La Virgen María recibió en su concepción la bendición del Señor y la misericordia de Dios, su salvador. Ella es, por eso, la primera Hija de la misericordia de Dios y a la vez, es Madre del Dios de misericordia: por eso la llamamos Madre de la misericordia.
Con el Salve Regina, la rogamos que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús. A Jesús siempre se "va y se vuelve” por María.
Hoy, contemplamos los 4 atributos de la Misericordia de la Virgen María en las Letanías:
Salud de los enfermos
El pecado original introdujo en el mundo la enfermedad y la muerte. Por esa condición, necesitamos un Médico. La Santa Iglesia nos propone una Doctora poderosa, sabia y amorosa: La Santísima Virgen María, "Salud de los enfermos", que nos sana, nos ayuda y nos conforta.
María,"Salud de los enfermos" nos concede salud del alma y nos ayuda a apartarnos del mal que la destruye.
María, "Salud de los enfermos" nos sana cuando se levantan los vientos de las tentaciones, cuando tropezamos en los escollos de las tribulaciones.
María, "Salud de los enfermos" nos restablece cuando se agita la soberbia, la ambición o la incomprensión.
María, "Salud de los enfermos" nos cura cuando la ira, el egoísmo o el deleite en el mal violentan nuestra alma.
María, "Salud de los enfermos" nos socorre en el peligro, en la angustia, en la tribulación, en la ansiedad.
María, "Salud de los enfermos" nos auxilia cuando se turba nuestra mente ante la enormidad de nuestras faltas, cuando nuestra conciencia nos sumerge en la tristeza y en la desesperación.
María, "Salud de los enfermos" nos trasplanta su Inmaculado corazón para ablandar nuestro rencor, nuestra desesperación y nuestras pérdidas.
María, "Salud de los enfermos" nos tiende sus maternales manos cuando caemos, cuando dudamos, cuando tememos.
María, "Salud de los enfermos" es medicina, salud, receta para el alma.
María, "Salud de los enfermos' nos dio a Jesús ... nos dio al Médico Divino ... nos dio la medicina.
Nuestra Madre vela por sus hijos enfermos, de día y de noche, sin mostrar cansancio; nos procura alivio y se sacrifica para curar a sus hijos, movida por el grandísimo amor maternal que Dios puso en Su corazón Inmaculado, amor vigilante y solícito, cuando sus hijos están afligidos por la enfermedad.
Jesucristo le ha cedido en el cielo a su Santísima Madre el dominio sobre la naturaleza doliente. Son innumerables los testimonios de curaciones milagrosas, sanaciones inexplicables y favores recibidos en algunos Santuarios Marianos: Fátima, Lourdes, Medjugorje...
Ella ilumina a los médicos, infunde fortaleza y confianza al enfermo, aumenta la paciencia y el afecto en aquel a quien asiste y alcanza eficacia en la sanación.
Ella hace sentir al enfermo la función providencial y benéfica del dolor que lo hace más semejante a su Divino Hijo crucificado.
Ella hace sentir al enfermo la función providencial y benéfica del dolor que lo hace más semejante a su Divino Hijo crucificado.
Si el enfermo está en pecado y cercano a la muerte, Ella intercede y le ampara, recordando las palabras de su Amado Hijo: "No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva".
Refugio de los pecadores
Nuestra Señora es un refugio donde brilla Su Infinita Misericordia que quiere la conversión de los pecadores.
Jesucristo es nuestro Mediador ante el Padre. Nos dice San Juan: "Os escribo esto para que no pequéis y si alguien peca tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo (1 Juan 2, 1), pero además de Él, tenemos a María, Madre de Dios y Madre nuestra, constituida por Dios, medianera entre Él y nosotros, pecadores.
Dos gracias principales le son necesarias a un pecador para alcanzar la futura felicidad: La conversión o el perdón de los pecados y la perseverancia en el bien.
Ambas gracias, son regaladas por María "Refugio de los pecadores", si se lo pedimos continuamente y si .... "hacemos lo que Él nos dice", como Ella nos pide.
Ambas gracias, son regaladas por María "Refugio de los pecadores", si se lo pedimos continuamente y si .... "hacemos lo que Él nos dice", como Ella nos pide.
Consuelo de los afligidos
Los seres humanos estamos sacudidos por la enfermedad del alma, el pecado ... y por la enfermedad del cuerpo, el dolor físico.
La vida terrenal está llena de espinas y abrojos que nos afligen, de tribulaciones y aflicciones que nos sobrecogen, de dolores y sufrimientos que nos oprimen, porque lastiman el corazón y llenan de lágrimas los ojos.
