¿QUIÉN ES JESÚS?
sábado, 4 de septiembre de 2021
EL "PRIMER DÍA" DE NUESTRA SEMANA
martes, 6 de abril de 2021
RECONOCIENDO EN LAS APARICIONES AL RESUCITADO
domingo, 4 de abril de 2021
¡JESUCRISTO HA RESUCITADO! ¡ALEGRAOS!
viernes, 9 de octubre de 2020
SI HA DE HABER LÁGRIMAS, QUE SEAN DE ALEGRÍA
Al contrario que las personas sin fe y apegadas a este mundo terrenal, que evitan el sufrimiento, que ocultan el dolor o que ignoran y esconden la muerte, yo pienso a menudo en ella, y me pregunto: ¿Consigo algo silenciándola o ignorándola? ¿Resuelvo el problema de mi existencia humana, negándola? ¿La elimino?
No pienso en la muerte porque la espere (no, de momento) ni porque la desee, sino porque es una puerta por la que, antes o después, todos vamos a tener que pasar: "Mors certa, sed hora incerta", "‘la muerte es segura, pero la hora incierta".
La muerte es un proceso inexorable que agrede el proyecto inicial divino en cuanto a la naturaleza del hombre creada a imagen y semejanza de Dios, un Dios vivo e inmortal que nos pensó para vivir eternamente.
La muerte es una violación de nuestro mayor derecho, el derecho a vivir, el derecho a la inmortalidad. Aunque constituye una realidad indiscutible y un fenómeno biológico adquirido como consecuencia de nuestro pecado, representa la más intolerable de las paradojas porque es anti-natural, contradictoria, absurda.
No deberíamos morir nunca pero, desgraciadamente, nacemos con una fecha de inicio pero también con una fecha de caducidad. Nacer es comenzar a ser, vivir es ser y morir es dejar de ser, es el "no-ser". Esa es la contradicción: el hecho de que, habiendo "sido", haya un instante en que "dejamos de ser".
Sin embargo, meditar sobre mi muerte da sentido a mi vida y luz a mi vocación como hijo de Dios, a quien agradezco todo lo que me ha dado y trato de aprovecharlo para su gloria. Desde luego, no me pregunto el por qué de la muerte (porque ya lo sé) sino el para qué (porque también lo sé).
Pero además, con su muerte en la Cruz, Jesús cambia radicalmente la forma de morir del hombre y me enseña cómo morir. Porque Cristo ¡murió por amor! y con su ejemplo, me invita a vivir esa misma muerte por amor, haciéndole frente, dándole sentido y asumiéndola con la misma fe y confianza que Él, diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Desde ese amor y esa fe que Dios me ha regalado, vivir cada día como si fuera el último, aprender y prepararme a morir, me proporciona una alegre y confortadora esperanza de llegar a disfrutar la misma gracia que me aguarda al traspasar ese umbral que mi Señor cruzó: "Dios, que vive, me llama a la vida eterna".
Enfocado en esas tres virtudes (fe, esperanza y amor) la muerte no tiene un poder definitivo sobre mi, sino que tan sólo supone un paso de un lugar temporal a otro eterno, un cambio de "nacionalidad": "dejar de ser" ciudadano del mundo para "ser" ciudadano del cielo. Y todo, por los méritos de Jesucristo, quien venció el poder de la muerte en la Cruz y nos concedió a todos los hombres el "visado permanente" para habitar el cielo.
"Jesucristo ha resucitado". Esa es mi certeza. Porque mi Señor, con su resurección, me ha abierto las puertas del cielo de par en par, a mí y a todos, para que los que creamos en Él, vivamos para siempre. De lo contrario, como dice San Pablo "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ".
miércoles, 15 de abril de 2020
¡QUÉ TORPES Y NECIOS!
¡Qué torpes y necios somos!...porque hemos cerrado nuestros oídos a los designios de paz y no de aflicción, a un porvenir y una esperanza, porque hemos dejado de invocarle y suplicarle (Jeremías 29,11).
¡Qué torpes y necios somos!...porque nos hemos creado ídolos de leño, de plata refinada de Tarsis y de oro importado de Ofir, revestidos de púrpura y de grana (Jeremías 10,8-9).
¡Qué torpes y necios somos!...porque hemos confiado en nosotros mismos por orgullo, vanidad de vanidades, todo es vanidad (Eclesiastés 12,8).
lunes, 13 de abril de 2020
¿POR QUÉ BUSCAMOS ENTRE LOS MUERTOS?
Y exactamente lo mismo que les ocurrió al resto de los discípulos, poco después, y en especial a Tomás, cuando los dos de Emaús regresaron a Jerusalén para contárselo. Tuvo que se Jesús, de nuevo, quien les dijera: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? (Lucas 24,38).
viernes, 6 de septiembre de 2019
¿DE QUÉ HABLÁIS POR EL CAMINO?
"¿De qué veníais hablando en el camino?"
En realidad, ¡No nos hemos enterado de nada!
¿De qué hablamos por el camino?
De nuevo, nos vuelve a increpar: "¡Qué necios sois y torpes para creer lo que anunciaron los Profetas! (Lucas 24,26).
De nuevo, nos vuelve a provocar: ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" (Lucas 24,26).
Seguirle significa tener que padecer, trabajar, ser incomprendidos o perseguidos, sufrir la enfermedad, experimentar las pérdidas. Pero ocurre que nos negamos al sufrimiento y a las dificultades por comodidad.
A algunos, todo esto, nos cuesta asimilarlo. Nos cuesta entender la vida cristiana como imitación de la vida de Cristo.
Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que fuera sencillo. Pero Jesús ha dado su vida por nosotros para liberarnos y ha resucitado para que tengamos esperanza en sus promesas: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven, vean" (Juan 9, 39).
El Señor nos invita a estar alegres: "¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!" (Nehemias 8, 10).
Cristo nos anima a ser pacientes: "Tened buen ánimo, servid al Señor; alegres en la esperanza, pacientes en los sufrimientos" (Romanos 12, 11-12), a no estar pendientes de las cosas de este mundo, a comprender que sólo al final del camino, todo se ilumina, todo cobra sentido y se nos caen las escamas de los ojos. Es entonces cuando le reconocemos.