¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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jueves, 18 de marzo de 2021

NUESTROS "LLANEROS SOLITARIOS"

"También vosotros, como piedras vivas, 
entráis en la construcción de una casa espiritual 
para un sacerdocio santo, 
a fin de ofrecer sacrificios espirituales 
agradables a Dios por medio de Jesucristo" 
(1 Pedro 2,5)

Muchos de mi generación crecimos con series, películas y comics que narraban las aventuras del "Llanero Solitario", un ranger de Texas con sombrero blanco, guantes y antifaz negro que, a lomos de su caballo blanco "Plata"galopaba impartiendo justicia y haciendo cumplir la ley en el viejo oeste americano, con la inestimable compañía de su compañero, el nativo potawatomi llamado "Toro".

Pues bien...hoy quiero "romper una lanza" por nuestros auténticos y verdaderos "Llaneros solitarios" por nuestros genuinos y fieles "Toros". Me estoy refiriendo a nuestros sacerdotes: a nuestros párrocos y a nuestros vicarios parroquiales. 

Estos solitarios "hombres de negro" con vocación de servidores y, en realidad, héroes, cabalgan por nuestro desierto existencial en su "caballo blanco" del Evangelio, impartiendo sacramentos y enseñando la Ley de Dios.

Pero además de su misión sacerdotal y espiritual, exponiéndose a las numerosas tentaciones del páramo que es la sociedad, asumiendo innumerables tareas y responsabilidades que, muchas veces, casi nadie es capaz de ver ni comprender, y para más "inri", siendo atacados injusta e indiscriminadamente, cuando se generaliza el mal y el abuso de algunos de ellos, que han dejado de ser "rangers" para convertirse en "fugitivos" o "bandidos".
Su liderazgo, su soledad y su responsabilidad son acogidas libremente por estos llaneros con un compromiso, una generosidad y una paciencia que debiéramos valorar en su justa medida, porque con mucha frecuencia tendemos a pensar que los tenemos en exclusiva para nosotros solos y los acaparamos, sobrecargándolos con tareas extras y "obligándoles" a hacer todo, a ocuparse de todo. 

Cuando se desconoce su gran labor heroica y meritoria, es muy fácil recurrir a la broma de que "los curas sólo trabajan los fines de semana". Sin embargo, es justo y necesario recordar lo injusto de esa afirmación pues han entregado su vida a Dios y a los demás de forma generosa y altruista, han dejado todo para servir en solitario, siempre dispuestos y disponibles para escuchar, acoger y ayudar a cada persona que se encuentran por los polvorientos caminos de la vida.
Nos cuesta entender a estos "llaneros solitarios", pero sobre todo, nos cuesta ayudarles porque creemos que la evangelización y la lucha espiritual no nos incumbe a nosotros, sino que es una misión exclusiva de los sacerdotes. Y les abandonamos a su "suerte".

Sin embargo, debemos salir de esta cómoda excusa de "no intromisión" para combatir junto a ellos, para ayudarles, para quererles. No podemos ni debemos dejárselo todo a ellos y, además, pedirles "nuestras cosas". No podemos ni debemos estar ajenos a la falta de vocaciones ni tampoco indiferentes al cuidado de los que tenemos. No es justo ni cristiano.

Hacen falta hombres valientes, capaces de comprometerse con su parroquia y con sus sacerdotes y arriesgarlo todo para edificar, junto a ellos, el Reino de Dios en la tierra. Hace faltan cristianos audaces capaces de asumir plenamente la misión de todos, no sólo del párroco y del vicario.

Si no fuera misión de todos nosotros, Jesús no habría nombrado a sus discípulos ni hubiera fundado su Iglesia, ni éstos hubieran comunidades. Lo habría hecho el Señor sólo y sin ayuda de nadie. No nos necesita pero ha querido que sea así: que seamos una familia unida que compartan tareas y compromisos con alegría y generosidad; que formemos un ejército de fieles que combatan juntos el mal con el bien, la mentira con la verdad, el odio con amor; que configuremos un reino de sacerdotes (por el bautismo) para reinar sobre la tierra (Apocalipsis 5,9-10).

Uno sólo no puede. Dos tampoco. Unidos todos a Cristo, y compartiendo lo bueno y lo menos bueno, sí que somos capaces de ser luz y testigos de Cristo en la tierra. Viviendo la fe y construyendo comunidades evangelizadoras, el reino de los cielos se hace presente en medio de la oscuridad del mundo. Haciendo "nuestra" a la parroquia  y "nuestros" a los sacerdotes,  experimentaremos la verdadera fraternidad sustentada por el vínculo perfecto del amor.
Hago un llamamiento a todos los católicos para que salgamos de la comodidad de nuestros bancos de la parroquia, para que abandonemos la actitud de espectadores huidizos en misa, para que desechemos mantenernos ajenos a las actividades pastorales.

