"No conciertes alianza con ellos
ni con sus dioses.
No habitarán en tu tierra,
no sea que te hagan pecar contra mí,
dando culto a sus dioses,
que serán para ti una trampa"
(Éxodo 23,32-33)
El término gabaonita proviene de los heveos o hivitas que habitaban en la ciudad cananea de Gabaón (hebreo: גבעון, (Giv‘ōn), que significa "ciudad de la colina, monte o loma", a veces transcrita como Gabaa o Gibeón), situada al norte de Jerusalén.
Gabaón fue, además,la ciudad natal del profeta Ananías y se la menciona con frecuencia a lo largo de todo el Antiguo Testamento: en Josué 9,10, donde se detuvo el sol y la luna; en 1 Crónicas 16,39, donde se instaló temporalmente el Arca de la Alianza; en 2 Samuel 21,1-9, donde se ahorcó a siete hijos de Saúl; en 1 Crónicas 14,16, donde David venció a los filisteos; en 2 Crónicas 1,3, donde Salomón recibió la sabiduría de Dios. También, en los libros de Nehemías, Isaías y Jeremías.
La historia del sol y la luna detenidos relatada en el libro de Josué nos muestra la reacción cobarde y egoísta, aunque astuta, de los gabaonitas ante su inminente muerte a manos del pueblo Israel, como les había ocurrido a otras ciudades cananeas: "Tus siervos vienen de una tierra muy lejana, atraídos por la fama del Señor tu Dios...para hacer un pacto con vosotros" (Josué 9, 9-11).
De igual manera, hoy en la Iglesia existen gabaonitas que se acercan a la Iglesia, "atraídos por la fama de nuestro Dios" (y no por su amor), con engaños y mentiras, con falsas apariencias y malas artes, simulando ser "mendigos" y "vagabundos".
Son falsos hijos pródigos que, por temor e interés, y no por arrepentimiento, apelan a la compasión de Dios y al sentimentalismo de su Iglesia, utilizando un victimismo con el que sean aceptados dentro del pueblo de Dios y así, poder eludir la muerte física.
No son corruptos ni idólatras, ni avaros ni lujuriosos como los nicolaitas, sino "estrategas del sentimiento" que entran en la Iglesia con una falsa identidad, fingiendo ser lo que no son, con una máscara que "dé pena", que produzca piedad, y así, poder disfrutar de ropas dignas y del ternero cebado en la casa de Dios.
Son "sepulcros blanqueados", personas con doble moral que, por un lado, buscan aprovecharse de la protección de Dios y del cobijo de la Iglesia, pero, por otro, siguen siendo "cananeos" porque no creen de verdad en Dios ya que tienen sus propios dioses, porque no se integran en la comunidad, porque toman lo que les interesa y desechan lo que no.
Son los que, en argot, llamamos "trepas", aquellos que que pregonan "el fin justifica los medios", que dicen traer pan duro porque, en realidad, su corazón es de piedra, y vino estropeado en odres viejos y rotos, porque, en realidad, no están arrepentidos de sus pecados ni tienen pureza de intención.
O también, "jetas", que tienen a Dios en su boca pero no en su corazón, que dicen calzar sandalias y vestidos rasgados porque no quieren seguir a Dios ni revestirse de su gracia, y que dicen venir de una “tierra lejana” (aunque en realidad, viven cerca), porque sus corazones están muy lejos del Señor.
"Falsos mendigos" que creen que la fe y la salvación son cuestión de "magia sentimental", una "pomada emotiva" que se aplica exteriormente y no un remedio interior para el alma.
Utilizan sus "cantos de sirena" para embelesar a los incautos e inocentes cristianos que, ausentes de malicia y de sospecha, abren las puertas de sus corazones de par en par y "pactan", a cambio de una "falsa lealtad" y una "artificial fidelidad" a Dios.
Sin embargo, su fe en Dios es egoísta y oportunista, pues buscan sólo su propio bienestar y comodidad. Su servicio a Dios y a los demás es "esclavo", no es de corazón, pues no les queda más remedio que hacerlo para salvar sus vidas. Su amor a Dios es lejano, pues no le consideran realmente "su Dios".
Como Iglesia, debemos acoger a todos cuantos se acerquen a Dios pero también, estar alerta a los pactos y las alianzas que concertemos, supuestamente, para el beneficio de la comunidad y para la gloria de Dios.
Necesitamos apelar al discernimiento como don espiritual que proviene del consejo de Dios, para saber actuar en cada momento de nuestra vida de fe y no caer en la trampa del Enemigo de pactar con ellos y sus dioses. Es Dios quien pacta con las almas que le aman, quien establece alianzas con los hijos que le sirven.
Debemos estar alerta para saber, tal y como Dios nos previene, discriminar un ardid de un intención verdadera, diferenciar al amigo del enemigo, distinguir al bueno del malvado, discernir al israelita del gabaonita.
Tenemos que ser muy prudentes con los tratos y convenios que hagamos con los gabaonitas, pues son astutos y sagaces como serpientes, sutiles y maliciosos como leones; se acercan con falsas intenciones disfrazadas de fe; aparentan dar lástima, pero son despiadados y mezquinos; apelan a la caridad cristiana pero buscan su beneficio propio.
Eso sí, como cristianos, debemos mostrarles en todo momento aprecio y respeto (como hizo Saúl) pero no dejarnos embaucar por sus tretas y estratagemas, tratando de llevarles a Dios, en la seguridad de su pureza de intención y arrepentimiento verdadero.