¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 28 de agosto de 2019

"LA CREACIÓN DEL MUNDO ANGÉLICO Y DEL ÁNGEL DE LUZ"


"Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabada belleza;
en el Edén, jardín espléndido, habitabas;
toda suerte de piedras preciosas eran tu vestido (…)
Tú eras un querubín consagrado como protector,
Yo te había establecido tal;
estabas en la montaña santa de Dios
y te paseabas en medio de piedras de fuego,
hasta que se descubrió en ti la iniquidad. (…)
Se engrió tu corazón por tu belleza,
echaste a perder tu sabiduría por tu esplendor. (…)
He hecho brotar un fuego de en medio de ti, que te ha devorado.
(Ezequiel 28, 12-19)

Este verano he terminado de terminar de leer el libro "Historia del mundo angélico" del P. Jose Antonio Fortea, sacerdote, teólogo y escritor, en el que narra la creación, prueba y caída de los ángeles. 

Sin duda, su lectura es muy recomendable por la apasionante la forma en que explica la formación del mundo angélico, lleno de vida y pureza, la manera de presentarnos la figura de Lucifer como "el ángel de luz", y de cómo éste, admirable por su inteligencia, poder, sabiduría y belleza, presa del orgullo, se deforma, generando la rebelión y caída de la tercera parte de los ángeles.

El P. Fortea describe la creación del mundo angélico de una forma muy visual y humana, pero desde la perspectiva y las palabras de un ángel:
Ésta es la historia más antigua. Antes de ésta no hay historia alguna. De hecho, ésta historia tuvo lugar antes del Tiempo. Es la Historia del Mundo Angélico.
Yo, un ángel os la voy a contar a vosotros, humanos, aunque no podáis entender muchas cosas, aunque tenga que recurrir a comparaciones humanas para que podáis comprender lo incomprensible. Doy comienzo a mi crónica.
Resultado de imagen de esfera de luzEn el principio, Dios estaba en medio de la nada, Luz en medio de la oscuridad más absoluta.
En el principio estaba el Ser, el Ser Infinito, la Trinidad Sublime. Imaginaos a Dios como una inmensa esfera de luz blanquísima... Dios no es una esfera, Dios no tiene forma geométrica alguna. Pero os pido que os imaginéis mi historia de un modo visual. Imaginaos a al Gran Dios como una esfera de luz de proporciones infinitas.
Esa Esfera de Luz estaba en medio de la Nada. Una Esfera resplandeciente en mitad de la oscuridad más absoluta, la oscuridad perfecta. Al principio sólo existía esa Esfera. Nadie la contemplaba, nadie la podía ver, porque no había nadie. Esa esfera con la Vida Trina era Luz, y era grande como millares de océanos de luz. Era grande como millares de millares de universos.
Entonces, ocurrió "algo". Dios creó millones de seres angélicos ("glorias", según el autor) como una especie de luces, brumas, nebulosas o constelaciones (vías lácteas) que salían de una Esfera de Luz (Dios) y retornaban a Ella. 
La Vida Trina latía en su interior, fluía en el seno de esa Esfera. De pronto, ocurrió algo. Era la primera vez que ocurría algo hacia fuera de la Esfera. No podemos decir que ocurrió tras millones de millones de siglos, porque en realidad no había Tiempo. Pero entre ese antes y ese después hubo mil eternidades, y después eternidad tras eternidad. Antes del primer AHORA, hubo una serie incontable de siglos de no-tiempo.
Y así, en el momento previsto, en el instante exacto, antes del cual no hubo un instante, una voz poderosa resonó en el interior de la Esfera y dijo: ¡Hágase! Y de la Esfera más grande que mil océanos de blancura surgió una luz...
Si uno se aproximaba a esa luz, veía que cada haz de luz estaba formado por millones de millones de seres angélicos. Cada naturaleza angélica era como un pequeño sol. Los había de todos los tamaños. Cada uno tenía un tono de luz, cada uno emitía una música particular. Cada uno, si se me permite la expresión, con un rostro atónito, felizmente atónito, ante el espectáculo del acto creador.
Y los dispuso en un orden jerárquico: superior (Querubines, Serafines y Tronos), intermedio (Dominaciones, Virtudes y Potestades) e inferior (Principados, Arcángeles y Ángeles)
Los ángeles más grandiosos se hallaban suspendidos como tocando a la Esfera. Cada ángel superior tenía otros menores alrededor de él, como planetas que rodean a un astro. Cada uno de los satélites tenía a su vez otros espíritus angélicos que eran como satélites de los planetas. Y así podíamos ver que había centenares de jerarquías angélicas. Cada ángel dependía de otro ángel superior. Los ángeles superiores, menores e intermedios formaban innumerables niveles, complejísimas rotaciones, innumerables jerarquías, complicadas series de niveles, de escalones, como si de una zoología infinita se tratara...