Hago una llamada a todos los cristianos para que aliviemos la carga de trabajo que depositamos sobre los hombros de nuestros queridos "llaneros solitarios", para que compartamos la alegría de servir a Dios y al hombre, para que descartemos el miedo a testimoniar a Cristo en la iglesia y en el mundo.

Hago una petición a todos los fieles para que estemos atentos a las necesidades de nuestras parroquias y de nuestros sacerdotes, para que construyamos parroquias atractivas y comunidades vibrantes, para que seamos "piedras vivas" (y no ladrillos en serie) que construyan "catedrales espirituales" como culminación del servicio y del amor a Dios.


JHR

sábado, 24 de marzo de 2018

OVEJAS SIN PASTOR

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"Y al ver a la gente, se compadecía de ella, 
porque estaban cansados y decaídos como ovejas sin pastor" 

(Mateo 9,36)

Lo que hoy escribo no va destinado a nadie en concreto y a todos en general. Bien sabe Dios que me duele confesar todo el mal que existe dentro de la Iglesia, pero es una realidad que escuchan nuestros oídos de los Santos Padres, que recoge nuestra mirada sosegada de la Palabra, y que muchos sentimos y lloramos, en no pocas parroquias de España. 

No puedo, ni debo callar...y mucho menos, mentir. Y lo hago por amor a mi Dios, a mi Iglesia, depositaria de la fe de Jesucristo, y a mis sacerdotes.

Hay, por desgracia, en la Iglesia católica, algunos curas y obispos que no riegan la viña con celo apostólico y misericordia pastoral, que abandonan a su suerte al rebaño, tratando de ocultar miserias, disimular vergüenzas y disfrazar desgracias de la imparable "auto-demolición" del Cuerpo Místico de Cristo.

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¡Tenemos que ponernos las pilas para no caer en cómplices silencios, en colaboradores disimulos! ¡Es urgente que abramos puertas y ventanas al Espíritu Santo para que salga el "humo de Satanás"! ¡Qué poco audaces somos los hijos de la luz! ¡Qué poco astutos somos los católicos! ¡Qué pocos valientes somos los cristianos!

Creo que el problema de nuestros errores, nuestras incoherencias y nuestros "aggiornamientos" comenzarán a ver la luz al final del túnel cuando haya curas y obispos que dediquen más tiempo a la oración (que los hay) y no tanto al activismo; cuando haya curas y obispos apasionados por el Pueblo de Dios (que los hay), que den cabida a los laicos en los asuntos eclesiales; cuando haya curas y obispos sin miedo a proclamar la verdad, aunque duela (que los hay); cuando haya curas y obispos que comprendan que todos formamos parte del pueblo de Dios (que los hay); cuando haya curas y obispos que entiendan que son pastores del rebaño del Señor y administradores de Su viña (que los hay) y no sus propietarios.

Resultado de imagen de OVEJAS SIN PASTOR¡Qué dolor, Señor mío, padecer a una teorizante y orgullosa jerarquía tan alejada del Pueblo! ¡Qué desazón, encontrar pastores tan despreocupados de sus rebaños desorientados! ¡Qué tristeza, constatar cómo algunos malos administradores se apropian de la Viña! ¡Qué pena, percibir cómo algunos pastores devoran ferozmente a las ovejas a su cuidado! 

A pesar de sus intenciones, de sus deseos, de sus esfuerzos… muchos no han descubierto todavía el poder de la "comunicación ascendente", la oración, o que quizás, teman lo que puedan oír de Dios.

Algunos curas y obispos siguen con su arrogante esquema de dóciles ovejitas, su altivo plan de sumisos borreguitos ¿Por qué cercenan el impulso y el compromiso de los laicos? ¿Por qué nos tratan como a materia "lanosa" que hay que esquilar? ¿Por qué nos tratan como a simple ganado prescindible?¿Por qué no caen en la cuenta de que el Espíritu también habita en el Pueblo?

No soy más que el asno que lleva a cuestas a Jesús hacia Jerusalén, la toalla que seca los pies de mi Señor, la oveja perdida a quien el Buen Pastor fue a buscar. No soy más que un torpe sembrador, un pequeño esclavo de María y un pobre servidor de Dios a quien han asaltado más preocupaciones de las que podía imaginar cuando estaba en el "lado oscuro". 

He tenido que buscar respuestas en el Santísimo, más a menudo de lo que mi pereza me impedía ir a Él, más a menudo de lo que encuentro a un cura que ofrezca escucha y guía, más a menudo de lo que veo la luz de Cristo en algunas parroquias... para tomar distancia de algunos venenos que emponzoñan mi Iglesia Católica, mi Casa de Oración.

