¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 12 de junio de 2025

¿POR QUÉ Y PARA QUÉ EVANGELIZO?


Desde hace doce años, cuando conocí los cursos Alpha y, después, los retiros de Emaús, estoy comprometido con la evangelización, pero reconozco que hasta hace poco no me había planteado el por qué y el para qué de lo que hago.

Fue en una conferencia de una misionera de la caridad de santa Teresa de Calcuta, hermana de un buen amigo de fe, cuando escuché algo que quedó grabado en mi corazón: "todos y cada uno de nosotros tenemos una 'cuota' de almas para llevar al cielo"

Hasta entonces, servía a Dios y al prójimo en la certeza de que es la vocación a la que estamos llamados los cristianos y así lo sentía en mi corazón, pero no me planteaba las razones por las que evangelizaba ni tampoco esa "cuota" de la que soy responsable.

Esta "cuota de almas" está en función de las capacidades que Dios nos ha dado a cada uno y que nos enseña en la parábola de los talentos de Mt 25,14-30 y Lc 19,11-27. Una "cuota" diferente en cada uno de nosotros y que debemos descubrir.

En Emaús tenemos muy interiorizada una oración del cardenal Verdier en la que le pedimos al Espíritu Santo guía para saber lo que debemos pensar y decir, cómo debemos decirlo, lo que debemos callar, cómo debemos actuar y lo que debemos hacer...para la gloria de Dios bien de las almas y mi propia santificación".

Pero ocurre que, a veces, sin meditarlo mucho, nos dedicamos a hacer cosas para Dios sin tener claro cuál es el objetivo o las razones por las que el Espíritu Santo nos ha guía en la gran tarea evangelizadora. Y es en la medida en que uno adquiere ese conocimiento, es capaz de discernir y orientar mejor su vida al cumplimiento de la voluntad de Dios.

Y así, a través de la oración, el Señor nos interpela para que nos preguntemos: ¿evangelizo por una satisfacción personal, o lo hago porque siento la necesidad de llevar almas al cielo? Realmente, ¿tengo una actitud dócil al Espíritu Santo, dulce huésped del alma y protagonista principal de la evangelización, o me creo el protagonista de una tarea que realizo de manera casi automática? ¿Tengo un interés genuino por las almas o sólo "hago cosas" porque es lo que debo hacer? ¿todo lo que hago es para gloria de Dios o para gloria mía?

Ocurre que quizás vemos el "más allá" como algo lejano y obviamos que, si no tenemos muy presente nuestro destino eterno en el cielo, la evangelización no tiene sentido. Y es que muchas veces, aunque pensemos estar sirviendo a Dios, los afanes cotidianos y nuestros orgullos protagonistas (que no celo), nos impiden alcanzar esa trascendencia necesaria para preocuparnos por los bienes eternos y tan sólo nos ocupamos de los aspectos terrenales y presentes, es decir, del "aquí y ahora", o del "yo y mi circunstancia".

Dice san Pablo que "Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (cf. 1Tim 2,3-4) pero también  el propio Jesús nos dice" No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7,21).

Por tanto, sabiendo que la voluntad de Dios es la salvación de todos hombres, nuestra misión (la mía), en palabras de Jesús, es cumplir su voluntad. Entonces, ¿Cómo cumplo yo la voluntad de Dios? ¿Tengo yo también ese celo divino para que todos los hombres se salven o pongo excepciones y excusas? ¿Mi celo depende de mis talentos con los que actúo, o de mi fragilidad, en la que el Espíritu Santo actúa?

Y otra vez, san Pablo, el gran ejemplo evangelizador, vuelve a interpelarme con su propia experiencia: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (1Cor 12,9-10).

Evangelizar significa aceptar mis propias debilidades y limitaciones para que Dios actúe a través mío. 

Cumplir Su voluntad y tener celo por las almas es el resultado de abrazar mi propia fragilidad, mi debilidad, las dificultades e incluso las persecuciones en la certeza de que Dios está a mi lado. 

Sólo así puedo ser capaz de servir, es decir, sólo dejándome "actuar" por el Espíritu, puedo alcanzar ese celo por las almas, configurarme a  Cristo y, en definitiva, amar verdaderamente a Dios y al prójimo.

Entonces...¿Cuál es mi "cuota de almas"? ¿Cuál es mi verdadero celo por las almas?

viernes, 23 de septiembre de 2022

DESPEDIDO DE EMAÚS: NADA NUEVO BAJO EL SOL

"Dame cuenta de tu administración,
porque en adelante no podrás seguir administrando"
(Lc 16,2)

El Evangelio de este domingo pasado mostraba la parábola del administrador infiel, un drama de rabiosa actualidad que me hizo reflexionar sobre mi vida de fe y sobre mi labor evangelizadora, concretamente, en los retiros de Emaús.

Durante la pandemia, los retiros de Emaús fueron duramente castigados, como el resto de los aspectos de nuestra vida material y espiritual. Muchos de ellos tuvieron que ser pospuestos o cancelados y otros, sufrieron importantes cambios de método y organización. 

