Un hombre llamado Jesús
Hace más de dos mil años, un hombre llamado Jesús tenía doce amigos, a quienes llamaba, sus discípulos.
Hoy hay más de 2.000 millones de personas en todo el mundo que seguimos a Jesús, nos llamamos cristianos y somos sus discípulos.
Lo que empezó como un pequeño grupo de personas en el medio oriente, se ha extendido y se ha convertido en un movimiento global sin precedentes.
Los primeros cristianos tenían una pasión y convicción desmedidas por contarles a otros quién era Jesús y lo que habían vivido con él. Y así, la buena noticia se propagó de unos a otros.
Muchos han dejado su hogar, su familia y su país para viajar a otros lugares del mundo; otros han gastado mucho dinero; otros han arriesgado sus vidas e incluso han muerto por Él. Todos lo han hecho para llevar el maravilloso mensaje de Jesucristo a todos los confines del mundo. Por amor a Él.
Antes de encontrar el amor de Cristo solía enfadarme con lo "pesados" que eran los cristianos, que intentaban hablarme de su fe y trataban de convertirme.
Es que no entendía su obsesión por convertirme: Yo era agnóstico, pero no iba por ahí haciendo agnósticos a los demás. Eso de contar a otros acerca de Jesús era entrometerse y no entendía por qué lo hacían.
Esto es lo que hoy le ocurre a mucha gente, que no les gusta que se hable de Jesús, no les gusta que haya crucifijos en los colegios o que haya belenes en Navidad. Pretenden que los cristianos vivan su fe en la intimidad, en lo escondido, sin contarla a otros. O peor aún, que ni siquiera la vivan.
Pero si nadie hablamos de Él ¿cómo podrán llegar a saber y experimentar otros lo impresionante y maravilloso que es Jesús?
Y si hablamos con entusiasmo, ¿de dónde viene esta pasión que tenemos algunos por hablar de Jesús? ¿por qué contarlo?
¿Por qué contarlo?
1. Mandamiento
En Mt 28, 19 Jesús nos da un mandato: “Id y haced discípulos míos”. El verbo “ir” aparece 1.514 veces en la Biblia. En el Nuevo Testamento son 233 veces, en el Evangelio de Mt, 54 veces.
Sin embargo en los últimos tiempos, la Iglesia ha perdido esa identidad, ha dejado de ser una Iglesia en salida, para convertirse en una Iglesia en mantenimiento, que no crece ni da fruto.
Es el Espíritu Santo, que se mueve y actúa donde quiere, quien sopla en una única dirección: nos interpela a ir y a que hagamos discípulos misioneros de la misericordia y de su amor.
2. Amor
Cristo nos dice que vayamos y compartamos la buena noticia, la experiencia, la felicidad y la plenitud de vida que brota del Encuentro con Jesucristo, con todo el mundo.
No sólo es un mandato de Jesús. Es el amor a Jesús y al prójimo lo que nos mueve a contar esta buena noticia a todos, para que ellos también reciban el regalo de la salvación y la vida plena en Cristo.
No se trata de convertir, de moralizar a la gente sino de querer ser amigos de ellos, presentarles a Jesús y que, si quieren, le conozcan y sean amigos suyos.
Se trata de bajar a Dios de la cabeza al corazón. Se trata de no racionalizar tanto sino de amar. Y amar sin esperar nada a cambio. Se trata de amar a Dios más que creer en Dios.
Cuando uno ama a una persona, cree en esa persona. Es automático.
Se trata de que conozcan el intensísimo amor que nos ha demostrado y que también hoy, nos demuestra.
¿Quién es capaz de conocer algo maravilloso y no contárselo a las personas que quiere y aprecia?
Si fueras médico y encontraras la cura definitiva para el cáncer ¿no lo compartirías con toda la humanidad?
3. Salvación
Pero no sólo es un mandato y una buena noticia sino que es la mejor noticia que podemos contar a otros: la salvación.
Jesús es la cura a todos los males de la humanidad. No hablar de Él a los demás impide que se puedan sanar, que se puedan salvar. Dios transforma la vida de las personas. Sólo hay que estar dispuesto, alinearse y ponerse en misión. El Amor nos obliga a hablar de Jesús.