Sólo quien ama, corrige. Sólo quien ama, trata de poner a la luz nuestros errores, para salir de las tinieblas y solucionarlos. Sólo quien ama, busca la santidad del prójimo, guiando, corrigiendo y acompañando.

He tenido que empeñarme en "buscar el verdadero rostro de Dios", cogerme de la mano amorosa de María y amar a Cristo con un ardor que me abrasa toda el alma. ¡Qué maravilla si, además, me sintiese acogido, apoyado, motivado, acompañado...por mis pastores!... en lugar de zancadilleado, frenado, atacad
o y puesto en el disparadero por sus teorías mundanas aperturistas, que embalsaman la fe, congelan la esperanza y entierran la caridad.

Soy consciente de que llego a pocos... a los que quiera Dios; de que mi siembra es pobre
y escasa... la que desee el Señor; de que mi voz no llega demasiado lejos... hasta donde pretenda Dios. Pero no puedo callar. Mi corazón arde, lleno de agradecimiento y de amor por las cosas buenas de Dios, a la par que de tristeza y preocupación, por las cosas malas de los hombres. Y tengo que gritarlo.

¡La Verdad me hace libre!
Hay una fuerza interior dentro de mí que me impulsa y me eleva a servir a Dios y a su Iglesia. Por eso escribo en libertad, seguro que cometiendo errores, quizás sin ninguna autoridad moral, pero siempre anhelando y buscando el aire fresco del Espíritu.
Resultado de imagen de pajaro saliendo de una jaula
Algunas personas me piden que siga escribiendo, que no deje de hacerlo nunca. Lo seguiré haciendo, aunque no me lo pidan, aunque no me lea nadie. Y es porque tengo la extraña sensación de estar convencido de que no es mío lo que escribo, aunque lleve mi firma. Soy sólo una herramienta que utiliza la Mano que me dirige, un lápiz que escribe lo que el Espíritu le suscita. Sin pretensión, sin arrogancia, sin orgullo...

¡Quién me lo iba a decir a mí! Yo, que no era capaz de levan
tar un dedo en defensa de la Iglesia; yo, que no era, ni mucho menos, propenso a expresar y confesar mi propia intimidad devocional ni tampoco desnudar mi alma; yo, que no estaba dispuesto a comprometerme con nadie ni a abrir caminos entre la maraña.
¡Quién me lo iba a decir a mí! Yo que he regresado a la casa del Padre para ver como mis "hermanos mayores" me censuran, me señalan y tratan de silenciarme...para ver cómo los malos administradores de la viña están echando a perder la cosecha deliberadamente...para ver cómo los malos servidores matan a Hijo del Amo...

Nada nuevo escribo. Todo está
 dicho: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!" (Mateo 23,37; Lucas 13,34). ¡Qué duro, cuando te llegan las pedradas por ser aprendiz de Cristo! ¡Qué cruel, cuando te llueven las críticas injustas y los juicios despiadados! ¡Qué dolor cuando todo eso ocurre en tu propia casa!

Imagen relacionadaSin embargo, me siguen animando las palabras de Hechos 18, 9: "No tengas miedo, habla y no calles, porque yo estoy contigo".

Me siguen dando fuerzas las palabras de Mateo 10, 26-27: "No les tengáis miedo, porque no hay nada tan oculto que no se llegue a descubrir, y nada tan secreto que no se llegue a saber. Lo que os digo en la oscuridad decidlo a plena luz, y lo que oís al oído predicadlo sobre las terrazas."

Me siguen estimulando las palabras de Mateo 5, 11-12: "Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Pues también persiguieron a los profetas antes que a vosotros".

Me siguen alentando las palabras de Juan 15, 18-20
"Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, pues yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad que os he dicho: 'El criado no es más que su amo'. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y si han rechazado mi doctrina, también rechazarán la vuestra."

Me siguen motivando cuando nos critican, nos juzgan, nos insultan o nos persiguen, porque significa que estamos en el buen Camino, que tenemos la Verdad de nuestro lado y que caminamos hacia la Vida. Por eso, desde mi libertad:

"Elijo ser odiado por los hombres de aquí abajoy ser amado por el Dios de allí arriba.
Elijo ser perseguido por los hombre de aquí abajo y ser protegido por el Dios de allí arriba.
Elijo ser criticado por los hombres de aquí abajo y ser santo ante el Dios de allí arriba.


Elijo sublevarme ante los hombres de aquí abajo y arrodillarme ante el Dios de allí arriba.
Elijo hablar ante los hombres de aquí abajo y callar ante el Dios de allí arriba,.
 Elijo morir ante los hombres de aquí abajo y vivir ante el Dios de allí arriba.
Elijo a Dios."

viernes, 19 de agosto de 2016

¡ROMPAMOS UNA LANZA POR NUESTROS SACERDOTES!


