¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 5 de febrero de 2018

CAMBIAR EL "STATUS QUO"

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“Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
(Mateo 28,19)


Este fue el mandato de Jesús a sus apóstoles y que resume la misión de la Iglesia fundada en Pentecostés: "Id y haced discípulos"

En otros artículos ya hemos hablado de que la evangelización es la asignatura pendiente de la Iglesia Católica actual. Hemos dicho en otras ocasiones que la Iglesia ha perdido su identidad evangelizadora y discipular, pero no hacemos nada para remediarlo o, sencillamente, nos paralizamos como si nada tuviera que cambiar. Unos de pie y otros sentados. 

Es una labor que nos incumbe a todos pero no se trata de evangelizar para "llenar" las parroquias. Se trata de obedecer el mandato de Cristo.

La alarma sigue activada y sonando. Atruena nuestros oídos y paraliza nuestras reacciones: en Occidente, las parroquias siguen vaciándose de fieles. Tan sólo resisten nuestros "mayores". Y a pesar de ello, se siguen manteniendo las mismas estructuras desde hace décadas junto a pastorales de conservación/mantenimiento, en lugar de pastorales de evangelización y discipulado, que lleven almas a Dios. Y esto, no funciona. Ya, no.

Muchos sacerdotes se sienten abrumados, saturados, perdidos y "quemados": Algunos, buscando soluciones, se encuentran "maniatados", y la mayoría, sin saber qué hacer porque tampoco nadie les dice qué hacer. 

Mientras, la Iglesia, tanto el clero como los laicos, parecemos estar de "brazos cruzados": en los seminarios tampoco se da una respuesta al nuevo paradigma; la falta de vocaciones y de líderes católicos impide o ralentiza un cambio de esta negativa situación; la falta de delegación en los laicos, impide un esfuerzo de todo el pueblo de Dios para voltear este nuevo escenario; el escaso interés de los seglares por formar parte de la misión encomendada a todos, evita un cambio de panorama.

En general, en la Iglesia se gestiona un "status quo" que ya no funciona, pero sobre todo, falta visión, falta misión, falta motivación para el cambio, faltan comunidades que susciten no sólo vocaciones sino todas estas cuestiones. Y sobra miedo, sobra gestión, sobra conservación, sobra "comodidad". 

Por favor, no quiero que se entiendan mis palabras como una crítica estéril y gratuita. Pero tengo claro que necesitamos líderes que sepan qué hacer y, sobre todo, que quieran cambiar. Y necesitamos discípulos comprometidos con nuestros líderes.

Entonces ¿qué nos falta?

Falta de visión

Los seminarios son entornos excesivamente académicos, donde los futuros sacerdotes pasan la mayor parte del tiempo con compañeros masculinos como ellos, aprendiendo de hombres mayores, que los forman en filosofía, teología, sacramentos y asuntos pastorales. 

Resultado de imagen de seminarios de sacerdotesSin embargo, cuando salen del seminario y llegan a una parroquia, los asuntos que se encuentran son absolutamente desconocidos: nuevas problemáticas, nuevas familias, nuevas parejas y sobre todo, mujeres, con las que no están familiarizados. 

Sus estudios de filosofía y teología les sirven de poco porque, antes de aplicarlos, deben hacerse cargo de una nueva situación para la que no han sido formados. 

Además, se genera un nuevo estado muy significativo: dejan de vivir en comunidad para hacerlo solos..muy solos.

Falta de estrategia

Así, los párrocos se convierten en gerentes de status quo parroquial, limitándose a un horario y a una "ley del mínimo esfuerzo" o posiblemente, "de poco ánimo". 

No tienen la respuesta al declive de sus parroquias, pues su formación en la pastoral se ha centrado en catequesis, sacramentos, reuniones, eventos… 
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No saben cómo multiplicarse espiritualmente o cómo formar discípulos misioneros, porque nadie se lo ha enseñado. Son conceptos extraños y lejanos que no han experimentado personalmente. 

No han sido entrenados en "nuevas estrategias pastorales" que afronten los "nuevos escenarios".

Falta de valentía

La necesidad de cambio es algo que afecta a todos, sacerdotes y laicos. Así pues, o se cambia la forma de trabajar o la Iglesia seguirá cayendo en barrena. Se requiere valentía, audacia y compromiso para el cambio.

No se puede seguir aceptando esta situación sin más y simplemente continuar “gestionando” las parroquias y las diócesis mientras los laicos se limitan a "consumir" sacramentos.

Al final, se crea un ambiente en el que nadie está dispuesto a asumir riesgos y todos se "acomodan". Es una situación, que a muchos, nos apena y nos angustia.

Falta de apertura 

Hemos dicho muchas veces que no se trata de cambiar la doctrina ni el mensaje sino de "abrirse" a la acción del Espíritu Santo que sopla en una dirección a la que no estábamos acostumbrados. 

Imagen relacionadaSe trata de cambiar la forma de actuar con otros métodos, de hablar con otros lenguajes, de guiar con otro espíritu. 