Tras la vuelta a la "normalidad" (que de normal tiene poco o nada), los retiros de Emaús parecen haber dejado de tener la salud de antaño o quizás, parecen haber "perdido fuelle", o quizás, parte de su esencia. Desde entonces, cuesta bastante organizarlos como antes, es complicado encontrar servidores y caminantes, o al menos, a mi me cuesta un imperio "volver" como si hubiera perdido las ganas de perseverar.

Es como si Dios me dijera: "¡Para! ¡Déjalo! ¡Estás despedido! ¡Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando!". Sin embargo, como el administrador infiel, no trato de buscar excusas ni de poner objeciones sino que, incluso, reconociendo una cierta mala conciencia por mi derroche de talentos (porque el Señor lo conoce todo), me pongo a pensar o a idear variantes de los retiros, como si tratara de encontrar una "caja B" espiritual. 

Pienso: ¡Hay ser astutos y sagaces como son los "hijos de este mundo"! ¡Hay que buscar alternativas! ¡Hay que idear nuevas fórmulas para seguir con los retiros! ¡Hay que buscar una continuidad para garantizar mi apostolado porque "no me veo cavando, porque no tengo fuerzas, ni mendigando, porque me da vergüenza"!

Creo sinceramente que lo que nos sucede a muchos, es que nos ha entrado un cierto "mal de altura" o quizás, una cierta fiebre "amarilla": la "retiritis". Hemos caído en el "activismo" y seguimos empeñados en realizar una tarea de la que hemos sido despedidos. 

Es posible que, ante las alternativas que podamos ofrecer, el Dueño valore nuestra rápida aunque deshonesta respuesta, que aplauda nuestra astuta aunque inútil toma de decisiones o nuestra sagaz manera de intentar "salvar nuestro futuro como administradores de la viña"... pero no revocará su decisión: nuestro despido seguirá siendo efectivo.

Una vez despedidos, Dios nos dice: "Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas". Y yo me pregunto: ¿Qué quiere decirme el Señor? ¿A qué se refiere?
Estoy seguro de no encontrarme en una crisis existencial aunque, a veces, el aparente silencio de Dios parezca ocultarme su propia presencia. Es en Su Palabra, viva y eficaz, donde nuevamente me ofrece una secreta y reveladora epifanía.

Concretamente, en la lectura de ayer, Qohélet (el libro de Eclesiastés) reforzaba ese pensamiento crítico y me interpelaba: 
"¡Vanidad de vanidades! ¡todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol...y vuelve a salir....gira  que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas se dice: 'Mira, esto es nuevo'. Sin embargo, ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: sus sucesores no se acordarán de ellos."
Aunque ciertamente estas palabras pudieran parecer escépticas, pesimistas, fatalistas o catastrofistas, no me indican un mensaje desesperanzador ni de amargura infinita. El término Qohélet (de la raíz qabal que significa "reunir, convocar, congregar") no designa un nombre propio sino que se refiere a quien desempeña una función o tarea. 

Se refiere a cada uno de nosotros, a ti y a mi. Y aunque muchas veces no hayamos obrado legítimamente (conforme a la voluntad de Dios), aunque todos nuestros afanes parezcan ser inútiles, aunque toda nuestra fatiga al buscar e indagar "cosas nuevas" parezcan ser fútiles, aunque parezca que no hay recompensa, nos llama a reaccionar ante lo vano, lo vacío y lo inconsistente de nuestros pensamientos, aferrados a este mundo que "pasa" y que conduce a un final estremecedor para todos: la muerte. 

Hoy, el Señor continúa hablándome a través de Qohélet, en el "silencio a gritos" de Su Palabra: "Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo...¿Qué saca el obrero de sus fatigas? " 

De nuevo, me interpela: ¿Cómo puedo saber lo que tengo que hacer en cada momento? ¿Qué debo hacer con el tiempo que se me ha dado? La respuesta sólo la encontraré en Dios, que es quien da sentido a mi vida y a todo lo que me sucede.

Podría pensar ¿Qué saco de mis fatigas? ¿Es que todo lo que haga es inútil? ¿Es que nada produce fruto o recompensa? No se trata de resignarme ni de "arrojar la toalla". Sabedor de la eterna misericordia de Dios y testigo de la resurrección de nuestro Señor, tengo la certeza de que sí hay algo más después de esta vida, de que sí hay recompensa: eternidad.

Dios ha sembrado en la profundidad de mi alma y de mi corazón el deseo de eternidad. No tendría sentido vivir sólo para sufrir y morir. Por eso, tengo que encontrar sentido a cada momento y circunstancia de mi existencia. Necesito saber que mis acciones no están limitadas por el tiempo en este mundo, sino que tienen eco en la vida eterna.
El Señor, con su pedagógica y progresiva revelación, me exhorta a buscar mi propia santidad y la de otros, acompañando a las personas que han conocido su amor divino y que tienen gran necesidad de Él. Me llama a edificar una comunidad donde compartir la esperanza y donde formarme en la fe, en el conocimiento de Dios, hasta que alcance mi destino final y eterno en su presencia.

