¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 16 de enero de 2018

¿CUÁNTO DEBE DURAR UNA HOMILÍA?

"Porque no nos predicamos a nosotros mismos, 
sino a Jesucristo, el Señor"
(2 Cor 4, 5)

¿Cuánto tiempo debe durar una homilía? En cierta ocasión, un santo sacerdote, P. Casté (D.E.P.), hablando de la duración de las homilías, dijo algo que se me ha quedado grabado: "Los primeros cinco minutos, es el Espíritu Santo quien habla; los cinco siguientes, el sacerdote; y el resto, el diablo."

También hay un chiste de sacerdotes que dice: "la homilía debe ser como la minifalda: corta, ajustada y que enseñe mucho".

Y es que esta pregunta persiste en las mentes de muchos feligreses inquietos, cuando son obligados a sufrir la homilía del sacerdote más allá de toda efectividad y competencia. Tampoco causar sufrimiento o aburrimiento es la respuesta que espera un sacerdote tras haber preparado concienzudamente una homilía.

Por lo tanto, la respuesta es muy sencilla: el tiempo que sea necesario siempre que mantenga la atención de los oyentes a través de la verdad, la belleza y el bien.

La homilía no puede ser un espectáculo entretenido ni mediático, y mucho menos, un mitin político o social. Tampoco puede ser demasiada extensa.

No se trata de una charla magistral ni de una conferencia sino que es una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por eso, la palabra del sacerdote no puede ser más importante que la celebración de la fe ni puede ocupar un lugar o un protagonismo excesivos, de manera que el Señor brille menos que el ministro. 

Algunos sacerdotes caen en la "tentación del micro": piensan, por un lado, que sus parroquias se llenan de gente que viene deseosa de escucharles todo el tiempo que decidan y a dejarse deslumbrar por su don de palabra, y por el otro, se enorgullecen de contar cualquier cosa con el propósito de ganarse a los alejados, aunque tenga poco que ver con el Evangelio del día. 

Que no se me malinterprete, no estoy criticando a nadie ni pidiendo homilías cortas. En realidad, creo que en muchas parroquias donde a diario, el sacerdote no da una homilía, debiera darlas, aunque sean de cinco minutos. La lectura e interpretación de la Palabra es un acto muy importante en las misas porque es Dios quien nos habla a cada uno de nosotros. A veces, hasta el sacerdote se olvida o se "homi-lía"

¿Cómo se puede predicar mejor e incluso por más tiempo?

Hablar de Dios

Tal vez parezca contradictorio, pero la forma de mantener la atención de las personas menos comprometidas no es alimentándoles a base de "gominolas espirituales". Puede que sean dulces al gusto y agradables al oído, pero con seguridad, no contienen nutrientes ni llegan al corazón y....¡demasiadas, empachan! 

Muchas personas abandonan sus parroquias porque se deja de hablar de Dios para hablar de política, de temáticas sociales, de actualidad, de anécdotas... No, ¡la homilía no es un telediario!
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Lo que a un cristiano le atrae es escuchar lo que Dios quiere decirle; es lo que nos mantendrá interesados y atentos. La homilía es una prolongación de la Palabra, pero nunca ha de usurpar su lugar. 

La Palabra de Dios no necesita ser sazonada ni condimentada por una homilía protagonista, sino más bien, necesita que la escuchemos a la luz del Espíritu Santo para que nos lleve a Dios. 

El objetivo de una homilía es guiar hacia el conocimiento y el gusto de Dios, abrir nuestros corazones y rendirnos a la gracia de Dios, alimentar la fe por la acción del Espíritu, que obra por nosotros a través de la escucha atenta, prepararnos para una buena comunión sacramental con Cristo, y exhortarnos a vivir lo que hemos recibido.

Captar la atención

Cuando se habla en público, es fundamental captar el interés del auditorio desde el principio. Jesús lo hizo en Galilea con las bienaventuranzas. 

A veces, las homilías tienen demasiado contenido, demasiada altura teológica o demasiada repetición.

Nuestra capacidad de atención es limitada y está científicamente demostrado que el auditorio pierde la atención transcurridos los veinte minutos de escucha. 
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Después de ese tiempo, se pierde la atención, sólo se oye ruido y uno comienza a pensar en otras cosas. 

"Extenderse" en demasiadas ideas, "elevarse" con palabras rebuscadas o "repetirse" en exceso, dando vueltas y vueltas sobre la misma idea hasta el aburrimiento, lo único que consigue es que la gente se "desconecte".

Mover a la acción

En tercer lugar, es la voluntad de Dios que el sacerdote hile constantemente la explicación del Evangelio con su aplicación personal a cada una de nuestras vidas. El sermón de Pedro en Hechos 2 llevó a su audiencia a preguntar: "¿Qué debemos hacer?", los movió a la acción.

Explicación sin aplicación lleva a la frustración. El contenido sin convicción genera aburrimiento. El poder inherente de la Palabra y el Espíritu demanda una respuesta: acción, agradecimiento, arrepentimiento, renovación, compromiso, etc.
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Sin nada de eso, si sólo las oímos (que no escuchamos) y no nos mueven a la acción, las homilías se quedan en juegos de palabras que se los lleva el viento y cuando salimos del templo no recordamos nada de lo que el sacerdote (Dios) dijo.

Llegar a los corazones

El sacerdote debiera estar siempre discerniendo si la gente está escuchando o no.  ¿Cómo? Enfatizando, enfocando, preguntando, emocionando....sobre lo que dice Dios en su Palabra.

¿Su voz adormece? ¿es monótona o aburrida? ¿se entiende? Un buen sacerdote puede utilizar tácticas altamente efectivas como cambiar el tono, el ritmo y el volumen.
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Y si la audiencia escucha atentamente, la siguiente pregunta es ¿llega a los corazones? La acción del Espíritu Santo que ha susurrado al sacerdote durante la preparación de la homilía, debe ser escuchada como el eco de la voluntad de Dios, que se desborda desde el ambón hasta los bancos e incendia nuestros corazones.

No basta con predicar como alguien que conoce la Palabra, sino como alguien que ama la Palabra. Si el sacerdote contagia su pasión por Dios y su Palabra, llegará a todos los corazones.

Predicar a través de la propia vida

El cardenal Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, nos recuerda la necesidad de que un sacerdote sepa comunicar, pero la técnica por sí sola no es suficiente: 

"Alguien puede ser elocuente, pero quien no comunica a Dios a través de su vida, puede dejar a la gente indiferente. Obviamente, la homilía exige a quien la pronuncia. De ahí la importancia de la preparación de la homilía, que requiere estudio y oración, experiencia de Dios y conocer la comunidad a la cual se dirige, amor por los santos Misterios y amor por el Cuerpo viviente de Cristo que es la Iglesia”.

Equilibrar los tiempos 

El esquema fundamental de toda liturgia cristiana se compone de cuatro tiempos: 
  • tiempo de reunión (procesión de entrada, ritos iniciales, perdón)
  • tiempo de la Palabra (lecturas, homilía, oración de los fieles)
  • tiempo de los signos (efusión de agua, promesas matrimoniales, fracción del pan, etc.)
  • tiempo de envío (oración final, bendición, despedida, procesión de salida). 
Entre ellos debería existir una proporción armónica y equilibrada. Ninguno de estos tiempos puede ocupar un protagonismo excesivo respecto de los otros. 
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¿Cuántas veces la homilía dura 25 minutos y el resto de la Eucaristía apenas 10?

El equilibrio es importante o no nos mantendremos en pie porque nos habremos dormido.

A mi, hay algo que me ayuda mucho cuando me dispongo a escuchar una homilía y es recordar lo que los discípulos de Emaús se preguntaron cuando volvían a Jerusalén, después de haber reconocido a Jesús resucitado: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32).

¿Y el nuestro? ¿arde?

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