¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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jueves, 22 de febrero de 2024

SENTARSE DETRÁS EN MISA




Muchos católicos cumplen al pie de la letra las palabras de Jesús en Mateo 20,16: "los últimos serán los primeros". En efecto, algunos llegan a misa los últimos y se van los primeros. Toda una declaración de intenciones...

Y me pregunto: ¿Soy de los que se sienta en los bancos del final en misa? 
Y si fuera un concierto o un partido de fútbol...¿También me pondría en las últimas filas? ¿Llegaría tarde y me iría en cuanto pudiera? ¿Participaría o me resultaría indiferente?

¿Soy consciente de lo que sucede en misa? ¿Voy a participar en ella o estoy de paso? ¿Me involucro en lo que allí ocurre o simplemente, "estoy" allí? 

¿Evito proclamar las lecturas con la excusa de que no tengo gafas? ¿Eludo pasar la colecta o cantar porque me avergüenza? ¿Doy la paz "a la japonesa"? ¿Soy un "católico dominguero"?

Si hubiera estado invitado a la Última Cena...¿me pondría cerca o lejos para escuchar a Jesús? ¿Y en la Cruz? ¿estaría al pie de ella o miraría desde una distancia prudencial?
La Eucaristía es el centro neurálgico de la vida cristiana y como tal, merece la pena esforzarse para participar mejor de este sacramento que la Iglesia recibió de Cristo como el don por excelencia, porque es Dios mismo que se ofrece a todos los hombres para nuestra salvación. Hacerlo desde una distancia prudencial no es propio ni de recibo.

Sí, en misa nos jugamos mucho. No es simplemente ir a un lugar por compromiso, costumbre o tradición, ni tampoco es una actividad dominical más. A misa no se va a ser un simple espectador sino a celebrar y ser partícipe de la obra salvífica de nuestro Señor.

Por eso, es importante preguntarme cómo puedo participar mejor de la Eucaristía. Tres simples sugerencias: preparación, disposición, compromiso.

Preparación
En primer lugar,  necesito una adecuada preparación. Y es que ocurre con frecuencia que acudo a la iglesia sin pensar mucho...o quizás pensando mucho (en el "después"), y sucede que la Eucaristía empieza y termina sin apenas darme cuenta porque "estoy a otra cosa". ¡Cuántas veces soy incapaz de recordar qué Evangelio se ha leído o qué ha dicho el sacerdote en la homilía! ¡Cuántas veces tengo la mente ocupada con otras cosas!

Prepararme es profundizar en mi comprensión sobre la Eucaristía. Si comprendo bien lo que allí ocurre, me dispondré de antemano. Y, viceversa, si me preparo bien, comprenderé mejor.

Y para ello, en primer lugar, lo más conveniente es acudir al Catecismo de la Iglesia Católica, ese gran olvidado para muchos creyentes en edad adulta. En  los números 1322 a 1419 explica lo que significa este sacramento, su estructura, su celebración y la forma de actuar en cada parte de la Liturgia. Es importante conocer de antemano lo que luego voy a vivir.

En segundo lugar, tampoco está de más echar un vistazo a encíclicas sobre la Eucaristía como Sacramentum Caritatis (Sacramento de la Caridad), Ecclesia de Eucharistia (La Iglesia vive de la Eucaristía) de Benedicto XVI o Dies Domini (El día del Señor), de Juan Pablo II. Meditar estos textos pontificios me prepararán para participar más y mejor en la Eucaristía.

En tercer lugar, algo más sencillo: meditar, reflexionar y rezar de antemano las lecturas que la Iglesia me propone para cada día en la Liturgia de la Palabra. Si lo hago, estaré más atento a las lecturas y sacaré más fruto al escuchar de nuevo la Palabra de Dios.

Disposición
La misa es una cita con Dios. Voy "de boda". Voy de celebración. No puedo acudir de cualquier forma. Entro en "suelo sagrado". Es importante que me descalze de mis prejuicios y disponga mi corazón para ponerme en presencia de Dios con una actitud dócil y humilde.

Y nadie va a una boda sucio o sin vestirse adecuadamente para la ocasión. Hablando de vestirse, el mejor "hábito" es llegar con un corazón reconciliado con el Señor mediante una buena confesión.

Tampoco se llega tarde a una celebración. Llegar con el tiempo justo (o empezada la misa) no es la mejor manera de prepararme o de disponerme. Es necesario llegar con tiempo, sosegado y tranquilo, sin prisas, sin aceleramientos, sin ruidos. Si entro con "la lengua fuera" y trayendo conmigo mucho "ruido", no seré capaz de "estar" atento ni de "comportarme" correctamente. 

Una vez en la iglesia, es necesario tener una actitud de respeto, de reverencia, de recogimiento, de silencio interior. Estoy delante del Señor aunque mis ojos no puedan verle..¡Cuántas veces olvido Quién está presente!

