Hoy hablaremos sobre la acción del Espíritu Santo en nosotros a través de los dones y las virtudes, que se exteriorizan en los frutos.
Dones
Los Dones del Espíritu Santo son medios imperecederos proporcionados por Dios por los que obtenemos las gracias, talentos y carismas necesarios para sobrellevar la vida terrena y alcanzar la santidad.
Son cualidades que se imparten al alma, la hacen sensible a los movimientos de la gracia y le facilitan la práctica de la virtud.
Nos hacen escuchar la silenciosa voz de Dios en nuestro interior y así, ser dóciles a los delicados toques de su mano.
Podríamos decir que los dones del Espíritu Santo son el "aceite" del alma, mientras la gracia es la "gasolina".
Los dones del Espíritu Santo son siete:
- Sabiduría. Nos proporciona un conocimiento amoroso de Dios, de las personas y de las cosas creadas por la referencia que hacen a Él. Este don está íntimamente unido a la virtud de la caridad y nos dispone a tener "una cierta experiencia de la dulzura de Dios".
- Entendimiento. Nos proporciona un conocimiento más profundo de los misterios de la fe al vivir en gracia de Dios y que nos hace crecer en santidad. Este don está íntimamente unido a la virtud de la fe y nos dispone a tener un mayor conocimiento de la voluntad de Dios.
- Ciencia. Nos proporciona una comprensión de lo que son las cosas creadas como señales que llevan a Dios. Este don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos enseña a juzgar rectamente todas las cosas creadas para ver en ellas la huella de Dios, percibir la sabiduría infinita, la naturaleza y la bondad de Dios.
- Consejo. Nos proporciona experiencia y madurez para discernir con los ojos de Dios. Este don está íntimamente unido a la virtud de la prudencia y nos ayuda a elegir los medios que debemos emplear en cada situación y a mantener una recta conciencia.
- Piedad. Nos proporciona la voluntad de fomentar un amor filial hacia Dios y un especial sentimiento de fraternidad para con los hombres por ser hermanos e hijos del mismo Padre. Este don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos ayuda a tratar a Dios con confianza, la de un hijo hacia su padre.
- Fortaleza. Nos proporciona la fuerza necesaria para vencer los obstáculos y poner en práctica las virtudes. Este don está íntimamente unido a la virtud de la fortaleza y nos ayuda a resistir y aguantar cualquier clase de peligros y ataques, así como al cumplimiento del deber a pesar de todos los obstáculos y dificultades que encuentre.
- Temor de Dios. Nos proporciona un amparo de Dios y un deseo de no ofenderle,y es consecuencia del don de sabiduría y su manifestación externa. No es miedo en sí mismo, sino la voluntad de no dañar ni desobedecer a Dios en ningún sentido con nuestra conducta.
Estos siete Dones del Espíritu son permanentes, nos ayudan a ser más dóciles a la voluntad de Dios y a conseguir la perfección de las Virtudes.
Virtudes
Santo Tomás de Aquino decía que "La gracia perfecciona la naturaleza", lo que significa que, cuando Dios nos da su gracia, no arrasa antes nuestra naturaleza humana para poner la gracia en su lugar.
Dios añade su gracia a lo que ya somos, a las virtudes naturales, que nos regala al nacer y a las sobrenaturales, que nos concede durante nuestra vida. Todas ellas, encaminadas a ponérnoslo fácil para ser santos.
Las virtudes del Espíritu son hábitos adquiridos o cualidades permanentes del alma que dan inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal. Crecemos en virtud en la medida en que crecemos en gracia.
Pueden ser sobrenaturales, cualidades infundidas y aumentadas directamente por Dios y naturales, hábitos adquiridos y aumentados por la práctica perseverante, por nuestro propio esfuerzo y disciplina.
- Teologales
Virtudes sobrenaturales, que junto con la gracia santificante, son infundidas directamente por Dios en nuestra alma, cuando recibimos el sacramento del Bautismo.
-Fe. En Dios creemos. El apóstol Pablo dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11,1). Según el catecismo "la fe es un acto personal, una respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela".
Es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela.
Es un principio de acción y de poder que Dios nos concede y que hay que pedírsela, que se caracteriza porque no es pasiva, sino que conduce a una vida activa alineada con el mensaje y el ejemplo de vida de Jesús.
La fe se pierde por un pecado grave contra ella, cuando rehusamos creer lo que Dios ha revelado.
-Esperanza. En Dios esperamos. Es la virtud sobrenatural con la que deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven, y los medios necesarios para alcanzarla.
En otras palabras, nadie pierde el cielo si no es por su culpa, por un pecado directo contra ella, por la desesperación de no confiar más en la bondad y misericordia divinas. Si perdemos la fe, la esperanza se pierde también, pues es evidente que no se puede confiar en Dios si no creemos en El.
