"Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo;
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad"
(Salmo 91, 2-3)
¡Qué bien se está junto a ti, Señor! ¡Qué reconfortante es saber que estás a mi lado! ¡Qué alegría oirte susurrar en mi corazón!
¡Me basta con saber que estás ahí, encerrado en una urna de cristal! ¡Me basta con saber que estás ahí, preparándome una eternidad!
Gracias Señor, por descubrime tu divina presencia en la Adoración del Santísimo Sacramento del Altar, en aquel primer viaje a tierras bosnias.
Allí, en Medjugorje, de la mano de Tu Madre, mi Madre, me sorprendiste, delante de miles de personas arrodilladas, que te contemplaban en silencio y que te adoraban, alabándote en distintas lenguas. ¡Gracias Señor, por regalarme tu gracia en aquel maravilloso "Pentecostés"!
Allí aprendí a darte culto por el día, por tu misericordia, y a adorarte por la noche, por tu fidelidad. A darte gracias por la mañana y por la noche, mi "sí". A ofrecerte mi trabajo por el día y mi descanso por la noche. Allí aprendí a contemplarte, a escucharte. ¡Allí te descubrí!
Gracias Señor, además, por conducirme a una parroquia con Adoración Perpetua, donde Tú permaneces, esperándonos, las veinticuatro horas del día. Sin duda, una gracia especial para quienes saben apreciarla...
Gracias por suscitarme la necesidad de estar junto a tí, de día y de noche. Gracias Señor, por tus miradas llenas de ternura, por nuestros diálogos nocturnos...
Gracias Señor, por tantas gracias que me regalas. Gracias Señor, por tanto amor que derrochas conmigo. Gracias Señor, por tu santa paciencia conmigo.
¡Gracias Señor, por llevarme de la mano hacia Tí!