¡No imagino una vida sin Cristo! ¡Nada tendría sentido ni cabría esperanza alguna! ¡Todo sería vanidad de vanidades! ¡Estaría encerrado en una prisión esperando un fatal desenlace!

¡No! Dios no nos ha creado para la muerte. O como dice un amigo mío: "la muerte no es el final". ¡No lo es!

Por eso, seguiré buscando la gracia, la misericordia y el amor de Dios en la vida eucarística hacia la que me conduce el camino de Emaús. Seguiré con mi corazón en ascuas, "ganando amigos para Dios" allí donde estén, acogiendo a "los pobres en el espíritu" en mi parroquia, y junto a ellos, buscaremos sitio en las moradas eternas y no en las temporales. 

Porque "Nada hay nuevo bajo el sol". Lo nuevo está por encima, en el cielo, en la vida eterna.



JHR

domingo, 14 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): HE VENIDO A TRAER DIVISIÓN

"He venido a prender fuego a la tierra"
(Lc 12,49)

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy son, sin duda, de las más provocadoras, incendiarias y desconcertantes que el Señor pronunció: "He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división".

No parece el mismo Jesús de paz y amor que dijo "Bienaventurados los que trabajan por la paz" (Mt 5,9), o "Paz a vosotros" (Lc 24,36), o "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27). 

Entonces, ¿Cómo explicamos esta contradicción? ¿Ha venido a traer paz o división? ¿Qué significa prender fuego a la tierra? ¿Está incitando a la paz o a la guerra? ¿Es Jesús un revolucionario y un pirómano?

Prender fuego

Cuando el Señor habla de prender fuego se está refiriendo al fuego del amor pero también al fuego purificador. Cuando dice deseo que ya esté ardiendo, se está refiriendo al cumplimiento de su misión en la tierra.

La idea del fuego es muy común en la Biblia y nos muestra variados significados: prueba, juicio, presencia divina, amor, celo, purificación...Recordamos el pasaje de los discípulos de Emaús, cuando se decían "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32), o las palabras de Juan el Bautista "Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Lc 3,16), o las del Rey David "La voz del Señor lanza llamas de fuego" (Sal 29,7).

Es el fuego vivificador del Espíritu Santo que, como en Pentecostés, prende y abrasa nuestros corazones. Es la llama transformadora del amor de Dios que nos entusiasma, nos cautiva y nos enamora. Es el fuego abrasador del celo evangélico por seguir a Cristo. Es la llama de la fe y del servicio al prójimo que prende, a su vez, las llamas de otros. 

El corazón de Cristo es un corazón en llamas que no se puede apagar, un fuego apasionado que ofrece luz y calor, que purifica nuestros corazones a través del crisol evangélico. Un fuego que destruye el mal y renueva la faz de la tierra. 

Jesucristo es, en efecto, un pirómano...que prende el amor de Dios en los hombres y que nos invita a hacer lo mismo en el mundo.

Traer división

Cuando Jesús dice que es signo de contradicción o división (Lc 2,34), se refiere a que su mensaje implica tomar una decisión, hacer una elección: o aceptar el Reino de Dios o rechazarlo, o ponerse de su lado o de lado del mundo, o tomarlo o dejarlo. 

Sí, Cristo trae guerra...contra la injusticia y el sufrimiento, contra el mal, el pecado y la muerte. Una guerra que no admite neutralidad ni medias tintas: o estamos en un bando o en el contrario. Parece contradictorio pero Jesús viene a establecer entre los hombres la verdadera paz, que lucha contra la ficticia del mundo, donde sólo hay egoísmo, envidia y codicia.

Sí, el mensaje de Jesús causa conflicto, a veces, con uno mismo, ya que confronta la voluntad de Dios con mis deseos, anhelos, ilusiones, planes y también con mi pecado, mis comodidades, mis egoísmos; y a veces, con los de otros, con los de mi familia, con los de mis amigos o con los del resto del mundo. 

El mensaje de Jesús es radical: se trata de elegir que es lo primero y único en mi vida. Elegir entre el Reino de Dios, el proyecto de mi salvación, a través de mi entrega y abandono total al amor de Dios, o el reino del mundo que me promete una falsa paz y un ficticio bienestar.

Jesucristo es, en efecto, un revolucionario de la paz y la justicia que nos llama también a nosotros, sus discípulos, a ser y a sufrir contradicción constante por el rechazo y el descrédito que supone vivir la fe de un modo radical en un mundo que la repudia. A veces, incluso también dentro de la familia o de la propia Iglesia.

Para la reflexión:

¿Arde mi corazón?
¿Soy un cristiano apasionado?
¿He tomado una decisión y partido en un sentido u otro?
¿He acrisolado mi corazón con el fuego de Cristo?
¿Lucho por la paz, la justicia y el amor?
¿Soy signo de contradicción?



