En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra.
Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín,
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres,
para que vean vuestras buenas obras
y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra
que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes
y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos
(Mt 5,13-19)
El evangelio de hoy se enmarca dentro del sermón de la montaña y como continuación de las bienaventuranzas de los versículos anteriores (v. 1-12), Jesús compara a sus discípulos, a nosotros los cristianos, con la sal de la tierra y con la luz del mundo. Nos invita a todos a poner las bienaventuranzas en práctica.
Y al final del pasaje, el Señor nos remarca que la fe cristiana es una continuación de la judía. La voluntad de Dios sigue siendo la misma...Él sigue siendo el mismo...justo y misericordioso. Por eso, Jesús resume la Ley en el amor, a Dios y al prójimo, y nosotros debemos cumplirla (con la mente)...pero más aún...debemos vivirla (con el corazón).
Sal de la tierra
La sal se utiliza para dar sabor pero en la antigüedad, se utilizaba para evitar que los alimentos se pudrieran o se estropearan, para evitar la descomposición. Es un símbolo de “permanencia”, de "conservación". En definitiva, de "fidelidad" o de "alianza".
Por tanto, Jesús nos invita a ser los que demos sabor a la tierra, a evitar que el mundo se "descomponga" y se "corrompa", permaneciendo fieles a Dios, viviendo las bienaventuranzas que son la esencia del cristiano, que son su DNI.
Pero si la sal se vuelve sosa...si no vivimos las bienaventuranzas, perdemos nuestra "esencia"...perdemos nuestro "sabor" a Cristo, y la gracia recibida es pisoteada...y se pierde. La sal ya no sirve para la función encomendada y por eso hay que tirarla, prescindir de ella.
Luz del mundo
La luz sirve para iluminar y dar calor. En la antigüedad, la luz del mundo se aplicaba a Jerusalén, la ciudad de la luz, la ciudad de la presencia de Dios. Además, alrededor de la luz se compartía la sabiduría de los mayores, y también, la luz señalaba el rumbo de los viajeros por la noche.
Por tanto, Jesús se refiere a la comunidad cristiana, a la nueva Jerusalén, a la Iglesia...que “no se puede ocultar”, que debe guiar y enseñar. Los cristianos no podemos vivir las bienaventuranzas en solitario ni la fe como una experiencia íntima y personal o en secreto.
Pero si la lámpara deja de alumbrar y de brillar...dejamos de ser cristianos, dejamos de testimoniar a Jesús, dejamos de aprender la sabiduría de Dios y perdemos el sentido de nuestra vida. El sabor (sal) y el saber (luz) son la esencia y la vocación verdaderas del cristiano: dar testimonio de Cristo viviendo las bienaventuranzas, dar gusto (sal) y sentido (luz) a la vida (mundo).
Vivir con sabor es vivir con gusto, saber qué y cómo vivo.
Vivir con saber es vivir con sentido, saber por qué y para qué vivo.
JHR
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