El Papa Francisco siempre habla muy claro y de forma sencilla para que todos puedan entender.
Hoy reflexionamos sobre su exhortación a ser una "Iglesia en salida". En su encíclica Evangelii Gaudium propone una mirada autocrítica e introspectiva, enumerando algunas tentaciones o pecados "que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales"(EG 17): una espiritualidad sin apostolado, la tristeza egoísta, el pesimismo estéril, el individualismo enfermizo, la mundanidad espiritual y la envidia que divide.
Con el término "agentes pastorales" incluye a "todos los que trabajan en la Iglesia […] desde los obispos hasta el más sencillo y desconocido de los servicios eclesiales" (EG 67).
No obstante, el Papa establece una distinción entre agentes pastorales, ya sean pastores, consagrados o laicos, que forman una pequeña parte de la Iglesia (los que realmente trabajan en y para la Iglesia), y discípulos misioneros, que representan a toda la Iglesia y donde cada bautizado es un agente evangelizador, el ideal al que aspira con la reforma de la Iglesia a través de su conversión pastoral y misionera.
Esta distinción nos recuerda que la evangelización es la principal tarea de la Iglesia y que atañe a cada bautizado por esencia, independientemente de que desempeñe o no un cargo pastoral en la Iglesia.
Pero la evangelización presenta una serie de problemas que el Papa Francisco detalla:
No obstante, el Papa establece una distinción entre agentes pastorales, ya sean pastores, consagrados o laicos, que forman una pequeña parte de la Iglesia (los que realmente trabajan en y para la Iglesia), y discípulos misioneros, que representan a toda la Iglesia y donde cada bautizado es un agente evangelizador, el ideal al que aspira con la reforma de la Iglesia a través de su conversión pastoral y misionera.
Esta distinción nos recuerda que la evangelización es la principal tarea de la Iglesia y que atañe a cada bautizado por esencia, independientemente de que desempeñe o no un cargo pastoral en la Iglesia.
Pero la evangelización presenta una serie de problemas que el Papa Francisco detalla:
Espiritualidad cómoda, individualista y relativista
Muchos agentes pastorales, incluso sacerdotes, desarrollan una falsa espiritualidad, sin entrega, individualista y cómoda "Manteniendo una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas de la Iglesia como un si no fueran parte de su propia identidad " (EG 78).
Debido a una crisis de identidad, causada por la desconfianza hacia la Iglesia y su mensaje, muchos agentes pastorales desarrollen una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones.
Ello provoca un círculo vicioso que lleva a una entrega muy débil: Ahogan su alegría misionera en una obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado (EG 79).
Ello provoca un círculo vicioso que lleva a una entrega muy débil: Ahogan su alegría misionera en una obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado (EG 79).
También se desarrolla un relativismo individualista que lleva a un estilo de vida aferrado a "aferrarse a seguridades económicas o a espacios de poder y de gloria humana, a actuar como si Dios no existiera ni los demás, tampoco" (EG 80).
Acedia egoísta y paralizante
La consecuencia de esa espiritualidad individualista, cómoda y relativista es una segunda tentación peor aún: la "acedia paralizante", una tristeza profunda en las cosas de Dios, de la que ya hablaban los padres del desierto y que todos los místicos han descrito:
Cuando más necesario es un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre.
"Algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante" (EG 81).
Es lo que todos conocemos como el síndrome de burn-out ("estar quemado") a causa del exceso de actividades. "Pero el problema no es siempre el exceso, sino las propias actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado" (EG 82).
El cambio profundo vivido en la Iglesia en las últimas décadas ha provocado una elevada sobrecarga de trabajo a los agentes pastorales: somos menos y tenemos que hacer más cosas: las de siempre y las nuevas.
La dilación de las reformas necesarias provoca que los agentes pastorales continúen realizando las mismas tareas pastorales de siempre, a veces sin apenas frutos, y además las nuevas actividades, en teoría, evangelizadoras, aunque sin una motivación y una visión claras.
La dilación de las reformas necesarias provoca que los agentes pastorales continúen realizando las mismas tareas pastorales de siempre, a veces sin apenas frutos, y además las nuevas actividades, en teoría, evangelizadoras, aunque sin una motivación y una visión claras.
En fin, los sacerdotes se sienten presionados por sus obispos, que les exigen más responsabilidades y más frutos; y los laicos comprometidos son, a su vez, utilizados por sus sacerdotes con la misma lógica diabólica:
-Tratan de llevar a cabo proyectos irrealizables o no los viven con ilusión.
-No aceptan la costosa evolución de los procesos o quieren que todo caiga del cielo.
-Se apegan a sueños de éxitos imaginados por su vanidad.
-Pierden el contacto real con el pueblo y prestan más atención a la organización que a las personas, les entusiasma más la "hoja de ruta" que la ruta misma.
-El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que no toleren fácilmente alguna contradicción, algún aparente fracaso, alguna crítica, alguna cruz
El primer paso para expulsar un demonio es discernirlo y ponerle nombre. La mayor amenaza para la Iglesia es sucumbir a la trampa de la mentira, de fingir que no pasa nada: "Es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad" .(EG 82).
Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo, desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como "el más preciado de los elixires del demonio".
Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo, desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como "el más preciado de los elixires del demonio".
Pesimismo estéril
La tercera tentación, que ahoga el fervor y la audacia, es "la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre" . Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar pierde de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos (2 Cor 12,9).
El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica" (EG 85).
El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica" (EG 85).