Sin embargo, continúa la resistencia a estas nuevas formas de hacer las cosas, continúa una excesiva rigidez en la mentalidad de los líderes y del resto del cuerpo místico de Cristo. 

¿Por qué? Por miedo. Miedo al cambio. Miedo a tener que probar algo nuevo, miedo a reconocer que hay cosas que ya no funcionan. Miedo como el de los apóstoles en la barca, que aun teniendo a Jesús en la proa, no tenían una fe firme.

Falta de oración


Hemos perdido el gusto por la oración. Hemos perdido el hábito de orar constantemente. Se nos ha olvidado rezar más y con mayor fuerza.

Quizás, porque creemos que solos, podemos con todo...o porque creemos que no podemos con nada. Y no nos atrevemos a abandonarnos a la gracia y a pedir ayuda a Dios; no nos acercamos a Él para pedirle guía y ayuda, quizás por temor a no ser escuchados...

El primer requisito para el cambio es que pongamos todo en manos de Dios para que Él nos indique lo que debemos hacer. Y, acto seguido,hacerlo.


Falta de compromiso

Por supuesto, es necesario e imprescindible enseñar lo que Jesús enseñó pero la formación por sí sola no es la llave que abre un corazón, no es el interruptor para que un hombre se convierta a Cristo. 
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Cuando los sacerdotes organizan y planifican la pastoral de sus parroquias, recurren a lo que conocen y terminan convirtiendo la enseñanza en el núcleo de todo. 

Y así se vuelve al problema de siempre: ¡catequizar y administrar sacramentos no es igual a evangelizar!.

Es necesario tener primero un encuentro con Jesús, donde las personas puedan tener la oportunidad de elegir seguirlo, donde puedan cambiar primero de mentalidad, para después, cambiar de vida. Y esto es algo que no se facilita ni se apoya desde la inmensa mayoría de las parroquias.

Nos falta compromiso "ad extra", es decir, "salir del encierro", "salir del letargo". Esto es la evangelización. Y es precisamente lo que se ha perdido. Ser cristianos, ser discípulo de Jesús no es instalarse en el "Tabor" sino seguir a Cristo en el "Calvario".

Falta de discipulado

Algunos nuevos métodos de evangelización, promovidos por laicos, están ofreciendo un crecimiento de conversos, que han encontrado a Jesús y quieren acercarse a su Iglesia. 

Sin embargo, cuando éstos llegan y se adhieren a la comunidad, el discipulado que se ofrece se limita a las catequesis y los sacramentos.

Por supuesto, los sacramentos son esenciales. También, el discipulado es imprescindible en toda parroquia que se precie. Pero el hacer discípulos no es el objetivo final. 

El objetivo de la Iglesia es formar discípulos para que éstos formen a otros discípulos, y que éstos que formen a otros discípulos y así, sucesivamente.

Falta de humildad

En nuestra querida Iglesia Católica, rara vez se producen cambios, porque hacerlo, quizás significaría reconocer que no siempre hemos actuado correctamente.

El cambio requiere humildad por parte de todos, y la rendición de cuentas, más todavía. Es difícil encontrar sacerdotes que admitan que no tienen todas las respuestas, que necesitan ayuda y que deben aprender. Más aún, obispos.

La solución no es fácil, necesitamos cambios en la forma de ver y de trabajar en nuestras parroquias y diócesis. Este cambio debe, inexorablemente, comenzar con humildad y oración. 

Entonces podremos realmente discernir qué necesita cada uno de nosotros para crecer como pueblo de Dios. Necesitamos la visión adecuada. Necesitamos la ayuda adecuada. 




A menudo, cuando recuerdo a ese puñado de recios discípulos que cambió el mundo después de Pentecostés... pienso, y nosotros ¿qué?


miércoles, 29 de marzo de 2017

LO QUE HEMOS PERDIDO...


Llevamos algún tiempo hablando sobre la crisis de la Iglesia, sobre la necesidad de una conversión pastoral y sobre la falta de crecimiento (cualitativo y cuantitativo) en las parroquias. 

Hemos tomado conciencia de que la Iglesia no está en su mejor momento, de que es preciso hacer algunos cambios de actitud y de que para que un organismo viva, crezca y se desarrolle, es necesario que se alimente y se cuide. La misión de todo organismo vivo es crecer y dar fruto.

Pero ¿cómo podemos ser fructíferos? Lo hemos escuchado y meditado muchas veces pero seguimos parados y ensimismados, sin hacer nada, esperando y anhelando que nuestras parroquias, por ciencia infusa, se abran a los alejados, vayan y hagan verdaderos discípulos de Cristo. Con decirlo no basta. Es momento de ponerse en acción.

No cabe duda de que solos no podemos; de que debemos abandonarnos en los brazos de Dios y de su Espíritu Santo. Pero tenemos que "movernos". 