Quizás haya algunos hábitos que con el tiempo he adquirido y que es bueno revisar. Para empezar, no es lo mejor llegar apurado a la celebración, distraído y con muchas cosas en la cabeza. Procurar llegar a tiempo, tener un ánimo sosegado y tranquilo, apagar el teléfono móvil, me predispone para adoptar una actitud de escucha y acogida del misterio del cual voy a participar. 

Desde otra perspectiva, es también importante la atención al modo como me visto. No se trata de buscar aparentar, pero sí recordar la solemnidad del momento y que mi exterior acompañe a mi interior. Nadie va a una boda en pantalón corto o con camiseta.

Compromiso 
La idea es que mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, es decir, todo mi ser, esté en la “frecuencia” correcta para lograr esa sintonía. Todo mi ser acompaña, se compromete y vive la celebración eucarística: mis gestos, mis palabras, la entonación de mi voz, mi postura corporal, mis sentimientos, mis pensamientos, en fin, todo mi "yo" debe estar dispuesto para el encuentro con el Señor que está vivo en la Eucaristía, hablándome desde el ambón y haciéndose presente como ofrenda al Padre en el altar para mi salvación y reconciliación.

Además de todo lo dicho, no debo pasar por alto que la Eucaristía es acción de gracias a Dios. La palabra Eucaristía significa precisamente eso: Acción de gracias. 

No olvido, por tanto, darle gracias a mi Padre por tantos dones: por darme a su propio Hijo, por darme al Espíritu Santo, por dejarme a María como Madre y modelo de vida cristiana, por la Iglesia, por mi familia, por mis amigos, por los dones personales que he recibido...en fin, por tantas cosas buenas. 

Como recuerda el apóstol Santiago: "Todo bien y todo don perfecto viene de arriba, del Padre del Cielo" (Stg 1,17).

Si me siento detrás...me pierdo mucho...

sábado, 5 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ¡QUÉ BUENO ES QUE ESTEMOS AQUÍ!

Seis días más tarde, 
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, 
y subió con ellos aparte a un monte alto. 
Se transfiguró delante de ellos, 
y su rostro resplandecía como el sol, 
y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: 
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! 
Si quieres, haré tres tiendas: 
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 
Todavía estaba hablando 
cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra 
y una voz desde la nube decía: 
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». 
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. 
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: 
«Levantaos, no temáis». 
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. 
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: 
«No contéis a nadie la visión 
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
(Mt 17,1-9)

"Seis días más tarde". Después del milagro eucarístico de la multiplicación de los panes y los peces y tras anunciarles por primera vez su pasión a los apóstoles en la subida hacia Jerusalén...seis días después...esto es, de nuevo en domingo, en el día del Señor, Jesús se transfigura en el Tabor, dando profundo sentido y cumplimiento a las palabras proféticas de Isaías: "el pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz" (Is 9,1) y que Mateo recuerda al principio de la predicación de Jesús (Mt 4,16). 

Jesús les anticipa a sus discípulos que verían su gloria una semana antes (Mt 16,27-28) y aún así, cuando lo vieron resplandeciente, se quedan perplejos y desconcertados, como nos quedaríamos cualquiera de nosotros ante la sobrenaturalidad de tan potente teofanía y cristofanía (manifestación de Dios y de Cristo), que tambiémuestra una visión de cómo será la resurrección de todos los hombres en cuerpo glorioso.

El Señor, que conoce el corazón del hombre, siempre se anticipa: el que iba a ser humillado hasta el extremo, ahora se manifiesta en la plenitud de su esplendor y gloria futura, con la intención de levantar el estado anímico de los apóstoles, ante la inminencia de su Pasión. Estas tres columnas de la Iglesia serán testigos privilegiados de su momento más glorioso en el gozo del Tabor y también de su momento más humillante en la agonía de Getsemaní.

Inesperadamente, en medio del deslumbrante halo de luminosidad que envuelve su visión, entran en escena Moisés y Elías, testigos de la revelación divina en lo alto del Sinaí y representantes autorizados de la ortodoxia israelita (Moisés=Ley; Elías=Profetas) que atestiguan a Jesús glorificado como el Mesías prometido (para que una prueba fuera admitida entre los judíos, se requerían dos testigos).
Es entonces cuando desciende la voz del Padre procedente de la nube luminosa que los cubría con su sombra para corroborar su divinidad: "este es mi Hijo amado", eco de las mismas palabras escuchadas en el bautismo de Jesús (Mt 3,17), pero ahora con un mandato: "escuchadle" 

Dios, que había hablado en el pasado y hasta entonces a su pueblo por medio de Moisés y de los Profetas, ahora, en este nuevo Sinaí, les habla por medio del Hijo amado (Heb 1,1-2), el que ha venido para dar plenitud y cumplimiento a la Ley y los Profetas.

