"Velad, porque no sabéis el día ni la hora"
(Mateo 25,13)
Las lecturas de hoy nos hablan de boda, de ceremonia y de banquete nupcial en el marco ritual de la mentalidad y estructura patriarcal judía, en el que las familias de los novios acordaban la dote, celebraban la pedida de mano, firmaban un contrato escrito y, por último, fijaban la fecha de la boda.
Después de todos los preparativos, el novio iba a la casa de la novia a buscarla acompañado de sus amigos y ataviado con una corona, como un rey. Las amigas de la novia, también vírgenes, aguardaban junto a ella, la llegada del novio, para acompañarlos en cortejo hasta la casa del padre del novio, donde se celebraba el banquete, portando lámparas de aceite para iluminar la oscuridad de la noche.
Encender una lámpara apagada era, sin duda, una tarea compleja ya que no existían las cerillas ni el fósforo, por lo que habitualmente se mantenía siempre encendida una lámpara. Para ello, era necesario cuidar y vigilar que esa lámpara nunca se apagase y disponer de reservas de aceite.
Pero la Escritura va siempre más allá y nos habla a todos los creyentes de todos los tiempos y de todas las épocas:
La profecía de Oseas 2, 16-22 nos relata la reconstrucción de la relación de Dios (el Esposo Fiel) con su pueblo infiel que se prostituye con la idolatría, a través de una alianza de amor que implica una purificación de la Novia (la Iglesia), conduciéndola al desierto (el lugar de la prueba y de la presencia de Dios), hablándola al corazón (a través de Su Palabra), seduciéndola y enamorándola de nuevo (a través de Cristo).
El Salmo 44,11-17 nos canta las instrucciones que se le dan a la novia para que escuche (incline el oído=preste atención), deje el pueblo y la casa paterna (sus apegos) porque el rey está prendado de su belleza (misericordia) y una vez vestida de perlas y brocado (santidad), llevarla ante el novio (Cristo) con un séquito de vírgenes (virtudes).
El evangelio de Mateo 25, 1-13 nos muestra una imagen escatológica: la importancia de la preparación y vigilancia ante la llegada del Novio con la conocida parábola de las diez vírgenes.
¿Qué significan las diez vírgenes?
Las diez vírgenes simbolizan dos actitudes del creyente ante el encuentro (temporal o definitivo) con el Señor: en la Eucaristía, en las circunstancias cotidianas, en el día de nuestra muerte. Una, superficial, distraída y sin fe; y otra, vigilante, expectante y atenta.
Las lámparas simbolizan nuestro corazón, nuestra alma, nuestro compromiso con Dios pero que necesitan aceite para iluminar. El aceite simboliza la fe, la esperanza y la caridad. Las tiendas cerradas simbolizan la falta de gracia.
Orígenes y San Jerónimo, entre otros padres de la Iglesia, señalan que las diez vírgenes simbolizan los cinco sentidos carnales (vicios) preocupados por los afanes del mundo y carentes de luz, y los cinco sentidos espirituales (virtudes) que caminan a la luz de Dios, anhelando entrar en el banquete nupcial: oído para escuchar al Verbo encarnado (1 Juan 1,1), vista y gusto para ver y gustar lo bueno que es el Señor (Salmo 33,9), olfato para oler el aroma del perfume de Su nombre (El Cantar de los Cantares 1,3) y tacto para tocar sus heridas y humillaciones por nuestras rebeliones y crímenes (Isaías 53,4-5).
Como siempre, los cristianos tenemos que elegir entre dos opciones: vivir en función de la carne o en función del espíritu, en función de lo material o de lo espiritual, en función del mundo o de Dios, en función del egoísmo o del altruismo.
La vírgenes necias simbolizan los cristianos tibios y mediocres, dormidos y desprovistos de luz sobrenatural, aferrados a las cosas materiales y a los afanes del mundo, católicos de cumplimientos mínimos y de fe a la medida de sus deseos. Creyentes que eluden el compromiso y el esfuerzo, creyendo que serán suficientes para entrar en el cielo.
Las vírgenes prudentes simbolizan los cristianos comprometidos y fieles, vigilantes ante la expectativa de la llegada del novio... orientados hacia su vocación de servicio y entrega, e iluminados por la Palabra de Dios y cumplidores su voluntad.
¿Qué recrimina Jesús?
Cuando llega el Novio, no recrimina que todas las vírgenes se duerman, sino la falta de previsión de las cinco necias. Y es que todos, hasta los santos, pasamos por períodos de aridez donde los sentidos se apagan y aparece la "noche oscura" y nos dormimos.
¿Por qué las vírgenes prudentes no compartieron su aceite con las necias?
No se trata de una falta de caridad ni fraternidad. No comparten su aceite sencillamente, porque no se pueden transferir los méritos de unos a otros. Cada persona debe adquirir los suyos y velar por ellos hasta el día en que venga el Señor y tengamos que rendir cuentas. Es una responsabilidad personal e intransferible.
Todas las vírgenes están invitadas al banquete pero no todas entrarán. Cuando llegue el Novio, la simple condición de "vírgenes", es decir, el hecho de decir que somos "cristianos" no nos dará el derecho a entrar en el banquete: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7,21)
Tampoco habrá tiempo para cambiar (salvo por la Gracia de Dios) ni modificar nuestros actos en un instante, ni hacer lo que deberíamos haber hecho. Será tarde. Las tiendas estarán cerradas y la puerta del banquete, también.
¿Qué nos pide Jesús?
Es por eso que Cristo nos pide: "Velad, porque no sabéis el día ni la hora" (Mateo 25,13). El mismo mensaje que les dio a sus discípulos en Getsemaní (Mateo 26,41) y al anunciarles los últimos días y su venida (Lucas 21, 36): "Velar, orar y estar despiertos".
Jesús nos previene para que estemos alerta y vigilantes con una vida interior de oración, sacramentos y estado de gracia. Vigilar significa tener los ojos bien abiertos y puestos en Dios. Velar significa que los sentidos espirituales, las virtudes (las vírgenes prudentes) dominen a los carnales, los vicios (las vírgenes necias).
¡Cuántas veces cabeceo y me olvido de aprovisionarme de aceite!
¡Cuántas veces cierro los párpados y abandono las cosas de Dios!
¡Cuántas veces dejo de rezar, de asistir a misa o de confesarme!
¡Cuántas veces antepongo las cosas materiales y desatiendo las espirituales!
¡Cuántas veces pienso que el aceite del mundo (consuelo, bienestar, placer...) sirve para mi lámpara (corazón)!
¡Cuántas veces creo que puedo comprar aceite en las tiendas del mundo, "cerradas" a la gracia!
¡Cuántas veces busco donde no puedo encontrar!
¿Cómo tengo mi lampara? ¿Está limpia y reluciente?
¿Tengo suficiente confianza, esperanza y amor?
¿Qué me falta y qué me sobra para iluminar mi camino hacia el Señor?
JHR
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