¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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sábado, 13 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): HE VENIDO A TRAER DIVISIÓN

"He venido a prender fuego a la tierra"
(Lc 12,49)

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy son, sin duda, de las más provocadoras, incendiarias y desconcertantes que el Señor pronunció: "He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división".

No parece el mismo Jesús de paz y amor que dijo "Bienaventurados los que trabajan por la paz" (Mt 5,9), o "Paz a vosotros" (Lc 24,36), o "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27). 

Entonces, ¿Cómo explicamos esta contradicción? ¿Ha venido a traer paz o división? ¿Qué significa prender fuego a la tierra? ¿Está incitando a la paz o a la guerra? ¿Es Jesús un revolucionario y un pirómano?

Prender fuego

Cuando el Señor habla de prender fuego se está refiriendo al fuego del amor pero también al fuego purificador. Cuando dice deseo que ya esté ardiendo, se está refiriendo al cumplimiento de su misión en la tierra.

La idea del fuego es muy común en la Biblia y nos muestra variados significados: prueba, juicio, presencia divina, amor, celo, purificación...Recordamos el pasaje de los discípulos de Emaús, cuando se decían "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32), o las palabras de Juan el Bautista "Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Lc 3,16), o las del Rey David "La voz del Señor lanza llamas de fuego" (Sal 29,7).

Es el fuego vivificador del Espíritu Santo que, como en Pentecostés, prende y abrasa nuestros corazones. Es la llama transformadora del amor de Dios que nos entusiasma, nos cautiva y nos enamora. Es el fuego abrasador del celo evangélico por seguir a Cristo. Es la llama de la fe y del servicio al prójimo que prende, a su vez, las llamas de otros. 

El corazón de Cristo es un corazón en llamas que no se puede apagar, un fuego apasionado que ofrece luz y calor, que purifica nuestros corazones a través del crisol evangélico. Un fuego que destruye el mal y renueva la faz de la tierra. 

Jesucristo es, en efecto, un pirómano...que prende el amor de Dios en los hombres y que nos invita a hacer lo mismo en el mundo.

Traer división

Cuando Jesús dice que es signo de contradicción o división (Lc 2,34), se refiere a que su mensaje implica tomar una decisión, hacer una elección: o aceptar el Reino de Dios o rechazarlo, o ponerse de su lado o de lado del mundo, o tomarlo o dejarlo. 

Sí, Cristo trae guerra...contra la injusticia y el sufrimiento, contra el mal, el pecado y la muerte. Una guerra que no admite neutralidad ni medias tintas: o estamos en un bando o en el contrario. Parece contradictorio pero Jesús viene a establecer entre los hombres la verdadera paz, que lucha contra la ficticia del mundo, donde sólo hay egoísmo, envidia y codicia.

Sí, el mensaje de Jesús causa conflicto, a veces, con uno mismo, ya que confronta la voluntad de Dios con mis deseos, anhelos, ilusiones, planes y también con mi pecado, mis comodidades, mis egoísmos; y a veces, con los de otros, con los de mi familia, con los de mis amigos o con los del resto del mundo. 

El mensaje de Jesús es radical: se trata de elegir que es lo primero y único en mi vida. Elegir entre el Reino de Dios, el proyecto de mi salvación, a través de mi entrega y abandono total al amor de Dios, o el reino del mundo que me promete una falsa paz y un ficticio bienestar.

Jesucristo es, en efecto, un revolucionario de la paz y la justicia que nos llama también a nosotros, sus discípulos, a ser y a sufrir contradicción constante por el rechazo y el descrédito que supone vivir la fe de un modo radical en un mundo que la repudia. A veces, incluso también dentro de la familia o de la propia Iglesia.

Para la reflexión:

¿Arde mi corazón?
¿Soy un cristiano apasionado?
¿He tomado una decisión y partido en un sentido u otro?
¿He acrisolado mi corazón con el fuego de Cristo?
¿Lucho por la paz, la justicia y el amor?
¿Soy signo de contradicción?



JHR


viernes, 6 de septiembre de 2019

¿DE QUÉ HABLÁIS POR EL CAMINO?

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"¿De qué veníais hablando en el camino?"
(Lucas 24,17)

El otro día escuché una frase que me hizo pensar: "Muchos siguen a Jesús hasta partir el pan, pero no hasta beber el cáliz". Desgraciadamente, ocurre con demasiada frecuencia. 

Muchos, que nos hemos encontrado por el camino con Jesús, que le hemos escuchado, que le hemos reconocido y que le hemos invitado a nuestras casas, creemos seguirlo (al menos, durante un tiempo) pero, en el fondo, lo que hacemos es imaginarnos un concepto erróneo de Jesús y de su mensaje.

Muchos. incluso, le mitificamos porque, como los dos de Emaús, decimos: "Nosotros esperábamos"...esperando que el Señor nos resuelva nuestros problemas, que nos libere de nuestras angustias y dificultades, que nos resuelva la vida sin nosotros hacer nada.  

