¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 26 de octubre de 2015

EL AMOR DE UN CORAZÓN NUEVO




“Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe”.
Gálatas 6,10

Siempre he sido una persona muy extrovertida, social y abierta. Mi vida social ha sido siempre muy prolífica, rica y enriquecedora. Siempre me he sentido muy orgulloso de tener “buenos amigos” con los que he compartido grandes momentos de mi vida.

Pero últimamente, cuando quedo con alguno de mis mejores amigos, los de siempre, y nos reunimos a cenar, a celebrar un cumpleaños o a disfrutar de una fiesta, siento que algo ha cambiado, que ahora es diferente, noto que algo me falta; no me lleno como antes, no me emociono como antes, a pesar de que nos reímos bastante, disfrutamos de buenos momentos juntos y que los quiero.

Entonces ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué tengo una sensación de vacío? ¿Qué falta? ¿Por qué no disfruto completamente?

Siempre se ha dicho que la amistad verdadera es difícil de encontrar y más aún, de mantener; y más si cabe, en este mundo individualista y materialista que se rige por intereses particulares o conveniencias explícitas.

La amistad verdadera es, sin duda, confraternidad, es decir, una relación como "de hermanos", pero sin parentesco de sangre. Y ésta se configura exclusivamente  a través del "amor fraternal", factor que identifica por antonomasia a la iglesia de Cristo.

Una de las características de este amor fraternal es la fidelidad. Un amigo fiel te levanta cuando has caído, y te socorre en la aflicción. "Es como un hermano en tiempo de angustia." (Proverbios 17,17). Precisamente es en el dolor cuando la amistad es probada.

La familiaridad con la que un hermano en Cristo compartirá tus gustos y tus disgustos, tus mismos intereses, actividades y pasiones, y por supuesto, la misma fe es comparable sólo a tu propia familia. Es en la familia de Dios donde la amistad cobra su máximo significado.

La confidencialidad cobra su máxima expresión puesto que ningún amigo verdadero tendrá tentaciones de sacar a la luz pública cualquier defecto, problema o secreto que hayas compartido con él.

La discreción es parte de su ADN y nunca te dejará en evidencia ante otros. Guardará lo que tenga que guardar por respeto y cariño a ti.

El amor fraterno nos encamina a desear el bien, nos enseña a compartir nuestros bienes y a llevar una convivencia sana y constructiva porque vemos en el otro un reflejo de nosotros mismos, lo que implica un perfecto conocimiento del otro y de sus necesidades.

Otra manifestación es el deseo mutuo de compañía, junto a un sentimiento compartido de preocupación, apoyo y ayuda

Un hermano en la fe siempre estará a tu lado y no rehusará jamás socorrerte y siempre tratará de protegerte; y si no puede él, rezará a Dios por ello.

El verdadero amigo se expone, incluso, a ser incomprendido, pero por causa de que su amor es altruista y desinteresado, te dirá la verdad, aunque te duela. No te adulará, ni te dará una palmadita en la espalda; más bien, te sacará de tu engaño, te dará luz en tus errores, te despojará de tus presunciones y te alejará de tus tentaciones.

La amistad en Cristo, a diferencia de la amistad “a secas”, comparte las cosas humanas y las divinas por la Gracia divina. Comparte un fervor que mueve a la acción: al servicio a los demás y al crecimiento espiritual.

El amor fraterno está guiado y protegido por el Espíritu Santo. Es la gran diferencia que existe con la amistad mundana, puesto que es quien nos acerca a Dios.

Jesús es el mejor amigo del hombre y lo demostró muriendo por todos. Esa es la prueba del amor genuino y el ejemplo de la amistad verdadera: el verdadero amigo ama hasta el fin, hasta lo sumo, hasta dar la vida por uno. “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos " (1 Juan 15:13).

Cuando amamos de verdad a nuestros amigos de fe, a nuestros hermanos, como a nosotros mismos, somos capaces de amar a Dios. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos”. Marcos 12,30-31.


No podemos decir que amamos a Dios y no a nuestros hermanos. No es posible amar lo que no se conoce “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve." (1 Juan 4, 20).



El amor fraternal es un medio para conocer a Dios y una práctica para el amor divino. Decía S. Pedro, que el cristiano es el que ama de verdadero corazón. 

Con un “corazón nuevo”, como decía el profeta: “Os  daré un corazón nuevo y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu y haré que caminéis según mis mandamientos, que observéis mis leyes y que las pongáis en práctica. (Ezequiel 36, 26-27).

Por lo tanto, cuando un cristiano ama no ama con su viejo corazón humano, ama con el corazón nuevo que es el Espíritu Santo. Y cuando lo hacemos, es Dios mismo presente en nosotros, con su Espíritu, el que ama en nosotros y a través de nosotros.


Ahora ya sé lo que me falta con mis otros amigos: un amor que no necesita "motivos", ni “aspavientos”, ni “ficción”; un amor que brota de un “corazón nuevo”, lleno de Espíritu santo, lleno de amor, lleno de Cristo y que trasciende de lo humano hacia lo divino, hacia nuestro Padre. ES EL AMOR DE DIOS; ES DIOS MISMO.