¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 11 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): INFANTILISMO ESPIRITUAL

"Hermanos, no seáis niños en vuestros pensamientos, 
antes bien, comportaos como niños en lo que toca a la maldad, 
pero en lo que toca a los pensamientos, sed adultos" 
(1 Co 14,20)

El infantilismo espiritual o falta de crecimiento en la fe es, por desgracia, un fenómeno demasiado frecuente en nuestras comunidades cristianas. Algunas personas se quedan "estancadas" en una fe pueril, sin compromisos, sin complicaciones, sin exigencias.

Es cierto que Jesús afirma que, para entrar en el Reino, es indispensable "hacerse como niños" (cf Mt 18,3) pero no es una referencia literal, sino que se nos exhorta a cultivar las actitudes propias de un niño: sencillez y humildad, ausencia de méritos propios y dependencia, sinceridad y confianza, capacidad de asombro y alegría. También, necesidad de sentirse amado, protegido, ayudado...

San Pablo, en su primera carta a los Corintios, ratifica el sentido de "niños" o "infancia espiritual" al que alude el Señor, quien no se refiere a que permanezcamos en un "infantilismo espiritual", sino a que maduremos en la fe: no seáis niños en vuestros pensamientos (...) sed adultos (1 Co 14,20)

Y en su carta a los Efesios, nos muestra el por qué debemos madurar"Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error" (Ef 4,14).

La carta a los Hebreos es, si cabe, más concisa: "Debiendo vosotros ser ya maestros, por razón del tiempo, seguís necesitando que alguien os vuelva a enseñar los primeros rudimentos de los oráculos divinos; y estáis necesitados de leche y no de alimento sólido. Quien vive de leche, desconoce la doctrina de la justicia, pues es todavía un niño. El alimento sólido es para perfectos, que con la práctica y el entrenamiento de los sentidos saben distinguir el bien del mal" (Hb 5,12-14).

Jesús, tras la multiplicación de los peces y los panes, reprende a los israelitas en este mismo sentido porque critican el duro lenguaje del Maestro y lo abandonan: "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros" (Jn 6,26). En realidad, su seguimiento no está basado en la búsqueda de una fe adulta sino interesada, caprichosa, infantil...

En un mundo donde nos hemos acostumbrado al "fast food" que sacia, pero que no nutre, también, en el plano espiritual, hemos optado por este tipo de alimento. Por ejemplo, cuando nos quedamos en los medios o en los métodos y no en el fin, o cuando nos interesamos por aspectos o devociones secundarias en lugar de buscar lo esencial. Y nos ocurre como a los que seguían a Jesús que, una vez saciados, nos alejamos o nos quedamos estancados.

Los discípulos de Cristo necesitamos seguir al Maestro para aprender de Él y crecer en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y en las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), de menos a más, aunque cueste, aunque exija compromiso, y así madurar, como nos muestra en la parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32; Mc 4,30-32; Lc 13,18-19).  
El seguimiento de Cristo es un camino que implica práctica y entrenamiento, desarrollo y maduración, progreso y fruto permanentes (Jn 15,16). 

No podemos estancarnos en un infantilismo espiritual que pretenda construir una fe a la medida, según nuestros caprichos, deseos o antojos.  Tenemos que dar fruto permanente y abundante. Y eso supone nutrirnos de alimento sólido para crecer y madurar (1 Co 3,1-2), es decir, formación y discipulado.

La madurez espiritual requiere un replanteamiento radical de nuestras prioridades: pasar de complacernos a nosotros mismos para agradar a Dios, dejar de pensar en nosotros mismos para pensar en lo que Dios ha pensado para nosotros, dejar de mirar al "suelo" para mirar al "cielo". 

Para alcanzar la madurez espiritual necesitamos cultivar la coherencia y la perseverancia, imprescindibles en la vida cristiana. Necesitamos tener un propósito espiritual en nuestra vida (y no solo material). Necesitamos hacer aquellas cosas que nos acercan a Dios, dejarnos iluminar por el Espíritu Santo para dar aquellos pasos que nos hacen avanzar en el camino: "Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne" (Gal 5,16).

En definitiva, huyamos del infantilismo espiritual, del estancamiento pueril, para alcanzar la madurez, que no es otra cosa que crecer en el conocimiento y gracia de Dios a través de una vida eucarística y de oración, de conocimiento de su Palabra y de servicio a los demás

"Poned todo empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia, a la paciencia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, y al cariño fraterno el amor. Pues estas cosas, si las tenéis en abundancia, no os dejan ociosos ni infecundos para el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo"  (2 Pe 1,5-8).

JHR