Los discípulos "caen  de bruces", rostro en tierra, postrados en adoración. No sobrecogidos por el miedo, sino en actitud reverencial (temor de Dios) ante la presencia trascendente de la divinidad. 

Exactamente lo mismo que nos ocurre cuando estamos en presencia de Jesús Eucaristía: nos postramos como signo de adoración y reverencia para gozar lo que estamos presenciando. Y aunque nuestros ojos no lo ven, allí mismo, en el altar, converge lo humano y lo divino, la tierra y el cielo. 
Es entonces cuando, como Pedro, decimos: "Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!" o "Con nuestros ojos hemos visto su majestad…" (2P 1, 16-19)

Tras la misa (nuestro Tabor de cada día) sabemos que tenemos que descender al valle para encontrarnos con nosotros mismos en el penoso batallar de nuestra vida, en el duro bregar del "mar adentro", en los momentos de tristeza y decaimiento. 

Pero salimos gozosos, transfigurados y resplandecientes, tras escuchar al Hijo amado, que nos dice "levantaos y no temáis" y que nos envía a ser luz del mundo (Mt 5,14) tan necesitado de Él.

¡Qué privilegiados somos al tener la oportunidad de acercarnos a ver la gloria del Resucitado en cada Eucaristía! ¡Qué afortunados somos al ser "primereados" por Dios que nos muestra nuestro destino final! ¡Qué gozo es ser reconfortados por su paz! ¡Qué bueno es estar junto al Señor y vislumbrar las primicias del cielo!

JHR

domingo, 22 de agosto de 2021

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

"Entonces Jesús les dijo a los Doce:
'¿También vosotros queréis marcharos?'.
Simón Pedro le contestó:
Señor, ¿a quién vamos a acudir? 
Tú tienes palabras de vida eterna; 
nosotros creemos y sabemos 
que tú eres el Santo de Dios".
(Juan 6, 67-69)

El mensaje de Jesús es duro, contundente y chocante para los judíos...y también para nosotros. No todos quieren o aceptan seguirlo; muchos deciden abandonar, incapaces de asumir la exigencia del seguimiento a Cristo; y como muchos discípulos judíos, piensan: ¡Es muy duro! ¡Lo dejo!

La Verdad Revelada, el Verbo Encarnado, la Palabra de Dios, el Pan de Vida, es decir, el mismo Jesucristo es difícil de entender sin fe, sin la gracia que nos da el Espíritu Santo. Nadie puede llegar a creer en Él si Dios no se lo concede, porque la fe nos es algo que adquiero por méritos propios sino que es un don que generosamente me ofrece.

Aunque halla visto Sus milagros o incluso reconozca Su divinidad, ocurre que, en ocasiones, no quiero profundizar, no quiero moverme más allá de mis deseos, de mis comodidades o de mis necesidades materiales... y por eso, muchos le abandonamos

El propio Jesús nos interpela a cada uno de nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos?” Nos pregunta si también nosotros queremos rendirnos y abandonarlo. Y yo... ¿quiero marcharme?

La Palabra de Dios es una espada de doble filo: tanto en el evangelio como en la primera lectura del libro de Josué, me da la libertad de elegir a Dios o a otros dioses, porque el Amor nunca obligaMe coloca ante una elección: buscarlo con sinceridad, querer entender más y seguirlo, o rechazarlo porque no me gusta lo que oigo ni a lo que me compromete.

Para Jesús, lo importante no es el número de gente que estemos a su alrededor porque busquemos oír lo que queremos oír. Cristo no es políticamente correcto ni cambia el discurso para agradar o para quedar bien, sino que habla para revelar al Padre y no para darme gustoPrefiere quedarse solo a estar acompañado de personas que no se comprometan con Él, que no creen, que no lo siguen. Para Jesús, no existen términos medios.

En su estilo directo e impetuoso, Pedro responde por todos nosotros diciendo que no hay otro camino“¿A quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna!” Aun sin entenderlo todo, Pedro acepta a Jesús y cree en Él. A pesar de todas sus limitaciones, Pedro "cree sin entender", como la Virgen María. Y yo...¿creo aún sin entender?

Muchas personas hoy en día se han alejado de Cristo. Otros se quedan y creen de verdad. Otros, como Judas, fingen seguirlo pero en realidad tratan de utilizarle en beneficio personal. Asisten a la Iglesia por una cuestión social o de tradición, o para recibir aprobación y reconocimiento, o por cumplimiento hipócrita. Pero en realidad solo hay dos respuestas posibles: acepto a Jesús o lo rechazo.
A pesar de que existen muchas ideologías y “verdades” humanas, únicamente Jesús tiene palabras de vida eterna. La gente busca la vida eterna por todas partes pero no ven a Cristo, la única fuente. Buscan donde no pueden encontrar.

