es a lo que estoy llamado a ser. Él conoce mi intimidad, lo más profundo de mi ser, mi pobreza, mi debilidad, y, aun así, me ama incondicionalmente. 
¡Qué importante es amar a Dios...pero es mucho más importante saberse amado por Dios y aceptado como soy! 

Cuando llegamos al convencimiento de que Dios nos ama a cada uno personalmente, a pesar de cómo seamos, de los defectos que tengamos… es cuando empieza nuestro camino de conversión, es cuando queremos convertirnos en un hombre nuevo, con un corazón de carne en el que el amor, la humildad y la misericordia florezcan.

El conocimiento de mi mismo es el primer paso que tiene que dar mi alma para llegar al conocimiento de Dios y es, además, el camino hacia la humildad, sin la cual no existe ninguna otra virtud. Si no, pudiera llegar a pensar que mis cualidades son mérito mío y no de Dios.

Actitudes
Existen tres actitudes frente a aquello que no nos gusta de nuestra vida, de nuestra persona o de nuestras circunstancias: la rebelión, la resignación y la aceptación.

-La rebelión es la actitud de quien no se gusta a sí mismo y culpa a Dios por ello o le responsabiliza de permitir determinadas circunstancias o situaciones.

Es una primera reacción psicológica frente al sufrimiento y al dolor, pero no es positiva, pues únicamente los aumenta, ni cristiana, pues carece de amor: supone toda una declaración de guerra, que resulta nefasta si se permanece en ella.

-La resignación es la actitud de quien se convence de que no puede cambiar una determinada situación o a sí mismo y se conforma con ello.

Es una actitud menos agresiva que la anterior, menos tóxica, pero no es cristiana, pues carece de esperanza: supone toda una declaración de impotencia, que resulta estéril si se permanece en ella.

-Finalmente, la aceptación es la actitud de quien, incluso en aquellas situaciones negativas o ante aquello de su personalidad que no le gusta, sabe ver siempre la mano de Dios, sabe ver que todo obedece a un plan perfecto de Dios

Y así, se admite como es, a pesar de sus defectos, porque se sabe amado por Dios y confía en Él. Puede aceptar una realidad dolorosa, una enfermedad o la muerte de un ser querido porque sabe que todo está regido, dirigido y planificado por Dios, y si Él le ha creado, si le ama tanto que ha llegado a dar Su vida por él, puede aceptar cualquier situación, por dolorosa que sea. 

Aceptarse significa acoger las propias miserias y riquezas, permitiendo que se desarrollen todas sus posibilidades y sus capacidades. Significa dejar de decir que no puede hacer tal cosa, o que debe renunciar a unas aspiraciones determinadas, como si Dios quisiera negarle lo bueno de la vida. 

Sin embargo, cuántas veces olvidamos lo valioso que somos para Dios y que Él está siempre con nosotros! Lejos de reprochar nuestras debilidades y defectos, debemos ver los dones y la belleza interior que Dios ha puesto en nosotros. La luz primordial que Dios ha impreso en nuestra alma para realizar la obra que desea en nosotros. 

Dios nos ha elegido a cada uno, nos ha creado especiales y nos da siempre infinitas muestras de Su amor. Por eso, nos sentimos dignos del amor de Dios, capaces de amarnos y aceptarnos a nosotros mismos y, así  amar a los que nos rodean. 

No importa cuántas veces caigamos, no importa las veces que tropecemos...Él siempre estará ahí para levantarnos, una y otra vez. 

De ahí la importancia de un auto-conocimiento sensato y sanamente auto-crítico, como base imprescindible para conocer y reconocer tanto lo positivo como lo negativo de los rasgos de nuestro carácter y de nuestras conductas; base desde la que nos será posible modificar actitudes irreales, prejuicios... y fortalecer la evaluación realista de nuestros recursos, posibilidades, limitaciones, errores... 
Dios no nos ama por lo que somos, sino que somos porque Dios nos ama.
En cuanto el amor de Dios no es el centro de nuestra vida, nos convertimos en esclavos, porque nos tenemos que aferrar a algo o a alguien para salvarnos, y corremos, así, el peligro de que valores secundarios se conviertan en absolutos. 

Cuando realmente creemos que Dios cada día, cada mañana, nos dice “Sí” a nuestro propio ser, entonces podemos decirle nosotros a Él: “Sí”. 

Dios nos acepta, nos quiere cambiar lo que tenemos mal y sanar lo que tenemos herido. Nunca nos abandona.

