¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

miércoles, 30 de mayo de 2018

EMAÚS: UNA INVITACIÓN DE JESÚS


"Porque donde están dos o tres
reunidos en m
i nombre,
allí estoy yo en medio de ellos"
(Mateo 18, 20)

El pasaje de San Lucas 24, 13-35 nos sitúa en la tarde del domingo de Resurrección, en la que dos discípulos de Jesús, tristes y abatidos, abandonan Jerusalén camino de Emaús, su aldea natal. Sus expectativas se han desvanecido. Su fe se ha apagado. Su esperanza en Cristo se ha perdido. El desánimo les devuelve a su rutina. 

El camino de Emaús se repite hoy también, cada día. Muchos cristianos que han perdido su fe, sus esperanzas y sus expectativas en Dios, salen de su Jerusalén particular (la Iglesia) para volver a Emaús (sus cosas). Y nos mueve a todos a una profunda reflexión: comprender que se trata de un camino de ida y vuelta, donde se produce un "diálogo a tres bandas", en el que el discípulo sin nombre somos cada uno de nosotros, y donde el Señor, que nos acompaña y que nos escucha, nos da las claves para retornar a nuestra fe en Dios, a nuestra esperanza en Sus promesas y a nuestro compromiso con Su Iglesia, y así, salir a compartir Su amor y nuestra alegría con el mundo.

Después de exponerle nuestras inquietudes y preocupaciones, Jesús nos explica su mensaje, "incendiando" nuestro corazón. Nos invita a compartir el pan con Él, "abriendo" nuestros ojos, para reconocerle, para tomar conciencia de que ha resucitado y que es real.

El camino de Emaús es una maravillosa invitación a dejarnos acompañar por Su ternura y Su amistad, para así, abandonar nuestra "rigidez de corazón" (egoísmo), nuestra "dureza de cerviz" (orgullo), nuestra "incircuncisión de oídos” (falta de fe), y escuchándole... "entender" todo, mientras vamos de camino.

Es una invitación a disponer nuestra alma para "sentir y dejar entrar su Palabra", para no "endurecer nuestro corazón como en Meriba" (Salmo 94) y Él "nos dará un corazón nuevo y nos incidirá un espíritu nuevo; quitará de nuestro cuerpo el corazón de piedra y nos dará un corazón de carne” (Ezequiel 36, 26), que sepa escuchar, que sepa entender y que sepa recibirle.

Es una invitación a disponer nuestro espíritu para reconocerle y advertir Su presencia real en la Eucaristía, donde, siendo copartícipes de Su Cruz, aprenderemos a caminar, a soportar las pruebas y las dificultades, a luchar contra el desánimo y la queja, a abandonarnos en sus manos.

Sin la Eucaristia, los corazones de piedra, los corazones cerrados, que no quieren abrirse, que no quieren escuchar, que condenan y se quejan, que lo saben todo, que no necesitan explicaciones, que son tercos y autosuficientes, no pueden reconocer a Jesús porque no le dejan espacio a Él, para llenarlos de fe, esperanza y caridad.

Nosotros, discípulos de Emaús, caminamos con multitud de dudas, desánimos, pecados y cobardías, y con las que tratamos de alejarnos de la Cruz, de las pruebas y anhelamos volver al calor del hogar. Sin embargo, es cuando escuchamos a Jesús, cuando nos arde el corazón. Es cuando nos sentamos a la mesa con Él, cuando le reconocemos.

Cristo Resucitado se nos revela a cada uno de nosotros, alternando presencia y ausencia: cuando está presente "no le vemos", y cuando se abren nuestros ojos, "desaparece". Y es que Jesús nos acompaña aunque no nos demos cuenta. Cuando se nos abren los ojos de la fe y el corazón de la comprensión, entonces le percibimos en cualquier situación de nuestra vida, aunque nuestros ojos no le vean físicamente.

Para sumergirse en este tema, os recomiendo la lectura del libro "Con el corazón en ascuas", de Henri J. M. Nowen, sacerdote católico holandés, quien, desgranando los puntos principales del pasaje de Emaús, nos ofrece una profunda y hermosa reflexión sobre el significado de la Eucaristía, en la que se revela lo más profundo de la experiencia humana: 

-la pérdida y la tristeza:"Señor, ten piedad"
-la atención y la escucha:"¡Es Palabra de Dios!"
-la invitación y la profesión de fe"Yo creo"
-la intimidad y la comunión: "Tomad y comed"
-el compromiso y la misión:"Id y predicad".

En definitiva, el camino de Emaús es una invitación a vivir una vida eucarística: acudir a su mesa con nuestras rutinas diarias, con nuestras cruces y preocupaciones, confrontarlas con la palabra de Dios, que escuchamos y que Él nos explica, nutrirnos con el pan de vida que Jesús bendice y parte para nosotros, reconocerle y salir del banquete apresurados para testimoniar que ¡Jesucristo ha Resucitado!



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