"No os engañéis; ni los lujuriosos, ni los idólatras, ni los adúlteros,
ni los afeminados, ni los invertidos, ni los ladrones, ni los avaros,
ni los borrachos, ni los difamadores, ni los salteadores
heredarán el reino de Dios.
Huid de la lujuria.
Cualquier otro pecado cometido por el hombre
queda fuera del cuerpo,
pero el pecado de lujuria daña al propio cuerpo.
¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
que habita en vosotros, y que habéis recibido de Dios?
Ya no os pertenecéis a vosotros mismos.
Habéis sido comprados a gran precio;
glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo."
(1 Corintios 6, 9-10; 18-20)
Seguimos estremeciéndonos por los nuevos casos de abusos y prácticas homosexuales dentro de la Iglesia y que salen a la luz día tras día. Es el "humo de Satanás", una negra y espesa oscuridad que se extiende por todos los rincones católicos, escandalizando, asfixiando y destruyendo almas.
Creo que existe un error de base por parte de la jerarquía eclesiástica a la hora de acometer estos casos, ya que se pretende (o al menos eso se nos da a entender) adoptar una solución en su fase final, es decir, cuando el daño está hecho o cuando el escándalo es público. Y lo hacen, bien aceptando una simple dimisión o asignando un impune cambio de aires.
En realidad, se trata de un problema de fondo que debería atajarse en su fase embrionaria, es decir, en los seminarios donde se origina. Es allí, donde, desgraciadamente, existen redes homosexuales que actúan con toda impunidad.
El problema no se resuelve con la dimisión de cardenales y obispos ni tampoco con el traslado de sacerdotes a otras parroquias.
En realidad, se trata de un problema de fondo que debería atajarse en su fase embrionaria, es decir, en los seminarios donde se origina. Es allí, donde, desgraciadamente, existen redes homosexuales que actúan con toda impunidad.
El problema no se resuelve con la dimisión de cardenales y obispos ni tampoco con el traslado de sacerdotes a otras parroquias.
Janet Smith, teóloga estadounidense y catedrática en la Universidad de Notre Dame y en la de Dallas, experta en la Humanae Vitae y en las enseñanzas morales de San Juan Pablo II, denuncia la existencia de redes homosexuales, a las que denomina "la Mafia Lavanda”, a medio camino entre el púrpura cardenalicio y el rosa.
Según Smith “se trata de un grupo de homosexuales activos que se protegen entre ellos para tomar el control de las diócesis. Y así muchos llegan a puestos de poder desde donde pueden ejercer presiones contra los muchos curas que no están de acuerdo con su forma de vida. Y les boicotean. Luego ayudan a los suyos a llegar más lejos en la jerarquía eclesiástica. Son homosexuales con sotana, que se aprovechan de los seminaristas, de los curas jóvenes o de cualquier chico que se acerque a la parroquia. Son depredadores que abusan de su situación de poder para obligar a otros miembros de la Iglesia a mantener relaciones con ellos”.
Los seminarios católicos guardan mucha similitud con el Ejército: son instituciones verticales, basadas en la ciega obediencia y en el absoluto secretismo.
La formación de un sacerdote católico puede llegar a durar hasta catorce años y pueden ser expulsados en cualquier momento, sobre todo si contravienen a sus superiores.
Ahí está la clave del problema: Silencio cómplice, temor a hablar. Silencio en los formadores, porque temen quedarse sin curas y silencio en los seminaristas, porque temen las represalias.
La formación de un sacerdote católico puede llegar a durar hasta catorce años y pueden ser expulsados en cualquier momento, sobre todo si contravienen a sus superiores.
Ahí está la clave del problema: Silencio cómplice, temor a hablar. Silencio en los formadores, porque temen quedarse sin curas y silencio en los seminaristas, porque temen las represalias.
Temores que se trasladan a la feligresía, que deja de confiar en la jerarquía y en la propia la Iglesia. Por eso es tan importante que se llegue hasta el final, que se denuncie y se erradique de una vez por todas esta "Mafia lavanda". A pesar de todo el bien que hace la Iglesia, es triste comprobar que sólo se habla de abusos sexuales por culpa de estos depredadores. Lo de menos es perder sacerdotes. Lo de más, es suscitar sacerdotes que, ante todo, sean santos.
Por eso, es vital denunciar públicamente todas estas conductas desordenadas. No vale "lavar la ropa sucia en casa". No vale "oler mal para ducharse". No vale callar. No vale sólo pedir perdón. No vale no hacer nada más...
