¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 16 de agosto de 2019

LA PAZ VERTICAL

"Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones"
(1 Cor 4,15)

¿Qué es para mí “paz”? ¿Tranquilidad? ¿Descanso? ¿Bienestar? ¿Cero conflictos? ¿Cero preocupaciones?

Cuando hablamos de paz, pensamos siempre en una paz horizontal: entre los pueblos, entre las razas, entre las clases sociales, entre las personas. Sin embargo, la paz primera y más esencial es la paz vertical, entre cielo y tierra, entre Dios y la humanidad. 

Cuando hablamos de "hacer las paces", hablamos de perdón, de reconciliación, de vuelta a un estado natural de justicia y caridad. 

Nuestro mundo es un mundo de agitación, angustia e inquietud donde no reina la paz. Y, consecuentemente, nosotros también vivimos nuestra vida, física y espiritual, de la misma manera, sin paz.

La paz que pu
ede ofrecer el mundo depende de la ausencia de guerra o de conflicto, de sus propias seguridades. Sin embargo, la paz que ofrece Dios, es la que no depende de nosotros sino de Él, es la que podemos tener en cualquier circunstancia, en medio de los problemas y de las pruebas. 

Es la paz del corazón, la paz interior, la paz que nos da Cristo"La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy yo. No estéis angustiados ni tengáis miedo" (Jn 14,27).

Por eso, los cristianos, en nuestro camino hacia la santidad, necesitamos aprender a tener y mantener esa paz en todo momento, ya que no la podemos conseguir sólo por nuestros méritos. Jesús nos dice: "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5).

Entonces, si no p
odemos hacer nada por nosotros ¿cómo puedo dejar actuar a Dios en mi vida? ¿Cómo puedo dejar que la gracia de Dios actúe en mí?

Muchas son las respuestas: oración, sacramentos, p
ureza de intención, docilidad al Espíritu Santo... Pero la primera de todas es: tener paz interior. 

Cuanto más serena esté nuestr
a alma, cuánto más tranquilo esté nuestro corazón, más puede actuar la gracia de Dios. Cuanta más agitación y turbación, menos actúa el Espíritu Santo.

D
ios es un Dios de paz (1 Tes 5,23; 2 Tes 3, 16; Rom 1, 33; Rom 16, 20;Fil 4,9; 1 Cor 14,33; Heb 13, 20-21) con un mensaje de paz (Hch 10, 36; Ef 2, 14,17; Ef 6, 14). 

A Dios le caracteriza la paz. El mismo experimenta paz. Es la fuente de la paz. Dios no habla ni actúa en el ruido, en la confusión o en la agitación. 

Por tanto, hemos de dejar espacio al sosiego, a la paz en nuestro corazón para que Dios nos suscite sus inspiraciones. 

Qué es

La paz del corazón no consiste en que todo vaya bien siempre, ni que no tengamos contrariedades ni que siempre satisfagamos nuestros deseos. Es la paz de Cristo, que ha vencido al mundo.
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La paz "shalom" de Jesús es un don suyo que nos da (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26). Es la humildad y mansedumbre de Jesús, que ha vencido en la Cruz. "Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulaciones; pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).

La paz de Dios es donación de vida,  es la posibilidad de experimentar la misericordia, el perdón, la reconciliación y la benevolencia de Dios, con la que somos capaces, a su vez, de vivir donándonos a otros por la caridad.

Por ello, paz interior no significa inacción, impasividad o indiferencia. Sólo la paz del corazón nos capacita para dar amor. Sin ella, no podemos ofrecer nada a los demás, salvo angustia e inquietud. 
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Aunque la vida cristiana es un constante y doloroso combate espiritual contra el mal, una lucha de purificación y crecimiento, sin guerra, no hay paz y sin paz, no hay victoria

No combatimos con nuestras fuerzas ni con nuestro pensamientos ni con nuestras capacidades humanas.

Nuestras armas son la fe, la confianza, el abandono y la adhesión total a Cristo. "Y la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús." (Flp 4, 7).

No
 combatimos con violencia sino con un corazón sereno, tranquilo y lleno de paz, y de esa forma, la gracia de Dios actúa en nosotros.

El Enemigo busca arrancarnos esa paz para alejarnos de Dios y así, vencernos. El Demonio trata de atraernos sutilmente hacia donde puede vencernos: en la agitación.

El auténtico combate espiritual consis
te, no en nuestra infalibilidad ni en nuestra falta de tentaciones y caídas, sino en aprender a aceptar nuestros fallos sin desanimarnos, a mantener nuestra paz en nuestras derrotas y levantarnos de nuestras caídas

El objetivo de nuestra lucha no es conseguir siempre la victoria sobre nuestras deb
ilidades o tentaciones, ni alcanzarla inmediatamente, sino trabajar por la paz (Mt 5, 9), conservar la paz del corazón en toda circunstancia, incluso en la derrota. Sólo así la conseguiremos por la gracia de Dios y el abandono confiado al Señor.