JHR


lunes, 22 de marzo de 2021

EVANGELIZACIÓN: DE "GASOLINERAS" A "ÁREAS DE SERVICIO"

"Así nos lo ha mandado el Señor: 
Yo te he puesto como luz de los gentiles, 
para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra" 
(Hechos 13,47)

Seguimos afrontando el mismo y, a la vez, siempre nuevo desafío de la Iglesia Católica: la evangelización. A pesar de que hay un gran impulso del Espíritu Santo para llevar almas a Dios, en general, seguimos teniendo poco espíritu misionero, poco deseo evangelizador.

Haber nacido cerca de la meta no presupone que hayamos ganado la prueba. La Iglesia existe para evangelizar y si no lo hace, no es Iglesia. Los católicos existimos no para esperar a otros, sino para ir a buscarlos, ponerles en carrera y ayudarles a cruzar la meta.

Evangelizar no es un "entrenamiento" de los sacerdotes ni un "ejercicio" de unos pocos "locos". Es la misión de todo seguidor de Cristo y no valen los pretextos: "no estoy en forma", "no estoy preparado" o "no estoy capacitado". Tampoco vale guardarla en el "cajón de las cosas pendientes y difíciles" ni "dejarla para mañana". A Cristo no le valen nuestras excusas.

Yo creo que el reto de muchos católicos es precisamente ese, que ven la evangelización como un trabajo penoso y duro, sólo para los que están en forma. Sin embargo, la evangelización es algo mucho más sencillo y bonito: es pasión y alegría por el descubrimiento de Jesucristo. 

La evangelización es ese "amor primero" que hace palpitar el corazón de forma acelerada, que hace tener una sonrisa continua en los labios y que impulsa a contárselo a todo el mundo. La evangelización es "sentir mariposas en el estómago".

Conversión personal
Como deciamos, evangelizar es una idea que no entusiasma a los católicos en general, es una asignatura pendiente que se nos "atranca" y nos cuesta aprobar, debido a varias razones:

-al "santo titubeopor el que pensamos que la fe es algo personal y que no debe imponerse a nadie. 

-al "temor acomplejado" ante un mundo que nos impone bajo amenaza "encerrar la fe" y nos impide la distinción entre cristianos y agnósticos.

-a la pérdida de entusiasmo y de pasión por Cristo ante una "fe cultural, complaciente y puntual" que cubre las necesidades espirituales más básicas y que nos impide pensar más allá de nosotros.

-a la falta de "mentalidad evangelizadora", que está perdida, olvidada o anestesiada por la comodidad, el materialismo y el relativismo.

Sin embargo, para acabar con los titubeos, temores y complejos, con la falta de entusiasmo y pasión, y construir una mentalidad evangelizadora, no es suficiente con establecer planes, métodos o retiros que favorezcan la conversión (o re-conversión) de otros. Antes de nada, es necesaria la conversión del evangelizador.

Ocurre que en muchas ocasiones, los evangelizadores somos "personas espejo" que nos miramos y sólo nos vemos a nosotros mismos reflejados, cuando deberíamos ser "personas cristal" que miran a través y ven un mundo más amplio, un gran campo de actuación.
Las "personas cristal" que evangelizan, ven más allá de sus propias necesidades, contagian su entusiasmo y animan a unirse a ellas, a un mundo que mira hacia el suelo, que está desesperanzado, que está perdido y a oscuras.

Las "personas espejo" que no evangelizan o que "creen" evangelizar, quieren que todos se parezcan a ellas, piensen como ellas, actúen como ellas y se "nieguen" a cambiar como ellas. En realidad, no tienen pasión porque les falta fe, no creen "del todo" en Dios.

Conversión comunitaria
Las personas están configuradas según la identidad de sus parroquias. Y, por tanto, también es precisa la conversión de la parroquia. Las "personas espejo" suelen acomodarse (aunque no por mucho tiempo) en "parroquias gasolinera", es decir, "parroquias de mantenimiento" a las que se va a repostar, a consumir en la tienda en "productos de impulso", pagar y marcharse para, quizás, no volver a pasar nunca más por allí, por lo que muchas, son cerradas y abandonadas.
Sin embargo, las "personas cristal", junto con el "encargado", replantean esas "parroquias gasolinera" para convertirlas en mucho más, en "parroquias área de servicio". Estas parroquias misioneras ofrecen muchos más "servicios extra" que el simple repostaje o mantenimiento: centro de información, "take away", supermercado, farmacia, parque infantil, lavadero de coches, taller de chapa y pintura, concesionario de coches, restaurante y hasta hotel. 
Estas parroquias son "zonas de servicio y de descanso", donde sus empleados muestran un deseo sincero de acoger y servir con una sonrisa a todo aquel que se acerque pero que también salen de "su área" para buscar nuevos clientes. Los clientes se sienten queridos y atendidos y se quedan ellas para volver a hacer lo mismo que han visto hacer a los empleados.

Es urgente y necesario que nos replanteemos qué modelo de parroquia tenemos y qué modelo queremos. Si nos conformamos con cubrir nuestras necesidades o si, por el contrario, queremos cubrir las de otros. Si elegimos este último, comprobaremos de primera mano que al dar recibimos mucho más de lo que aportamos, y que al servir cubrimos a la vez nuestras propias necesidades.