El mensaje de Dios está plagado de buenas noticias ¿A quién no le gusta contar buenas noticias a todo el mundo?
4. Certeza
Pero aún hay más… es que su amor, que desborda y hace arder nuestro corazón, es una evidencia de que Él está con nosotros, de que es alguien real; más allá de una creencia, es una certeza.
Mateo 18,20 dice: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
Porque, mirad…si fuera falso, no tendría mucha importancia, daría lo mismo hablar o no de Dios. Pero y ¿si fuera verdad? ¿No sería la mejor noticia que pudieras contar jamás?
Cuando amas a Jesús, reconoces y vives en primera persona lo que el apóstol nos dice en Jn 14,6, que "Él es el Camino, la Verdad y la Vida."
Es, cuando te abandonas a Él, cuando el corazón se te sale del pecho y te impulsa a contárselo a otros con todo tu amor, con todo Su amor.
Entonces ¿qué nos impide hablar a otros sobre Jesús?
Es posible que muchas personas sientan pudor o vergüenza por hablar de Jesús. Otros , quizás piensan que son cosas privadas e íntimas que no se deben contar a otros. Otros, opinan que ya nadie cree y que la fe está pasada de moda.
Pero las buenas noticias nunca pueden callarse. Siempre hay alguien dispuesto a contarlas. Hemos visto el por qué hablar de Jesús y ahora… ¡cómo lo hacemos?
¿Cómo hacerlo?
El mejor lugar desde donde poder hablar a otros del amor de Cristo es desde la Iglesia que Él mismo estableció, como nos dice el evangelio en Mt 16,18: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
Pero también podemos hablar del amor de Dios en nuestra vida, en nuestro entorno, en nuestro trabajo...allí donde nos encontramos con los demás.
Podríamos decir
que hay cinco maneras de contárselo
a los demás:
1. Presencia
Cuando hablamos
de presencia hablamos de estar y de ser, hay que estar y hay que ser.
Hay que
estar en el mundo, sin ser de él. Los laicos estamos en el mundo laboral, estamos
en la cultura, en el mundo deportivo, en
el ocio, estamos en todos los aspectos de la vida. Es difícil que una persona alejada se acerque a la Iglesia porque sí. Entonces, yo digo...acerquemos la Iglesia a la gente, presentémosles a Jesús.
Son nuestras palabras las
que tienen que contar la buena noticia, pero sobre todo, lo que más tiene que
contar la buena noticia es nuestro testimonio de vida, nuestro estilo de vivir. ¿Cómo
vivimos? ¿Cómo trabajamos? ¿Cómo amamos? ¿Cómo nos divertimos?
Estamos cansados
de palabras y queremos hechos, queremos encontrar ejemplos de gente que vive
como piensa. La gente seduce a los demás por su
comportamiento no por sus palabras. La mejor forma de contar es actuar con el ejemplo.
El Evangelio de San Mateo nos recuerda que somos la
luz del mundo y que debemos brillar: “Vosotros
sois la luz del mundo” (Mt 5, 14). “Brille
así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro padre que esta en los cielos”. (Mateo 5, 16).
La luz ha de brillar en la oscuridad. Para gloria de Dios.
2. Persuasión
Dice Pablo en
Corintios "tratemos de persuadir a todos".
Hay una gran diferencia entre persuasión y presión. Yo soy el primero que salgo
corriendo cuando me intentan presionar, cuando me dicen "tienes que..."
Cuando yo era joven, la presión que encontré hacia las practicas
religiosas fueron muy grandes: "tienes que ir a misa, tienes que rezar, tienes
que vivir así, esto es pecado y esto también. "
Nadie me habló del amor de Dios o si me lo dijeron no me lo explicaron
bien.
Nadie me dijo que “tengo tu nombre
tatuado en las palmas de mi mano”, nadie me hizo ver que si hay unos
mandamientos establecidos son para que yo tenga vida y la tenga en abundancia y, que aunque por mi debilidad humana yo no quiera o no pueda seguir esos
mandamientos, el Amor de Dios por mi es mas grande que todo mi error o pecado.
Tras mi primera comunión, desaparecí de
la Iglesia por un “breve periodo” de casi 40 años, y lo peor no fue dejar la Iglesia, sino lo que eso supuso no ser consciente de que Dios me ama y durante
esos años me perdí el banquete de la vida.