Entonces, ¿Cuál es el problema? Creo que, fundamentalmente, podemos sintetizarlo en tres factores:

Hemos perdido nuestra admiración por Jesús

Es un hecho constatado que la mayoría de los cristianos de Occidente, hemos perdido la admiración por nuestro Salvador, la ilusión por ir a su encuentro, las ganas de seguirlo. Incluso puede que algunos, hemos perdido la certeza de que Cristo ha resucitado, que es real y que vive, aquí y ahora. 

En el evangelio de Marcos podemos apreciar cuántas veces las personas que le seguían se sorprendían, se asombraban y se maravillaban de lo que Jesús decía y hacía. E inmediatamente se iban a contarles a otros acerca de Él. 

Por ejemplo, en Marcos 1, 21-28: 
"Entraron en Cafarnaún, y, el sábado, Jesús fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Todos se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había un hombre poseído de un espíritu inmundo, que se puso a gritar: "¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres: ¡El santo de Dios!". Jesús le increpó: "Cállate y sal de él". Y el espíritu inmundo, retorciéndole y gritando, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva con tanta autoridad! ¡Manda a los espíritus inmundos y le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes en todo el territorio de Galilea." 

Esa es la forma en que debemos actuar en nuestras vidas cristianas: Nuestra admiración y asombro por Jesús nos obliga a hablar de Él. No podemos callárnoslo; no queremos callárnoslo. Sin embargo, es de suponer que si no estamos hablando de Él y de su mensaje, podríamos haber perdido nuestra admiración por Él. 

No podemos evangelizar si Jesús es, para nosotros, tan sólo un concepto moral o ético, una rutina o un mero cumplimiento de normas. Imposible!!!

Hemos perdido nuestra pasión por proclamar a Jesús

Me asombra escuchar, en algunas parroquias, homilías que dan poca o ninguna pista de cómo encontrarse y seguir a Jesús. No digo que haya sacerdotes que no quieran decírnoslo, pero he escuchado homilías que todavía me hacen preguntarme "¿Qué debemos hacer para salvarnos?" (Hechos 16,30). Incluso las homilías que tratan de llegar al evangelio y acercarnos a Jesús, son a veces tan secas y desapasionadas, que no me mueven demasiado a hacer lo que me ofrece el cura.
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Me asombra ver personas que se consideran cristianos y que no tienen interés en encontrarse con Jesús y seguirlo. O que creen que eso no "va" con ellos o que creen que ya lo hacen, pero en la intimidad, de puertas adentro. 

Y me pregunto...nosotros, el pueblo de Dios, todos, ¿hacemos caso a Jesús? cuando nos dice"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16, 15)¿De verdad proclamamos a los cuatro vientos nuestro gozo y pasión por Jesucristo "a toda criatura"? ¿vamos alegres por todo el mundo? o ¿ escondemos a Cristo por el "qué dirán" o le tenemos sólo para nosotros?

Cuando alguien ama apasionadamente, no hace falta preguntarle. Va... y lo dice... lo grita... a todo el mundo!!!

Hemos perdido nuestra confianza en el poder de Jesús

Y es que para confiar en alguien hay que conocerle, hablarle. Y con Dios lo hacemos a través de la oración. Generalmente, oramos poco y cuando lo hacemos, es sólo para pedir, sólo cuando le necesitamos, cuando no tenemos otra opción, cuando nos enfrentamos a algo que no podemos arreglar por nuestra cuenta. ¿Por qué? Porque estamos más pendientes de nuestras capacidades, absortos en nuestros "yoes" e inmersos en nuestros talentos, que olvidamos la grandeza de Jesucristo y el poder de su Espíritu Santo.

Nos parecemos demasiado a los discípulos de Marcos 9, 31-34 cuando Jesús "les decía: El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y, después de muerto, a los tres días resucitará". Pero ellos no entendían estas palabras y no se atrevían a preguntarle. Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: "¿Qué discutíais por el camino?". Pero ellos callaban, porque en el camino habían sobre quién entre ellos sería el más grande."

O a los discípulos de Emaús en Lucas 24, 13-35: "mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: "¿De qué veníais hablando en el camino?". Se detuvieron entristecidos." 
En dos ocasiones Jesús dice "de qué discutíais (hablabais) por el camino". De la misma forma, Jesús se encuentra con nosotros "en el camino" y nos pregunta ¿de qué discutís?. Y nosotros, ¿le hacemos caso o le ignoramos? ¿vamos pendientes de lo nuestro o estamos centrados en lo Suyo?

Es cierto que, aunque podemos hacer mucha iglesia con los dones y talentos que Dios nos ha dado, no podemos cambiar nuestros corazones ni el de de los que no creen (2 Corintios 4, 3-5). Eso es obra de Dios. 

Cristo es nuestra alegría, nuestro gozo, nuestra esperanza. Un cristiano jamás puede estar triste o amargado. O es feliz o no es cristiano.

¿Somos felices en las misas? ¿gozamos de la presencia de Dios en nuestras vidas? ¿disfrutamos del amor en nuestras parroquias? ¿Hablamos con pasión de Jesús? Ninguna parroquia ni ninguna persona que viva para y por sus propias capacidades y referencialidades puede crecer espiritualmente y seguir a Cristo.