En la homilía de hoy, escuchaba al sacerdote decir: "Si os ofrecieran una pastilla que os diera la posibilidad de ser inmortales y de ser siempre jóvenes, ¿la rechazaríais?". En efecto, eso es lo que Dios nos ofrece en la Eucaristía, la vida eterna a través de la donación de su propio Hijo. Y yo... ¿me lo creo o lo rechazo?

Jesús me enseña a asimilar a Dios como asimilo la comida que ingiero para crecer y desarrollarme. Se trata de que Dios viva en mí y yo en Dios. Lo que da vida no es celebrar el maná del pasado, sino comer este nuevo pan que es Jesús, su carne y su sangre, participando en la Eucaristía, asimilando su vida, su entrega, su donación. Y yo...¿cargo mi cruz y le sigo?

Jesús me pide creer en Él como Hijo de Dios y enviado por el Padre para rescatarme y liberarme del pecado, para salvarme y darme vida eterna. Pero no basta con creer. Es necesario que asimile e interiorice a Cristo: comer su carne es alimentarme, crecer y desarrollarme en la voluntad de Dios, y beber su sangre es aprender a cargar la cruz y seguirlo.

domingo, 1 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (1): EL PAN DE VIDA

"Yo soy el pan de vida. 
El que viene a mí no tendrá hambre, 
y el que cree en mí no tendrá sed jamás" 
(Juan 6,35)

Comenzamos, como cada año en agosto, nuestras meditaciones paseando con Jesús por la orilla del mar. Hoy, Cristo nos ofrece en el discurso sobre el pan de vida, un “alimento que no perece” (Juan 6,27) que evoca el milagro del maná en el desierto, el alimento material que, aunque sacia momentáneamente, perece y no puede guardarse de un día para otro (Éxodo 16,20).

La multitud sigue a Jesús, no porque haya comprendido el significado del signo (la multiplicación de los panes y los peces), sino porque están saciados. No tienen fe sino interés egoísta y utilizan al Señor para su satisfacción física, para alimentarse sin esfuerzo.

En la Pascua, los judíos recordaban el pan del desierto que el pueblo comía como sustento diario, y aún así, éste no impedía que muriesen. Ahora, Cristo les pide dar un paso más: ¡Quien celebra la Pascua recordando sólo el pan que los padres comieron en el desierto, morirá como todos ellos! 

El verdadero sentido de la Pascua no es el de recordar el maná que cayó del cielo, un pan físico y temporal, sino liberarles de los esquemas del pasado y de los patrones humanos para aceptar a Jesús como el Pan de Vida que ha bajado del cielo.

Los judíos comienzan a murmurar, le muestran hostilidad, dudan de la presencia de Dios en Jesús de Nazaret (Juan 6,41-42) y hacen lo mismo que los israelitas en el desierto (Éxodo 16,2; 17,3; Números 11,1): critican a Jesús porque no aceptan su divinidad. Le ven como el carpintero de Nazaret y se niegan a creer que Jesús es el Hijo divino de Dios y no toleran ni aceptan su mensaje.

En la Eucaristía, ¿me quedo en la superficie del signo? ¿me acerco para "consumir el pan" por tradición, como en el pasado, igual que los judíos, o por un egoísmo material? ¿soy capaz de entender completamente el don que Dios me da? ¿Creo realmente que el propio Jesucristo se hace presente para saciar mi cuerpo y mi alma? 

El signo me interpela: ¿Por qué soy cristiano? ¿Reduzco mi fe a una práctica de normas o al cumplimiento de ritos y tradiciones? ¿Busco agradar a Dios o satisfacer mis deseos? ¿Acudo a Dios sólo cuando necesito algo? ¿Utilizo a Dios? ¿Me aprovecho de Él?

Quizás, yo también "murmuroy pongo objeciones a la Palabra de Dios, y termino negando y rechazando a Cristo porque, en realidad, no quiero aceptar las exigencias que suponen seguir a Jesús. Me basta con "tenerle" para satisfacer mis deseos y mis necesidades. 

En la Eucaristía, Cristo nos invita a ir más allá del signo: ¡Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura! (Mateo 6,33) porque ¡No sólo de pan vive el hombre! (Deuteronomio 8,3). 

Buscar el reino de Dios es creer y confiar en Jesús y decirle: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16,16)". Es confiar en Cristo y decirle. ¡Danos hoy el pan nuestro de cada día! (Mateo 16,11). Es alimentarse de Él y decirle: "¡Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo!" (Juan 4,34).

Cristo es el auténtico “maná del cielo” que nos alimenta en cada Eucaristía, el “pan nuestro de cada día” que pedimos en cada Padrenuestro, y mientras caminamos por el desierto, por la prueba, le rogamos“¡Señor, danos siempre de ese pan!”

viernes, 18 de septiembre de 2020

CAMINANDO CON JESÚS AL ATARDECER

"Y, tomando pan, 
lo bendijo, 
lo partió 
y se lo dio"
(Lucas 22,19)

El Señor interviene en mi vida...continuamente. Cada atardecer, mientras camino, a veces, desilusionado y, otras, alegre, Cristo se hace el encontradizo conmigo y me pregunta ¿qué conversación traes por el camino?