En otras palabras, nadie pierde el cielo si no es por su culpa, por un pecado directo contra ella, por la desesperación de no confiar más en la bondad y misericordia divinas. Si perdemos la fe, la esperanza se pierde también, pues es evidente que no se puede confiar en Dios si no creemos en El.
-Caridad. A Dios amamos. Es la virtud por la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Se le llama la reina de las virtudes, porque las demás, tanto teologales como morales, nos conducen a Dios, pero es la caridad la que nos une a El. Donde hay caridad están también las otras virtudes.
La caridad es la capacidad de amar a Dios con amor sobrenatural y se pierde sólo cuando deliberadamente nos separamos de Él por el pecado mortal, igual que la Gracia Santificante.
Se le llama la reina de las virtudes, porque las demás, tanto teologales como morales, nos conducen a Dios, pero es la caridad la que nos une a El. Donde hay caridad están también las otras virtudes.
La caridad es la capacidad de amar a Dios con amor sobrenatural y se pierde sólo cuando deliberadamente nos separamos de Él por el pecado mortal, igual que la Gracia Santificante.
- Cardinales
Infundidas también por Dios en el alma por el Bautismo, se llaman así porque de ellas dependen las demás virtudes morales. Estas virtudes no miran directamente a Dios, sino a las personas y cosas en relación con Dios.
Son aquellas que nos disponen a llevar una vida moral o buena, ayudándonos a tratar a personas y cosas con rectitud, es decir, de acuerdo con la voluntad de Dios.
Son cuatro:
-Prudencia. Es la facultad que perfecciona nuestra inteligencia para juzgar con rectitud, sin precipitación y sin premeditación. El conocimiento y la experiencia personales facilitan el ejercicio de esta virtud.
-Justicia. Es la facultad que perfecciona nuestra voluntad para salvaguardar los derechos de nuestros semejantes a la vida y la libertad, a la santidad del hogar, al buen nombre y el honor, a sus posesiones materiales.
-Fortaleza. Es la facultad que perfecciona nuestra conducta para obrar el bien a pesar de las dificultades. La perfección de la fortaleza se muestra claramente en los mártires, que prefieren morir a pecar. La fortaleza no podrá actuar si somos conformistas, si tenemos miedo a ser señalados, criticados, menospreciados, ridiculizados e incluso perseguidos.
-Templanza. Es la facultad que perfecciona nuestro instinto para dominar nuestros deseos, y, en especial, para usar correctamente las cosas que dan placer a nuestros sentidos. La templanza no elimina los deseos, sino que los regula y modera, especialmente el uso de los alimentos y bebidas, y el placer sexual en el matrimonio.
- Morales
Las virtudes morales naturales son hábitos adquiridos por nosotros. Existen muchas:
-Piedad filial y Patriotismo. Nos dispone a honrar, amar y respetar a nuestros padres y nuestra patria.
-Obediencia. Nos dispone a cumplir la voluntad de nuestros superiores como manifestación de la voluntad de Dios.
Están la Veracidad, Liberalidad, Paciencia, Humildad, Castidad, y muchas más; pero, en principio, si somos prudentes, justos, recios y templados aquellas virtudes nos acompañarán necesariamente, como los hijos acompañan a los padres.
Frutos
Las virtudes se evidencian a través de los Frutos del Espíritu y Pablo las enumera en su carta a los Gálatas 5,22-23: "amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia". Son las "pinceladas anchas", los "trazos gruesos" que perfilan el retrato del cristiano auténtico.
Son doce, de los cuales, los cinco primeros están relacionados fundamentalmente con Dios:
- Caridad/Amor. El amor es la primera manifestación de la unión del cristiano con Jesucristo, es el fundamento y raíz de todos los demás. El Espíritu Santo, Amor Infinito, comunica al alma su llama, haciéndola amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente y al prójimo, por amor a Dios. La caridad nos hace generosos. Vemos a Cristo en nuestro prójimo, e invariablemente lo tratamos con consideración, siempre dispuestos a ayudarle, aunque sea a costa de inconveniencias y molestias. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad.
- Gozo/Alegría. Al fruto principal del Espíritu Santo, el amor, "sigue necesariamente el gozo, pues el que ama se goza en la unión con el amado". La Alegría, que emana espontáneamente de la Caridad o Amor, da al alma un gozo profundo, producto de la satisfacción que se tiene de la victoria lograda sobre sí mismo, y del haber hecho el bien. Es una alegría desbordada y optimista, que no se apaga en las tribulaciones, sino que crece por medio de ellas y por la cual irradiamos un resplandor interior que se aprecia en el exterior.
