¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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jueves, 31 de octubre de 2019

LA TRAICIÓN DE JUDAS

"Pero ved que la mano del que me entrega 
está conmigo en la mesa. 
¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! 
¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!"
(Lucas 22, 21; Mateo 24, 26)

Dice el cardenal Robert Sarah, en su nuevo libro "Se hace tarde y anochece", que los cristianos están desorientados, que no saben qué creer, porque sus corazones están destrozados y heridos. 
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La decadencia de la civilización cristiana y, por tanto, de Occidente es consecuencia de una crisis cultural e identitariaOccidente ya no sabe quién es, porque ya no sabe ni quiere saber qué lo ha configurado, qué lo ha constituido tal y como es. Hoy muchos ignoran su historia.

Vivimos una profunda crisis espiritual y moral. Una crisis de la fe y de la Iglesia, por la traición de sus élites, por el relativismo moral, la globalización sin límites, el capitalismo desenfrenado, las nuevas ideologías... 
El mundo ha descendido a un infierno sin amor, sin luz, sin Dios. Un escenario tenebroso y confuso en el que el Cuerpo místico de Cristo ha sido expuesto a la maldad, traicionado y flagelado, y necesita pasar la prueba de su Getsemani particular. 

Misterio de la iniquidad
La Iglesia vive una noche oscura en la que la invade el humo de Satanás. Se ha convertido en un antro de tinieblas y en una cueva de ladrones, donde se han infiltrado depredadores, algunos sacerdotes se han convertido en agentes del demonio, mancillando el alma de los más pequeños. 


El hombre ha dejado de sentirse en peligro. Ha dejado de sentir la necesidad de ser salvado. Niega el sentido del pecado y por tanto, rechaza la misericordia divina. Se ha convertido en su "propio Dios". El mal es el bien y el bien es el mal

“Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “Misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne” (675, CIC).


Misterio de la agonía

La Iglesia necesita pasar por Getsemani para tener una profunda reforma, que pasa por nuestra propia conversión. Basta de silencios culpables, de miradas huidizas y de complacientes compromisos.

La Iglesia necesita volver a
 la unidad y a la comunión que nacen del corazón de Cristo y que descansan sobre cuatro pilares: oración, doctrina, amor a Pedro y caridad fraterna.

Sin la unión con Dios, todo es inútil. Sin oración, le traicionamos al negar nue
stra relación con Él. Como hicieron los apóstoles cuando no fueron capaces de velar ni una hora. Sin oración no nos mantenemos vigilantes y no podemos saber su voluntad y, por tanto, servirle. La Iglesia tiene que abandonar el activismo y la palabrería, para arrodillarse y orar. 
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Nada hay por inventar. No valen las propias opiniones ni las ideas novedosas que rebajan la doctrina católica. Dios ya se ha revelado al mundo. Sin unidad en la doctrina, surgen los falsos profetas que no buscan el bien del rebaño. Mercenarios que irrumpen en el aprisco sin permiso y que destruyen. Jesús es exigente. Nos llama a seguirlo y a velar. ¿Abandonaremos al Señor como hicieron todos los discípulos? ¿Pondremos excusas para seguirlo o para velar?

Cristo confió su Iglesia a un hombre: Pedro. Y permitió que lo negara y le traicionara tres veces antes de entregarle las Llaves del cielo. Le eligió, no por sus capacidades, sino por su fe y amor. Pasó por alto sus imperfecciones y debilidades por su esperanza en el Mesías. El sacerdote más indigno sigue siendo instrumento de la Gracia cuando celebra los sacramentos. ¡Hasta ese extremo nos ama Dios!

El odio y la división han desfigurado el rostro de benevolencia de la Iglesia. Los recelos y las envidias han hecho que abandonemos la caridad. Las disensiones y críticas han destruido la comunión fraterna. La Iglesia es una madre con los brazos abiertos, igual que Cristo en la cruz, que nos invita a estar a sus pies abrazados como hermanos.


Misterio de la flagelación
La Iglesia vive, al igual que Jesús, el fustigamiento continuo del mundo. Es azotada sin piedad, sin compasión y sin tregua.

Su cuerpo, encadenado a la columna del odio, está desgarrado, tiemb
la y se retuerce de dolor. Su cara, está desfigurada. El castigo parece no tener fin. Los golpes y latigazos llegan por todos los flancos.

La sangre de los mártires brota de sus heridas y encharca de rojo las plazas. El castigo le impide respirar. Sus fuerzas, le abandonan.
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El mundo ha coronado su cabeza con espinas y su rostro está ensangrentado. Se mofan y rifan sus vestiduras.  Ha probado el amargor del vinagre.

Su dolor no sólo es físico, también espiritual. "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros." (Juan 15,18). 

“Debemos prepararnos para sufrir, dentro de no mucho, grandes pruebas, que exigirán de todos nosotros la disposición de ofrecer la propia vida, y una dedicación total a Cristo y por Cristo… Con vuestra oración y la mía es posible mitigar esta tribulación, pero no será posible evitarla, porque sólo así la Iglesia podrá ser efectivamente renovada. ¡Cuántas veces de la sangre ha brotado la renovación de la Iglesia! No será de otro modo esta vez. Tenemos que ser fuertes, prepararnos, confiar en Cristo y en su Madre Santísima, y ser muy, muy asiduos al rezo del santo rosario.” (Juan Pablo II, 1980).

Ha comenzado su Pasión.

Misterio de la traición
La Iglesia vive el misterio de Judas. La duda ha ido apoderándose del corazón de algunos sacerdotes, que han empezado a juzgar la enseñanza de Cristo: demasiado exigente y poco eficaz. 

La Iglesia ha abandonado la sana doctrina porque ha dudado, vaciando de contenido su mensaje evangélico y abandonado la misión de buscar la salvación eterna del hombre para ocuparse de su bienestar temporal.

“El Señor nos ha dicho que la Iglesia tendría que sufrir siempre, de diversos modos, hasta el fin del mundo. (…) La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje (tercer secreto del mensaje de Fátima) reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia”(Benedicto XVI, 11 de mayo de 2010).
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Muchos, desde dentro de la Iglesia, pretenden traer el Reino de Dios empleando medios humanos y según sus propios planes. 

Como Judas, se han alejado del Señor. Han dejado de escucharle. De acompañarle en el silencio y la oración. Se han refugiado en los asuntos del mundo. Le siguen, pero ya no creen en Él. Dudan de su Misericordia. 

Sus duros corazones no se conmueven ante Su mirada tierna y misericordiosa porque el Diablo ya ha penetrado en ellos: "non serviam"

Comulgan mientras traicionan. Se han comprometido con el mundo y la carne. Cuestionan todo y ponen en duda la doctrina católica, vaciándola de contenido. 

Han suscitado odio, división, crítica y manipulación. Han tomado el camino de Judas. Unos Judas que se han puesto la máscara del relativismo. Han vendido a Jesús y a su Iglesia por unas monedas, y los han entregado para que los crucifiquen. 

Y al pie de la cruz se encuentra María junto con los discípulos amados. Pero la Iglesia, aunque sufrirá, no morirá. Y si muere, resucitará.