En algunos lugares se ha producido una desertificación espiritual, "fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas, o a vivir su fe casi a escondidas. Ésta es otra forma muy dolorosa de desierto. También la propia familia o el propio lugar de trabajo puede ser ese ambiente árido donde hay que conservar la fe y tratar de irradiarla" (EG 86).
Individualismo enfermizo
En el contexto de una sociedad hedonista e individualista, Francisco desenmascara la tentación del individualismo enfermizo: "la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual" .
La sociedad ha optado por una "modernidad líquida" que fomenta la fragilidad en las relaciones, que huye de las ataduras y de los compromisos, que busca contactos de "amor líquido", pero evita calculadamente las relaciones profundas.
"Esta tentación individualista se presenta tanto como una falsa autonomía de Dios, expresada por el aislamiento, que es una traducción del inmanentismo y que excluye al Creador, pero también como una forma de consumismo espiritual que pretende encontrar en lo religioso una forma de consumismo espiritual a la medida de su individualismo enfermizo. La vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos" (EG 89).
Francisco denuncia algunas otras expresiones de este individualismo espiritual: diversas formas de "espiritualidad del bienestar" sin comunidad, una "teología de la prosperidad" , sin compromisos fraternos o "experiencias subjetivas sin rostros", que se reducen a una búsqueda interior inmanentista.
Mundanidad espiritual
Existen dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí.
La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual, es decir, vivir para darse gloria a sí misma, en lugar de a Dios.
La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual, es decir, vivir para darse gloria a sí misma, en lugar de a Dios.
"La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal.
Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: ¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios? (Juan 5,44). Es un modo sutil de buscar sus propios intereses y no los de Cristo Jesús (Filipenses 2,21).
Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece fariséicamente correcto. Se alimenta de dos maneras profundamente ligadas:
Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: ¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios? (Juan 5,44). Es un modo sutil de buscar sus propios intereses y no los de Cristo Jesús (Filipenses 2,21).
Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece fariséicamente correcto. Se alimenta de dos maneras profundamente ligadas:
-Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva, la persona queda clausurada en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos.
-La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar (EG 94).
"En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador".
El Papa, sin nombrar a nadie, está realizando un diagnóstico de la situación interna de la Iglesia y de las actitudes de muchos agentes de pastoral, que impiden el "dinamismo evangelizador" que la Iglesia necesita. Habla expresamente de "formas desvirtuadas de cristianismo", de actitudes de mundanidad que pretenden "dominar el espacio de la Iglesia":
-Cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos.
-Fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial.
-Densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones.
-Funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización
El Santo Padre es implacable a la hora de describir tantas situaciones frecuentes en la vida eclesiástica de las últimas décadas. En el fondo se intuye una crítica dura contra cierto aggiornamento superficial que ha degenerado en liturgismo, en mero compromiso social, en vida de sociedad, en planificaciones excesivas, etc.
Las actitudes y manifestaciones varían, pero los efectos son los mismos: "En todos los casos, no lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica" (EG 95).
Aquí ve el Papa Francisco la raíz de la pérdida de fervor evangélico de los agentes pastorales. La mundanidad pervierte al agente pastoral encerrándolo en su "autocomplacencia egocéntrica" y ésta, provoca la imposibilidad de cumplir con nuestra misión al dirigirnos hacia la ideologización del mensaje evangélico, el funcionalismo y el clericalismo.
Aquí ve el Papa Francisco la raíz de la pérdida de fervor evangélico de los agentes pastorales. La mundanidad pervierte al agente pastoral encerrándolo en su "autocomplacencia egocéntrica" y ésta, provoca la imposibilidad de cumplir con nuestra misión al dirigirnos hacia la ideologización del mensaje evangélico, el funcionalismo y el clericalismo.
Hasta ahora el Papa ha hablado de los agentes pastorales en general, sin ninguna alusión personal y con bastante espíritu constructivo.
Pero no hay duda de que está pensado en los pastores cuando habla de "generales de ejércitos derrotados" y de "generales derrotados" a los que acusa de vanidosos y de hablar "como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera (EG 96).
Pero no hay duda de que está pensado en los pastores cuando habla de "generales de ejércitos derrotados" y de "generales derrotados" a los que acusa de vanidosos y de hablar "como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera (EG 96).
Lo que está en el fondo de esta actitud mundana es una "pérdida de contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel", la vanagloria de "tener algún poder" y la negación de "nuestra historia de Iglesia", que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es “sudor de nuestra frente” .
No es fácil la sanación de quien ha sucumbido a esta tentación y Francisco no ahorra duros calificativos contra este pecado que ciega al que lo padece hasta el punto de que "mira desde arriba y de lejos, rechaza y descalifica a sus hermanos y "no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón.
Es una tremenda corrupción con apariencia de bien" (EG 97). ¡Suena un poco duro, pero auténtico!
Es una tremenda corrupción con apariencia de bien" (EG 97). ¡Suena un poco duro, pero auténtico!
Envidia que divide
El Papa Francisco detecta otra consecuencia de la mundanidad espiritual, anteriormente descrita, pues según él "lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica".
Sufre especialmente por las guerras internas en las comunidades cristianas y un sentimiento inadecuado de pertenencia: algunos "más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial" (EG 98).
Y no esconde su dolor al constatar "cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?" (EG 100).
En definitiva, Francisco hace auto crítica: con estos comportamientos mundanos ¿a quién vamos a evangelizar?". Es cierto que la cultura actual está cerrada a lo trascendente y parece hermética al mensaje de la Iglesia, pero también es verdad que la Iglesia tiene que cambiar muchas cosas internas y estructurales si pretende tener una palabra para este mundo, y más aún una palabra evangélica.