Nacemos con llanto; crecemos con obstáculos; vivimos con el peso diario de responsabilidades y preocupaciones; morimos con dolor.
Cuando el dolor se nos presenta en alguna de sus formas, es humano preguntarse, ¿por qué el dolor? Solamente la Fe nos da una respuesta tranquilizadora, digna de la Sabiduría de Dios y de la dignidad del hombre:
Cuando con el pecado original, los hombres nos precipitamos en el abismo de la condenación eterna, Dios misericordioso, (en el mismo instante en que prometió enviar al Redentor) confió a la humanidad al Ángel del dolor, para que purificara a María y la hiciera semejante al Restaurador prometido, que nos redimiría precisamente a través de las humillaciones y de los más grandes dolores.
El pecado (y no Dios) introdujo en el mundo el dolor, el sufrimiento y la muerte: es del pecado de donde provienen las adversidades.
El dolor recibió de Dios una misión providencial: es el artífice de toda grandeza moral. Para que el dolor cumpla en nosotros su misión, debe ser acogido con Fe consciente, confianza firme y cristiana resignación, como lo hizo la Virgen Santísima.
Sin embargo, el dolor es siempre sufrimiento y exprime del corazón las lágrimas que son la sangre del alma. ¿Quién podrá ofrecernos el alivio necesario? ¿Quién podrá consolarnos? María Santísima, nuestra amorosa Madre la "Consoladora de los afligidos", Ella puede y quiere endulzar nuestras amarguras y aliviar nuestros dolores, quiere consolar y suavizar nuestros sufrimientos, si se lo permitimos.
María hace suyas nuestras aflicciones y se apropia nuestro dolor, si se lo entregamos, y una sola mirada de piedad y de amor de esta dulce Madre basta para tranquilizar el corazón más compungido y suavizar las más fuertes adversidades.
¡Oh Madre piadosa, "Consuelo de los afligidos", calma nuestras angustias!
Auxilio de los cristianos
El corazón de la Virgen María es tan grande que abarca y contiene a toda la humanidad.
Dios la creó para que fuera su Madre y madre de todos, la dotó de esta universalidad de afectos para que los afligidos, los enfermos, los pecadores, que recurren a Ella, experimenten esta singular bondad suya.
La Obra santificadora de Cristo se centra en la Iglesia, y aunque ella es la amada y santa esposa de Jesús "sin arruga o defecto" , según San Pablo, no la sustrajo a las vicisitudes humanas y quiso que tuviera la apariencia de debilidad.
En realidad, posee la misma fuerza de Dios, que le prometió la asistencia perenne del Espíritu Santo y así se apoya segura y confiada en las palabras infalibles de su Fundador: "He aquí que estaré con vosotros hasta el fin de los siglos".
En realidad, posee la misma fuerza de Dios, que le prometió la asistencia perenne del Espíritu Santo y así se apoya segura y confiada en las palabras infalibles de su Fundador: "He aquí que estaré con vosotros hasta el fin de los siglos".
San Juan en el Apocalipsis la describe como la ciudad santa, la nueva Jerusalén y así, la nueva Jerusalén (la Iglesia), tiene en María Santísima a su poderosa defensora contra los enemigos de todos los tiempos, que son de dos clases: internos y externos.
Los enemigos internos son aquellos que atentan a la verdad que la Iglesia nos enseña, los que pretenden introducir en ella, el error o la división, o sea, los mismos cristianos que se oponen con obstinación, con terquedad a lo que propone la Iglesia Católica.
Los enemigos externos son los que no perteneciendo a la Iglesia Católica, la atacan, la odian y pretenden destruir la fe de sus miembros que son el Cuerpo Místico de Cristo.
Sobre el glorioso título de "Auxilio de los Cristianos" debemos sacar dos importantes enseñanzas para guiar nuestra vida cristiana:
• Ante todo un filial amor a la santa Iglesia y a su Cabeza visible: el Romano Pontífice. En el amor de todos los católicos, que se centra en el Papa, en la asistencia perenne de Jesucristo y en la poderosa protección de María tenemos una fuerza superior que nos consuela y alienta.
• Otra enseñanza, más necesaria hoy que nunca, surge de la maternidad universal y auxiliadora de María y es el deber que tenemos de extender la caridad cristiana con la que nos debemos amar unos a otros, como Dios nos ama, como María nos ama, sin distinción alguna.
¡Oh Madre Santísima que en tus entrañas maternales acoges a toda la humanidad y que a todos socorres en sus necesidades, alcánzanos de tu Divino Hijo, esta universal caridad así como la fidelidad a la Iglesia católica, fundada con la Sangre de Jesucristo, que es también tu sangre!.
¡"Auxilio de los cristianos", ruega por nosotros!
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