¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 24 de julio de 2016

CUANDO OTRO CRISTIANO NOS LASTIMA




Cuando Marta se quejó a Jesús de su hermana María en Betania, María podría haber optado por sentirse ofendida. Sin embargo, no lo hizo. También podría haberse sentido ofendida cuando Judas y los discípulos le recriminaron su acto de adoración exagerada a Jesús. Pero, de nuevo, tampoco lo hizo.

En ambas ocasiones, María fue criticada injustamente por amar a su Señor con todo su corazón, y no por sus enemigos, sino por su propia hermana y por los propios discípulos del Señor.

Ella evitó la crítica, no hizo nada ni dijo nada. No abrió la boca para defenderse, sino que en silencio, confió el asunto a su Señor. Y en ambos casos, Jesús salió en su defensa.

Siempre habrá algunos cristianos que nos critiquen, nos denigren por nuestras buenas acciones. El punto es que si te sientes molesto u ofendido, y te enfadas y te quejas, el que sufre eres tú.

Por eso, ¿cómo actuar cuando nos ofenden?

Mis hermanos cristianos herirán mis sentimientos

A veces, actuarán con mala intención y deseo de hacer daño.


Otras veces te harán daño sin darse cuenta.

Cuando Marta y los discípulos se quejaron, no trataban de herir a María. Simplemente, juzgaron desde un punto de vista humano.

Cuando nos hagan daño, se demostrará nuestra madurez espiritual

Cuando nos lastimen, descubriremos nuestra verdadera relación con Jesucristo. Lo que hagamos en ese momento y después revelará cuán cerca estamos de Jesús.

Podemos reaccionar de dos modos: ponerlo delante del Señor, o dejar que otros nos destruyan. María lo dejó en manos de Cristo.

Dios transforma el maltrato en nuestro bien

José soportó maltrato y odio de sus propios hermanos pero lo dejó en manos de Dios, diciendo: "quisisteis hacerme daño, pero Dios lo usó para el bien".

Romanos 8,28 dice: "sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman". Todo lo que ocurre en nuestras vidas, ya sea bueno o malo, pasa primero por el amor a Dios, antes de llegar a nosotros. Y lo usa para nuestro bien y para nuestra transformación.

Cuando Jesús defendió a María, Él transformó la criticado de su acto en un ejemplo de cómo debemos actuar. 

No debemos ofendemos por dichos y hechos

Esto sucede generalmente cuando una persona es demasiado sensible o mal pensada. No debe ser propio de cristianos.

Los cristianos somos las personas más fácilmente ofendidas y atacadas en el mundo, cuando deberíamos ser los menos. María fue maltratada dos veces pero ella no se sintió ofendida.

Falsas acusaciones 

Los cristianos sensatos y maduros debemos ignorar los chismes, pues desacredita a quienes nos critican .

Cuando nos sintamos ofendidos por alguien, debemos ir a hablar directamente con la persona, en privado, tal y como Jesús nos enseñó a hacer. Preguntar en lugar de hacer acusaciones.

La pregunta es"¿Cómo me gustaría ser tratado si alguien estuviera diciendo estas cosas de mí?" 

Recuerda, Satanás es el calumniador (eso es lo que significa "diablo"), y usa la crítica para destruir las relaciones. Es una de las siete cosas que Dios aborrece "sembrar las semillas de la discordia entre los hermanos."

Lo que hagamos ante una ofensa es elección nuestra

Puedes elegir sentirte ofendido y tomar represalias o puedes optar por llevar tu herida ante Dios. 

A veces, el Señor te llevará a la persona para hablar con él de una manera amable, buscando la reconciliación. Otras veces te llevará a cargar con la cruz y seguir adelante.  Otras, te mostrará que has malinterpretado por completo las acciones del otro.

Quien ofende a un hijo de Dios, ofende a Dios

Cuando alguien ofende a otro cristiano está rechazando a Cristo, porque Él y su cuerpo están conectados, por lo que "si se lo has hecho al más pequeño de mis hermanos,  me lo has hecho a mí."

Se puede vivir sin sentirse ofendido

Esto no quiere decir que nunca vayamos a ser lastimados. Tampoco significa que nunca estaremos enfadados. Jesús se enojó. 

La ira es una emoción humana normal cuando alguien te maltrata o abusa de alguien que te importa. Pero lo que haces con tu ira determina si eres o no un buen cristiano.

