“… son las cosas pequeñas, los actos cotidianos de personas ordinarias
los que alejan la maldad.
Los sencillos actos de gentileza y amor”.
los que alejan la maldad.
Los sencillos actos de gentileza y amor”.
(El Hobbit: un viaje inesperado)
Las cosas extraordinarias no radican en actos llamativos, heroicos y deslumbrantes. Es el amor lo que elimina todo egoísmo e iniquidad de nuestros corazones; un amor que renuncia a todo lo que nos ata al mal, un amor que transforma el mundo desde los corazones.
Amar es regalar una sonrisa a tu mujer por la mañana, saludar al vecino del rellano o tender la mano al necesitado; escuchar con paciencia al que todos ignoran o rechazan, al que llora, al que sufre; perdonar a quien nos ofende, consolar al que lo necesita, enseñar al que no sabe.
La clave del amor es vivir lo ordinario de forma extraordinaria, de apreciar las cosas sencillas, celebrar los pequeños momentos, reducir la marcha, frenar el ritmo, respirar profundo y degustar las experiencias que vivimos, “tomar tierra”, saber escuchar y mirar a nuestro entorno.
Es disfrutar de lo corriente, de lo simple; es cambiar la percepción, el modo de ver las cosas y la actitud ante el mundo. Es valorar lo común, lo pequeño en lugar de anhelar lo grandilocuente o lo exótico.
Y es ahí donde descubrimos a Dios, en la humildad, en la sencillez, en la naturalidad. Es ahí donde podemos establecer una relación personal con Él.
No consiste tanto en largas horas de oración o contemplación, ni en visiones o revelaciones especiales... no consiste en buscar a un Dios aparatoso, triunfal, espectacular... que nos resuelva los problemas, que nos libre de los malos momentos y que evite nuestros sufrimientos...
Ese no es el Dios que se manifestó en Jesús, ese no es el Dios que “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos” (Filipenses 2, 7).
Se trata de algo mucho más sencillo: de encontrar a Dios en la vida cotidiana para captar lo que nos quiere decir, para sentir su presencia y su amor. Si desvinculamos a Dios de nuestra vida cotidiana, nos quedamos sin Dios.
Muchas veces no le encontramos porque no le buscamos donde debemos, donde no podemos encontrarle o también porque le buscamos en solitario, en lugar de sentirle en el grupo, en la comunidad.
Nuestro Padre nos invita a buscarle, descubrirle, hablarle, amarle, siempre y a cualquier hora, en los actos cotidianos, en el bullicio del día a día, en las preocupaciones que nos abruman... en nuestra vida familiar, profesional, social. Nos llama a hacer de esa experiencia cotidiana, el lugar de encuentro y relación con Él.
Buscar a Dios es dejarle un espacio entre nosotros y nuestra cotidianeidad, descubrirle en esa tierra de nadie y pedirle que la ocupe.
Estamos llamados a vivir nuestra fe con más humanidad y nuestra experiencia humana con más sentido cristiano, al modo del Dios hecho hombre.
“Dios ha elegido lo que el mundo considera necio
para avergonzar a los sabios,
y ha tomado lo que es débil en este mundo
para confundir lo que es fuerte.
Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo,
lo que es nada, para reducir a la nada lo que es.”
1 Corintios 1, 27-28:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Tienes preguntas o dudas?
Este es tu espacio libre y sin censura