Jesús siempre se interesa por los anhelos y preocupaciones de mi corazón. No le son ajenos porque me conoce y me ama desde toda la eternidad. Siempre está dispuesto a escuchar de mis labios lo que Él ya sabe. 

Quiere que sea así... que lo verbalice, para que el propio eco de mis palabras resuene en todo mi ser; quiere que "saque" todo lo que hay en mi corazón para llenarlo de suaves palabras de amor y de paz; quiere que me vacíe de mí para llenarme de Él.

Jesús siempre me ofrece un diálogo tranquilo y pausado donde la meditación profunda de sus palabras me abre paso a la contemplación pausada, sin prisa. Es un momento donde el tiempo se detiene y el espacio desaparece, donde no existe ruido ni agitación. Sólo Él y yo...

"Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, me explica lo que se refiere a él en todas las Escrituras". Me cuenta cómo, a lo largo de mi vida, ha estado siempre presente, interviniendo siempre con su gracia para ganar mi alma, aunque yo no le haya reconocido.

Entonces, le invito a mi casa por voluntad propia, se sienta a la mesa eucarística y me susurra "su pregunta", la que me hace todos los días: ¿te he dicho alguna vez que te quiero? 

Y lo hace con su única y magistral forma de enseñar, para que se me abran los ojos y le reconozca:


Toma el pan

Cristo me toma, me elige, me conquista... Podría elegir a otros muchos, pero me elige a mí. 

Me llama por mi nombre y asume mi vida, con mis limitaciones y debilidades, con mis aciertos y errores, con mis dones y mis pecados. Me hace "suyo" por amor incondicional.

No se arrepiente de elegirme y caminar conmigo. Aunque falle, aunque me equivoque, aunque caiga, aunque le traicione, le niegue y le dé la espalda, Él siempre me tiende su mano amiga.

Lo bendice

Jesús siempre habla bien de mí, aunque no lo merezca. Nunca me desprecia ni me culpa. Porque me quiere.

Me ensalza, me santifica, me diviniza y me consagra a Él. Pero además, me capacita y me da fuerza. 

Pone en mi alma el deseo de desarrollar los talentos que me ha dado para darle gloria.

Lo parte

Cristo me parte en pedazos, me rompe, me quebranta. Quiere que viva un poco roto, humillado, anonadado, incomprendido...como Él.

Quiere que sea consciente de mi debilidad, que asuma mi fragilidad...y así, asemejándome a Él, viva con humildad, obediencia y confianza la misión que me ha encomendado.

Sólo quebrantado soy capaz de comprender que necesito su gracia y, en un acto libre de mi voluntad, ser capaz de amarle y darle gloria.

Lo entrega

Jesús me ha hecho reflejo suyo y por tanto, "pan" para los demás. Soy alimento para ser consumido y digerido. Mi vida es para entregarla a los demás y a Dios.

Soy un regalo para los demás. Soy la luz y la sal para quien no conoce y necesita al Salvador. El fuego que arde en mi corazón es para incendiar otros corazones que necesitan Su amor misericordioso.
Entonces, el Señor desaparece tras haberme dado de comer su divinidad, tras haberme invitado a ser un "alter Christus", tras haberme invitado a ser "un sacrificio agradable ante el Padre", una "hostia viva" para los demás. 

No sólo me propone llevar una vida eucarística, sino ser "eucaristía" para otros:

- para mi familia: para darme y entregarme completamente; para ser "otro cordero llevado al matadero", para ser humilde y dócil a la voluntad de Dios, para estar dispuesto a ofrecerme en sacrificio por ellos. 

- para mis amigos, esto es, para ser otro Cristo en la tierra, para tomar la cruz de mi pecado y morir a él; para seguirlo, para imitarlo dando mi vida por ellos. 

-para el mundo, es decir, para ser su perfecta imagen y semejanza, para que, cuando el mundo me vea, le vea a Él, "el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1, 29). 

-para Dios, esto es, para  ser santo, para ser perfecto...como Él.

JHR

domingo, 2 de febrero de 2020

SESENTA ESTADIOS DE IDA Y DE VUELTA



"Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, 
distante de Jerusalén unos sesenta estadios." 
(Lucas 24,13)

Muchos conocemos de memoria el relato de la tarde del domingo de Resurrección, en el que dos discípulos de Jesús, tristes y abatidos, abandonan Jerusalén camino de Emaús. 

Tras la muerte de Jesús, sus expectativas mesiánicas se han desvanecido. Su fe se ha apagado y su esperanza se ha perdido. Ya no parece quedarles otra cosa que volver a sus vidas cotidianas. Ya no tiene ningún sentido continuar juntos. 

