¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 15 de marzo de 2021

CEDER O NO CEDER, ESA ES LA CUESTIÓN

"No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. 
Si alguno ama al mundo, 
no está en él el amor del Padre. 
Porque lo que hay en el mundo 
—la concupiscencia de la carne, 
y la concupiscencia de los ojos, 
y la arrogancia del dinero—,
 eso no procede del Padre, 
sino que procede del mundo. 
Y el mundo pasa, y su concupiscencia. 
Pero el que hace la voluntad de Dios 
permanece para siempre" 
(1 Juan 2,15-17)

Aunque la tengo muy presente, de vez en cuando me gusta recordar la misión que Cristo encomendó a sus apóstoles, es decir, a su Iglesia, y que nunca debemos olvidar los cristianos: ir, hacer discípulos, bautizar y enseñar (Mateo 28,19-20).

Durante muchos siglos la Iglesia lo ha hecho y lo ha hecho bien. Sin embargo, también hay que decir que, actualmente, se ha acomodado, ha cedido y ha permitido al mundo (antagonista de Dios) reconquistar terreno para el Enemigo, haciendo discípulos suyos dentro de la Iglesia. 

En lugar de (re)cristianizar el mundo, la Iglesia se ha mundanizado. Decía Shakespeare que la cuestión es "ser o no ser", y extrapolándolo a la Iglesia, creo que la cuestión es "ceder o no ceder"a la mundanización, que tanto Benedicto XVI como Francisco describen como gnosticismo, pelagianismo, materialismo, ateísmo práctico o secularismo, individualismo, relativismo, nihilismo, etc.

¿Qué hemos hecho mal para mundanizarnos?

Babilonia nos ha invadido, nos ha conquistado y nos ha llevado al exilio. Allí, los cristianos hemos sido seducidos por las "riquezas y placeres" de la gran ciudad, nos hemos dejado "enredar por sus maravillosos jardines colgantes", es decir, por esos buenismos "correctamente políticos" asumiendo la idea de "ceder para atraer". Pero eso no funciona ni funcionará nunca. 
Hemos "ido" al mundo para no volver, hemos ido al "exilio" para quedarnos en él; hemos dejado de hacer discípulos para hacernos "ciudadanos de Babilonia"; hemos dejado de bautizar para "presentar" a nuestros hijos en sociedad; hemos dejado de enseñar los mandamientos de Dios para cumplir los "estándares" imperiales.

Ante la gran presión "social", hemos cedido a las ideas de progreso del Imperio hasta mimetizarnos con él, extenuados de "ir contracorriente". Ante el gran torrente ideológico babilónico, hemos levantado las manos de los remos y nos hemos dejado arrastrar por la corriente, cansados de "bogar". Ante la continua coacción "colectiva", hemos transigido algunas prácticas paganas, fatigados de "corregir".

Roma nos ha invadido, nos ha conquistado y nosotros nos hemos rendido. