¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

jueves, 15 de marzo de 2018

MARÍA, VIRGEN Y MADRE DOLOROSA

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"y a ti una espada te atravesará el corazón".
(Lucas 2, 35)

¡Cuánto admiramos a María, la Santísima Virgen!...Por haber sufrido como sufrió, por haber amado como amó, por haberse humillado como se humilló, por haber sido como fue. ¡Qué Madre más maravillosa tenemos! 

El pecado entró en el mundo por Eva, instalándose en el hombre el dolor y convirtiéndose en compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Tarde o temprano aparece en nuestro camino y entra en nuestra vida sin pedirnos permiso. 

La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios siempre permite el sufrimiento para probar y acrecentar nuestra fe. Y también lo hizo con su criatura más perfecta, María. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con humildad, entereza y amor. Ella es para nosotros un maravilloso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella es la Virgen dolorosa.

Repasando los padecimientos de la vida de María,  apreciamos detrás de cada sufrimiento, el amor que le permitió vivirlos de la manera que lo hizo:

1. La profecía de Simeón (Lucas 2,22-35)

Simeón no le profetizó a María alegrías y consuelos por ser la Madre de Dios, sino todo lo contrario: "...y a ti una espada te atravesará el corazón". (Lucas 2, 34-35). 

Resultado de imagen de y a ti una espada te atravesará el corazón"A pesar de ello, María asumió la seriedad de esa profecía pero, al contrario que nosotros, que nos asalta la preocupación cuando se nos pronostica algo terrible, una enfermedad, o la muerte cercana... La Virgen Dolorosa lo aceptó con toda su gran humildad, aunque ello no significa que no sufriera.

En su inmaculado corazón no hubo lugar para la desconfianza, el desasosiego o la desesperación; en lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios; en su interior seguía resonando con fuerza y seguridad el fiat, lleno de amor, que pronunció en la Anunciación.

Cristo también nos aseguró que nos perseguirían por causa suya; que seríamos objeto de odio por ser sus discípulos; que nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían; que nos darían muerte (Mateo 10,22). Pero no nos dejó solos. Jesús, en la cruz, nos regaló a su Madre: "Hijo, ahí tienes a tu Madre" (Juan 19,26) para que acudiéramos y nos amparáramos en Ella, y en su ejemplo. 

El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se atemoriza ni se desanima ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor. Junto a María, con María, como María.

2. La matanza de Herodes y la huida a Egipto (Mateo 2,13-15)

Cuántos sufrimientos y privaciones experimentaron María y José tuvieron que huir al exilio repentinamente de noche, para salvar a su querido Hijo de la matanza decretada por Herodes

Imagen relacionadaMaría debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes. Seguramente, María conocería a muchos de esos pequeños y a sus madres... ¿Cómo no iba a sufrir también por ellos? ¿Qué corazón de Madre no sufriría ante esa monstruosidad? ¿Cómo no le iba a doler a María el asesinato de esos niños inocentes e indefensos? 

María debió sentirse un tanto culpable por lo ocurrido. Y eso agudizaría el dolor en su corazón, donde meditaba todo, y con seguridad, rezaría por ellos y por sus desconsoladas madres. Se uniría al sufrimiento, que no le era ajeno, de los primeros mártires de Cristo.

También nuestro corazón cristiano debe mostrarse sensible al sufrimiento ajeno. Compadecerse, acompañar, consolar y sobre todo, rezar. Un cristiano siempre debe ofrecer compañía, consuelo y, sobre todo, oración para interceder por los que sufren.

3. El Niño perdido en el Templo (Lucas 2,41 -50)

¡Cómo sufre una madre cuando pierde a un hijo! Sufre y se angustia ante la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿cómo estará? ¿le habrá pasado algo? ¿estará en peligro? ¿le habrá atropellado un coche? ¿lo habrán secuestrado? ¿estará llorado desconsolado porque no nos encuentra? ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo?

Llena de preocupación y desasosiego, regresó con José a Jerusalén y durante tres largos días buscaron a Jesús. María, la más sensible de la madres, la más responsable, la más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que suficiente para angustiarse terriblemente. Además, su niño no era un hijo cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios... 

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¡Qué tres días y tres noches de angustiosa incertidumbre, de verdadero sufrimiento! ¿Dormiría María esos días? Seguro que no. Desde luego que no. ¿Cómo va a dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Lo que sí que hizo fue rezar, y mucho. Y confiar en Dios. Y ofrecer su sufrimiento con amor porque era Dios quien permitía esa situación.

Y cuando le encuentran en el templo tan tranquilo, tan "pancho", Jesús les dice: “¿porqué me buscabais...?” ¡Vaya tela para una madre angustiada! Seguro que sintieron un gran alivio pero, a la vez, la reacción lógica de una madre: “Hijo, mío. ¿Por qué nos has hecho esto?” Sin embargo, según narra el evangelista: “ellos no comprendieron la respuesta que les dio”

Y María, en vez de enfadarse con Jesús, no dijo nada. Meditó y guardó todo en su corazón y lo llevó a la oración. En la intimidad de su alma comenzaba a comprender que su Hijo no iba a poder estar siempre con Ella...que su misión requeriría la inevitable separación...más sufrimiento para su corazón de madre. 

A veces en nuestra vida nos sucede algo parecido: De repente, Cristo desaparece. Le perdemos. Y entonces quizás, nos invade la angustia y el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no falla, volverá a aparecer. Y entonces, volver a mirarlo y a amarlo de nuevo.


5. María se encuentra con Jesús camino al Calvario (IV Estación del Via Crucis)

¡Qué momento tan duro para una madre! ¡Qué silencioso cruce de miradas! ¡Qué intensísimo dolor y amor mutuos! ¡Cuántas veces rememoro esta escena (en la película "La Pasión de Cristo") y no puedo contener las lágrimas! 

Imagen relacionada¡Que fortaleza la de María! ¡Qué templanza! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía lo duro que sería seguir de cerca a su amado Hijo camino del calvario (eso hubiera quebrado el ánimo a muchas madres). 

Pero decide hacerlo. Su amor y su fe eran más fuertes que su terrible dolor ante el ignominioso final de Jesús en la tierra. 

Plenamente consciente de que había llegado el momento en el que la espada de dolor le atravesaría su corazón, no se esconde ni se queda en casa, sino que contempla la pasión y muerte de su propio Hijo, de cerca y en pie. María se sintió crucificar con Jesús.

Nuestra vida también es un viacrucis en el que no debemos sufrir sin sentido o con resignación sino buscar esa mirada amorosa y confortante de María, nuestra Madre. 

Ahí estará Ella acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. “La suave Madre  nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas”(Luis M. Grignion de Montfort).

6. Jesús muere en la Cruz (Juan 19,17-39)

Terrible episodio. Una madre que ve morir a su Hijo..¡y de qué manera!...cruel e injustamente clavado en la Cruz. ¡Ninguna madre debería ver morir a sus hijos!

María permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus enemigos. Sus últimas palabras dirigidas a Ella fueron: "Madre, he ahí a tu hijo." Y a nosotros nos dijo en Juan: "Hijo, he ahí a tu Madre."

Imagen relacionadaNo podemos imaginar, ni remotamente, el terrible dolor para su corazón de Madre contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella, que sabía perfectamente quién era Él, humanamente habría querido arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos...habría preferido ocupar el lugar de su amado Jesús... 

Pero calló, sufrió y obedeció. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón atravesado, sangrante y desgarrado por esa lanza, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin palabras, la más pura de las obediencias: “hágase tu voluntad”.

La cima del amor y la del dolor son la misma. Es ahí mismo, donde María brilla y resplandece más que cualquier estrella en el cielo ¡Qué insignificantes son nuestras curces frente a la suya! ¡Qué pequeño es nuestro amor ante el suyo!

7. María recibe el Cuerpo de Jesús (Marcos 15, 42-46)

¡Qué escena tan terriblemente conmovedora! Ahora Su Hijo no estaba perdido. Jesús estaba muerto... en los brazos de su Madre que llora su muerte. El Hijo del Altísimo, el Salvador de Israel, Él que era la Vida... está muerto.

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¡Vaya prueba de fe para María! Su Hijo, el destinatario de todas esas promesas, yace inerte en su regazo. ¡Cualquiera hubiéramos perdido la fe y la esperanza! ¡Cualquiera nos hubiéramos venido abajo! 

Sin embargo, la fe de María no se extinguió. Todo lo contrario. Siguió encendida y luminosa, sosteniendo en sus brazos todo el peso de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto. 

¡Qué ejemplo de fe! ¡Qué ejemplo de esperanza! ¡Qué ejemplo de amor!

Pidamosle a María Santísima que aumente nuestra fe. Pidamosle que nos regale esa Gracia de amor y esperanza tan elevadas. Pidamosle a nuestra Madre Celestial que nos libre de todo mal. Ella sabe de sufrimiento. Ella sabe de sacrificio y de renuncia. Ella sabe de Amor.

Ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando y amando, Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección.

Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad y del sufrimiento con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura.



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