"Ninguna corrección resulta agradable,
en el momento, sino que duele;
pero luego produce fruto apacible de justicia
a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes,
y caminad por una senda llana...
Buscad la paz con todos y la santificación,
sin la cual nadie verá al Señor"
(Hb 12,11-14)
En el Evangelio de hoy, Jesús nos propone la necesidad de la corrección fraterna, la reconciliación y la oración comunitaria (Mt 18,15-20). Tres acciones que, habitualmente, nos suponen un enorme esfuerzo para asimilarlas y más aún, para ponerlas en práctica:
Nos cuesta corregir y ser corregidos
Quizás porque creemos que corregir es juzgar, criticar o señalar a la persona; porque pensamos que nadie tiene la potestad para corregir o rectificar a otros y, consecuentemente, ni corregimos ni dejamos que nos corrijan; porque creemos que "no es cosa nuestra" y preferimos "mirar hacia otro lado" antes que enfadar, molestar o interpelar a nadie.
La corrección es un ejercicio "obligatorio" de caridad y de ayuda fraterna, de ánimo y de progreso espiritual que realizamos entre pecadores, frágiles y débiles, limitados y necesitados, en el que no se ponen en cuestión las personas sino los actos. Jesús nunca señaló a las personas sino sus conductas, nunca recriminó a los pecadores sino los pecados.
El objetivo de la corrección es avanzar en el camino hacia la unidad de la Iglesia y la santidad de todos; es reconducir conductas equivocadas, rectificar errores y clarificar situaciones para salvar almas; es enmendar ideas, actos o dichos equivocados, distorsionados, mal enseñados o mal aprendidos, al someterlas a la luz de la Verdad.
No dejarse corregir por un hermano es un signo de orgullo y vanidad impropio de un cristiano y tener reparo en corregir a un hermano por no querer herirlo o humillarlo, aparte de ser un error muy común, implica una falta de madurez espiritual y un pecado de omisión a la caridad fraterna.
Ambas actitudes condenan, primero, a la persona no corregida, a vivir en el error y a perderse por la la senda equivocada, y segundo, a la persona que no corrige, a dejar de ser luz en el mundo y a convertirse en cómplice del error y la mentira. La corrección es un deber de justicia que busca la paz, la luz, la armonía, la unidad y la paz entre hermanos. Corregir y dejarse corregir son actos de humildad y mansedumbre.
Nos cuesta perdonar
Quizás porque creemos que hay cosas imperdonables de parte de otros y por las que les "condenamos" y les "crucificamos".
Sin embargo, Jesús nos invita a no airarnos contra nuestro hermano, a no difamarlo, a no "matarlo" con nuestros juicios...en definitiva, nos llama a la reconciliación y a la comunión fraterna (Mt 5, 22-25).
Nos cuesta ser perdonados
Quizás porque somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y nos "flagelamos"; o porque nos produce pudor acudir al sacramento de la Reconciliación para contar nuestras miserias, para exteriorizar nuestras faltas más oscuras, para abrir nuestro corazón.
Sin embargo, es en la confesión donde somos sanados, perdonados y abrazados directamente por Jesucristo, y donde obtenemos de forma inmediata Su gracia y Su paz.
Nos cuesta rezar...sobre todo por otros
Quizás porque pensamos que no son dignos, que no son merecedores del amor de Dios; quizás porque nos produce vergüenza o desconfianza interceder por otros; o quizás porque nuestro egoísmo, nos impide acordarnos de los demás.
Jesús nos invita a la oración comunitaria cuando nos enseña a rezar el Padrenuestro (Mt 6,9-16) y nos asegura que donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 5,20).
Padre Nuestro,
enséñanos a mostrar a otros Tu bondad y Tu misericordia cuando corrijamos,
y a tener Tu humildad y Tu mansedumbre cuando seamos corregidos.
Padre Nuestro,
enséñanos a tener Tu corazón tierno y Tu mirada reconciliadora
cuando intercedamos por otros,
y a buscar Tu gracia y Tu paz cuando nos confesemos.
Padre Nuestro,
enséñanos a buscar Tu justicia y Tu equidad para exculpar nuestras propias miserias
y a otorgar Tu compasión y Tu perdón a los que nos ofenden,
como Tú te compadeces y nos perdonas cuando te ofendemos.
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