Cada día, nuestros sacerdotes y obispos se enfrentan, dentro de la propia Iglesia, a multitud de situaciones, de "patatas calientes": celebran eucaristías, preparan homilías, administran sacramentos, asisten, escuchan y aconsejan al Pueblo de Dios y mil cosas más. A menudo, tienen la impresión de tener que estar disponibles 24 horas al día, 7 días a la semana.

¡Qué difícil es el sacerdocio! ¡Y qué vulnerable es su ministerio! En los momentos difíciles, siempre sienten que muchas de las personas de la parroquia realmente no les comprenden, posiblemente por el famoso dicho sobre "la soledad del líder". 

Ponen sus corazones, sus dones, sus sentimientos y sus intenciones, su vida para ayudar a la Iglesia, pero a menudo, sus esfuerzos se tornan inútiles o vacíos de sentido.

Esperan que su labor, inmensa y poco valorada, ayude a la gente a madurar, satisfaga sus necesidades, colabore al crecimiento de sus parroquias y, sobre todo, honre a Dios. 

Es posible que se equivoquen también, pues son humanos y pecadores, pero no es nuestra tarea juzgarlos sino quererlos y apoyarlos.

Pero, aún así, siempre hay alguien que no está de acuerdo o critica el desempeño de sus tareas. O sencillamente, no le gusta su forma de ser o de hacer las cosas. 

Entonces es cuando el sacerdote se pone a la defensiva o peor, se "quema". Y cuando eso sucede, todos pierden. El sacerdote se siente atacado y el creyente siente que no es escuchado. Nadie gana.

A continuación, enumero algunas consideraciones sobre su servicio que creo que debemos meditar, todos:

Temen ser irrelevantes

Los temores de un sacerdote no pasan por qué comer, qué vestir, dónde dormir o qué coche conducir. 



Su preocupación persistente es que todo aquello que hacen y dicen sea irrelevante en la vida de los demás. 

Es una realidad verdaderamente frustrante para ellos.

Si tu sacerdote ha influido realmente en tu vida alguna vez, de palabra u obra, por su ejemplo o amistad, sugiero que tomes algún tiempo esta semana para hacérselo saber. No te imaginas de cuanta ayuda será para él.

Son niños de mamá

He leído estudios que muestran que la dependencia de los sacerdotes respecto a sus madres es superior al 80 por ciento del total de ordenados.

Esto tiene muchas implicaciones, y explica por qué es más probable que un sacerdote tome un café con un amigo en lugar de ir de compras, vaya a ver una película en lugar de ver un partido de fútbol; lea un libro en lugar de jugar al mus. 

También define el por qué, a menudo, las mujeres de la parroquia les llaman mucho más la atención que los hombre, e incluso les corrigen, sobre todo, las de más edad.

Cuando estés con tu sacerdote, ten en cuenta que él se sentirá siempre más cómodo, con su madre que con su padre, hablando el idioma del cariño más que el de la disciplina, que optará más por la colaboración sobre la competencia, por el perdón sobre el castigo. Estas no son cosas que aprendió en el seminario, son cosas que aprendió en casa, con "mamá".

Nos ven desde el altar

Algunas personas "de los bancos" piensan que hay un espejo entre ellos y el púlpito, en el que ellos ven al sacerdote, pero el sacerdote no puede verlos a ellos.

Incorrecto. Nos ven bostezar, mirar nuestros relojes o nuestros teléfonos, susurrarle algo al oído a nuestra mujer. Incluso, nos ven dormir. Lo cual nos es reprochable. Probablemente, si estamos haciendo todo eso, es porque la homilía es aburrida o poco interesante.

Pero tengamos en cuenta que ellos nos ven, y que puede llegar a parecer que no estamos interesados en lo que nos dicen, no ya ellos, sino el mismo Dios. Esto también les produce desencanto y desilusión. 

No está de más que intentemos alimentar nuestro interés durante la misa y, así apoyarle y darle energía para su tarea. Y quizás, al acabar la misa, podamos acercarnos y charlar con él sobre aquello que nos inquietaba. 

En ocasiones, tirarían la toalla

Hacia afuera, parecen incansables pero de puertas adentro, la mayoría de los sacerdotes , si pudieran, dimitirían, tirarían la toalla.

Su trabajo es tan duro que las personas que nunca hemos ejercido el sacerdocio (ni pretendemos) no logramos llegar a entender. Es agotador. No sólo físicamente, sino también, emocionalmente. 