Cuando nos entregamos a Él con plena confianza, comienza a transformarnos poco a poco, liberándonos de ese hombre viejo, sanando nuestras heridas, quitando todos nuestros complejos, miedos y prejuicios, y llenándonos de Su amor transformador que, al final, nos lleva a ser Su imagen en la tierra, a ser reflejo vivo de Jesús, llevando su luz a los que nos rodean. 

viernes, 24 de agosto de 2018

NEGAR EL PECADO

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"Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna. 
Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, 
mentimos y no obramos la verdad. 
Si decimos: 'No tenemos pecado', 
nos engañamos y la verdad no está en nosotros.
Si reconocemos nuestros pecados, 
fiel y justo es él para perdonarnos los pecados 
y purificarnos de toda injusticia. 
Si decimos: 'No hemos pecado', 
le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros." 
(1 Juan 1, 5-10)
El apóstol Juan lo deja claro: no se puede estar en la Luz y a la vez, en la oscuridad. No se puede estar en pecado y, a la vez, estar con Dios.

El pecado es una ofensa, un desprecio y un rechazo a Dios. Es la negación del amor a Dios para afirmar un amor desordenado a nosotros mismos. Por tanto, el pecado es un alejamiento de Dios. Dios no está donde hay pecado.

Desgraciadamente, cada vez más, estamos acostumbrándonos a que nuestra sociedad, con sus tendencias, con sus ideas y con sus leyes, niegue el pecado de manera continua e insistente. De hecho, muchos evitan pronunciar esa palabra y hablar de él.

Pero, negar el pecado no es católico, no es cristiano. Al contrario, es una variante actual de la antigua mentira de Satanás en el Edén"no moriréis". Negar el pecado es creer al Diablo y por tanto, alejarse de Dios, es decir, negar el pecado también es pecado.

Negación del pecado

El Catecismo define la negación del pecado como la "ignorancia fingida y dureza de corazóndescrita en la Palabra de Dios (Efesios 4, 17-19; Hebreos 3, 12-13; Jeremías 5, 23).

Dios es muy claro: el pecado tiene su origen en un corazón "indómito, rebelde y endurecido" y su desarrollo, en una ignorancia fingida que aleja de Dios, al dejarse seducir por la inmoralidad, en todo su amplio sentido.

Por el contrario, existen muchas ideologías y teorías que niegan la realidad del pecado, y afirman su rechazo a Dios, por innecesario o por ineficaz:

-el ateísmo niega la existencia de Dios, y por tanto, también el pecado, ya que sólo se puede pecar contra Dios. Sin Dios, no hay pecado.

-el determinismo que niega la existencia del libre albedrío, por lo que el hombre, al ser esclavo de las circunstancias internas y externas no es responsable del pecado. Dios nada puede hacer por cambiarnos, pues esta­mos absolutamente condicionados, y no somos libres.

Imagen relacionada-el liberalismo, contrario al anterior, que niega el reconocimiento de la soberanía de Dios sobre el hombre y estima lícito pensar y obrar como si Dios no existiese ya que el hombre es libre.

-el gnosticismo que afirma que el hombre se salva mediante la gnosis, o conocimiento introspectivo de lo divino. El hombre se salva a sí mismo.

-el pelagianismo/secularismo que niega el pecado original y la gracia, afirmando que el hombre se basta a sí mismo para salvarse. Todo es mérito de cada individuo.

-e
l hedonismo que niega el dolor y el sufrimientoaboga por la “expresión libre de la individualidad”, es decir, despojarse de las inhibiciones o complejos, “ceder a la tentación", justificando la inmoralidad y el disfrute de los placeres y por ello, borrando la línea que separa del bien y del mal, lo justo de lo injusto, justificando el pecado como “debilidad inocente”.

-el luteranismo/protestantismo que niega que la regeneración del pecador por la gracia divina y que, en el fondo, niega la eficacia y la omnipoten­cia de la misericordia de Dios frente la miseria del hombre degradado por el pecado, porque, después de justificado, éste continúa no siendo libre, sino esclavo del pecado.

Tibieza

El pecado es traicionar a Dios deliberadamente (mortal) o consentidamente (venial), conduce a la pérdida de la gracia y, por tanto, a la tibieza. Algo que odia Dios (Apocalipsis 3,16).

Resultado de imagen de negacion del pecadoEl tibio, en el que confluyen todos los "ismos" que niegan el pecado, consiente repetidamente el pecado venial, lo que le conduce irremediablemente al pecado mortal, traicionando a Dios deliberadamente y justificando cualquier falta de coherencia con la vida cristiana.

El tibio niega el pecado origin
al (que se contrae), el habitual (que se comete) y el de omisión (que se ignora o silencia), olvidando que todos son producto de una voluntad desordenada, soberbia y rebelde que se ampara en un erróneo concepto de la misericordia divina: "Todo lo perdona Dios". Dios perdona todo siempre que haya acto de contrición, verdadero arrepentimiento y auténtica voluntad de cambio.

