¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 18 de julio de 2024

¿CÓMO GESTIONAR LOS FRUTOS ESPIRITUALES DE UN RETIRO?

"No temas, porque yo estoy contigo; 
no te angusties, porque yo soy tu Dios. 
Te fortalezco, te auxilio, 
te sostengo con mi diestra victoriosa"
(Is 41,10)

Desde hace ya unos años, vivimos una gran efusión de Espíritu Santo que se derrama a través de retiros y encuentros espirituales de nueva evangelización como Emaús, Effetá, Alpha, Cursillos o Seminarios de Vida en el Espíritu, en los que las personas descubren o redescubren a Dios y salen transformadas.

Sin embargo, muchas de ellas no terminan de arraigar en parroquias o en movimientos eclesiales, bien por falta de compromiso o por exceso de individualismo, que tan habitual es en nuestra sociedad posmoderna (también en las parroquias). Otras, se unen a una comunidad, a un movimiento o a un servicio pero mantienen una mentalidad inmadura, de consumidor, y de poco avance espiritual. 

Disfrutan de una misma comida una y otra vez, pero con poco provecho y escaso desarrollo. Repiten un mantra una y otra vez (y muchos tópicos espirituales) sin saber lo que significa o el motivo por el que lo hacen. Y así, su vida espiritual se convierte en una espiral de repeticiones agradables pero carentes de verdadero sentido cristiano.

Tienen maravillosas experiencias de Dios, es cierto, pero son pasajeras. Se sienten muy cómodos y a gusto ejerciendo como buenos cristianos en un ambiente favorable y cómodo, pero por un tiempo limitado, con escaso crecimiento y con limitado compromiso.
Por ello, todos los que nos encontramos inmersos en estos métodos de primer anuncio nos enfrentamos ante el reto de dar respuesta al avivamiento de todas estas personas que llegan o que vuelven a la Iglesia para que sigan (sigamos) el camino y no desvíen (desviemos) la mirada de nuestro Señor. 

Indudablemente, todos estos métodos de evangelización mencionados anteriormente funcionan porque son obra de Dios, pero surge la gran pregunta de siempre: ¿y después qué? ¿qué debemos hacer a nivel individual y comunitario?

En mi opinión y por propia experiencia, lo primero que debemos plantearnos es cómo gestionar el fruto que estos métodos producen. Se trata de evitar la dispersión en experiencias de fin de semana, los activismos interminables, con escasos compromisos personales y comunitarios, y, en la mayoría de las ocasiones, con limitado o nulo crecimiento espiritual.

Creo que nos encontramos ante un momento de transformación parroquial donde sacerdotes y laicos debemos remar juntos y al unísono para generar nuevas y auténticas comunidades cristianas, que no se parezcan en nada a las existentes, de mucho cumplimiento y poco entusiasmo, de mucho pasado y poco futuro (por desgracia), y que recuperen el fervor y la unidad de las primeras comunidades cristianas.

Es preciso plantearse, de un modo serio, esta renovación parroquial y encontrar los procesos que la lleven a cabo de verdad, analizar los que funcionan y los que no, tanto de forma individual como comunitaria, estar pendientes a lo que el Espíritu Santo nos suscita y no a lo que, desde un razonamiento humano, nos parece que tenemos que hacer. 

Estoy hablando de discipulado, de formación, de compromiso, de servicio, de acogida...de discernir y comprender cuál es el rol que cada uno debe desempeñar dentro de la Iglesia y que, desde luego, no es un invento nuevo sino que lleva escrito más de dos mil años. 

Se trata de plantearse no tanto qué puede hacer la parroquia (o Dios) por mí sino qué puedo hacer yo por la parroquia (o por Dios). O mejor dicho...de preguntar: "Señor ¿qué quieres de mí?".
Como ya he mencionado en otros artículos, para construir comunidades cristianas auténticas, vivas, comprometidas y en continuo crecimiento es necesario que todas las personas que las integren tengan una misma visión, misión y pasión, un mismo corazón y un mismo espíritu. Algo que tampoco es nuevo ni original puesto que las iglesias cristianas del primer siglo tenían precisamente todo eso pero que, desgraciadamente, hemos perdido con el paso de los siglos.

Un cristiano que ha tenido un encuentro real con el Señor y que quiere ser un verdadero discípulo de Cristo, debe crecer y madurar en la fe, convertirse continua y diariamente, formarse en el discipulado, mientras se compromete en la comunidad y sirve en la misión.