A veces, es lógico que se les pase por la cabeza, retirarse a un convento o dejar el sacerdocio. Humanamente no compensa. Es sólo por su compromiso y su "sí" a Dios, y por tanto, por su sentido de amor y servicio a los demás, que continúan "al pie del cañón". Seamos amable, sensibles y agradecidos por ello.

No pueden hacer cosas que nosotros hacemos

Imagino que a veces, les gustaría poder maldecir o desvariar, hacer alguna "locura" de vez en cuando o incluso enfadarse sin salir en los periódicos. Supongo que les gustaría poder expresar públicamente algunas de sus ideas o de sus convicciones fuera de la fe sin que la gente levantara las cejas. Pero no lo hacen. 

¿Queremos que sean humanos, pero no demasiado humanos? ¿Espirituales pero no demasiado elevados? ¿Cercanos pero no demasiado alocados? Ellos lo saben. Pero lo mejor que pueden hacer es dar un buen ejemplo, porque si no, su ministerio no tiene sentido. 

A veces desfallecen espiritualmente

Probablemente el secreto mejor guardado entre los sacerdotes es como, en ocasiones, muchos están espiritualmente vacíos, "secos".

Al igual que un trabajador de una fábrica de dulces es probable que ya no le haga tanta gracia el sabor del caramelo, a los sacerdotes, en ocasiones, los asuntos espirituales pueden parecerles que carecen de cierto sentido. No lo justifico,pero es humano.

El culto, los sacramentos, etc. son tareas que deben organizar y ejecutar. 

Para ellos, es trabajo, es "lío", son complicaciones. Y encima, lo que hacen no es para ellos. Es para nosotros. Y cuando están en sus horas libres, seguramente, la última cosa que quieren hacer es algo espiritual. Porque les recuerda al trabajo.

Leen la Biblia y otros tantos libros espirituales meditando ideas para las homilías. Rezan pensando en oraciones motivadoras. Atienden a las personas de la iglesia sin hablar de ser compensados. Y seguramente, preferirían descansar en una hamaca, montar en bici, hacer deporte o ver la televisión, o cualquier otra cosa.

No todos, no siempre. Algunos. A menudo.

Son pecadores, igual que nosotros

No se limitan a pensar y a hablar acerca del pecado. No sólo están tentados a pecar. Cometen pecados. Pecan, como tú y como yo.

Si alguna vez, has escuchado a un sacerdote en misa divagando sobre las tentaciones y el pecado, es posible que pienses: "¿Y el qué sabrá?". Pues sabe, porque peca. Y lo que está diciendo proviene de su propia vida, de su propia experiencia, no sólo de un libro.

Dios nos llama a ser misericordiosos. Seamos también misericordiosos con nuestros curas pecadores.

Están más solos "que la una"

Los sacerdotes a menudo tienen problemas de confianza. No tienen a nadie a quién contar en confianza sus penas y sus problemas salvo, lógicamente a su confesor, director espiritual y, por supuesto, a Dios.

Me refiero a que, muchas veces, se encuentran ante encrucijadas y decisiones... y están solos! 

Llega el final del día y nadie les espera en casa con una cena caliente, un beso y una ración de ánimo a la par que reconocimiento. 

No tienen a nadie en quien apoyarse, a quien pedir consejo, aunque sea sobre nimiedades. A nadie!

Así que cada vez que se relacionan con nosotros, incluso en un grupo de oración o en algún ambiente más íntimo, no exponen al 100% su confianza. No pueden permitirse ese lujo.

Es así. No tiene fácil solución, pero en nuestra mano está mostrar la comprensión y la compasión por ese hombre que nos ama y que nos sirve día a día, semana tras semana, año tras año. 

Mostrar aprecio y consideración por ese "hombre de negro" que nos orienta, que escucha nuestras confesiones (una tras otra, miles, todos los días, sin desfallecer...), y sin embargo, a menudo, no tiene a dónde ir para conseguir la misma curación y similar alivio .

Su servicio es un trabajo duro

A veces se dice como una broma, a veces se dice con maldad, que los curas "sólo trabajan una hora a la semana", los domingos; que su trabajo es muy cómodo y sin estrés. 

Absolutamente falso. La mejor manera que se me ocurre para explicar por qué su ministerio es tan difícil, es compararlo con el padre de un niño pequeño. Desde el exterior, podría no parecer una gran cantidad de "trabajo", pero desde el interior, ser padre de un bebé es lo más agotador del mundo.

No se trata sólo de la cantidad de cosas que hacen, es el desgaste emocional al que están continuamente expuestos. Y no son "súper-hombres"

Es agotador estar durante todo el día, todos los días, encargado de todas las tareas, pendiente de todas las personas, de todos los programa, de todas las actividades parroquiales y no sentirse nunca realmente liberados.

