"Ya está en el cielo", "Disfruta ya de la presencia del Señor", "Ya está sentado en la mesa celestial" o "Ya está en la casa del Padre"... son expresiones que escuchamos ante la muerte de un ser querido.
Sin duda, son "deseos" expresados con buena voluntad, fe e indulgencia cristianas ante la gran pérdida de alguien querido, para demostrar el amor que le teníamos.
Pero no dejan de ser afirmaciones impregnadas de un "buenismo" equivocado, desmedidamente osadas, o cuando menos, bastante imprudentes, porque denotan un cierto desconocimiento de la doctrina de la Iglesia.
No por mucho decir de alguien que ha muerto: "seguro que está en el cielo", la afirmación se convierte en verdad. Nadie puede decir que tiene asegurado el cielo, ni siquiera quien muere en estado de gracia. Es un error teológico de concepto y una imprudencia temeraria.
Sin duda, son "deseos" expresados con buena voluntad, fe e indulgencia cristianas ante la gran pérdida de alguien querido, para demostrar el amor que le teníamos.
Pero no dejan de ser afirmaciones impregnadas de un "buenismo" equivocado, desmedidamente osadas, o cuando menos, bastante imprudentes, porque denotan un cierto desconocimiento de la doctrina de la Iglesia.
No por mucho decir de alguien que ha muerto: "seguro que está en el cielo", la afirmación se convierte en verdad. Nadie puede decir que tiene asegurado el cielo, ni siquiera quien muere en estado de gracia. Es un error teológico de concepto y una imprudencia temeraria.
A veces, inconscientemente, queremos hacer de "Dios", o pretendemos decirle a Dios lo que debe o lo que tiene que hacer. Pensamos que Dios es el genio de la lámpara, a nuestra disposición, a quien pedimos lo que sea y quien nos concede todos nuestros deseos. Esto es otro error teológico de concepto y una desviación de la voluntad.
Decía San Juan Crisóstomo que "la muerte es el viaje a la eternidad". Este gran santo dice: "viaje" y no "destino", es decir, un camino con etapas, no una llegada instantánea.
Juicio Particular
Según la Revelación, el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, en el mismo instante de la muerte, nuestro destino queda definido para toda la eternidad.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "Cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del Cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre" (#1022).
En ese momento, nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios. Este momento se llama en Teología, el Juicio Particular.
El Juicio Particular consiste en una especie de radiografía, "tac" o "escaner" espiritual instantáneo que recibe el alma por iluminación divina, mediante la cual ésta sabe exactamente el sitio/estado en que le corresponde ubicarse para la eternidad, según sus buenas y malas obras.
Así, podemos asegurar que alguien que ha muerto también ha sido juzgado por Dios (Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación).
El Juicio Particular define tres posibles escenarios: cielo, purgatorio o infierno.
Purgatorio
El purgatorio es una fase intermedia de la Economía Salvífica de Dios. Es un etapa de purificación en la que el alma de aquellos que mueren en amistad con Dios, totalmente consciente de sus carencias, se refina por el dolor del amor, pues sabe que pudo haber amado aún mucho más de lo que lo hizo.
Posiblemente, es el escenario más lógico de todo cristiano que no llega a un estado total de santidad. Porque aparte de la Virgen María, ¿alguno entre nosotros es lo suficientemente puro y lleno de gracia para estar delante de Dios? (Romanos 3,10, 14, 4, Deuteronomio 7,24, Josué 23, 9, 1 Samuel 6,20, Esdras 10,13, Proverbios 27, 4, Salmo 76; 130, 3).
Incluso los santos tienen pecados que necesitan ser expiados y el purgatorio es una parte de la infinita misericordia de Dios, porque no quiere que ninguno de nosotros muera, sino que viva y se arrepienta (2 Pedro 3, 9).
La Palabra de Dios es muy clara acerca de esta etapa purgativa (2 Macabeos 12, 39-46, Mateo 5, 24-25, Habacuc 1,13, 1 Corintios 3, 11-15, Apocalipsis 21,27).
El propio Jesucristo, hablando de la ofensa contra el Espíritu Santo, dice que ésta no será perdonada en este mundo, dando así a entender que hay faltas que se pueden perdonar una vez que morimos. Esto es, en el purgatorio.
La Iglesia reconoce que estas almas se benefician de la oración de los vivos. Por eso, es tan importante que recemos por los difuntos, más que pronosticar su segura entrada celestial.
Infierno
El infierno es el estado de separación de Dios. A éste se condenan quienes lo han rechazado voluntariamente hasta el final. Y es una fase final, definitiva y eterna.
El Catecismo también dice: “Jesús habla con frecuencia de la ‘gehenna’ y del ‘fuego que nunca se apaga’, reservado a los que hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo.
El Papa Juan Pablo II en "Cruzando el Umbral de la Esperanza" dice que la condenación es lo opuesto a la salvación, pero que tienen en común que ambas son eternas.
Y el infierno es el peor mal, porque es la condenación eterna: el rechazo del hombre por parte de Dios, como consecuencia del rechazo de Dios por parte del hombre.
Podríamos decir que, al infierno van los que se arrojan a él de cabeza. Los que se rebelan a la voluntad de Dios, los que reniegan de Dios y le rechazan voluntariamente (Non Serviam).
Cielo
Según el Catecismo de la Iglesia católica, el cielo es el "fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”. También es un escenario definitivo y eterno.
El cielo es la salvación eterna, la felicidad que proviene de la unión con Dios, el gozo de la Visión Beatífica, es decir, el ver a Dios mismo "cara a cara" (1 Corintios 13, 12).
El Cielo, que es un estado, un sitio indescriptible con nuestros limitados conocimientos humanos, en el que las almas aún esperan reunirse con sus cuerpos gloriosos, pero ya gozan de plena paz plena y pueden interceder por los vivos, al actuar como canales de la gracia divina en la Tierra.
La Virgen María nos ha mostrado, con su vida en la tierra y su Asunción al Cielo, el camino que hemos de recorrer hasta llegar al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado.
Allí estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está María, porque seremos resucitados, tal como Cristo resucitó, y tal como Él ha prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre ( Juan 5,29 y 6,40).
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