Cómo conseguirla 

La paz interior se consigue estando cerca de Dios con la oración, orientando nuestra voluntad a la de Dios, es decir, con pureza de intención, o lo que es lo mismo, buena voluntad. 
La paz que sobrepasa todo entendimiento | Por qué seguir a Jesus. com
Pureza de intención es la disposición estable y constante del hombre a amar a Dios sobre todas las cosas y a hacer Su voluntad. Es la condición indispensable para tener paz del alma.

No es la perfección ni la santidad pero es el camino a ellas,por la gracia de Dios. Es dar un sí rotundo e inequívoco a Dios en todas las cosas, grandes y pequeñas.

La fuente de la verdadera paz es la perfecta armonía en
nuestra relación con Dios: nuestra buena voluntad de amarla sobre todas las cosas basta para agradar a Dios y por ello, ser llamados "hijos de Dios": "Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).

Cómo perderla

La causa principal por la que perdemos la paz interior es la pretensión de obtener todo por nuestros medios en lugar de abandonarnos confiados en manos de Dios. Es decir, la falta de confianza en Dios o en su Providencia.

Otra causa común por la que pe
rdemos la paz es el temor ante ciertas situaciones que nos amenazan y nos afectan personalmente
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Materiales: dinero, salud, fuerza, recursos, seguridad. 
-Morales: aptitudes, estima, afecto, reconocimiento. 
-Espirituales: ausencia o miedo a perder un bien o virtud, temor a caer. 

Otras causas son la desesperanza, el sufrimiento, el dolor, la muerte... 

Dios permite todas estas circunstancias por la libertad que nos da. Sin embargo, utiliza todo a nuestro favor, incluso el mal y el sufrimiento, aunque muchas veces no alcancemos a comprenderlo.
Para concluir, San Pablo nos hace un llamamiento:

Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios”
(2 Cor 5, 20)

Dejémonos reconciliar con Dios, dejém
onos amar por Dios, dejémonos querer por Dios, dejémonos vivir en la paz de Dios.  

domingo, 20 de enero de 2019

MOTOR Y AGENTES DE LA EVANGELIZACIÓN

"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" 
(Mt 28, 19-20)

La Evangelización es la gran misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos. Todo cristiano, seguidor de Cristo está llamado a cumplirla.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la evangelización es la razón de ser de la Iglesia y su actividad habitual, y tiene como finalidad la transmisión de la fe cristiana.

Pero, ¿dónde debe realizarse
En primer lugar, dentro de la comunidad cristiana, es decir, en la parroquia donde los fieles se reúnen regularmente para las celebraciones litúrgicas, escuchan la Palabra de Dios y celebran los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, preocupándose por transmitir el tesoro de la fe a los miembros de sus familias, de sus comunidades, de sus parroquias.

En segundo lugar, esta evangelización general u ordinaria se expanda fuera de los muros de la Iglesia, utilizando nuevos métodos y nuevas formas de expresión para transmitir al mundo el mensaje de Jesucristo.

Y ¿cómo debe realizarse?
A través de la propuesta y del testimonio de la vida cristiana, del discipulado , de la catequesis y de las obras de caridad

A través de una fe sólida y robustauna transformación de las estructuras existentes y proyectos pastorales creativos a medio y a largo plazo, conforme a las necesidades y expectativas del hombre y de la sociedades actuales.

A través de un encuentro real y auténtico, público y comunitario, una relación íntima y personal con Jesucristo, creando las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. 

Espíritu Santo
Evangelizar es ponerse a disposición del Espíritu Santo, artífice fundamental de todo anuncio, auténtico autor de todo testimonio y único protagonista y motor de toda evangelización.
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Jesús comenzó a predicar "impulsado por el Espíritu Santo" (Lc 4,14). Él mismo declaró: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres" (Lc 4,18).

En la noche de Pascua, al aparecerse Jesús ante los apóstoles en el cenáculo, les dijo: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Después sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). 

Al dar a los apóstoles el mandato de ir a hacer discípulos por todo el mundo, Jesús les confiere también el medio para poder realizarlo: el Espíritu Santo (Mt 28, 19-20).

Después de la Pascua, Jesús exhortó a los apóstoles para que no se alejaran de Jerusalén hasta que no hubieran sido revestidos de la fuerza de lo alto: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos" (Hch 1,8). Cuando, en Pentecostés, baja el Espíritu Santo, Pedro y los demás apóstoles comienzan a hablar en voz alta de Cristo, y su palabra tiene tanta fuerza, que tres mil personas se convierten. 

Cuando recibimos el Espíritu Santo, se produce en nosotros un impulso irresistible para evangelizar, que nos reviste de Gracia, nos guía y conduce con rectitud conforme a la voluntad de Dios, proporcionándonos los recursos necesarios.

Sin Espíritu Santo, la evangelización es sólo activismo, que gira en una espiral que no conduce a ninguna parte. 

Sin Espíritu Santo, un testimonio es sólo una sucesión de hechos, narrados por una persona, es tan sólo el revestimiento humano de un mensaje. 

Sin Espíritu Santo, el servicio es sólo militancia, que se mueve de un lado para otro sin sentido.

Por tanto, lo primero que necesitamos para evangelizar es abandonarnos confiadamente en brazos de Dios, quien a través del Espíritu Santo, guiará nuestros pasos y suscitará los recursos necesarios.