Quienes callan, cobijan o defienden a estos sacerdotes y sus prácticas pecaminosas, escudándose en un ataque a la Iglesia, hacen un "flaco favor" al Cuerpo místico de Cristo, pues pecan por omisión al permitir que esta corrupción depravada "campe a sus anchas".
El Santo Padre tiene una "dura papeleta" para erradicar las tendencias homosexuales profundamente arraigadas en el seno de la Iglesia. Sufre y pide perdón en nombre de la Iglesia. Debe ser caritativo con las personas pero firme con el pecado.
Aunque es un problema que supera y trasciende cualquier ámbito local, compete especialmente a los formadores de los seminarios la responsabilidad de discernir estas tendencias en los candidatos y no permitir su ordenación. No, por el bien de todo el Pueblo de Dios.
Aunque es un problema que supera y trasciende cualquier ámbito local, compete especialmente a los formadores de los seminarios la responsabilidad de discernir estas tendencias en los candidatos y no permitir su ordenación. No, por el bien de todo el Pueblo de Dios.
Con el Derecho Canónico y el Catecismo en la mano, la Iglesia no puede permitir que un seminarista con tendencias homosexuales profundamente arraigadas sea, al mismo tiempo, emocional y afectivamente maduro, y esté capacitado para desempeñar un efectivo liderazgo pastoral y espiritual.
No se puede consentir que la instrucción dictada por el Vaticano sobre la homosexualidad esté siendo implementada, en muchos casos, por obispos, rectores de seminario y superiores religiosos homosexuales.
Los rectores y los miembros del cuerpo docente de los seminarios tienen la obligación de promulgar la enseñanza de la Iglesia con toda claridad: la orientación homosexual es intrínseca y objetivamente desordenada. Ahora bien, aunque la responsabilidad de nombrar a los candidatos es del obispo y del rector del seminario, compete al director espiritual y al confesor, desaconsejar que sigan adelante o reciban las sagradas órdenes a quienes presenten disturbios sexuales incompatibles con el sacerdocio.
No debemos olvidar que cada sacerdote hace presente a Jesús a través de la celebración de los sacramentos, de la predicación, de su servicio al pueblo de Dios. El sacerdocio no es una cuestión baladí.
Por tanto, el sacerdote debe ejercer su ministerio de manera correcta, ordenada, equilibrada, sana y con una integridad moral sin tacha.
Por tanto, el sacerdote debe ejercer su ministerio de manera correcta, ordenada, equilibrada, sana y con una integridad moral sin tacha.
Es preciso hacer discernir a las personas con tendencias homosexuales que su orientación les llama a llevar una vida de absoluta continencia sexual, de la misma manera que la Iglesia exhorta a la misma continencia sexual a todas las personas solteras o separadas, ya que todos los actos sexuales realizados fuera del matrimonio son objetivamente erróneos y constituyen pecado mortal.
Tanto la Congregación para la Educación Católica como la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos rechazan la admisión a la ordenación sacerdotal a las personas que practiquen la homosexualidad, presenten tendencias homosexuales profundamente arraigadas o defiendan la llamada "cultura gay" y afirman que estas personas no están en condiciones de relacionarse correctamente con los demás al modo de Cristo.
La Iglesia es clara. La teoría está clara. Ya es hora de llevarla a la práctica. Es hora de airear y ordenar el "armario de la Iglesia", lavar las "sotanas sucias", expulsar a estos "corruptos mercaderes sexuales", tal y como hizo Nuestro Señor en el templo de Jerusalén, y que han convertido la Casa de Oración en un nido de víboras cuyo veneno inunda y destruye todo.
Urge una "purificación de la Iglesia". No podemos permitir ni silenciar que los seminarios sean "semilleros homosexuales", "viveros de pecado" o "criaderos de perversión".
Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y por tanto, también lo es el cuerpo místico. No nos pertenecemos a nosotros mismos. Hemos sido comprados a un alto precio: la sangre de Cristo. Estamos llamados a dar gloria a Dios con nuestro cuerpo, estamos llamados a la castidad, estamos llamados a la santidad.
No podemos callar. El cielo y la tierra claman justicia.
Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y por tanto, también lo es el cuerpo místico. No nos pertenecemos a nosotros mismos. Hemos sido comprados a un alto precio: la sangre de Cristo. Estamos llamados a dar gloria a Dios con nuestro cuerpo, estamos llamados a la castidad, estamos llamados a la santidad.
No podemos callar. El cielo y la tierra claman justicia.
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