Por tanto, l
a pérdida del sentido del pecado es un voluntario oscurecimiento de la conciencia que lleva al hombre –por su soberbia– a negar u obviar el pecado. La negación del pecado provoca "una facilidad para el pecado y engendra el vicio por la repetición de actos e inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz" (CIC, 1865).

El
 pecado es un acto personal y voluntario de cada uno, pero un cristiano tiene "una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos participando directa y voluntariamente; ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos; no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo; y protegiendo a los que hacen el mal" (CIC, 1868).

Por causa de la tibieza, son m
uchos los  cristianos que han perdido la fe sin enterarse realmente de que la han perdido.

Tentación


La principal causa del pecado es la tentación, que es la incitación al mal. Aunque "la causa del pecado está en el corazón del hombre" (CIC, 1873), éste puede ser atraído por bienes aparentes.

La atracción
 de la tentación es fuerte pero no obliga a pecar: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, junto con la tentación os dará también la fuerza para poder soportarla" (1 Corintios 10, 13). Si no se buscan, y se aprovechan como ocasión de esfuerzo moral, pueden tener un significado positivo para la vida cristiana.

Las causas de las tentaciones pueden reducirse a tres (1 Juan 2, 16):

-
 El “mundo", que nos arrastra a un vida materialista y pagana. Se vence con el abandono a la providencia divina.
- El demonio, que instiga al pecado pero no tiene poder para hacernos pecar. Se vence con la oración.
- La “carne" o concupiscencia, que nos arrastra a una falsa libertad hedonista. Se vence con la mortificación y la penitencia.

El cristiano debe luchar contra la tentación, evitar su consentimiento, que supone la adhesión de la voluntad a la complacencia y huir de ellas, que supone un gran riesgo de caer en el pecado.


Para combatirla es preciso ser humildes y sinceros con Dios y con nosotros mismos, y así, se nos revela aquello que la soberbia quiere ocultar como pecado y evitar el riesgo de provocar la deformación de la conciencia.

Libertad


Nuestro mundo está inmerso en una patente y gran contradicción en referencia a la libertad, que pasa inadvertida para muchos. Por un lado, afirma que el hombre no es libre ni responsable de sus actos, sino que está absolutamente determinado y condicionado. Por otro lado, afirma con igual énfasis que el mayor valor del hombre es la libertad… 

Imagen relacionadaLa verdadera libertad corresponde al concepto tradicional de la fe cristiana: "La libertad es una capacidad original de la persona para autodeter­minarse hacia el bien entre diversas opciones posibles". La libertad se perfecciona eligiendo el bien; se deteriora y se pierde ejercitando el mal, convirtiendo al hombre en esclavo de sus decisiones.

E
l hombre es libre o está llamado a ser libre porque es la única criatura del mundo hecha a "imagen y semejanza" del Creador de todo. El pecado original dejó herida la libertad del hombre (Romanos 7,15-23) pero éste sigue siendo libre y responsable de sus actos, meritorios o culpables, y capaz de conocer su necesidad de ser salvado con el auxilio de la gracia de Dios.

La falsa libertad corresponde al concepto equívoco del pensamiento moderno, formulado por pensadores y filósofos como Spinoza, Hegel, Marx, Engels, Freud, etc.: "el hombre no es libre porque no tiene capacidad real para au­todeterminarse y al mismo tiempo, la libertad radica y determina absolutamente el pensamiento y la conducta de los hombres, en lo absolutamente incondicionado: la Naturaleza para Spinoza, la Idea para Hegel, la Lucha de clases para Marx, el subconsciente para Freud..."
Resultado de imagen de negacion del pecadoEl hombre no es libre, sino que tan sólo posee una conciencia ilusoria de ser libre. Sólo las ideas del hombre actual son realmente libres: "la ética médica sin prejuicios", "el sexo sin tabúes", "la moral creativa y abierta", "la autoeducación", "la soberanía popular", "la voluntad mayori­taria", "la autodeterminación subjetiva del género", la prefe­rencia personal heterosexual/homosexual", "el matrimonio libremente disoluble", "el aborto libre"... porque no están sujetos a nada, a ninguna ley divina o humana, ni siquiera a la presunta naturaleza de las cosas.