3. Anuncio
La proclamación
es el anuncio de algo. Cuando tenemos buenas noticias, queremos proclamarlas,
queremos contarlas.
Si un día te encuentras dinero por la calle o te toca la lotería, lo quieres
contar. Si apruebas un examen, acabas la carrera o encuentras un trabajo, lo quieres contar. Si te vas a casar, lo quieres contar. Si vas a ser padre, lo quieres contar...
Todos anunciamos
cosas, pero cuando las cosas son buenas, tenemos más ganas de contarlo. Dependiendo de
lo que anunciemos, nos sentimos de una manera o de otra.
Anunciar buenas
noticias nos da mucha alegría. "Tengo una buena noticia" es una frase que solo
por el hecho de pronunciarla nos hace felices.
Seguramente la bebida que más se bebe y se conoce en el mundo sea la
de un refresco de cola y, sin embargo, se sigue anunciando continuamente.
Si espiritualmente
bebemos de una bebida que nos sacia, ¿cómo no la vamos a anunciar?
4. Poder
La proclamación
del Evangelio, el anuncio del Evangelio va normalmente acompañado de la
demostración del poder de Dios.
"Saliendo, luego
de la sinagoga, fueron a la casa de Simón y Andrés, con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba en cama con
fiebre, y al punto le hablaron de ella. Y acercándose El, la levanto tomándola
de la mano. La dejó la fiebre y se puso a servirlos" (Mc 1 , 29).
Dios está en
todas partes aunque no siempre se manifiesta. O quizás, no le vemos manifestarse si no es desde los ojos de la fe. Cuando se proclama el Evangelio
se palpa el poder de Dios en aquellos que evangelizan.
No se trata de pensar
que si yo evangelizo, me convierto en un superhéroe, en un super apóstol, en un súper cristiano, sino que soy capaz de ver
el poder de Dios, cómo actúa en mi, en mi vida y en mis circunstancias.
5. Oración
La oración es
fundamental a la hora de contar a los demás la buena nueva. Tenemos que orar
para que los ojos que no ven se abran.
Mucha gente está ciega al Evangelio (2, Cor 4,4).
Tenemos que orar para
que el Espíritu de Dios abra los ojos que no ven, de manera que puedan entender
la verdad sobre Jesús. Hay que rezar por todos, para que todos entendamos la
verdad sobre Jesús.
La mayoría de
nosotros se da cuenta, cuando aceptamos a Cristo en nuestras vidas, de que ha
habido alguien que ha estado orando por nosotros.
Yo soy converso
por la oración de mi mujer y mi suegra. Creo que si no hubiese sido por la oración de ellas, yo seguiría separado de la Iglesia y consecuentemente, separado de
Dios.
Yo he vuelto a la Iglesia por que
mi mujer, mi suegra y, seguramente, alguien más, han estado rezando por mí. Lo tengo súper claro
y además han ocurrido ciertas circunstancias que así lo demuestran.
Si eres creyente lo llamarás “milagros” y si
eres no creyente lo llamarás “casualidades”.
Sé que las oraciones por los demás llegan a Dios y que Él jamás las desecha. No sabemos cuando, no sabemos cómo y no sabemos por qué o para qué, pero
sabemos que Dios nos escucha.
Mi consejo, si
me lo permites, querido lector o lectora
es que reces por la conversión de la gente que quieres, o también por la que te odia, y luego deja a Dios
actuar.
Dios actúa
siempre y la oración de otras personas que me quieren hizo que yo me convirtiese.
Dios nos ama un "montón", no te olvides y reza por los que no lo han descubierto aún.
Padres que rezamos
por nuestros hijos, no desfallezcamos, no dejemos de orar por ellos, los tiempos
de Dios son los que son, no tengamos prisa, no seamos impacientes, la paciencia
todo lo alcanza.
Si rezamos por nuestros
maridos, por nuestras esposas, si rezamos por nuestros amigos, Dios llegará a
ellos. La oración todo
lo alcanza. A mi me alcanzó y me dio la felicidad.
Así es como yo
he descubierto la felicidad, gracias a que alguien un día me dijo que
Dios me amaba un montón.
¿Y tú se
lo vas a contar a alguien?