Posiblemente estemos tratando de cambiar algo en nuestra parroquia. Posiblemente estemos intentando cambiarlo todo.
El hecho de que Dios nunca cambie no significa que nuestra parroquia no deba hacerlo. De hecho, las parroquias sanas cambian constantemente.
El cambio es lo que produce crecimiento. Lo único que nunca cambia es el mensaje y la misión que Cristo encomendó a la Iglesia.
El cambio es lo que produce crecimiento. Lo único que nunca cambia es el mensaje y la misión que Cristo encomendó a la Iglesia.
Debemos cambiar los métodos para asegurarnos de que la misión permanece viva y que el mensaje se escucha.
El cambio conduce a las personas desde donde están hasta donde necesitan estar.
El cambio conduce a las personas desde donde están hasta donde necesitan estar.
Pero es aquí donde vienen los problemas. Las personas suelen ser muy reticentes, por naturaleza o por tradición, a los cambios, y en una parroquia, mucho más.
La conversación siempre es la misma
¿Alguna vez has tenido la sensación de que ninguna reunión es una nueva reunión? ¿De que todas las reuniones se parecen sospechosamente a las de siempre? ¿De que estás hablando de las mismas cuestiones mes tras mes, año tras año?
Demasiado a menudo nos encontramos en consejos parroquiales, año tras año, con los mismos temas no solucionados encima de la mesa.
Hablar sobre un tema, incluso hablar apasionadamente sobre un tema y no hacer nada al respecto, es una completa pérdida de tiempo. Y desgasta.
Los problemas no se resuelven sólo por el hecho de intuirlos, de tomar conciencia de ellos o por discutirlos. Los problemas se resuelven poniéndose en acción.
Nuevas ideas, viejos rechazos
Cada vez que alguien plantea una nueva idea o un nuevo enfoque, alguien enumera tres razones por las que no funcionará. Esta es la razón por la que se tiene la misma conversación una y otra vez.
Cualquier cambio siempre genera rechazo. La gente suele ponerse nerviosa cuando tiene que salir de su zona de confort, de su zona conocida y dar un paso hacia lo desconocido. Prefiere permanecer inmóvil ante el temor a equivocarse, prefiere excusarse a emprender algo nuevo por si no funciona.
¿Cómo saber que algo no funcionará? ¿Cómo comprobar que funcionará?
Muy fácil: Podemos seguir poniendo mil excusas o mil trabas para explicar los miles de motivos por los qué no funcionará. Hasta que lo pongamos en práctica y funcione.
La nostalgia por el pasado
Una señal inequívoca de que una parroquia nunca cambiará es comprobar un hecho muy sencillo pero también muy habitual: el profundo anhelo por el pasado eclipsa cualquier entusiasmo por el futuro.
Muy sencillo: Comprobemos el idioma que se habla en nuestra parroquia. Cuando la mayoría de las historias, las homilías, las referencias culturales e incluso los tiempos verbales utilizados están en pasado, es una señal de que estamos mirando hacia atrás, no hacia delante. Es una señal de que se ha perdido contacto con el presente y mucho más con el futuro.
Cuando la nostalgia por lo que se solía hacer es mayor que la pasión por lo que se va a hacer...¡¡¡Houston, tenemos un problema!!! Porque cuando todo el entusiasmo está enfocado en el pasado, no hay mucho futuro.
Las pequeñas cosas siempre son grandes cosas
El reto del liderazgo se basa en resolver los problemas importantes. El problema surge cuando nunca se ataja lo importante porque lo pequeño se hace grande, lo intrascendente se hace trascendente y entonces, nos distraemos y nos estancamos.
Todos sabemos a qué nos referimos: El debate sobre la conveniencia de evangelizar o no duró seis meses. Y luego se decidió que sí. Entonces, se convirtió en la discusión, que duró otros dos meses, sobre cómo y quién debía hacerlo. Luego, se convirtió en el debate, que duró otros cuatro meses, sobre cuál método utilizar y cual no. ¡¡¡Y todo paralizado durante un año!!!
