"También vosotros, como piedras vivas,
entráis en la construcción de una casa espiritual
para un sacerdocio santo,
a fin de ofrecer sacrificios espirituales
agradables a Dios por medio de Jesucristo"
(1 Pedro 2,5)
Muchos de mi generación crecimos con series, películas y comics que narraban las aventuras del "Llanero Solitario", un ranger de Texas con sombrero blanco, guantes y antifaz negro que, a lomos de su caballo blanco "Plata", galopaba impartiendo justicia y haciendo cumplir la ley en el viejo oeste americano, con la inestimable compañía de su compañero, el nativo potawatomi llamado "Toro".
Pues bien...hoy quiero "romper una lanza" por nuestros auténticos y verdaderos "Llaneros solitarios" y por nuestros genuinos y fieles "Toros". Me estoy refiriendo a nuestros sacerdotes: a nuestros párrocos y a nuestros vicarios parroquiales.
Estos solitarios "hombres de negro" con vocación de servidores y, en realidad, héroes, cabalgan por nuestro desierto existencial en su "caballo blanco" del Evangelio, impartiendo sacramentos y enseñando la Ley de Dios.
Pero además de su misión sacerdotal y espiritual, exponiéndose a las numerosas tentaciones del páramo que es la sociedad, asumiendo innumerables tareas y responsabilidades que, muchas veces, casi nadie es capaz de ver ni comprender, y para más "inri", siendo atacados injusta e indiscriminadamente, cuando se generaliza el mal y el abuso de algunos de ellos, que han dejado de ser "rangers" para convertirse en "fugitivos" o "bandidos".
Su liderazgo, su soledad y su responsabilidad son acogidas libremente por estos llaneros con un compromiso, una generosidad y una paciencia que debiéramos valorar en su justa medida, porque con mucha frecuencia tendemos a pensar que los tenemos en exclusiva para nosotros solos y los acaparamos, sobrecargándolos con tareas extras y "obligándoles" a hacer todo, a ocuparse de todo.
Cuando se desconoce su gran labor heroica y meritoria, es muy fácil recurrir a la broma de que "los curas sólo trabajan los fines de semana". Sin embargo, es justo y necesario recordar lo injusto de esa afirmación pues han entregado su vida a Dios y a los demás de forma generosa y altruista, han dejado todo para servir en solitario, siempre dispuestos y disponibles para escuchar, acoger y ayudar a cada persona que se encuentran por los polvorientos caminos de la vida.
Nos cuesta entender a estos "llaneros solitarios", pero sobre todo, nos cuesta ayudarles porque creemos que la evangelización y la lucha espiritual no nos incumbe a nosotros, sino que es una misión exclusiva de los sacerdotes. Y les abandonamos a su "suerte".
Sin embargo, debemos salir de esta cómoda excusa de "no intromisión" para combatir junto a ellos, para ayudarles, para quererles. No podemos ni debemos dejárselo todo a ellos y, además, pedirles "nuestras cosas". No podemos ni debemos estar ajenos a la falta de vocaciones ni tampoco indiferentes al cuidado de los que tenemos. No es justo ni cristiano.
Hacen falta hombres valientes, capaces de comprometerse con su parroquia y con sus sacerdotes y arriesgarlo todo para edificar, junto a ellos, el Reino de Dios en la tierra. Hace faltan cristianos audaces capaces de asumir plenamente la misión de todos, no sólo del párroco y del vicario.
Si no fuera misión de todos nosotros, Jesús no habría nombrado a sus discípulos ni hubiera fundado su Iglesia, ni éstos hubieran comunidades. Lo habría hecho el Señor sólo y sin ayuda de nadie. No nos necesita pero ha querido que sea así: que seamos una familia unida que compartan tareas y compromisos con alegría y generosidad; que formemos un ejército de fieles que combatan juntos el mal con el bien, la mentira con la verdad, el odio con amor; que configuremos un reino de sacerdotes (por el bautismo) para reinar sobre la tierra (Apocalipsis 5,9-10).
Uno sólo no puede. Dos tampoco. Unidos todos a Cristo, y compartiendo lo bueno y lo menos bueno, sí que somos capaces de ser luz y testigos de Cristo en la tierra. Viviendo la fe y construyendo comunidades evangelizadoras, el reino de los cielos se hace presente en medio de la oscuridad del mundo. Haciendo "nuestra" a la parroquia y "nuestros" a los sacerdotes, experimentaremos la verdadera fraternidad sustentada por el vínculo perfecto del amor.
Hago un llamamiento a todos los católicos para que salgamos de la comodidad de nuestros bancos de la parroquia, para que abandonemos la actitud de espectadores huidizos en misa, para que desechemos mantenernos ajenos a las actividades pastorales.
Hago una llamada a todos los cristianos para que aliviemos la carga de trabajo que depositamos sobre los hombros de nuestros queridos "llaneros solitarios", para que compartamos la alegría de servir a Dios y al hombre, para que descartemos el miedo a testimoniar a Cristo en la iglesia y en el mundo.
Hago una petición a todos los fieles para que estemos atentos a las necesidades de nuestras parroquias y de nuestros sacerdotes, para que construyamos parroquias atractivas y comunidades vibrantes, para que seamos "piedras vivas" (y no ladrillos en serie) que construyan "catedrales espirituales" como culminación del servicio y del amor a Dios.
JHR