Pero el camino de Emaús no es sólo un relato bonito del pasado. Es una peregrinación que se repite constantemente en nuestras vidas. Todos, alguna vez, recorrernos esos sesenta estadios mientras el Señor nos pregunta, nos interpela, nos suscita, nos explica, nos parte el pan y nos abre los ojos. 

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Sesenta estadios es la distancia que recorremos los cristianos cuando perdemos la fe y la esperanza. Cuando, desilusionados porque no se cumplen nuestras expectativas, y ensimismados en nuestros problemas, nos alejamos de Dios para volver a nuestra vida cotidiana ("Iban conversando y discutiendo entre ellos de todo lo que había sucedido").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la bondad de Jesús, que sale a nuestro encuentro sin estridencias, haciéndose el encontradizo con aquellos que le hemos abandonado ("Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos"). 

Sesenta estadios es la distancia que recorre el amor de Cristo que nos acompaña en nuestro dolor y sufrimiento, que escucha nuestras pérdidas y desilusiones y se hace presente en las cosas sencillas de nuestra vida ("¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?"). 

Sesenta estadios es la distancia que recorre la paciencia de Dios ante nuestro abandono, ante nuestra incapacidad para reconocerle ("Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la sabiduría de Dios para provocar la apertura de nuestra necia mente y de nuestro duro corazón, mientras Jesús nos explica Su Palabra ("Y comenzado por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la pedagogía de Jesús para suscitarnos la necesidad de dejarle entrar en nuestra vida ("Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída"), llevarnos a Su presencia real en el Sacramento de la Eucaristía ("Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando") y ser capaces de reconocerle ("Se les abrieron los ojos y lo reconocieron").
Sesenta estadios es la distancia que requerimos para dejarnos cautivar por Él ("¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras") y comprometernos para salir a anunciarle inmediatamente ("Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén").

Sesenta estadios es la distancia que debemos recorrer para rehacer el vínculo de unidad con la comunidad, adquirir el compromiso de vivir y compartir la fe con otros cristianos y reanimar la esperanza en Dios ("Encontraron reunidos a los Once con sus compañeros").

Sesenta estadios es la distancia que todos debemos recorrer, como hizo el Señor, para saber acercarnos a las personas con sutileza, escuchar atentamente lo que nos tienen que decir, acoger y entender sin juzgar sus dudas, sus pérdidas, sus heridas, sus desesperanzas.

Sesenta estadios es la distancia que todos debemos recorrer para entrar en diálogo amistoso con las personas que nos encontramos por el camino y mostrarles a Jesucristo resucitado ("Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón").

Sesenta estadios es la distancia que separa el resentimiento del agradecimiento, la desesperanza de la fe, la pena de la alegría, el odio del amor, el egoísmo del compromiso.

Sesenta estadios es la distancia que necesitamos recorrer para decirle a Jesucristo: ¡Quédate con nosotros!


JHR 


jueves, 7 de noviembre de 2019

AYER CONOCÍ A UN SANTO


Ayer conocí a un Santo... Por primera vez en mi vida... vi la santidad encarnada. A un hombre de Dios. A Dios en un hombre.

Ayer vi el rostro de Cristo. Lauténtica paz reflejada en su tierna mirada, reflejo de su limpio corazón. La genuina humildad expresión de su actitud cercana. La verdadera mansedumbre  en el destello de sus delicados gestos. 

Ayer vi el corazón de Cristo. En su pureza de intención y su profunda paz. En su piel castigada por años de lucha y persecución. En su tez oscura, curtida por el intenso sol africano. En la honradez de sus manos suaves y delgadas, portadoras de bendiciones. 

Ayer volví a caminar con él hacia Emaús. Y como Jesús, me habló alto y claro. Me explicó que el pasaje de los discípulos de Emaús del Evangelio de Lucas es la más perfecta Lectio divina, donde Cristo se interpreta a sí mismo. 

Ayer comprendí que el camino de la unidad es la Verdad, que el camino de la esperanza es la oración, que el camino del amor es la Eucaristía, que nos conduce al encuentro con Cristo vivo, resucitado y presente.

Ayer descubrí el sufrimiento silencioso de quien ama de verdad. Porque sólo quien ama, sufre. Porque sólo quien se entrega, ama. Porque sólo quien da la vida por los demás, es capaz de alcanzar el amor extremo.

Ayer escuché a quien habla en silencio. A quien no necesita palabras para expresar su plenitud. A quien vive lleno de Dios. A quien tiene una relación estrecha con el Creador.

Ayer hablé con un Bienaventurado que no necesita deslumbrar para ser luz. Que no busca aliño exterior para ser sal. Que gime desde las entrañas. Que reza desde el interior. Que sólo busca y necesita a Dios. 