Un verdadero discípulo tiene una identidad, un sentido de "pertenencia", de "corresponsabilidad" con una comunidad, grupo, carisma, espiritualidad o movimiento que le capacita para el compromiso y para priorizar lo importante.

Un auténtico seguidor de Cristo reza continuamente, vive eucarísticamente y camina escuchando la Palabra de Dios. No valen excusas ni pretextos para no crecer o madurar: el cristianismo es una forma de vida no un pasatiempo del que disfruto de vez en cuando.

Son sólo algunas ideas...hay más... pero, ante todo y lo primero que debemos preguntarnos ¿para qué hago lo que hago? ¿a quién sirvo? ¿a Dios y al prójimo? o ¿a mi mismo y a mi conciencia?

JHR


sábado, 14 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): HACER UNA ELECCIÓN

"Temed al Señor; 
servidle con toda sinceridad" 
(Josué 24,14)

Josué, el siervo del Señor, se dirige a todo el pueblo de Dios...a todos nosotros...y me pide que, en uso de mi libertad, haga una elección sincera: o servir a Dios o servir a otros dioses.

Ahora que he sido liberado de la esclavitud del mundo, ahora que he visto los grandes portentos que Dios ha hecho en mí, ahora que he sido guiado por el Señor a lo largo de mis desiertos, tengo que tomar partido. 

Tengo que dar una respuesta personal y comunitaria. Tengo que comprometerme. No puedo ser neutral ni tibio; no puedo ser laxo ni cómodo: O sirvo a Dios o sirvo al mundo.

¿Elijo inclinar mi corazón al Señor, obedecer su voz y ser su testigo en el mundo?
¿Elijo decirle "sí" a Dios y abandonar otros dioses? o ¿le doy la espalda y sigo mi camino?
¿Elijo serle fiel y huir de las seducciones que el mundo me ofrece?
¿Le obedezco con la boca y le niego con el corazón?


"Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; 
de los que son como ellos es el reino de los cielos" 
(Mateo 19,14)

También Jesús, el Señor, me invita a hacer una elección. La misma que Él hace: los niños. Me dice que no les impida acercarse a Él, e incluso se enfada si se lo impido: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mateo 19,14; Marcos 10,14-15).
Jesús afirma con rotundidad que el Reino de Dios es de los que "son como ellos" y que para entrar en el cielo, tenemos que "recibirle como un niño". Entonces ¿Qué significa ser como un niño?

Los niños no son autosuficientes sino que dependen del cuidado de los padres. Reciben todo, no por méritos propios, sino de forma gratuita, por amor. "Ser como niños" implica saberse débil y dependiente, frágil y necesitado, en contra de la lógica humana que, muchas veces, pretendemos los adultos: bien ser autónomos e independientes en nuestro camino de fe o bien, cumplir y hacer méritos propios para ganarnos el cielo.

Pero la lógica divina no funciona así, no depende de los esfuerzos ni de los méritos de cada uno de nosotros. La fe es un don de Dios, una gracia del cielo que debemos aceptar como lo que es, como un regalo inmerecido, y hacerlo con confianza e incondicionalidad, con sencillez y humildad, con alegría y agradecimiento...como hacen los niños.
Algunos podemos pensar, como los discípulos, que los "niños" (los recién llegados, los conversos o los que tienen menos formación) son una molestia para nosotros y para Dios. Nada más lejos de la realidad. El Señor se enternece cuando alguien llega con ansía de saber más de Él, con deseo de conocerle más profundamente, con el anhelo de sentarse en su regazo. 

Algunos podemos obrar, como los discípulos, auto confiriéndonos la potestad de decidir quien puede ir a Cristo y quién no, quien puede ir a la Iglesia y quién no. Sin embargo, Cristo y su Iglesia no son para los más santos sino para los más necesitados: "Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mateo 9,13).
 
¿Dejo que los necesitados se acerquen a Jesús? o ¿les niego su derecho y les regaño?
¿Me apropio de Dios? o ¿lo comparto con los demás?
¿Decido quién es digno de Dios y quién no? o ¿hago una elección por los más necesitados?
¿Elijo ser el "hermano mayor" autosuficiente? o ¿el niño confiado en quien Dios se complace?


"Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, 
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, 
y se las has revelado a los pequeños" 
(Mateo 11,25)