...Era como si la Gran Esfera estuviera rodeada por brumas. Esas brumas eran como Vía Lácteas. Cada una de estas Vía Lácteas estaba formada por millones de millones de seres angélicos. Toda la Esfera estaba cubierta de estas nebulosas. Partes de la superficie de la Esfera estaban más densamente cubiertas. En otras partes, esas nubes era como si se deshilachasen hacia fuera. Y seguían surgiendo más y más de estas nebulosas del interior de la Esfera. Era como si del seno del Ser Infinito fluyeran ríos grandiosos de luz. Universos y universos de ángeles salían de la Esfera Incomparable.
Aquellos ríos parecían no agotarse. Unos surgían con fuerza hacia fuera, se doblaban como atraídos por la fuerza de atracción de la Esfera de la que surgían, y retornaban hacia la Esfera recorriendo su superficie inacabable. Otros ríos salían expelidos con vigor y se adentraban en la nada exterior, formando espirales, mezclándose a su vez con otras espirales angélicas, combinándose en más y más increíbles volutas de luz que se arremolinaban, que giraban alrededor de sí mismas, formando centros y más centros angélicos.

...Los ríos de luz que surgían de la Esfera fueron debilitándose en una especie de eco que se extingue lleno de majestad. Ese eco sinfónico se fue desvaneciendo, hasta que el último brazo de luz se despegó del Océano de Luz de la Esfera: la Creación de los ángeles había acabado. El último ángel había sido creado.
Su número era incalculable. Dios había sido extraordinariamente generoso al crear. Un inmenso conjunto de "glorias" ordenado en coros que, cantando una extraordinaria sinfonía angélica, alaban continuamente a Dios.
El número de los ángeles era incalculable, pero hubo un último. Decir que eran trillones de trillones era poco. Dios había sido extraordinariamente generoso al crear. Dios había querido comunicar el gozo del ser de un modo espléndido, feliz de que fueran muchos los que pudieran existir.
Los ángeles estaban sorprendidos al existir "de golpe", como si acabaran de despertar. Estaban suspendidos y llenos de vida, en silencio, mirándose unos a otros y contemplando, admirados, el espectáculo de amor, sabiduría y belleza de la Esfera de Vida.
Todos los espíritus estaban sorprendidos. Habían sido lanzados a la existencia. Habían pasado de la nada a existir de golpe. Aquello era como millones de seres que se hubieran acabado de despertar. Pero no sólo no estaban somnolientos, sino que por el contrario estaban llenos de vida. Las nebulosas bullían de vida alrededor de la Esfera de Vida. La vida se agitaba en ellos por la felicidad de existir.

Los espíritus se miraban a sí mismos, se conocían, volvían a mirarse entre sí sorprendidos, admiraban al gran ángel alrededor del cual se movían. Divisaban la magnitud de los gigantescos astros angélicos. Y en el centro de todo: el Divino Océano Infinito de Luz del que habían salido. Era como estar en el flanco de un gran mar. Podríamos decir que estaban suspendidos, flotando en el aire, levitando sobre un océano. Pero en ese caso no tenía sentido afirmar que se estaba encima o en un flanco de ese Mar. La Esfera parecía ilimitada. No había ni abajo, ni arriba.
Entonces, el silencio se rompió y Dios habló.
Ese Océano Divino estaba en silencio, todos le contemplaban admirados: constituía en sí mismo un espectáculo. Porque esa Luz era amor, sabiduría, belleza. De pronto, la Esfera habló. Era la primera vez que resonaba su voz fuera de su seno. Su voz resultó el hecho más impresionante que uno pueda imaginarse. La voz de Dios dirigiéndose a millones de millones de espíritus angélicos."
Resultado de imagen de luzbelLuzbel fue creado como una naturaleza angélica, como una criatura espiritual de Dios, admirable por su inteligencia, por su poder, incluso por su belleza, aunque ahora deformada. 

Job 40, 19 define a Lucifer como "la obra maestra de Dios", la cúspide de la creación angélica, el espíritu angélico de mayor importancia delante del trono de Dios, con quien Dios hablaba habitualmente.

El profeta Ezequiel (Ezequiel 28, 12 y siguientes) se refiere a Lucifer como un ser angélico especial: "montaña santa de Dios y querubín protector, dechado de perfección, sabiduría y belleza."