Del "mantenimiento" a la "evangelización"
Evangelizar es convertir parroquias de mantenimiento institucional (necesidades de la comunidad) y personal (necesidades de la individualidad) en parroquias misioneras (necesidades del mundo). Es pasar de la "prisión" a la "misión".

Evangelizar es salir de nuestras zonas de confort, de nuestros egoísmos personales, de nuestros hábitos rutinarios y de nuestras comodidades para "implicarnos" en la vida de los demás. Es "ensancharse" en lugar de "encogerse".

Evangelizar es abrir las puertas de par en para para recibir y para salir, no para "llenar bancos" sino para hacer discípulos. Es "complicarnos" la vida para "simplificar" las de otros. Es vivir para otros y no para nosotros. Es dar sin esperar recibir a cambio.

Evangelizar es establecer una "mentalidad evangelizadora de máximos" y no de mínimos. Es enseñar y compartir la fe. Es vivir el Evangelio en la práctica y no sólo en la teoría. Es una conversión del corazón y de la mente.

Evangelizar es pasar de personas espejo a personas cristal, de parroquias gasolinera a parroquias área de servicio. Es cambiar de actitud, no de doctrina. Es cambiar de corazón, no de cuerpo. Es "mirar hacia afuera y no hacia adentro".
Evangelizar es adoptar una cultura de invitación y no de rechazo: primero por parte del liderazgo y después, extendido a toda la comunidad. Es salir del "intimismo" a la "universalidad", de la "individualidad" a la "catolicidad".

Evangelizar no es organizar eventos sociales sino llevar a los hombres a Cristo. No es "hacer cosas por hacer" sino con un propósito más hondo; no es un servicio social de "comedores sociales o supermercados parroquiales" sino con una caridad más profunda: mostrar el amor de Dios a través de la unión a su Iglesia, a la comunidad cristiana, a la parroquia.

Evangelizar no es esperar a estar capacitado y preparado para ponerse "en acción" sino salir al mundo para descubrir lo que Dios quiere que hagamos. Es "activarse" con los "inactivos". Es formarse mientras se discipula, es crecer en la fe mientras se comparte.

Evangelizar es dejar de discutir con otros por lo que nos separa y ver lo que nos une. Es ir al encuentro del hijo pródigo para que regrese a la casa del Padre. Es abrir los brazos para fundirse en el amor y celebrarlo juntos.

Evangelizar es un modo de vivir, de interesarse de verdad por los demás, de "jugársela" y "desgastarse" por ellos. Y es, en último término, es obedecer una orden directa de Jesús: "Id al mundo y enseñarles lo que yo os he enseñado".



JHR

miércoles, 1 de abril de 2020

ALMA DE APÓSTOL

Amor y Perdón | Del Islam al Cristianismo | Testimonio Ex Musulmán
"Porque no nos predicamos a nosotros mismos, 
sino a Jesucristo, el Señor; 
nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús. 
Pues el mismo Dios iluminó nuestros corazones 
para que brille el conocimiento de la gloria de Dios, 
reflejada en el rostro de Cristo. 
Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, 
para que aparezca claro que esta pujanza extraordinaria 
viene de Dios y no de nosotros."
(2 Corintios 4,5-7)



Dios, en su bondad infinita, ha querido comunicarse con sus dones a toda su creacción y revelarse con sus bienes a sus hijos, los hombres, a través de su Hijo Jesucristo. 

En virtud de su Encarnación y Redención, Cristo es la única fuente de la participación en la vida divina. Nada hace Dios sino mediante su Hijo el amado, en quien se complace.

El Señor ha querido, a su vez, transmitir su amor por nosotros a través de la llama del apostolado, constituyendo su Iglesia y dotándola de una misión: que el hombre enseñe al hombre el camino de la salvación.

Podría haberlo hecho directamente, obrando en las almas, como lo hace en la Eucaristía. Pero ha querido precisamente que sea desde la herida del costado de Cristo en la cruz, desde donde surge la Eucaristía. 

Dios ha querido servirse de colaboradores para repartir su gracia a la humanidad. Ha "querido necesitarnos", como muestra de su gran ternura de padre hacia nosotros. Y por voluntad propia encargó este ministerio a su Iglesia, cuando le dijo al discípulo amado:"Ahí tienes a tu Madre" (Juan 19,27) 

Un Apostolado jerarquizado


Renuncia de Su Santidad el Papa – Diócesis de Ciudad RodrigoTodo apostolado está perfecta y gradualmente escalonado, y comienza por el clero, cuya jerarquía fue instaurada por el mismo Jesucristo con sus doce apóstoles a quienes envió hasta los confines de la tierra, y después, continuada por ellos, al nombrar obispos y sacerdotes, para que evangelizaran al pueblo de Dios. 

Junto al clero, están las órdenes contemplativas y las congregaciones de consagrados que difunden el bien espiritual y corporal a través de la oración, el servicio y la formación.