El Señor nos llama a caminar sin ofensa. Siempre debemos ser "prontos para oír, tardíos para hablar, tardíos para la ira". 





lunes, 14 de septiembre de 2015

6 TENTACIONES TÍPICAS DEL CRISTIANO, NIVEL AVANZADO


El demonio existe pero a Dios no le puede hacerle ningún daño directo y por eso trata de herirlo a través de las criaturas que Él más ama: nosotros. El diablo nos ataca y nos tienta constantemente para que ofendamos a nuestro Creador.
El problema es que el padre de la mentira es muy astuto, y nosotros, los cristianos, muchas veces vamos de listos. Creemos que ir a misa, rezar el Rosario y tratar de vivir una vida cristiana coherente nos exime automáticamente de toda preocupación por la presencia de este indeseable sujeto. Pero la realidad es otra. El demonio redobla sus esfuerzos cuando ve fruto en nuestras vidas, asume nuevos rostros y actualiza sus estrategias. 
Dios nos sugiere apartar la mirada de nosotros mismos y ponerla en los demás. Cuando sirves a los demás, te das cuenta de que la alegría y el brillo de la comunión auténtica no son comparables ni por asomo a los opacos destellos de satisfacción que ofrece el egoísmo. Sin embargo, es aquí donde el demonio se juega todas sus cartas. Y es que es muy difícil engañar o inducir a error a una persona que tiene la mirada y el corazón puestos en Dios y en los demás. Por decirlo de una manera, el amor es la “kriptonita” del maligno.
Esta es la estrategia principal que inspirará las demás tentaciones: el egoísmo. El demonio trata de que no miremos hacia arriba, hacia Dios ni hacia los lados, hacia el prójimo, sino que centremos la mirada en nosotros mismos, para poder atacar con efectividad. Este amor propio es una enfermedad espiritual que los Padres de la Iglesia han llamado Filaucia y que el diablo trata de inocularla en nuestra vida cristiana de las muchas maneras.
El demonio, no nos muestra la tentación de manera burda porque sabe que sería rápidamente rechazada; cambia de plan y la disfraza de pensamientos y estados de ánimo en apariencia positivos y espirituales para, poco a poco, desviarnos de la relación con Dios.
Los pensamientos y estados de ánimo con los que el diablo nos tienta son:
La fe es sólo contenido
La fe cristiana es una relación con Cristo que se manifiesta en lo que creemos, en lo que queremos, en lo que pensamos y en lo que elegimos y que enriquece toda nuestra vida.
Cuando la vida del cristiano está nutrida por un diálogo amoroso con Cristo, el diablo poco o nada tiene que hacer. Su estrategia, por lo tanto, consistirá en desvitalizar esta relación.
¿Cómo? Tratando de que nuestros pensamientos y sentimientos religiosos empiecen a parecernos más una conquista personal que un don recibido. 
El objetivo del demonio es hacer que seamos personas religiosas sin Dios, hacernos creer que podemos mejorar como cristianos prescindiendo -paulatinamente- de las exigencias propias de una relación de amistad con Jesús.
Cuando el cristiano empieza a verse como el principal autor de su vida cristiana, centrarse en sí, en los contenidos de la fe en vez de en la relación con Jesús, la fe pierde toda su energía, se enfría y se convierte en ideología. Es decir, en un conjunto de ideas en las que se cree (doctrina), que han modelado las costumbres de una familia o un pueblo (tradición) y que se traducen en una serie de normas de conducta útiles para llevar una vida correcta (moral).
Cuando la fe se convierte en ideología, aburre; se abre una grieta enorme entre la vida concreta y las propias creencias. El demonio ha vencido convirtiéndonos en cristianos bien adoctrinados, asiduos en las prácticas y rituales católicos, moralmente ejemplares… y muertos por dentro.
La devoción es para satisfacción personal
Cuando realizamos nuestras actividades religiosas y obtenemos fruto es lógico y bueno que experimentemos satisfacción y paz interior, puesto que estamos haciendo lo que Dios nos invita a hacer y por eso nos sentimos felices.
Pero hay un peligro muy sutil: pensar que el hecho de realizar nuestras obras de devoción es por el gusto espiritual que nos producen o por lo que nos hacen sentir y no con el objetivo de acercarnos a Dios y reforzar nuestro amor por Él.
El enemigo tiene como objetivo las cosas de Dios, las cosas santas, las personas santas, y a nosotros mismos y nuestro fruto espiritual. Por eso, trata de hacernos creer que nuestra vida espiritual tiene como único objetivo nuestra propia satisfacción.
El apego a nuestras cosas