La guerra

El libro nos cuenta el avance y la evolución de ese mundo angélico, que se inicia con unos ángeles puros e inmaculados que, puestos a prueba tras la Revelación de Dios sobre la Encarnación, Crucifixión y la figura de María como Reina de los Ángeles, se dividen y, una parte de ellos, se rebela y se convierten seres malignos, formando el mundo demoníaco:
"Durante esa guerra espiritual, imperceptiblemente, sin percatarse de ello, algunos de los ángeles se fueron transformando de seres bellísimos llenos de luz, en monstruos repletos de resentimiento. El odio, el veneno que salía de sus bocas, la oscuridad de sus pensamientos, su soberbia, su deseo de hacer el mal, fue transformando a esos espíritus en seres deformes, feroces, horribles. Al final, daba miedo verlos.
En los capítulos 40 y 41 del libro de Job, Dios mismo, elogia el poder y ferocidad de la más temible de las criaturas infernales, Satán, o Leviatán o Behemot y le llama "el Principe de este mundo", a quien todas las bestias salvajes homenaje y tributo,"¡el rey de todas las bestias feroces!". 

La caída

"La prueba" transmutó a Lucifer, le llenó de violencia, pecado y orgullo. Con su rebelión, con su rotundo "No" ("Non serviam"), cayó y fue rechazado por Dios. Se convirtió en Satanás, el "Adversario", el "Opositor", el "Enemigo":
"Fue impactante la transmutación en Lucifer. Esos ojos clarísimos habían comenzado por destilar agresividad. En su boca fue como si crecieran dientes afilados y colmillos sedientos de sangre. Lucifer hubiera querido tener mil garras para arañarnos, agarrarnos y despedazarnos. Hubiera deseado pisarnos con pesadas patas de monstruo antediluviano. Eso es lo que queréis transmitir cuando lo representáis con pobres iluminaciones sobre pergaminos o lo pintáis sobre un fresco en vuestras iglesias. No tiene cuerpo, pero es peor que esos pobres colores y líneas con que plasmáis lo que conocéis por la fe. Por una fe transmitida, transmitida de lo alto, que os viene de los Cielos.
Satán era malignidad concentrada. El Mal en él se había vuelto ardiente. Dios, durante todo este proceso, le había hablado en su corazón, suplicándole que diera marcha atrás. Sí, todo un Dios le suplicaba. Le suplicaba no por debilidad, sino precisamente porque conocía cuán duro e impenetrable sería el muro de su justicia si Lucifer quedaba atrapado tras él. Por eso le habló como un padre habla a su hijo. Por eso le habló con una humildad cómo sólo Dios puede tener. Ante todo debía evitar que Satanás quedara atrapado detrás del muro de una decisión irrevocable.
Pero el Maligno había acorazado su corazón, había echado siete cerrojos en cada puerta de su voluntad. Había cubierto de hierro cualquier apertura a su conciencia. Satán el Diabólico había asesinado a su conciencia dentro de sí. Detrás de esas puertas cubiertas de hierro, cerradas a cal y canto, yacía el cadáver de su conciencia, descomponiéndose. En su corazón portaba un fétido cadáver, y él respiraba muerte. La Muerte avanzaba en él cada vez más. Él no podía dejar de existir, no podía morir en ese sentido. Pero él deseaba la muerte de los ángeles que le torturaban con sus razones, con sus recriminaciones, con la amenaza de la ira divina, con el recuerdo de su santidad primera."
"Tu esplendor ha caído en el abismo con el susurro de tus arpas. La gusanera te hace cama y te cubren los gusanos. ¿Cómo has caído desde el cielo, brillante estrella, hijo de la aurora? ¿Cómo has sido derribado a tierra tú, el vencedor de las naciones? Te decías en tu corazón: El cielo escalaré, encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono; en el monte de la asamblea me sentaré, en lo último del norte. Subiré a las alturas de las nubes, seré igual que el altísimo. Mas, ay, has caído en lo profundo, en las honduras del abismo (Isaías 14, 11-15).

"Su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las lanzó sobre la tierra. Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. El Dragón y sus ángeles combatieron, pero no pudieron prevalecer y no hubo puesto para ellos en el cielo. Y fue precipitado el gran Dragón, la serpiente antigua, que se llama 'Diablo' y 'Satanás', el seductor del mundo entero, y sus ángeles fueron precipitados con él" (Apocalipsis 12).

"Dios no perdonó a los ángeles pecadores, sino que, precipitados en el infierno, los entregó a las prisiones tenebrosas en espera del juicio" (2 Pedro 2).

"El Señor ha reservado en eterna prisión, en el fondo de las tinieblas, para el juicio del gran día, a los ángeles que no conservaron su dignidad sino que perdieron su propia mansión" (Judas).


El Diablo (el "Desviado", el "Acusador") es reprobable en cuanto a su maldad, a su frialdad sin la más ligera sombra de arrepentimiento, pero elogiable por su gran poder, por su incomparable belleza, por su elevada inteligencia debidos a su naturaleza, creada por Dios.

Pero ni siquiera los demonios son odiosos. Sólo es odioso el pecado, los demonios sólo nos merecen pena por el pecado que cometieron, y compasión, por hacernos idea del padecimiento que sufren. Y ante la comprensión de ese abismo de padecimiento, veneramos sobrecogidos los justos designios de Dios, como reza el libro de Ezequiel 28.