Ayer conocí a un Bendito que me pidió oraciones por él. Esa fue su única "ambición": encontrar Su Misericordia. Ese fue su único "egoísmo": hallar Su Gracia. Ese fue su único deseo: ser digno de Su Amor. 

Ayer conocí a Robert Sarah. Y me dio su bendición.

sábado, 17 de agosto de 2019

EL CRECIMIENTO EFICAZ DE LA IGLESIA PRIMITIVA


El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña el modelo de expansión milagrosa y crecimiento eficaz de la Iglesia que empieza a raíz de Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo. 

Al principio, la Iglesia contaba con, al menos, 120 creyentes, que oraban constantemente. "Todos ellos hacían constantemente oración en común con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos. Un día de aquellos, en que se habían reunido unos ciento veinte" (Hechos 1, 14-15).

Tras Pentecostés, las conversiones se producían continuamente y los cristianos aumentaban exponencialmente, llegando a 3.000 bautizados."Y los que acogieron su palabra se bautizaron; y aquel día se agregaron unas tres mil personas."
(Hechos 2, 41).

El número de cristianos había crecido hasta los 5.000. "Muchos de los que oyeron el discurso creyeron; y el número de los hombres llegó a unos cinco mil." (Hechos 4, 4). Si contamos a las mujeres y a los niños, la iglesia tenía al menos 15.000 personas.
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Los cristianos seguían creciendo en numero y se producían muchos milagros. "Y el número de hombres y mujeres que creían en el Señor aumentaba cada vez más. De las aldeas próximas a Jerusalén acudía también mucha gente llevando enfermos y poseídos por espíritus inmundos, y todos eran curados." (Hechos 5, 14-16). "La palabra de Dios crecía, el número de los fieles aumentaba considerablemente en Jerusalén, e incluso muchos sacerdotes abrazaban la fe." (Hechos 6, 7).

La Iglesia crecía y, a la vez, era perseguida. La persecución hizo que los cristianos se dispersaran por todo el mundo conocido, produciendo así la expansión de la fe cristiana.

Uno de los mas fervientes perseguidores de los cristianos fue Saulo, quien, camino de Damasco, se convirtió milagrosamente. Y así, nació en la Iglesia la gran figura del Apóstol de los Gentiles, San Pablo, que llevó el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra.

Con la predicación de San Pablo, la Iglesia de Cristo crecía y se multiplicaba, pasando de los judíos a los gentiles. "Mientras tanto la palabra del Señor crecía y se multiplicaba." (Hechos 12, 24). "La palabra del Señor se difundía por todo el país." (Hechos 13, 49). 
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Con los viajes evangelizadores de San Pablo, se fundaban muchas iglesias y se instituían presbíteros. "Instituyeron presbíteros en cada Iglesia" (Hechos 14, 23). "Muchos judíos abrazaron la fe, así como gran número de paganos, mujeres distinguidas y hombres." (Hechos 17, 12).

Hechos 21,20 nos relata que la Iglesia contaba con decenas de miles de cristianos. Podríamos estar hablando probablemente  de 50.000 a 100.000 cristianos.

En sólo 25 años, la Iglesia de Cristo creció y creció de forma milagrosa. ¿Por qué? ¿Cuál fue la razón de este crecimiento?

La clave del crecimiento 

En Hechos 5, 42 nos da la clave de este crecimiento: "Todos los días pasaban tiempo en el templo y en una casa tras otra. Nunca dejaron de enseñar y decir las buenas noticias de que Jesús es el Mesías". 
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Se reunían en grupos  grandes en el templo para el culto y proclamar la Palabra, y en grupos pequeños en casas para hacer comunidad y formarse. 

Este modelo bíblico tan eficaz todavía funciona hoy pero apenas lo utilizamos. Si queremos que nuestras parroquias crezcan, tenemos que reunirnos en grupos pequeños para afianzar la comunidad, y en grupos grandes, para alabar a Dios. Y sobre todo, "nunca dejar de enseñar".

¿Qué hicieron estos primeros grupos pequeños? ¿Cuáles fueron los pilares sobre los que se construyó y creció la Iglesia de Cristo?

Discipulado

Los apóstoles ponían en práctica el mandato de Cristo "Haced discípulos". Enseñaban en el templo el domingo, y la gente estudiaba sus enseñanzas con mayor profundidad en sus hogares. 

No dejaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva ni un solo día. Al hacerlo, todos crecían y maduraban espiritualmenteAquí está la cuestión: anunciamos a Jesús pero no enseñamos acerca de Él. Y sin alimento, no se puede madurar.

La formación es nuestra asignatura pendiente. Y lo es porque la damos por hecho, y mucha gente desconoce aspectos doctrinales básicos.  La fe que no se enseña ni se comparte, se pierde.

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"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles." 
(Hechos 2, 42)

"No dejaban un día de enseñar, en el templo y en las casas, 
y de anunciar la buena noticia de que Jesús es el mesías." 
(Hechos 5,42)

Comunidad

Eran constantes. Perseveraban. Hacían comunidad. Vivían en fraternidad y unidad. Compartían todo.