Debe ser una sensación de frustración "estar nadando continuamente en una pecera, sin llegar a ningún destino, con cientos de ojos observándoles a todas horas y en realidad, nunca saber lo que los demás están pensando de ellos (a menos que se quejen, cosa que algunos hacen con regularidad)".

Debe ser una sensación de vacío aunque finjan sentirse llenos. Porque la iglesia siempre espera de...y el sacerdote se expone ante cientos de personas, varias veces a la semana, para ser evaluado, y con frecuencia no obtener retro-alimentación excepto tal vez, alguna "crítica constructiva". Y después de años de esto, mirar a la gente de la parroquia y comprobar poco o ningún cambio. 

Son más sensibles de lo que pensamos

Los curas de algunas parroquias tienen siempre una o varias personas en sus filas que les envían mensajes  o les abordan en cualquier ocasión para quejarse de cosas o de alguien.

Aunque, por supuesto, siempre hay un puñado de ángeles que les abrazan, les apoyan, les dan cariño y les alientan.

Pero mira por dónde, las personas que se quejan son específicas y persistentes, aunque duras, son las voces que los mantienen en vilo, aun sintiéndose mal con ellos mismos, preguntándose si será cierto o no, y a veces, considerando esas quejas.

La mayoría de nuestros sacerdotes tienen la piel mucho más delicada, son mas sensibles de lo que nosotros pensamos. Y, desde mi punto de vista, tiene que ver con el punto anteriormente expuestos: son "hijos de mamá". 

Ellos "tienen que ser abiertos y sensibles hacia nosotros, porque estamos a su cuidado. Nosotros, no necesariamente". Esto es un gran error en la Iglesia.

Si tenemos que criticar a nuestros sacerdotes de algo, por favor, seamos conscientes de que también tienen corazón y sufren. Pisemos con cuidado, con mucho amor y aprecio por su vulnerabilidad. Nadie está por encima en la corrección fraterna pero hagamos un esfuerzo extra para envolverlo con tanto cuidado como nos sea posible.

Se preocupan de nosotros más de lo que imaginamos

Basta con ser miembro de un consejo parroquial para comprobar el grado de preocupación que tienen los sacerdotes por nosotros, los fieles. 

Basta reunirse con ellos para cerciorarse de lo mucho que sus corazones se rompen por nosotros, la cantidad de tiempo y energía emocional que dedican a querer ayudarnos.

Este es su gran punto de santidad y caridad de su sacerdocio, porque pueden tener todas las razones y excusas para despreocuparse por los demás, para no atenderles al teléfono, incluso para tener un cierto grado de resentimiento. Y, sin embargo, a pesar de todo, al final de cada día, todavía se preocupan, a veces hasta el punto de derramar lágrimas. Es posible que no tengamos ni idea de cuánto.



SIN HÁBITOS NO HAY IGLESIA. SIN LAICOS, TAMPOCO

A lo largo de los dos mil años de la vida de la Iglesia, hemos asumido que la inmensa tarea pastoral dependía únicamente del sacerdote, cuyas funciones han relegado la presencia efectiva del laico en la Iglesia. 

Aunque todos los bautizados tenemos una vocación sagrada, pareciera que ésta se identificara casi exclusivamente con la vocación sacerdotal o religiosa. Esto ha provocado una deformación del verdadero sentido de la Iglesia y una exageración de lo sacro, identificado con lo clerical. Se trata de una ecuación peligrosa: “todas las cosas que pertenecen a los curas y a las monjas son sagradas, y lo demás es lo profano”.

Este mundo clerical, durante mucho tiempo ha hecho de la Iglesia un espacio cerrado, construyendo así dos líneas paralelas desconectadas: 
  • por un lado, la sacral-clerical, identificada con lo que está dentro de la Iglesia, 
  • y por otro lado, la profana, que cada vez más se ha identificado con lo que está fuera de la Iglesia.
Entonces, ¿dónde se daba el encuentro del laico con el sacerdote? En el culto, esencialmente, porque el otro mundo, el de lo económico, de lo político, de lo social, era profano. 

El laico o católico liberal, en lo social, político y económico no era cristiano, pero quizás con un poco de suerte, iba a misa.

Pero el mundo cambia, por supuesto, y la Iglesia toma conciencia clara de esta situación. Es un largo proceso de toma de conciencia por etapas más o menos parciales: León XIII abre la gran perspectiva de lo social para la Iglesia. Surgen ciertos movimientos que, poco a poco, van a ir formando la idea de una acción católica, que se va a institucionalizar con Pío XI.

Todo esto hace cambiar a la Iglesia el concepto del lacio. El laico empieza a contar, a tener peso específico. Porque la Iglesia se va dando cuenta que hay que abrirse al mundo y que hay dimensiones en el mundo que les están encomendadas a los laicos.