Y por último están los laicos, esos católicos fervientes, de corazones ardientes tras su encuentro con Jesús, y que aumentan exponencialmente la transmisión del mensaje apostólico del Evangelio, allí donde no llega el resto de la jerarquía.

Una Evangelización protagonizada



Teniendo siempre presente que Dios no hace nada sino mediante Jesús, también nosotros no podemos hacer nada sino mediante Jesús. Cristo, a través del Espíritu Santo, es el protagonista de toda evangelización.

No obstante, existe una tentación peligr
osa, la herejía de las obras, que consiste en adueñarnos de la evangelización, ocupándonos de las obras como si Cristo no contase, como si Él no fuera el protagonista de todo apostolado, o como si no fuera el autor de todas las gracias, que nos regala a través de su Espíritu Santo.

Esta herejía de las obras es el activismo febril d
el hombre, que trata de sustituir la acción de Dios, que ignora la gracia, que obvia la trascendencia, que omite la sobrenaturalidad y que olvidando la oración, aspira a destronar a Jesús por su orgullo vanidoso.

Yo no soy fan de Jesucristo – Blog del pastor Juan Carlos
Nuestro Señor, sabedor de nuestra debilidad y fragilidad pecaminosa, pone a nuestra disposición la solución para defendernos del orgullo, pecado por el que entran el resto de los pecados: la vida interior.

Sin la vida interior no es posible la existencia de un alma de apóstol, pues "en vano te entregarás a los demás, si te abandonas a ti mismo".

Una Misión interiorizada


La vida interior estructura y edifica toda alma de apóstol. Así nos lo enseñó nuestro Maestro: Treinta años de vida privada en recogimiento, y cuarenta días de desierto en penitencia, demuestran que sin oración no hay evangelización. 

Jesús Salva.: El cuerpo glorificado. Las transformación de los ...La vida exterior es más humana porque nos conecta con los hombres, mientras que la interior es más sublime porque nos conecta con Dios. 

La vida activa es agitada y convulsa, mientras que la interior es más segura porque es más reposada y serena.

La vida interior es más rica porque nos muestra la voluntad y nos da la gracia santificante necesaria para afrontar la vida exterior.

La vida interior, por la Eucaristía, atrae hacia el apóstol las gracias y bendiciones de Dios, y le santifica a través del buen ejemplo y del testimonio coherente.

La vida interior infunde en el alma del apóstol una trascendencia sobrenatural para irradiar con elocuencia la fe, la esperanza, la caridad, la bondad, la humildad, la firmeza, la mortificación y la conversión de las almas.

Alma de Apóstol

Toda alma de apóstol está inundada por la luz de Dios e inflamada por Su amor, y así, ilumina con sus reflejos y caldea con su fervor a los demás.

Toda alma de apóstol recibe antes de comunicar la misión que Dios le ha encomendado y está impregnada de su voluntad para establecer el propósito y los medios del apostolado con fe y piedad.

Toda alma de apóstol está libre de ruido y agitación (que hacen muy poco bien), y llena de silencio y escucha atenta (que hacen mucho ruido).

Toda alma de apóstol revela el amor de Dios, por los actos de su vida interior y manifiesta el amor al prójimo, por los actos de su vida exterior.

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Toda alma de apóstol tiene "corazón" (vida interior) que late continuamente, y "brazo" (vida exterior) que se mueve cuando se le requiere.

Toda alma de apóstol no separa nunca lo que Dios ha unido: la perfecta unión entre vida interior y exterior, entre vida contemplativa y activa.

Toda alma de apóstol atiende la salvación del prójimo sin menguar la suya, porque el Diablo nos llena de obras, mientras que Dios nos colma de gracias.

Toda alma de apóstol tiene siempre una elección que hacer: la santidad completa o la perversión absoluta, la humildad o la vanidad, la mansedumbre o el orgullo, el altruismo o el esgoísmo.

Toda alma de apóstol se equipa de pies a cabeza antes de lanzarse a la batalla de las obras (Efesios 6): 

La vida interior es la armadura del hombre de obras: resiste a las tentaciones y evita las asechanzas del demonio. 

Le ciñe de la pureza de intención: concentra en Dios sus pensamientos, deseos y afecciones, y le impide perderese en las comodidades, placeres y distracciones.

Le calza con la discrección y la modestia: armoniza sus obras con la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente.

Le protege con el escudo de la fe: protege de las falsas doctrinas, del relativismo y de la mundanización.

Le refugia con el casco de la humildad y la oración: reconoce su debilidad y fragilidad, su incapacidad de salvación sin la gracia santificante y aumenta su confianza sobre la que se estrellan los golpes del orgullo y la rebeldía.  

Le arma con la espada del Evangelio: robustece su celo conla escucha y meditación de la Palabra, y aumenta su coraje con los Sacramentos, en especial, con la Eucaristía.


