¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 26 de marzo de 2019

¿A QUÉ ESPERAMOS PARA CONVERTIRNOS?

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"En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, 
cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 
Jesús respondió:
'Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos 
porque han padecido todo esto? 
Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. 
O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 
Os digo que no; y, si no os convertís, 
todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, 
y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. 
Dijo entonces al viñador:
“Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. 
Córtala. 
¿Para qué va a perjudicar el terreno?.
Pero el viñador contestó:
Señor, déjala todavía este año 
y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, 
a ver si da fruto en adelante. 
Si no, la puedes cortar”.
(Lucas 13, 1-9)

El Evangelio de este 3º domingo de Cuaresma nos llama a la conversión, exhortándonos a interpretar los signos de los tiempos. Jesús nos enseña a no interpretar los sucesos desde un punto de vista humano, sino a transformarlos en un examen de conciencia: "Os lo aseguro: ¡si no os convertís, perecereis todos!, para después, regalarnos una nueva parábola con la que nos muestra la misericordia, la paciencia y el perdón de Dios.

Aún así, pudiera ser que algunos cristianos llegáramos a malinterpretar el perdón de Dios. Pudiera ser que pensáramos que todo nos será perdonado, sólo porque Dios es misericordioso, sin más. Sin poner de nuestra parte. Entonces, pudiera ser que estuviéramos tergiversando el Evangelio. O peor aún, instrumentalizando a Dios para nuestros intereses.

Por eso, como seguidores de Cristo tomamos conciencia de nuestros propios pecados y errores, para comprender que el fin (la muerte) puede llegar en cualquier momento, y así, dejamos de vivir pensando que la compasión de Dios es infinita, como justificación para hacer lo que sea, lo que nos apetezca hasta el último momento (Eclesiástico,1-13). Dios nos llama a cambiar el corazón, nos conmina a la conversión ¡Ya!

La vida pasa muy rápido y por eso, dejamos de pensar que podemos hacer lo que nos dé la gana, confiando en la misericordia infinita de Dios. Evitamos caer en la temeridad y en el riesgo de creer que siempre tendremos oportunidad de librarnos de su justicia, de que siempre tendremos tiempo para ser perdonados por Él. 

Evitamos dejarnos llevar por nuestras comodidades o apetencias o por las pasiones de nuestro corazón y nos mantenemos alerta y vigilantes para dominarlas. Porque si no somos capaces de dominarlas, serán ellas las que nos dominen. 

Resultado de imagen de tu estas aqui señorRehuimos pensar: "Bueno, hasta ahora me ha perdonado, así que seguiré así… porque la compasión de Dios es infinita y me perdonará siempre mis muchos pecados". No. Hasta ahora puedo haber sido perdonado, sí, pero en adelante, no lo sé… 

Los cristianos no perdemos ni un sólo segundo en convertirnos al Señor, en lugar de esperar a mañana para cambiar de vida, ni intentamos posponerlo de un día para otro, porque sabemos que podemos quedarnos sin tiempo.

"No tardes en convertirte": es la invitación que nos hace el Señor en este tiempo de cuaresma, hoy, ahora mismo. No podemos dejarlo para mañana, o para cuando nos venga bien...no debemos.

Esta invitación a la conversión nos conduce a realizar un examen de conciencia cada día y a tomar conciencia de la santidad de Dios, que nos ha creado para tener una relación de amor con Él, y que, sin embargo, se ve comprometida por nuestros pecados. 

No caemos en el error de pensar que la conversión sólo concierne a aquellos que no creen para que se vuelvan creyentes, que sólo atañe a los pecadores para que sean justos, que sólo se refiere a los perdidos para que sean encontrados.

No pensamos, ni por un instante, que nosotros, que ya somos cristianos y que ya conocemos a Cristo, no tenemos necesidad de convertirnos. Ni suponemos que eso no va con nosotros. Porque es precisamente de esta presunción vanidosa, de esta suposición orgullosa de la que estamos llamados a convertirnos.


¿Qué es la conversión?

La auténtica conversión significa dejar de confiar en uno mismo o en nuestras propias fuerzas, para abandonarse a Dios, que nos perdona, y dejarse guiar por su Gracia, que nos santifica.