Así pues ¿qué debemos hacer para recibir el Espíritu Santo? ¿cómo podemos ser, también nosotros, revestidos de la fuerza de lo alto, como en un "nuevo Pentecostés"? ¿cuáles son los agentes de la evangelización?

Oración
Para saber cómo obtener el Espíritu Santo, tan sólo debemos fijarnos cómo lo obtiene Jesús y cómo lo obtiene la misma Iglesia, en Pentecostés:

Lucas describe el acontecimiento del bautismo de Jesús de la siguiente manera: "Mientras Jesús estaba orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo sobre él" (Lc 3,21-22). "Mientras estaba orando": fue la oración de Jesús la que abrió los cielos e hizo descender al Espíritu Santo

No mucho después, en el mismo Evangelio de Lucas, leemos: "Mucha gente acudía para oírlo y para que los curase de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar" (Lc 5,15-16). Ese "pero" es muy elocuente; crea un contraste especial entre las multitudes que apremian y la decisión de Jesús de no dejarse arrastrar por las multitudes ni por el activismo, retirándose a dialogar con el Padre.

El Espíritu Santo, en Pentecostés, vino sobre los apóstoles mientras ellos hacían "constantemente oración en común" (Hch 1,14). "Constantemente" significa sin pausa y "en común", significa en un mismo pensar o sentir, "en un mismo Espíritu".

Dios se ha comprometido a dar el Espíritu Santo a quien ora. Lo único que tenemos que hacer es invocar al Espíritu Santo y rezar"¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes le pidan!" (Lc 11,13).  "Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre celestial. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.(Mt 18, 19-20).

Pudiéramos pretender
decidir a quién, dónde, cómo y cuándo evangelizar, basándonos en nuestras aptitudes, conocimientos, preferencias, gustos, comodidades, etc., y después, pedirle a Dios que nos diera el "ok" o que el Espíritu Santo se "acoplara a nuestra idea".  Pero en realidad, le estaríamos diciendo a Dios: "Hágase mi voluntad".

O pudiéramos ponernos de rodillas primero y preguntarle a Dios qué quiere decirnos. De esta forma, sencillamente, nos sometemos a Dios, nos ponemos en actitud humilde, obediente y de apertura al poder de su Espíritu. Y entonces, le decimos a Dios: "Hágase tu voluntad".

La primera ac
titud es magia. La segunda, es gracia.

Sin oración, la evangelización es, sencillamente, inútil, estéril y baldía. Y lo es porque sólo a quien ora, Dios le concede su Gracia. Por eso invocamos al Espíritu Santo. Con fe firme, recibimos el poder necesario para cumplir la voluntad de Dios.

Sin oración, lo que sale de nuestra boca son palabras vacías, que no traspasan el corazón de nadie, que "no convierten"Son palabras "inútiles" que no dan fruto, "ineficaces" y "estériles". 

Sin oración, nuestro mensaje es un fraude, propio de un de falso profeta, que no reza y que, sin embargo, induce a los demás a creer que es palabra de Dios.

Pureza de intención
Además de la oración, para recibir el Espíritu Santo, es absolutamente necesario tener “pureza de intención”. Para Dios, una acción tiene valor según la intención con que se hace

Por eso, el Espíritu Santo no puede actuar si nuestra motivación evangelizadora no es pura. Dios no puede hacerse cómplice de la mentira ni potenciar nuestra vanidad.

Sin pureza de intención, procuramos la búsqueda de uno mismo, la exaltación de la propia vanidad y el foco en nuestro ego.  

Sin pureza de intención, no trabajamos la humildad, la obediencia y el amor. No seguimos los pasos del Maestro, al rechazar la cruz, morir a nosotros mismos y proclamar la gloria de Dios. 

Sin pureza de intención, elegimos una estrategia con la que manipulamos y violentamos a otros, con la intención de lograr un "bien" o un "resultado" egoísta y personal.

Amor
Una vez desechada la búsqueda de nosotros mismos y manteniendo una intención pura, necesitamos dar paso definitivo hacia al amor auténtico. 

El Evangelio del amor no se puede anunciar más que por y con amor. Si no amamos a las personas a las que anunciamos a Cristo, las palabras se transforman en piedras que hieren. Se trata de mirar a los demás con los mismos ojos con los que nos mira Jesús.

Para
 evangelizar, debemos derrochar el mismo amor de Nuestro Señor: el Amor más grande, el amor ágape: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
El amor puro y genuino solo nace de una amistad auténtica con Jesús, de una relación íntima con Dios. Sólo quien está enamorado de Jesús puede proclamarle al mundo con total convicción. ¿Le has dicho alguna vez que le quieres? o ¿das por hecho que como lo sabe, no se lo dices? ¿te suena esto?

Por tanto, amor por los hombres. Pero también y, sobre todo, amor por Jesús. Es el amor de Cristo el que nos debe impulsar en todo cuanto hagamos. 

Enámorate de Jesús. Habla con Él siempre que puedas. Busca intimidad con Él. Haz todo lo que hagas por Él. Sólo por Él. Sólo para su gloria.