Bibliografía: 

"El alma de todo apostolado" (Dom. J.B. Chautard, Abad cisterciense)

viernes, 13 de septiembre de 2019

SÍNTOMAS DE UN EVANGELIZADOR

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"Para tener lo que no se tiene, 
hay que ir por donde no se ha ido"
(San Juan de la Cruz)

La Iglesia, en sus veinte siglos de historia, ha cumplido "religiosamente" el mandato que Jesús le dio de evangelizar el mundo. 

Ahora, muchos católicos hemos asumido el reto de la "Nueva Evangelización", que San Juan Pablo II puso en la cabeza de todos, que Benedicto XVI puso en boca de todos y que, ahora debe llegar al corazón de todos.

La nueva evangelización no es "evangelizar de nuevo" porque se haya hecho mal o porque no haya funcionado ni tampoco repetir o criticar lo pasado.

La nueva evangelización es "una actitud valiente" con la que desciframos los nuevos escenarios y desafíos que han surgido en nuestra sociedad, para transformarlos en espacios de testimonio y de anuncio del Evangelio. 

La nueva evangelización es "un estilo audaz" por el que los cristianos hacemos nuestro el coraje, la pasión y la fuerza de los primeros cristianos en el primer siglo. 

En realidad, podemos hablar de una "evangelización total", donde los católicos del siglo XVI, tenemos el privilegio de ser partícipes de un nuevo desarrollo evangelizador, con imaginación en los métodos y ardor apostólico en las acciones, para dar una respuesta como Iglesia a un mundo en continuo cambio, y en el que el único protagonista sigue siendo el Espíritu Santo. 

Así, para esta evangelización total, abandonamos lo estéril, desechamos lo que no produce, abandonamos lo cómodo, rechazamos la autosuficiencia y la introspección, para establecer lo útil, lo eficaz, lo provechoso, lo que da fruto. 

Los nuevos apóstoles del siglo XXI continúan escribiendo el libro de los Hechos y se les reconoce por unos síntomas muy significativos. Aquí hay, al menos, seis:

Conversión personal

En primer lugar, para evangelizar, Dios nos llama a la conversión personal (‘μετανοια’/metanoia). No podemos transmitir aquello en lo que no creemos, aquello que no vivimos. No podemos transmitir el Evangelio sin tener un encuentro personal y una relación estrecha con Jesús.

Para evangelizar, necesitamos desarrollar una vida interior diaria a través de la oración, los sacramentos, la vida comunitaria y el conocimiento del Evangelio

De esta manera, mantendremos una relación personal y estrecha con el Señor para conocer su voluntad, porque sin trato personal, diario y real con Dios, sin una vivencia de la fe en comunidad donde aportar nuestros talentos y donde alimentarnos espiritualmente, sin ímpetu y espíritu evangelizador, no seremos capaces de evangelizar.

Conversión pastoral

En segundo lugar, el Espíritu Santo nos da la guía para establecer una correcta composición de lugar: qué somos, cuáles son los retos, a quién dirigirnos, qué hacer, qué es lo que no funciona y lo qué sí. 

Por eso, antes de "salir afuera", como Iglesia, debemos desarrollar una profunda conversión pastoral que re-descubra nuestra propia identidad, aquello que es esencial, aquello que somos. 
La identidad de la Iglesia es, a la vez, comunitaria (κοινωνία/koinonia), de envío (άπόστολος/enviado) y de servicio a los demás (διακονiα, diakonia). Así es como Jesús la fundó, anticipándose con su ejemplo.

Nuestro objetivo es ir y hacer discípulos, sirviendo en común. Nuestra tarea es ser discípulos que renueven la Iglesia, que den, que sirvan, que se conviertan en apóstoles, que, a su vez, hagan nuevos discípulos, que renueven la Iglesia…..Es un círculo continuo.

Es la propia misión la que nos conduce como Iglesia a la conversión pastoral, en la misma medida que la conversión pastoral nos empuja a la misión.

Pasión evangelizadora

En tercer lugar, la conversión pastoral nos conduce a adoptar una actitud de apostólicasentirnos interpelados por el mandato de Cristo de evangelizar, salir de nuestra comodidad, de nuestro cansancio o anestesia, hacia un renovado impulso, mostrar plena confianza en el Espíritu para que nos guíe, para que volvamos a asumir y testimoniar con alegría y con pasión el anuncio del Evangelio.

Nuestra relación con el Señor desata en nosotros una sed intensa, suscita una pasión ilimitada, incita un apetito insaciable por aprender de otras experiencias y descubrir nuevos métodos, por buscar en sitios insospechados y caminos no habituales.

No pretendemos sacar "conejos de la "chistera", ni nos inventamos las cosas de la nada; no perfeccionamos nada ni tenemos la solución a todos los problemas de la Iglesia; no nos quedamos en el inmovilismo del "siempre se ha hecho así", ni perdemos las ganas de aprender, sino que buscamos, viajamos, aprendemos mientras cumplimos la voluntad de Dios; no creemos que nuestra parroquia, comunidad, movimiento o método evangelizador son la panacea ni la respuesta a todas las preguntas. 