- Paz. El amor y la alegría dejan en el alma la paz, "la tranquilidad en el orden", como la define San Agustín, y nos da serenidad, tranquilidad y ecuanimidad. El Gozo verdadero lleva en sí la paz que es su perfección, porque supone y garantiza el tranquilo goce del objeto amado que, por excelencia, no puede ser otro sino Dios, y de ahí, la paz es la tranquila seguridad de poseerlo y estar en su gracia. Esta es la paz del Señor, que supera todo sentido, como dice San Pablo (Filipenses 4,7) pues es una alegría que supera todo goce fundado en la carne o en las cosas materiales, y para obtenerla debemos inmolar todo a Dios.
- Paciencia. La Iglesia Católica nos enseña que la plenitud de amor, gozo y paz solo se alcanzará en el cielo. Mientras tanto, nuestra vida es una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles, y contra las fuerzas del mundo y del infierno. Por eso, el Espíritu Santo nos infunde la paciencia para sobrellevar esta lucha con buen ánimo, sin rencor ni resentimiento, haciéndonos superar los obstáculos y las turbaciones que produce en nosotros, y para encontrarnos en armonía con las criaturas con que tratamos.
- Longanimidad. Parecida a la paciencia, es una disposición estable que confiere al alma una amplitud de visión y de generosidad por las cuales somos capaces de esperar el tiempo que Dios quiera antes de alcanzar las metas deseadas, cuando vemos que se retrasa el cumplimiento de sus designios. Sabe tener bondad y paciencia con el prójimo, sin cansarse por su resistencia y su oposición. No se subleva ante el infortunio y el fracaso, ante la enfermedad y el dolor. Desconoce la auto compasión: alzará los ojos al cielo llenos de lágrimas, pero nunca de rebelión. Longanimidad es coraje y ánimo en las dificultades que se oponen al bien, es un ánimo sobrenaturalmente grande para concebir y ejecutar las obras de la verdad.
- Bondad. Es la disposición de beneficiar al prójimo, de hacer el bien a los demás. Es una disposición a defender siempre con firmeza la verdad y justicia. No busca el beneficio ni la comodidad propias. No juzga, ni critica ni condena a los demás;. Jamás compromete sus convicciones ni contemporiza con el mal. La bondad, efecto de la unión del alma con Dios, bondad infinita, infunde el espíritu cristiano sobre el prójimo, haciendo el bien y sanando a imitación de Jesucristo.
- Benignidad. Es una disposición estable al deseo del bien de los demás y procurarlo. Es una disposición constante a la indulgencia, amabilidad y a la afabilidad en el hablar, en el responder y en el actuar. Nos dispone a tener una consideración especial por los niños y ancianos, por los afligidos y atribulados. Se puede ser bueno sin ser benigno teniendo un trato rudo y áspero con los demás; la benignidad vuelve sociable y dulce en las palabras y en el trato, a pesar de la rudeza y aspereza de los demás. Es una gran señal de la santidad de un alma y de la acción en ella del Espíritu Santo.
- Mansedumbre. Relacionada con las dos anteriores, la mansedumbre es la perfección de ambas. La mansedumbre se opone a la ira, que quiere imponerse a los demás y se opone al rencor que quiere vengarse por las ofensas recibidas. Hace al cristiano delicado y lleno de recursos. Le dispone a entregarse totalmente a cualquier tarea que le venga, pero sin agresividad ni ambición. Nunca trata de dominar a los demás. Sabe razonar sin ira, con persuasión y dulzura en las palabras, y jamás llega a la disputa.
- Fidelidad. Es la disposición a mantener la palabra dada, ser puntuales en los horarios y cumplidor en los compromisos, que glorifica a Dios, que es verdad. Quién promete sin cumplir, quien fija hora y llega tarde, quien es cortés delante de una persona y luego la desprecia a sus espaldas, falta a la verdad y a la fidelidad.
Los tres restantes frutos están relacionadas con la virtud de la Templanza:
- Modestia. Es la disposición a la justicia y el equilibrio ante cualquier situación, que conociendo sus propios talentos, ni los empequeñece ni los aumenta, ya que no son resultado de sus trabajos sino que es un don de Dios. La modestia es atrayente porque exterioriza sin quererlo una sencillez, orden y calma interiores. La modestia "pone el modo", es decir, regula la manera apropiada y conveniente en cualquier situación: en el vestir, en el hablar, en el caminar, en el reír, en el jugar. reflejando pureza del alma, excluyendo todo lo áspero, vulgar, indecoroso y mal educado.
- Continencia. Es la disposición del alma que mantiene el orden en el interior del hombre y evita lo que pueda empañar su pureza exterior e interior. Contiene en los justos límites la concupiscencia, no sólo los placeres sensuales, sino también los placeres concernientes al comer, al beber, al dormir, al divertirse y en los otros placeres del mundo.
- Castidad. Es la disposición hacia la victoria sobre la carne y que hace del cristiano templo vivo del Espíritu Santo. El alma casta, ya sea virgen o casada (porque también existe la castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del matrimonio) gobierna su cuerpo, en gran paz y en inefable alegría de la íntima amistad de Dios.