Resuena de nuevo la escena de la madre de Santiago y Juan, pidiéndole a Jesús un sitio preferente en el cielo para sus hijos.
La gran tentación del ser humano es saber quién está por encima de los demás, saber quién es el más importante, quien es el "mayor".
En realidad, queremos ocupar el primer lugar, ser importantes, ser considerados por encima de los demás.No es más que el fiel reflejo de nuestra mentalidad cainita pecaminosa.
Los hombres, los adultos, somos competitivos, egoístas y envidiosos. No tenemos piedad en pisotear la dignidad de los demás, con tal de conseguir nuestro interés de exaltación, nuestro deseo de predominio.
Sin embargo, Jesús al explicarnos cuáles son las condiciones para entrar en el Reino de los Cielos, deja sin valor a la capciosa pregunta y nuestros deseos egoístas:
Necesitamos conversión, es decir, cambiar de mentalidad, cambiar de proceder y asemejarnos a nuestro Pastor, ser como Él.
Necesitamos humildad, es decir, ser sencillos, inocentes, confiados y con ganas de aprender y asemejarnos a un niño.
Para que entendamos cómo "funciona" el Cielo, Jesús nos expone otra de sus grandes parábolas: la oveja perdida.
Las noventa y nueve ovejas son los ángeles y la oveja perdida somos los hombres.
El Buen Pastor baja del cielo para venir a buscar a la oveja extraviada.
No se plantea quien es "más", si unas ovejas u otras, si los ángeles o los hombres. Viene a buscar a la que se ha perdido.
La voluntad del Dueño del rebaño no es otra que reunir al rebaño, es decir, la salvación de todas las ovejas.
Para Dios, todas sus criaturas somos importantes y no deja que ninguna se pierda o quede excluida.
Tan sólo nos pide que seamos dóciles, humildes y sencillos... como lo es un niño, como lo es una oveja, como lo es el Buen Pastor.