Es un cambio de frente, de perspectiva. No es posible seguir pensando que la Iglesia se hace en las sacristías, por lo que se hace necesario enviar al frente a los laicos.

El laico

Así, el laico comienza a participar del apostolado jerárquico de la Iglesia, es institucionalizado dentro de la Iglesia y se le confía la misión de evangelizar el mundo, participando de la misión que Cristo dejó encomendada a los apóstoles. Esta es la misión del laico en la Iglesia a partir de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII.
Pero es fundamentalmente, el Concilio Vaticano II (1962) quien recoge dos grandes líneas de actuación en el futuro: interpretar el mundo e interpretar a la Iglesia para solventar esta contradicción entre lo sacro y lo profano. La Iglesia (dogma, moral y culto) que no cambia, se conforma a las características de este mundo que cambia. 

El Concilio, en su documento "Apostolicam actuositatem" restituye al laico, al seglar, a su lugar imprescindible en la actividad de la Iglesia Católica: el laico es objeto, protagonista y responsable de la evangelización. Y establece sus dos dimensiones:
  • Dimensión sagrada: “Los laicos son los que por el bautismo se incorporan a Cristo, se constituyen en pueblo de Dios, participan a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”. 
¿Qué derechos y obligaciones tiene? El laico tiene en la Iglesia, el derecho a recibir la palabra de Dios y los sacramentos y la obligación de manifestar su parecer, de obedecer y de orar.

Se incorpora al misterio de Cristo como sacerdote, rey y profeta, participando del culto y siendo protagonista de la evangelización.
  • Dimensión secular:   “Le corresponde por propia vocación buscar el reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales”
¿Y de qué modo va a ordenar los asuntos temporales? ¿Cómo va a proceder en lo económico, lo cultural, lo político? 
  • Primero, con el testimonio de vida, fe, esperanza y caridad
  • Segundo, con el propósito de transformar el mundo“Iluminando y organizando todos los asuntos temporales para que se realicen continuamente según el espíritu de Cristo y la gloria de Dios”. No es un problema circunstancial. dice: “Continuamente”. Construir la sociedad de un modo continuo, habitual, y cambiar la sociedad. 
"El laico tiene el deber y derecho de participar en la edificación de la Iglesia y del mundo, y de opinar con caridad, con obediencia, con veracidad, con fortaleza, con prudencia, especialmente a través de las instituciones". 
Así pues, el laico no puede descuidar sus obligaciones religiosas y viceversa, debe realizar la síntesis de ambas a imitación de Cristo. Se hace imprescindible además, que en su relación con el mundo adquiera verdadera competencia en los campos y disciplinas seculares, colaborando con los que tienen idénticos fines y cumpliendo su misión con la luz de la sabiduría cristiana y la observancia atenta de la doctrina y el Magisterio de la Iglesia.

Pueden darse hechos donde se postulen soluciones divergentes, en esos casos, el Concilio aconseja a los laicos a no reivindicar en favor de uno la autoridad de la Iglesia y que procuren ver la luz con el diálogo sincero, buscando la mutua caridad y el bien común.

Así, definida la posición del laico en el mundo, se hace imperativo que tenga activa participación en la vida política, social y económica, así como en los medios de comunicación social.“Le es propio” dice el Concilio, "ejercitar el carácter secular" en dos ámbitos: la Iglesia, buscando el reino de Dios y el mundo, estando presente, tratando y ordenando los asuntos temporales por propia vocación y por propio llamado de Dios.

Aún así, algunos sacerdotes no respetan la opinión de los laicos y algunos laicos son de un servilismo inaguantable o lo que es peor, tampoco respetan la opinión de los curas. Es generalizar mucho, pero ocurre.

Todos tenemos que hacer un esfuerzo en esto, pero es clara la llamada que da el Concilio: “con caridad, con obediencia, con veracidad, con fortaleza, con prudencia y especialmente a través de las instituciones”, porque no es cuestión que cada uno por su cuenta empiece a querer reformar la Iglesia.

Dios nos ha encargado (a sacerdotes y laicos) construir su Iglesia para respetarnos, escucharnos y cuidarnos mutuamente, considerando la “iniciativa propia en el ámbito eclesiástico”. Somos (o deberíamos ser) personas adultas, cristianos maduros y uno de los graves vicios de los sacerdotes y laicos es la puerilidad. No podemos ser pueriles…Ni un laico puede pretender ser siempre un bebe espiritual ni un sacerdote, tratar al laico como a un bebé. Dios nos llama a madurar espiritualmente. Unos y otros. Todos.

El sacerdote

En cambio, el sacerdote es el que recibe el Orden Sagrado y está ordenado, principal y directamente al sagrado ministerio.