La conversión es un acto de la inteligencia humana iluminada por la gracia divina, por el que tomamos la decisión de realizar la voluntad de Dios y sus mandamientos, y en especial el del amor.

La conversión es una transformación del corazón, un cambio esencialmente interior, aunque puede tener y tiene expresiones externas (Mateo 7,15-20; Marcos 7,16-23), basado, sobre todo, en la bondad de Dios y en su deseo de que participemos en Su amor sobrenatural.
La conversión es una tarea que supone la gracia, que se realiza por la fe y que responde a la llamada de Dios, sin olvidar que Dios actúa en cada uno de los pasos que damos en nuestro retorno hacia Él. 

La conversión es, sobre todo, un sí a Jesucristo, a sus hechos y a sus enseñanzas. Es por medio de Jesús, que Dios se acerca a la humanidad para llevarnos a Él. Cristo es quien nos invita a la conversión, no sólo a los publicanos y prostitu­tas, no sólo a los "no cristianos", sino también a los fariseos y a las personas observan­tes de la Ley. Jesús sitúa a todo hombre, bueno o malo, justo o impío, ante la necesidad de convertirse al Reino de Dios (Mateo 10,39; Marcos 8,35; Lucas 17,33).

La conversión es una característica de la vida cristiana: aunque pecadores, pedimos la gracia que nos lleve hacia el Padre, vivimos en comunión con Cristo que nos conduce a realizar su voluntad, que nos purifica de los pecados, y que, progresando en su seguimiento, nos sentimos plenamen­te comprometi­dos al servicio del amor. 

La conversión es la superación de la esclavitud del propio aislamien­to y una participación en la vida comunitaria de la Iglesia. No podemos ser "francotiradores de la fe". Dios nos llama a una conversión en comunidad.

Pero además, la conversión es un motivo de alegría, pues hemos encontrado Algo por lo que vale la pena entregarlo todo, como nos indican las parábolas del tesoro y de la perla (Mateo 13,44-46). Jesús muestra la alegría de la conversión cuando nos habla de banquetes de boda, de vestidos nupciales, de júbilo que se manifiesta incluso en el cielo cuando un pecador se convierte (Lucas 15,7). 

Dios desea que vivamos en comunión con Él. Anhela perdonar nuestros pecados, reconciliarse con nosotros y restaurarnos en su amistad, y por ello, perdona siempre. Pero nos dice: "no peques más", "conviértete", "transforma tu vida".

Dios es justo y misericordioso. Ambas cosas no pueden separarse con el objetivo de aprovecharnos egoístamente del amor y de la misericordia divinos. Por ello, tomamos consciencia de que el pecado es el alejamiento de Dios. Pecar significa vivir separados de Dios. Por lo tanto, no se puede estar en pecado y, a la vez, cerca de Dios. Es imposible.

¿Cómo nos perdona Dios?

Dios en su amor misericordioso pone a nuestro alcance muchos medios para nuestra conversión y perdón:

Confesión
"Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1 Juan 1,9).

Imagen relacionadaLo primero es expresar y reconocer las cosas malas que hemos hecho, contárselas a Dios. Y para eso, nos regala el sacramento de la reconciliación.

Él conoce todo y lo sabe todo. Somos nosotros los que necesitamos aceptar con humildad, en su presencia, que le hemos fallado, que le hemos dado la espalda y que hemos huido de Él. Este paso que damos en la confesión, nos abre las puertas para que su perdón fluya y su gracia nos alcance

Dios es, ante todo, reconciliación, nos limpia de toda maldad. No hay absolutamente nada que podamos confesarle, que Él no pueda perdonar. Su amor y su perdón alcanzan y cubren cada rincón de nuestro corazón.

Arrepentimiento
Nuestro Señor no tarda en cumplir su promesa, aunque algunos puedan pensar que tarda en hacerlo o que no lo hace. Es más, muestra una gran paciencia con nosotros, y nos da "tiempo extra" porque no quiere que nadie muera, sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3,9).

