¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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sábado, 14 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): HACER UNA ELECCIÓN

"Temed al Señor; 
servidle con toda sinceridad" 
(Josué 24,14)

Josué, el siervo del Señor, se dirige a todo el pueblo de Dios...a todos nosotros...y me pide que, en uso de mi libertad, haga una elección sincera: o servir a Dios o servir a otros dioses.

Ahora que he sido liberado de la esclavitud del mundo, ahora que he visto los grandes portentos que Dios ha hecho en mí, ahora que he sido guiado por el Señor a lo largo de mis desiertos, tengo que tomar partido. 

Tengo que dar una respuesta personal y comunitaria. Tengo que comprometerme. No puedo ser neutral ni tibio; no puedo ser laxo ni cómodo: O sirvo a Dios o sirvo al mundo.

¿Elijo inclinar mi corazón al Señor, obedecer su voz y ser su testigo en el mundo?
¿Elijo decirle "sí" a Dios y abandonar otros dioses? o ¿le doy la espalda y sigo mi camino?
¿Elijo serle fiel y huir de las seducciones que el mundo me ofrece?
¿Le obedezco con la boca y le niego con el corazón?


"Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; 
de los que son como ellos es el reino de los cielos" 
(Mateo 19,14)

También Jesús, el Señor, me invita a hacer una elección. La misma que Él hace: los niños. Me dice que no les impida acercarse a Él, e incluso se enfada si se lo impido: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mateo 19,14; Marcos 10,14-15).
Jesús afirma con rotundidad que el Reino de Dios es de los que "son como ellos" y que para entrar en el cielo, tenemos que "recibirle como un niño". Entonces ¿Qué significa ser como un niño?

Los niños no son autosuficientes sino que dependen del cuidado de los padres. Reciben todo, no por méritos propios, sino de forma gratuita, por amor. "Ser como niños" implica saberse débil y dependiente, frágil y necesitado, en contra de la lógica humana que, muchas veces, pretendemos los adultos: bien ser autónomos e independientes en nuestro camino de fe o bien, cumplir y hacer méritos propios para ganarnos el cielo.

Pero la lógica divina no funciona así, no depende de los esfuerzos ni de los méritos de cada uno de nosotros. La fe es un don de Dios, una gracia del cielo que debemos aceptar como lo que es, como un regalo inmerecido, y hacerlo con confianza e incondicionalidad, con sencillez y humildad, con alegría y agradecimiento...como hacen los niños.
Algunos podemos pensar, como los discípulos, que los "niños" (los recién llegados, los conversos o los que tienen menos formación) son una molestia para nosotros y para Dios. Nada más lejos de la realidad. El Señor se enternece cuando alguien llega con ansía de saber más de Él, con deseo de conocerle más profundamente, con el anhelo de sentarse en su regazo. 

Algunos podemos obrar, como los discípulos, auto confiriéndonos la potestad de decidir quien puede ir a Cristo y quién no, quien puede ir a la Iglesia y quién no. Sin embargo, Cristo y su Iglesia no son para los más santos sino para los más necesitados: "Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mateo 9,13).
 
¿Dejo que los necesitados se acerquen a Jesús? o ¿les niego su derecho y les regaño?
¿Me apropio de Dios? o ¿lo comparto con los demás?
¿Decido quién es digno de Dios y quién no? o ¿hago una elección por los más necesitados?
¿Elijo ser el "hermano mayor" autosuficiente? o ¿el niño confiado en quien Dios se complace?


"Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, 
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, 
y se las has revelado a los pequeños" 
(Mateo 11,25)

miércoles, 18 de julio de 2018

NI EL ÉXITO NI EL MÉRITO SON NUESTROS

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"Él debe crecer y yo, menguar.
El que viene de arriba está sobre todos"
(Juan 3, 30)

El orgullo nos impide reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas, la mano de Dios en nuestras acciones. Todo lo contrario, envanece todos nuestros actos, especialmente en las situaciones de éxito.

Como cristianos, debemos ver en nuestra vida la presencia y la acción de Dios, porque toda nuestra vida es un regalo suyo y está a su servicio. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. Pero es que además, son efímeros. No son duraderos. 

Sin embargo, es muy difícil ver la mano de Dios cuando alcanzamos el éxito, cuando triunfamos económica o socialmente...en esos momentos, nuestra propia vanidad nos ciega y no vemos que es Dios quien nos ha puesto en ese lugar, y lejos de darle gracias, y ponerlo a su servicio, pensamos que el mérito es nuestro, ¡porque lo valemos!

Lo sé por experiencia. Durante mi vida, he disfrutado de un cierto éxito en muchos sentidos pero lo he vivido orgulloso y de espaldas a Dios. Y así me ha ido. Lo que un día está arriba, al día siguiente, está abajo. Y mis fuerzas y méritos son humanamente limitados.

Resultado de imagen de dios no hace acepción de personasPor eso, doy gracias a Dios. Gracias por sacarme del vacío del éxito, por librarme de la soledad del triunfo, por liberarme de la mezquindad del orgullo, por hacerme ver que la vanidad no lleva a la felicidad, por hacerme entender que la humildad es la que me lleva lejos en la vida y me conduce a Él. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

La humildad es un don que todos los cristianos debemos (deberíamos) pedir y agradecer. La humildad siempre lleva al agradecimiento, al amor y a la entrega. Ser humildes es ser capaces de reconocer cuáles son nuestras debilidades y cuáles son nuestras posibilidades, y a la vez, dar gracias por todo lo que recibimos de Dios, que nos ayuda a llevar una vida de amor y entrega a los demás. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

El apóstol Juan nos dice que Dios debe crecer en nosotros, y nosotros, menguar, hacernos pequeños (Juan 3, 30). Ante la grandeza de Dios, todo es pequeño. Él está por encima de todo y de todos. Pero no desde una posición de orgullo sino de amor. Ahí reside su grandeza, en que Dios mismo se "abajó" a nosotros y nos mostró el camino de la humildad: a través de María y de Jesús, ejemplos perfectos de amor y humildad.
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El Evangelio nos habla de humildad, de sencillez, de pequeñez, de hacerse niño: "Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios." (Mateo 18,3). 

Un niño pequeño confía plenamente en su padre/madre, se fija en él, le tiene siempre presente, imita sus palabras, sus acciones… su Padre es el espejo en el que reflejarse. Pero, sobre todo confía, no le cuestiona, se fía, se abandona en sus brazos. Porque le ama.

Imagen relacionadaUn padre ama, por encima de todo, a sus hijos. Y por eso, jamás desea ni le da a un hijo nada malo, ni hace o dice nada que le perjudique, ni lo lleva por caminos peligrosos. Le acompaña y le lleva de la mano para que no caiga, y si es necesario, le carga sobre sus hombros para que no se canse.

De la misma forma, el Señor nos acompaña, nos lleva de la mano, nos guía, nos consuela y nos sostiene. Él hace todo lo posible (y lo imposible) por nosotros. 

Sólo hace falta que, como niños, como hijos suyos, le devolvamos nuestro amor, nos fiemos y confiemos, que seamos sencillos y humildes, y así, acercándonos, poder mirar a Jesús y aprender de Él, la única forma de llegar al Padre. La única manera de llegar al verdadero éxito y a la verdadera gloria.

Dios se revela constantemente, a todos nosotros. Día a día nos enseña a vivir, nos enseña cómo tenemos que amar, y lo hace Él primero, con el ejemplo. Pero hace falta que tengamos ese corazón sencillo y humilde como el de Cristo, como el de María. Sin ese corazón puro y humilde como el de un niño, no podemos aprender a vivir ni alcanzar la gloria eterna.