El laico debe pedir al sacerdote que le de la palabra de Dios y los sacramentos, y el sacerdote al laico que ordene los asuntos temporales.
"Principal y directamente" no quiere decir que la distinción sea exclusiva y excluyente. Sin embargo, muchas veces descubrimos que se desvirtúan estas vocaciones de dos modos: en el laico beatón, esta suerte de mitad cura y mitad laico, una especie de individuo intermedio, indefinido. Y el cura secularizado, que desvirtúa su misión específicamente sacral.

Esta es una gran tentación para el sacerdote de hoy. Porque los sacerdotes tienen el convencimiento de que saben de todo. Y es falso. Su formación es una formación limitada a lo específico. Han sido formados fundamentalmente para conocer la doctrina de la Iglesia.

Es cierto que siempre han existido sacerdotes que se han dedicado (se les ha permitido), con una vocación personal, a una ciencia profana. Pero no es lo común, ni lo habitual.

Muchas veces el desajuste de esto proviene en que los laicos brillan por su ausencia en los lugares donde tienen que estar dando testimonio, y el sacerdote se ve angustiado por una necesidad pastoral, que se le hace imposible cumplir.

El sacerdote debe reconocer y promover la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, usando gustoso sus prudentes consejos; encargándoles con confianza, tareas al servicio de la Iglesia; dejándoles libertad y espacio para actuar y animándoles a que asuman tareas propias. En todos los casos, deben mutuamente tener un trato familiar.
En el “Decreto sobre el ministerio de los Obispos” el Concilio resalta el hecho de que la edificación del Cuerpo Místico de Cristo ha sido encomendada a todos y por lo tanto, los sacerdotes deben presidir la comunidad cristiana aunando sus esfuerzos con los laicos reconociendo de esta manera, la dignidad que les corresponde en la misión de la Iglesia.

Deben promoverlos honrando la libertad que les compete y para ello se hace indispensable que consideren sus deseos, escuchen sus opiniones de buen grado y reconozcan su capacidad y experiencia en las cosas humanas.

De todos modos, el laico debe crecer en las cosas de Dios y por eso se recomienda a los sacerdotes que fomenten los distintos carismas que reciben, especialmente aquellos que son atraídos a una vida espiritual más elevada; con todos deben buscar la unidad de la caridad y, como celosos custodios de la doctrina, cuidar que los laicos no sean llevados de “acá” para “allá” por todo “viento de doctrina”.

A los laicos se les pide que amen y ayuden por la oración y las obras a sus sacerdotes, pero si bien deben esperar de ellos orientación e impulso espiritual, no deben esperar ni exigir que sus sacerdotes estén siempre en condiciones de darles inmediata y concreta solución a todas las cuestiones y problemas.

El laico por su bautismo recibe una misión cultual y apostólica, de aquí que el Concilio le pida activa participación en la liturgia y amplia y generosa cooperación en las obras misioneras de la Iglesia.

Por último, en el gobierno y conducción de la Iglesia se hace necesario escuchar a laicos eminentes porque “sin laicos no hay verdadera Iglesia”.

Escasez de vocaciones

Es un hecho, no una opinión: cada vez hay (y habrá menos) sacerdotes. Porque los laicos han dejado de evangelizar en casa. La mayoría de los niños no viven la fe en casa, y algunos ni siquiera saben santiguarse o rezar. Sin "fe en casa" es muy complicado que surjan vocaciones. Consecuencia: Los seminarios están diezmados y apenas ordenan nuevos curas.
Incluso, podríamos llegar a pensar que el Señor está quitando la gracia de la vocación sacerdotal, quizás porque los cristianos no hemos valorado lo que significa el sacerdote.

Les hemos marginado, no les hemos ayudado, les hemos criticado y atacado. Hay realmente una escasez de sacerdotes. ¡No hay sacerdotes! La ausencia de vocaciones quizás sea motivada por el precio tan alto que tienen que pagar y no compense.

Pero por otro lado, va creciendo la vocación de laicos dispuestos a consagrarse a las obras de la Iglesia, no como curas sino como laicos. O sea, que Dios, en su plan perfecto, también nos regala una especie de compensación.

Es por eso que es preciso, una toma de conciencia profunda del laicado:
  • Los laicos tenemos que empezar a ser nosotros, y construir una espiritualidad laica, y construir una presencia de Iglesia laica y no limitarse a la figura del "católico liberal".
  • Los sacerdotes tienen que volver a ser ellosdedicarse a lo específicamente suyo: Sacramentos y Enseñanza de la Palabra. Porque ellos, igual que los laicos, pueden hacer un montón de cosas, pero hay algo que les distingue: el laico no puede absolver, el sacerdote, sí; el laico no puede celebrar misa, y el sacerdote, sí.