Al ser humano nos encanta el éxito y el protagonismo. Queremos que nuestros proyectos salgan bien e incluso rezamos para que esto sea así. Y en realidad, desearlo no tiene nada de malo; es más, Dios también lo quiere.
 Sin embargo, el diablo sabe muy bien que el corazón humano a veces se entrega demasiado a los propios proyectos. El hecho de que nuestra misión sea evangelizar no nos hace inmunes a desarrollar apegos mundanos que nos hacen olvidar la centralidad de Dios y su gracia, y nos ponen a nosotros como los protagonistas y los héroes indispensables del apostolado. 
El diablo intenta disfrazar la filaucia de celo apostólico y por eso debemos abandonarnos en las manos del Señor, especialmente en la oración, darle nuestro corazón y todos nuestros proyectos.
Hablar con confianza de cada uno de ellos y dejar que el Señor nos interpele y nos ayude a ponerle siempre a Él en el centro y hacer retroceder nuestra hambre de protagonismo.
La justicia nos corresponde a nosotros
Vivimos en santidad, vamos a misa, somos buenos cristianos y ayudamos a los mayores y a los necesitados, evangelizamos y creemos estar más en gracia que los demás. Enjuiciamos y despreciamos a los demás por no vivir o pensar como nosotros.
Esta es otra gran tentación que nos hace experimentar el gusto fariseo de ser los jueces de Dios; aquellos con poder para definir quién vive la fe y quién no, que no es más que un ciego y torpe amor propio.
Los que juzgan, con sus condenas y sus poses, están muy alejados de la mirada de misericordia y amor que Dios nos pide. Es importante que el cristiano que ha caído en esta tentación identifique aquellos juicios condenatorios o aquellos sentimientos de superioridad que le han endurecido el corazón y los ponga con humildad ante Dios.
Esta tentación también se cuela cuando nuestra propia interpretación de la fe se vuelve la norma universal para juzgar la reflexión y comprensión que otros tienen de la doctrina católica y así las ideas se convierten en idolatría. 
Se produce una ideologización de la fe que puede llegar al extremo de descartar cualquier opinión que se oponga a la propia, incluida la voz del propio obispo, la voz del Papa o la del Magisterio de la Iglesia.
¿Quién soy yo para juzgar a nadie? Dios es el único juez.
Pensamientos espirituales según mi forma de ser
Hacerme un Dios a mi medida. El enemigo llega a fingir que reza con quien reza, ayuna con quien ayuna, etc. Pretende hacernos creer que Dios existe para reafirmarnos a nosotros mismos.
Debo complementarme en mis carencias, no reafirmarme en lo que soy fuerte, debo buscar Su gracia porque si no estoy haciéndome un Dios según mis criterios.
La perfección la alcanzamos solos
El maligno también trata de hacernos caer en la trampa más peligrosa, la de la soberbia espiritual que nos inculca la falsa creencia de que somos capaces de vencer cualquier tentación si es que nos lo proponemos. 
Dios y su gracia salen inconscientemente del combate espiritual y el terreno queda servido para que el tentador muestre su verdadero rostro. Lo terrible de este modo de filaucía espiritual es que el tentador se ha asegurado de hacerle creer al cristiano que puede lograr todo por él mismo. ¡Qué gran mentira!
La siguiente movida del maligno, y hay que estar atentos, será hacerlo abandonar la esperanza de ser ayudado por Dios, para finalmente llevarlo a desesperar de su misericordia. El cristiano, irónicamente, abandona la esperanza de recibir una ayuda que nunca pidió, y desespera de la misericordia divina cuando su objetivo no fue el perdón, sino recuperar la paz que le producía sentirse bueno y virtuoso. En el fondo, con la filaucía, el maligno desubica al cristiano y lo coloca inerme en batallas cuyo resultado está previamente definido: perderá.
Es esencial saber que la verdadera perfección cristiana se vive en clave de morir y resucitar constantemente. Se expresa en un amor humilde que nunca se pone por encima de los demás ni se envanece con sus logros o capacidades. No debe haber paz en la auto contemplación sino en la felicidad de quienes están a su lado. Es una perfección que se sabe profunda y constantemente necesitada del auxilio de Dios porque reconoce su pequeñez ante el misterio del amor al que está llamada. Sus conquistas no las atribuye a sí misma sino que las agradece porque siempre son dones recibidos. Ante la perfección cristiana lo único que el maligno puede hacer es controlar su impotencia.


Mauricio Artiera,  6 tentaciones típicas del cristiano, nivel avanzado, Catholic link