La vida de un cristiano es una lucha continua, con muchos momentos difíciles, llenos de desafíos, retos y obstáculos, y muy pocos períodos de paz y tranquilidad.
En primer lugar, nos enfrentamos a nuestras batallas internas,
contra la carne, "el enemigo dentro de nosotros”: la tentación, la duda,
el miedo, la ansiedad, la tristeza, el dolor, la salud, el dinero, el trabajo,
las relaciones, la envidia y la crítica.
En segundo lugar, están las batallas
externas, que son contra el mundo, "el enemigo fuera de nosotros" y
contra el diablo, "el enemigo por encima de nosotros".
“Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los
poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los
espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba”.
(Efesios 6:12).
¿Cómo vencerlas?
1. Confianza en Dios. La clave para ganar nuestras batallas no es que
confiar en nuestra propia fuerza o capacidad, sino en poner la confianza en
Dios. Dios da la victoria a los que confían en él y se dejan guiar. Dependemos
de Dios; él es todo lo que necesitamos.
2. Unidos alrededor del rey. Las batallas teológicas del siglo XXI no son las del siglo XI, que dividió a las iglesias católica y ortodoxa. Tampoco son las batallas de la reforma del siglo XVI, que dividió a las iglesias católica y protestante. La batalla de hoy es la misma que la batalla del primer siglo: La batalla hoy está teniendo lugar alrededor del rey...Jesucristo, que es nuestro Salvador, el Mesías y el Hijo de Dios.
Los cristianos de todas las iglesias (católicos,
ortodoxos, protestantes y pentecostales) creemos en Jesús como nuestro
Salvador, el Mesías y el Hijo de Dios. Esto es lo que nos une como cristianos.
Por lo tanto, la batalla nunca debe estar con nuestros hermanos y hermanas en
Cristo, que nos distrae y nos destruye. Tenemos que centrarnos en la batalla
real, que es alrededor del rey: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28, 20).
3. Orar y escuchar a Dios. Nuestras batallas no tienen por qué intimidarnos si oramos y escuchamos lo que Dios nos tiene que decir. Cualquier obstáculo o desafío debemos ponerlo en oración con nuestro Padre. Él nos enviará al Espíritu Santo, que nos guiará y nos llevará al triunfo.
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