Resultado de imagen de arrepentimientoPero no basta con confesar y reconocer las cosas malas que hemos hecho. ¡Necesitamos arrepentirnos! El arrepentimiento es el primer peldaño de nuestra conversión. Cuando nos arrepentimos expresamos el dolor que nos causa ver los errores que hemos cometido y eso nos impulsa a hacer los cambios necesarios para comenzar a actuar como Dios quiere. Y sobre todo, reconocemos el dolor que le hemos causado a Dios.

Dios desea que todos nos arrepintamos, que reconozcamos que le necesitamos a nuestro lado, en nuestra vida. Quiere que nos reconciliemos con él y le recibamos como Señor y Salvador. Él no desea que ningún ser humano pase la eternidad lejos de él. Por eso espera con paciencia nuestro arrepentimiento.

Propósito de enmienda
Tras reconocer nuestras faltas, es necesario tener un propósito de enmienda. Si realmente no deseamos en nuestro corazón cambiar, transformarnos, convertirnos, no podremos encontrar el perdón, todo nuestro esfuerzo será inútil.

El perdón divino sólo se obtiene con pureza de intención, con el deseo de cambiar, con propósito de enmienda.
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Nuestro modelo es el hijo pródigo de la parábola de Lucas 15, que arrepentido, se dirige por el camino de vuelta a casa, preparando lo que le va a decir a su padre, quien, sin embargo, ni siquiera lo deja hablar, sino que sale a su encuentro, lo abraza y lo cubre de besos.

Nuestro destino es el Padre misericordioso que... ¡No te deja hablar! ¡No te deja que pierdas tu dignidad! Tú comienzas a pedir perdón y Él te hace sentir esa enorme alegría de sentirte amado y perdonado, antes de que tú hayas terminado de decir todo. Sale a tu encuentro y te abraza. 

Pero, además, Dios va más allá cuando perdona: celebra una fiesta. Borra toda tristeza y la cambia por alegría. Dios todo lo olvida porque lo que le importa es encontrarse con nosotros, reconciliarse con nosotros.

Nos envía a su Hijo
Dios nos envía a su único hijo Jesucristo para obtener el perdón y la salvación. Él abre las puertas del cielo a la humanidad. Su sangre derramada en la cruz es el precio que Cristo pagó para que nuestros pecados fueran perdonados, para redimirnos y rescatarnos de la esclavitud del pecado. Un regalo que no merecíamos. Pero Dios es así.

"Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, el justo. Él se ofrece en expiación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo." (1 Juan 2,1-2).

Resultado de imagen de confesionJesús, a través de su muerte en la cruz y su resurrección nos reconcilia con Dios. Él es el "Jardinero" que pide al "Dueño de la viña" que espere, que nos de tiempo para que Él "pueda cavar alrededor y abonar el terreno". 

Cristo es el intercesor entre nosotros y el Padre porque solo él está libre de pecadoÉl interviene constantemente a nuestro favor, restaurándonos como hijos perdonados. Él es quien nos ha transformado y ha dado sentido a nuestra vida.

En la Cruz nos dejó a su Madre, la Virgen María para acudir a Él y por ello, decidimos entregarnos apasionadamente a Él, a través de Ella. Ya no hacemos más lo que nos interesa o lo que nos apetece, ya no vivimos para satisfacer nuestro ego. Le entregamos nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra alma, y aún el valor de nuestras buenas acciones, pasadas, presentes y futuras, para que se las entregue al Rey de nuestra vida, al dueño de nuestra existencia, en una esclavitud de amor. 

"Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados" (Salmo 32,1). ¡Qué alegría más grande trae el perdón! ¡Qué libertad nos confiere sabernos hijos de Dios. Nuestros pecados ya no cuentan, Dios los borra para siempre.

El perdón de Dios llena nuestro corazón de gratitud y amor hacia Él. Nos concede la oportunidad de un nuevo comienzo, de una nueva vida guiada por Él.

Dios está ansioso de perdonarnos. Nos perdona de inmediato y completamente. Nos hace una fiesta porque no es Dios quien nos acusa sino quien perdona. Pero el perdón de Dios requiere una transformación.


¿A qué esperamos para convertirnos?

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