¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 9 de octubre de 2020

SI HA DE HABER LÁGRIMAS, QUE SEAN DE ALEGRÍA

"Mors certa, sed hora incerta"
(Proverbio latino)

Al contrario que las personas sin fe y apegadas a este mundo terrenal, que evitan el sufrimiento, que ocultan el dolor o que ignoran y esconden la muerte, yo pienso a menudo en ella, y me pregunto: ¿Consigo algo silenciándola o ignorándola? ¿Resuelvo el problema de mi existencia humana, negándola? ¿La elimino?

No pienso en la muerte porque la espere (no, de momento) ni porque la desee, sino porque es una puerta por la que, antes o después, todos vamos a tener que pasar: "Mors certa, sed hora incerta", "‘la muerte es segura, pero la hora incierta".

La muerte es un proceso inexorable que agrede el proyecto inicial divino en cuanto a la naturaleza del hombre creada a imagen y semejanza de Dios, un Dios vivo e inmortal que nos pensó para vivir eternamente.

La muerte es una violación de nuestro mayor derecho, el derecho a vivir, el derecho a la inmortalidad. Aunque constituye una realidad indiscutible y un fenómeno biológico adquirido como consecuencia de nuestro pecado, representa la más intolerable de las paradojas porque es anti-natural, contradictoria, absurda. 

No deberíamos morir nunca pero, desgraciadamente, nacemos con una fecha de inicio pero también con una fecha de caducidad. Nacer es comenzar a ser, vivir es ser y morir es dejar de ser, es el "no-ser". Esa es la contradicción: el hecho de que, habiendo "sido", haya un instante en que "dejamos de ser".

Sin embargo, meditar sobre mi muerte da sentido a mi vida y luz a mi vocación como hijo de Dios, a quien agradezco todo lo que me ha dado y trato de aprovecharlo para su gloria. Desde luego, no me pregunto el por qué de la muerte (porque ya lo sé) sino el para qué (porque también lo sé). 

Pero además, con su muerte en la Cruz, Jesús cambia radicalmente la forma de morir del hombre y me enseña cómo morir. Porque Cristo ¡murió por amor! y con su ejemplo, me invita a vivir esa misma muerte por amor, haciéndole frente, dándole sentido y asumiéndola con la misma fe y confianza que Él, diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

Desde ese amor y esa fe que Dios me ha regalado, vivir cada día como si fuera el últimoaprender y prepararme a morir, me proporciona una alegre y confortadora esperanza de llegar a disfrutar la misma gracia que me aguarda al traspasar ese umbral que mi Señor cruzó: "Dios, que vive, me llama a la vida eterna". 

Enfocado en esas tres virtudes (fe, esperanza y amor) la muerte no tiene un poder definitivo sobre mi, sino que tan sólo supone un paso de un lugar temporal a otro eterno, un cambio de "nacionalidad": "dejar de ser" ciudadano del mundo para "ser" ciudadano del cielo. Y todo, por los méritos de Jesucristo, quien venció el poder de la muerte en la Cruz y nos concedió a todos los hombres el "visado permanente" para habitar el cielo.

"Jesucristo ha resucitado". Esa es mi certeza. Porque mi Señor, con su resurección, me ha abierto las puertas del cielo de par en par, a mí y a todos, para que los que creamos en Él, vivamos para siempre. De lo contrario, como dice San Pablo "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ".

La muerte no es, por tanto, un castigo de Dios sino una consecuencia de nuestra libre voluntad, a la que el Señor se somete sin paliativos. Sin embargo la Trinidad se hace presente a sus hijos: Dios, que es "Silencio", nos envía a su Hijo, que es "Palabra", para que escuchemos el propósito con el que fuimos creados y, con el Espíritu Santo, que es "Gracia", lo alcancemos.

Mientras que el lugar de los muertos (Sheoles una realidad ajena al Dios de la vida (Salmo 6, 6; 30, 10; 88, 6; 115, 17; Isaías 38, 11) o la mayor distancia imaginable con respecto a Dios la tierra sin retorno (Job 3, 11; 7, 9) o la tierra del olvido (Salmo 88, 7) o el silencio total (Salmo 94, 17) o la oscuridad (Salmo 88, 7; Job 18, 18), la resurreción es una realidad propia de Dios, una reparación de nuestra naturaleza dañada, es la salvación para "ser y vivir" una vida eterna, la redención para una existencia inmortal.

Cuando llegue el día en el que el Señor me diga: “ven”, no quiero que esa llamada, repentina o esperada, me encuentre sin estar preparado ni que me desconcierte, sino que me llegue con la capacidad y la disposición de disfrutar y saborear la verdadera sorpresa de Dios, la que viene después: la sorpresa de la eternidad.

Meditar sobre la muerte es una apelación a mi derecho cristiano a la inmortalidad porque será el día en que me veré cara a cara con el Señor, para irme con Él de la mano a la eternidad ¿puede haber mayor alegría? 

Por eso, quiero dejar por escrito que el día de mi muerte, si ha de tener lágrimas, que sean de alegría.

JHR