Comían juntos y desarrollaban relaciones entre sí. Alababan a Dios y eran bendecidos con su gracia.

¡Cuántas veces nuestra inconstancia y falta de compromiso hace que nos rindamos! ¡Cuántas veces miramos hacia otro lado ante las necesidades de nuestros hermanos! ¡Cuántas veces "consumimos" una fe particular y privada! ¡Cuántas veces chismorreamos y juzgamos a los demás creando división!
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"Eran constantes en la unión fraterna (...).
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. 
Vendían las posesiones y haciendas, 
y las distribuían entre todos, 
según la necesidad de cada uno". 
(Hechos 2, 42 y 45)

"Partían el pan en las casas, 
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 
alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. 
El Señor añadía cada día al grupo 
a todos los que entraban por el camino de la salvación." 
(Hechos 2, 46 y 47)

Adoración

Estos primeros grupos pequeños de cristianos participaban en la comunión y adoraban juntos en el templo. Iban todos los días. Vivían la Eucaristía.

Los Apóstoles perseveraban en  la oración, en el culto y la proclamación de la Palabra.

¡Cuántas veces nos olvidamos de rezar! ¡Cuántas veces acudimos a misa pero estamos "ausentes", pensando en nuestras cosas!
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"Todos los días acudían juntos al templo
(Hechos 2, 47)

"Nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra" 
(Hechos 6, 4)

Servicio

Se ayudaban los unos a otros por caridad. Vendían sus posesiones para ayudar a los que lo necesitaban. Se apoyaban mutuamente.

Todo lo tenían en común. No había mendigos ni indigentes. Repartían todo a quienes tenían necesidades.

¡Cuántas veces vamos cada uno a lo nuestro! ¡Cuántas veces acaparamos "nuestras cosas" y no las compartimos! ¡Cuánto nos cuesta repartir nuestros dones y nuestros recursos con los demás!
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"Vendieron propiedades y posesiones para dar a cualquiera que lo necesitara" 
(Hechos 2,45)

"Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, 
y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, 
sino que tenían en común todas las cosas(...) 
No había entre ellos indigentes, 
porque todos los que poseían haciendas o casas las vendían, 
llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles
 y se repartía a cada uno según sus necesidades." 
(Hechos 4, 32, 34 y 35)

Evangelización

Anunciaban la Palabra de Dios y evangelizaban. No podían callar lo que habían visto y oído.

Los Apóstoles no se quedaban quietos. Iban y evangelizaban por todas las aldeas. Era, en efecto, una "Iglesia en salida".

Si las personas se convertían a la fe en Cristo diariamente, ¡eso significa que la Iglesia veía al menos 365 conversiones al año! Dios bendecía estos grupos haciendo crecer el número de creyentes todos los días.

¡Cuántas veces pensamos que eso de evangelizar es labor de curas! ¡Cuántas veces creemos que eso no va con nosotros! ¡Cuántas veces preferimos la propia comodidad frente al sacrificio por otros!
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"Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (...) 
y anunciaban con absoluta libertad la palabra de Dios." 
(Hechos 4, 20 y 31)

"El Señor añadía a su número todos los días a los que se salvaban". 
(Hechos 2, 47)

¿Por qué fue eficaz?

La Iglesia Primitiva fue eficaz porque:

la fundó Jesucristo.
- estaba llena del Espíritu Santo. 
- era un estilo de vida de amor y alegría.
- estaba unida y utilizaba los dones de todos.
vivían la Eucaristía y rezaban a diario.
se formaban y testificaban con su vida.
todos eran apóstoles misioneros.
compartían todo y se ayudaban mutuamente.
- creaban comunidad en grupos.

Estos pequeños grupos que describe el libro de Hechos constituyeron un microcosmos dentro de la Iglesia. Células evangelizadoras que multiplicaron la gracia de Dios, desde lo pequeño a lo grande, desde el interior al exterior, haciendo crecer y fructificar a la Iglesia.

Y lo hicieron a través de los cinco propósitos de la Iglesia: Adoración, Comunidad, Discipulado, Servicio y Evangelización. 

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La Iglesia actual debe fijarse en la primitiva. Sólo si tenemos a Cristo como centro y nos llenamos de Espíritu Santo, pueden ocurrir milagros. 

Sólo si aplicamos los cinco propósitos de la Iglesia de forma natural, el crecimiento será automático y exponencial. Sólo si existe amor y alegría entre nosotros, los demás querrán tener lo que nosotros tenemos y unirse a nosotros. 

¿Ponemos esos propósitos en marcha en nuestras parroquias? ¿Imitamos el modelo de la Iglesia primitiva para que crezca nuestra Iglesia? ¿Seguimos nosotros hoy escribiendo el libro de los Hechos de los Apóstoles?