Muchos tenemos los ojos demasiado fijados al suelo, a las cosas cotidianas, a los problemas y a las pérdidas, incapacitados para ver más allá de lo que realmente ocurre, para dejar que la Gracia actúe en nuestras vidas. 

En realidad, ¡No nos hemos enterado de nada!

¿De qué hablamos por el camino?

Cuando pasa el tiempo, cuando llegan las cruces, cuando llegan los problemas, los sufrimientos y las pérdidas, nos sentimos defraudados, como los dos de Emaús. Perdemos la esperanza y la fe. Y entonces, cedemos  a la tentación de volver al mundo y a sus costumbres. El encuentro que tuvimos con Cristo se disipa y todo queda en nada...

Resultado de imagen de dios camina con nosotrosPero Jesús vuelve otra vez a aparecerse en nuestro camino y nos vuelve a preguntar: "¿De qué habláis? ¿por qué estáis tristes?” (Lucas 24,17)

De nuevo, nos vuelve a increpar: "¡Qué necios sois y torpes para creer lo que anunciaron los Profetas! (Lucas 24,26). 

De nuevo, nos vuelve a provocar:  ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" (Lucas 24,26).

De nuevo, vuelve a explicarnos las Escrituras para que comprendamos que la felicidad, la vida plena, sólo se alcanza a través del padecimiento, del sufrimiento. Imitándole. Cargando, cada uno, con nuestra cruz.

Jesucristo nunca se cansa de aparecerse una y otra vez en nuestras vidas. Él cumple su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Es paciente y comprensivo, al explicarnos su mensaje una y otra vez, haciéndolo asequible a nuestras mentes cómodas y dispersas. 

Pero algo tenemos que poner de nuestra parte. Después de escucharle y caminar junto a Él, de reconocerle e invitarle, debemos perseverar y formarnos, para testificar que está vivo.  Es en la Escritura y en los sacramentos diarios donde encontramos la llave de la esperanza, de la verdad y del sentido de la vida. Sólo así puede "arder nuestro corazón".

Escucharle significa estar atentos, mientras caminamos con Él todos los días, en cada momento. Pero ocurre que le perdemos de vista y nos volvemos "a lo nuestro".

Reconocerle significa huir del desencanto, del desánimo, de la desesperación y de la tristeza para asirnos de su mano. Pero ocurre que preferimos quedarnos deprimidos en nuestras pérdidas.

Invitarle significa encontrar la alegría y la paz serena que nos da y que nos conduce a dar testimonio de Él en nuestras vidas y contárselo a otros. Pero ocurre que preferimos quedarnos en nuestros temores y no decir nada.

Testificar que "Jesucristo ha resucitado" significa tener la certeza de ello y vivirlo constantemente. Pero ocurre que repetimos esa frase sin asumirla. 

Dejarnos guiar por el Espíritu Santo significa hacerlo como un hábito y una tarea diaria, para que sepamos cuál es la voluntad de Dios. Pero ocurre que se queda sólo en una oración bonita que pronunciamos, pero que rara vez aplicamos.

Cristo ha venido a nuestras vidas para que le mostremos cuantas cosas necesitan ser reparadas y sanadas. Ha venido a nosotros por amor. Jesús no es un mago ni pretende serlo. Es Dios y quiere que le amemos como Él nos ha amado, que le imitemos, que le sigamos.

Amarle, imitarle significa también decir: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Pero ocurre que preferimos que se cumpla nuestra voluntad, nuestros deseos.

Resultado de imagen de jesus camina con nosotrosSeguirle significa tener que padecer, trabajar, ser incomprendidos o perseguidos, sufrir la enfermedad, experimentar las pérdidas. Pero ocurre que nos negamos al sufrimiento y a las dificultades por comodidad.

A algunos, todo esto, nos cuesta asimilarlo. Nos cuesta entender la vida cristiana como imitación de la vida de Cristo.

Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que fuera sencillo. Pero Jesús ha dado su vida por nosotros para liberarnos y ha resucitado
 para que tengamos esperanza en sus promesas: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven, vean" (Juan 9, 39).

El Señor nos invita a estar alegres: "¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!" (Nehemias 8, 10). 

Cristo nos anima a ser pacientes: "Tened buen ánimo, servid al Señor; alegres en la esperanza, pacientes en los sufrimientos" (Romanos 12, 11-12), a no estar pendientes de las cosas de este mundo, a comprender que sólo al final del camino, todo se ilumina, todo cobra sentido y se nos caen las escamas de los ojos. Es entonces cuando le reconocemos.

Jesús sigue preguntándonos: "¿De qué habláis por el camino?". Nosotros no podemos obviarla, no podemos esquivarla. Debemos responder.