Nuestra pasión y nuestra sed está provocadas por la acción del Espíritu Santo en atenta lectura de la Palabra de Dios y por el Magisterio...
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-por un pasaje de los Hechos sobre los viajes de San Pablo, sobre cómo eran las primeras comunidades y cómo actuaba el poder del Espíritu Santo... 

-por un un pasaje de los evangelios que hace arder nuestros corazones... 

-por una homilía de un sacerdote o una encíclica de un Papa que nos hace meditar...

-por un libro o una cita de un autor cristiano que nos hace pensar... 

-por el conocimiento de la vida de un santo...

-por un retiro, un congreso o una conferencia que nos mueve a la "acción".....

Acción en Oración

En cuarto lugar, la pasión evangelizadora nos produce una "santa insatisfacción" por re-descubrir el mensaje de Cristopor vivir la fe dentro de la Iglesia y sentirnos realmente parte de Ella y a una "divina impaciencia" por hacer la voluntad de Dios.  

Una santa insatisfacción por buscar y querer conocer más del amor de Dios porque "quienes prueban su Amor, siempre quieren más", y  que se aplaca a través de la comunicación con nuestro Padre, quien nos transforma el corazón.
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Los nuevos apóstoles del siglo XXI creemos, esperamos y amamos, ponemos la acción en oración. No somos activistas que quieran “atraer mucha gente”, ni tampoco somos resultadistas, ni pensamos que nuestra misión depende de nuestras aptitudes y esfuerzos. 

Obedientes a lo que Dios suscita en nuestras almas en oración, nos abandonamos ante el corazón de Dios, para verificar Su voz en nuestras vidas, buscando la dirección adecuada e intentando discernir los signos de los tiempos, según la Gracia suscitada por el Espíritu.

Humildes y asidos de la mano de Nuestra Madre, la Virgen María, tratamos de imitar su corazón puro y pronunciar sus mismas palabras: "He aquí el esclavo del Señor", con un "Hágase en mi Tu voluntad".

Celo por el servicio

En quinto lugar, buscamos no sólo ir a Misa con los de siempre, ni "refugiarnos" en nuestros "grupos estufa" donde dar rienda suelta a nuestra gula espiritual, ni juntarnos siempre con los que estamos cómodos y a gusto, sino estar más con los de afuera que con los de adentro. 

Anhelamos ser Iglesia en salida, imitando al Maestro en el servicio al prójimo, porque "el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por todos" (Mt 20, 28; Mc 10, 45).

Intentamos ser una Iglesia en servicio (κοινωνία/koinonia), que de la vida por los pobres, los alejados, los necesitados y los olvidados de nuestro tiempo.

Queremos construir una Iglesia que "primeree", que testimonie el amor de Dios hasta el último rincón de la tierra y de los corazones, y no tanto, que imponga normas o preceptos. Si hace falta incluso... con palabras.

Soñamos con ser una Iglesia que comparte con todos lo que hemos vivido, lo que hemos "aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto" (Flp 4, 9-10).

Venderlo todo por un tesoro encontrado

Y en sexto lugar, lo vendemos todo para comprar el tesoro encontrado.

Venderlo todo es acabar con una auto-imagen religiosa de perfección y virtud, con rasgos pelagianos:"lo hacemos bien" o "somos buenos".

Venderlo todo es entregar el propio tiempo, dejar de calcular lo que se tiene y lo que se hace, para empezar a dar con una medida generosa, que no busca nada a cambio.

Venderlo todo es perder lo propio y ganar para otros, con nuestros bienes, con nuestros dones, con nuestras obras y con nuestros actos.

Venderlo todo es trabajar al estilo del Reino, abandonando planes y esquemas propios, para cumplir la voluntad de Dios.

En realidad, es lo de siempre

Todos estos síntomas apostólicos han estado siempre presentes  en la Iglesia, sólo que hoy se llama Nueva Evangelización.. Les pasó a numerosos santos, conocidos o anónimos, que un día quisieron subirse a la ola del Espíritu Santo, que les suscitó la voluntad de Dios para su tiempo, dejando sus propias realidades y sus propios esquemas. 

Es lo de siempre pero no es igual

En cada época, el Espíritu Santo se manifiesta a su manera, cómo quiere y por donde quiere, para luchar contra las perezas adquiridascontra los hábitos rutinarios, contra las prácticas olvidadas, contra los nuevos escenarios adversos.

En cada momento, el Espíritu Santo ha provocado diferentes “olas” evangelizadoras: desde los apóstoles que edificaban iglesias con gentiles en los primeros tiempos, pasando por el desarrollo de los monasterios en la Edad Media, hasta nuestros días, en los que manifiesta la importancia de los laicos no sólo como “mantenedores de la fe” sino como "propagadores de la fe".

Sin embargo, no todos los cristianos desarrollan estos síntomas, que son especialmente refractarios con aquellos que se inmunizan al cambio y a la novedad, pensando que para estar bien hay que seguir como siempre, cuando la verdad es que para estar bien, hay que seguir cambiando como siempre... "haciéndolo todo nuevo".

¿Tengo yo algún síntoma de estos?