Vivimos en un mundo rodeados de etiquetas y de máscaras, de estereotipos y de paradigmas, de imágenes y de clichés que aceptamos de forma colectiva y que nos convierten en esclavos de esa proyección que damos al exterior.
Sin apenas darnos cuenta (o tal vez, sí), somos prisioneros de nuestra imagen exterior, de nuestras condiciones o circunstancias externas...
Sin apenas darnos cuenta (o tal vez, sí), somos prisioneros de nuestra imagen exterior, de nuestras condiciones o circunstancias externas...
Por ello, solemos creer que lo que nos define es nuestra posición social, nuestro trabajo, el barrio en que vivimos, el coche que conducimos, la ropa que vestimos...
Creemos ser quienes somos por nuestra ideología política, por nuestro equipo de fútbol o por nuestra fe. Creemos que lo que nos define es lo que pensamos de nosotros mismos, lo que queremos demostrar que somos ...o lo que los demás ven, piensan o esperan de nosotros.
Pero nada de eso nos define.
¿Qué me define?
Lo que verdaderamente nos define es lo que llevo en mi corazón.
¡Qué alivio se siente cuando uno comprende esto!
Y se llega a esa comprensión cuando soy consciente de que todos los seres humanos poseemos un valor único, una luz primordial, un aspecto que nos define: la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27).
¡Qué alivio se siente cuando uno comprende esto!
Y se llega a esa comprensión cuando soy consciente de que todos los seres humanos poseemos un valor único, una luz primordial, un aspecto que nos define: la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27).
Dios creó al hombre y vio que era bueno. Por tanto, como somos una creación buena de Dios, y a imagen suya, conociéndonos a nosotros mismos, conoceremos a Dios.
Él fue quien nos creó y nos ama a pesar de nuestras debilidades, defectos, pecados y miserias: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).
Conocerme a mi mismo no significa una exaltación de mi individualidad o de mi ego, sino más bien, una eliminación de todo lo que es accesorio, de todo lo que está sujeto a las circunstancias, condiciones y conceptos.
Conocerme a mi mismo no depende de lo que los demás vean en mi, o lo que piensen, o lo quieran de mi, sino depende únicamente lo que Dios ve en mi, lo que piensa o quiere de mi, y a eso es a lo que estoy llamado a ser. Él conoce mi intimidad, lo más profundo de mi ser, mi pobreza, mi debilidad, y, aun así, me ama incondicionalmente.

¡Qué importante es amar a Dios...pero es mucho más importante saberse amado por Dios y aceptado como soy!
Cuando llegamos al convencimiento de que Dios nos ama a cada uno personalmente, a pesar de cómo seamos, de los defectos que tengamos… es cuando empieza nuestro camino de conversión, es cuando queremos convertirnos en un hombre nuevo, con un corazón de carne en el que el amor, la humildad y la misericordia florezcan.
El conocimiento de mi mismo es el primer paso que tiene que dar mi alma para llegar al conocimiento de Dios y es, además, el camino hacia la humildad, sin la cual no existe ninguna otra virtud. Si no, pudiera llegar a pensar que mis cualidades son mérito mío y no de Dios.
Existen tres actitudes frente a aquello que no nos gusta de nuestra vida, de nuestra persona o de nuestras circunstancias: la rebelión, la resignación y la aceptación.
-La rebelión es la actitud de quien no se gusta a sí mismo y culpa a Dios por ello o le responsabiliza de permitir determinadas circunstancias o situaciones.
Es una primera reacción psicológica frente al sufrimiento y al dolor, pero no es positiva, pues únicamente los aumenta, ni cristiana, pues carece de amor: supone toda una declaración de guerra, que resulta nefasta si se permanece en ella.
-La resignación es la actitud de quien se convence de que no puede cambiar una determinada situación o a sí mismo y se conforma con ello.
-Finalmente, la aceptación es la actitud de quien, incluso en aquellas situaciones negativas o ante aquello de su personalidad que no le gusta, sabe ver siempre la mano de Dios, sabe ver que todo obedece a un plan perfecto de Dios.
Y así, se admite como es, a pesar de sus defectos, porque se sabe amado por Dios y confía en Él. Puede aceptar una realidad dolorosa, una enfermedad o la muerte de un ser querido porque sabe que todo está regido, dirigido y planificado por Dios, y si Él le ha creado, si le ama tanto que ha llegado a dar Su vida por él, puede aceptar cualquier situación, por dolorosa que sea.
Aceptarse significa acoger las propias miserias y riquezas, permitiendo que se desarrollen todas sus posibilidades y sus capacidades. Significa dejar de decir que no puede hacer tal cosa, o que debe renunciar a unas aspiraciones determinadas, como si Dios quisiera negarle lo bueno de la vida.
Sin embargo, cuántas veces olvidamos lo valioso que somos para Dios y que Él está siempre con nosotros! Lejos de reprochar nuestras debilidades y defectos, debemos ver los dones y la belleza interior que Dios ha puesto en nosotros. La luz primordial que Dios ha impreso en nuestra alma para realizar la obra que desea en nosotros.
Dios nos ha elegido a cada uno, nos ha creado especiales y nos da siempre infinitas muestras de Su amor. Por eso, nos sentimos dignos del amor de Dios, capaces de amarnos y aceptarnos a nosotros mismos y, así amar a los que nos rodean.
No importa cuántas veces caigamos, no importa las veces que tropecemos...Él siempre estará ahí para levantarnos, una y otra vez.
De ahí la importancia de un auto-conocimiento sensato y sanamente auto-crítico, como base imprescindible para conocer y reconocer tanto lo positivo como lo negativo de los rasgos de nuestro carácter y de nuestras conductas; base desde la que nos será posible modificar actitudes irreales, prejuicios... y fortalecer la evaluación realista de nuestros recursos, posibilidades, limitaciones, errores...
Cuando realmente creemos que Dios cada día, cada mañana, nos dice “Sí” a nuestro propio ser, entonces podemos decirle nosotros a Él: “Sí”.
Dios nos acepta, nos quiere cambiar lo que tenemos mal y sanar lo que tenemos herido. Nunca nos abandona.
Dios no nos ama por lo que somos, sino que somos porque Dios nos ama.En cuanto el amor de Dios no es el centro de nuestra vida, nos convertimos en esclavos, porque nos tenemos que aferrar a algo o a alguien para salvarnos, y corremos, así, el peligro de que valores secundarios se conviertan en absolutos.
Cuando realmente creemos que Dios cada día, cada mañana, nos dice “Sí” a nuestro propio ser, entonces podemos decirle nosotros a Él: “Sí”.
Dios nos acepta, nos quiere cambiar lo que tenemos mal y sanar lo que tenemos herido. Nunca nos abandona.
Cuando nos entregamos a Él con plena confianza, comienza a transformarnos poco a poco, liberándonos de ese hombre viejo, sanando nuestras heridas, quitando todos nuestros complejos, miedos y prejuicios, y llenándonos de Su amor transformador que, al final, nos lleva a ser Su imagen en la tierra, a ser reflejo vivo de Jesús, llevando su luz a los que nos rodean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Tienes preguntas o comentarios?
Este es tu espacio libre y sin censura