Para la reflexión:

¿De qué hablamos por el camino? 
¿Hablamos de Jesús o de nosotros? 
¿Se han abierto nuestros ojos?
¿Vemos o estamos ciegos?
¿Tenemos alegría o desesperanza?


miércoles, 30 de mayo de 2018

EMAÚS: UNA INVITACIÓN DE JESÚS


"Porque donde están dos o tres
reunidos en m
i nombre,
allí estoy yo en medio de ellos"
(Mateo 18, 20)

El pasaje de San Lucas 24, 13-35 nos sitúa en la tarde del domingo de Resurrección, en la que dos discípulos de Jesús, tristes y abatidos, abandonan Jerusalén camino de Emaús, su aldea natal. Sus expectativas se han desvanecido. Su fe se ha apagado. Su esperanza en Cristo se ha perdido. El desánimo les devuelve a su rutina. 

El camino de Emaús se repite hoy también, cada día. Muchos cristianos que han perdido su fe, sus esperanzas y sus expectativas en Dios, salen de su Jerusalén particular (la Iglesia) para volver a Emaús (sus cosas). Y nos mueve a todos a una profunda reflexión: comprender que se trata de un camino de ida y vuelta, donde se produce un "diálogo a tres bandas", en el que el discípulo sin nombre somos cada uno de nosotros, y donde el Señor, que nos acompaña y que nos escucha, nos da las claves para retornar a nuestra fe en Dios, a nuestra esperanza en Sus promesas y a nuestro compromiso con Su Iglesia, y así, salir a compartir Su amor y nuestra alegría con el mundo.

Después de exponerle nuestras inquietudes y preocupaciones, Jesús nos explica su mensaje, "incendiando" nuestro corazón. Nos invita a compartir el pan con Él, "abriendo" nuestros ojos, para reconocerle, para tomar conciencia de que ha resucitado y que es real.

El camino de Emaús es una maravillosa invitación a dejarnos acompañar por Su ternura y Su amistad, para así, abandonar nuestra "rigidez de corazón" (egoísmo), nuestra "dureza de cerviz" (orgullo), nuestra "incircuncisión de oídos” (falta de fe), y escuchándole... "entender" todo, mientras vamos de camino.

Es una invitación a disponer nuestra alma para "sentir y dejar entrar su Palabra", para no "endurecer nuestro corazón como en Meriba" (Salmo 94) y Él "nos dará un corazón nuevo y nos incidirá un espíritu nuevo; quitará de nuestro cuerpo el corazón de piedra y nos dará un corazón de carne” (Ezequiel 36, 26), que sepa escuchar, que sepa entender y que sepa recibirle.

Es una invitación a disponer nuestro espíritu para reconocerle y advertir Su presencia real en la Eucaristía, donde, siendo copartícipes de Su Cruz, aprenderemos a caminar, a soportar las pruebas y las dificultades, a luchar contra el desánimo y la queja, a abandonarnos en sus manos.

Sin la Eucaristia, los corazones de piedra, los corazones cerrados, que no quieren abrirse, que no quieren escuchar, que condenan y se quejan, que lo saben todo, que no necesitan explicaciones, que son tercos y autosuficientes, no pueden reconocer a Jesús porque no le dejan espacio a Él, para llenarlos de fe, esperanza y caridad.

Nosotros, discípulos de Emaús, caminamos con multitud de dudas, desánimos, pecados y cobardías, y con las que tratamos de alejarnos de la Cruz, de las pruebas y anhelamos volver al calor del hogar. Sin embargo, es cuando escuchamos a Jesús, cuando nos arde el corazón. Es cuando nos sentamos a la mesa con Él, cuando le reconocemos.

Cristo Resucitado se nos revela a cada uno de nosotros, alternando presencia y ausencia: cuando está presente "no le vemos", y cuando se abren nuestros ojos, "desaparece". Y es que Jesús nos acompaña aunque no nos demos cuenta. Cuando se nos abren los ojos de la fe y el corazón de la comprensión, entonces le percibimos en cualquier situación de nuestra vida, aunque nuestros ojos no le vean físicamente.

Para sumergirse en este tema, os recomiendo la lectura del libro "Con el corazón en ascuas", de Henri J. M. Nowen, sacerdote católico holandés, quien, desgranando los puntos principales del pasaje de Emaús, nos ofrece una profunda y hermosa reflexión sobre el significado de la Eucaristía, en la que se revela lo más profundo de la experiencia humana: 

-la pérdida y la tristeza:"Señor, ten piedad"
-la atención y la escucha:"¡Es Palabra de Dios!"
-la invitación y la profesión de fe"Yo creo"
-la intimidad y la comunión: "Tomad y comed"
-el compromiso y la misión:"Id y predicad".

En definitiva, el camino de Emaús es una invitación a vivir una vida eucarística: acudir a su mesa con nuestras rutinas diarias, con nuestras cruces y preocupaciones, confrontarlas con la palabra de Dios, que escuchamos y que Él nos explica, nutrirnos con el pan de vida que Jesús bendice y parte para nosotros, reconocerle y salir del banquete apresurados para testimoniar que ¡Jesucristo ha Resucitado!