Cuando las cosas pequeñas se convierten en cosas grandes, nunca abordaremos problemas realmente grandes.
¿Qué hacer ante el estancamiento?
Muy simple: no demorar más lo importante y tomar decisiones sin miedo a equivocarse.
Quejas por lo último que se cambió
Uno sabe que en su parroquia no quieren cambiar cuando todavía siguen quejándose de lo último que se cambió. Y eso fue hace cinco años.
No sé qué más decir sobre esto, excepto ... que fue CINCO AÑOS atrás.
¿Qué hacer?
La Biblia nos lo muestra en el relato sobre Sodoma y Gomorra en Génesis 19, 17 cuando aconseja a Lot: Mientras los sacaban afuera, dijo uno: ¡Escápate, por tu propia vida! No mires atrás ni te pares. Escapa al monte, no vayas a ser barrido".
Debemos dejar de mirar hacia atrás y escapar hacia adelante.
"Siempre se ha hecho así"
Esta es la misma canción que se repite una y otra vez cuando no se quiere cambiar nada: "siempre se ha hecho así"...
Ocurre en todas las parroquias, tanto en las que son sanas y crecen como las que no. Y es que existe tanto miedo a romper con lo que se ha conseguido, que muchos se resisten desesperadamente al cambio. Incluso el éxito crea barreras a la innovación. El mayor enemigo de nuestro éxito futuro es nuestro éxito actual.
¿Solución?
Jesucristo nos da la clave: Él todo lo hizo nuevo y si nosotros somos sus seguidores, debemos hacer lo mismo: Innovar, cambiar, hacer todo nuevo.
Siempre son los mismos en misa
Una señal evidente de que la gente ha renunciado al cambio es que nadie se preocupa por las personas del entorno que no asisten a la iglesia o si asisten, no se les acoge. O lo que es lo mismo, la parroquia no evangeliza.
Cuando no pensamos, oramos o llevamos a las personas a Cristo, nuestras conversaciones, nuestras reuniones, nuestras actividades y nuestros consejos parroquiales se convierten en preferencias personales, no en principios bíblicos, ni en mandatos divinos.
Y cuando nuestra parroquia se convierte en un cúmulo de preferencias personales, se pierde la misión. Se pierde la identidad.
¿Qué hacer?
Tres cosas.
Primero, poner nombre al problema, es decir, diagnosticarlo.
Tal vez podemos comenzar por analizarnos personalmente, si somos resistentes al cambio. Todos nos resistimos, y nuestra resistencia puede ser por temor. O tal vez, por frustración. Y terminamos tirando la toalla y pensando que nuestra parroquia nunca cambiará.
En ese caso, si estamos convencidos de que nada cambiará, no lo hará.
Segundo, compartir el miedo al cambio con la comunidad. Pedir a los demás que hablen honestamente sobre su miedo al cambio. Quizás conduzca a mirarse al espejo y decir: ¡¡¡Houston, el problema somos nosotros!!!
Ese sería un momento clave y decisivo.
Y, por último, darse cuenta de que el cambio es posible porque no todo el mundo, en realidad se opone al cambio. Simplemente creemos que el cambio es imposible y todo el mundo se opone.
Las personas que se oponen al cambio en un momento dado rara vez suponen el 10% del total. Es sólo que los que se oponen hablan imperativamente, y es que a menudo, confundimos hablar autoritariamente con tener razón.
No dejemos que el 10 por ciento de las personas que se oponen al cambio determinen el futuro del 90 por ciento que no lo son.
Tal vez eso nos dará el coraje que necesitamos para producir el cambio que nuestra parroquia necesita hacer.
Nada es, en realidad, tan descabellado como pensamos e incluso una Iglesia con un bagaje plano de muchos años sin evangelización, puede cambiar.
¿Lo intentamos?