Al mismo tiempo, deben imponerse a todos y cada uno de los hombres, en virtud precisamente de la libertad, esto es, para hacerlos libres. Por tanto, estos son principios libres en cuanto que, al erigirse a sí mismos en absolutos, niegan a un tiempo la soberanía de Dios sobre el mundo y la libertad real de la persona. 
El pensamiento actual del mundo no cree ni en la gracia de Dios ni en la libertad del hombre; es decir, no cree ni en Dios ni en el hombre. Si negamos a Dios, cabe negar al hombre, que es su imagen. Y, por tanto, toda la espiritualidad cristiana se derrumba si cae la fe en la gracia divina, que es el reconocimiento de la libertad humana. En efecto, todo acto de fe es puro don de Dios, pero es un don que sólo el ser humano, por su naturaleza racional y libre, está en disposición de recibir. 
Por eso, el cristiano mundanizado no es capaz de mantener su fe en Dios (gracia) ni su fe en el hombre (libertad). En el mejor de los casos, mantiene como puede su fe en Dios en un convencimiento teórico y por tanto, no asumen su responsabilidad, no se sienten culpables, ni necesitados de conversión, ni creen en la posibilidad de cambiar con el auxilio de la gracia, en la que tampoco creen. En el peor de los casos, se convierte en un ateo práctico, o si se quiere, un cristiano no-practicante. Es decir, en un tibio.

Mujer no-responsableEl cristiano mundanizado o tibio, desviado del concepto cristiano de libertad-responsabilidad, respira una atmósfera mental en la "no me arrepiento de nada" convencido de que está condicionado y como no es libre, no es culpable ni responsable de sus actos, y por ello, no tiene que dar cuenta de ellos ante nadie, ni ante Dios, ni ante la sociedad, ni ante sí mismo.

El tibi
o, mediatizado por el mundo, está convencido de que él no es un pecador, sino un enfermo, un producto del ambiente, una víctima de la culpabilidad colectiva, anónima, impersonal, estructural.

El tibio, al no considera
rse pecador, no puede creer en la gracia divina y por tanto, vive cerrado a la acción de la gracia divina. Sólo cuando le interesa o cuando es interpelado, acude a una falsa "misericorditis" divina por la cual, en todo caso, Dios lo perdona todo. Se encuentra sumergido profundamente en una fe a la medida basada en su máxima de libertad de pensamiento que trata de convertir "miseria" en "misericordia". En el fondo, el tibio es un apóstata

La vida cristiana es absolutamente estéril cuando falla la fe en la gracia de Dios y en la libertad del hombre y se convierte en apostasía.


El hombre no sólo debe huir del pecado, sino también de la cómoda ignorancia que le mantiene espiritualmente inmaduro, de la tibieza que le esclaviza profundamente, de la desesperada búsqueda de una falsa libertad que no puede hallar, de la orgullosa negativa a una auténtica conversión que le haga cambiar de mentalidad y de vida, de la soberbia blasfema que le impiden ver y estar en la presencia de Dios.

jueves, 17 de septiembre de 2015

¿CUÁL ES LA VERDADERA LIBERTAD?


"Vosotros seréis mis discípulos si perseveráis en mi palabra; entonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Juan 8, 31-32

La libertad espiritual es la libertad de tus propios miedos, adicciones, preocupaciones y comportamientos auto-destructivos. Sólo Dios puede dártela.

Hoy en día, nuestra cultura define la libertad como "hacer cualquier cosa que me apetezca." Vivimos en la era de sentimientos, donde los sentimientos prevalecen sobre todo lo demás. Si algo te hace sentirte bien, entonces asumes que es bueno.

Pero "hacer lo que me apetece":

·         a nivel personal no es más que egoísmo.
·         a nivel familiar, genera conflictos.
·         a nivel social, es la anarquía.
·         a nivel espiritual, es rebelión contra Dios.

Los sentimientos se han convertido en un “dios” para muchos. Todo lo que siento se convierte en el fundamento de toda mi conducta, incluso si me perjudica a mí mismo, o a otros.

Sin embargo, limitar lo que me apetece es el camino a la responsabilidad, a la madurez, e incluso al amor. El verdadero amor no es egoísta.

¿Cómo podemos vivir libres en un mundo esclavo de su propio egocentrismo? El primer paso para la madurez espiritual es darse cuenta de que Dios te diseñó para una vida infinitamente mejor a la que estás viviendo en estos momentos. Hay más. Mucho más. 

La intención que Dios tiene para ti es mucho mayor de lo que te puedas imaginar.

La vida que Dios creó para que vivieras...es rica en amor, compasión y gracia, llena de energía y vitalidad, profundamente conectada a Dios y a los demás, sensible a la guía divina y a las necesidades de las personas que te rodean, llena de paz, basada en la alegría y la confianza, perceptiva de que este mundo no es todo lo que hay.


Jesús nos enseñó el camino hacia la madurez espiritual, hacia la verdadera libertad: "...si perseveráis en mi palabra; entonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres."

P. Rick Warren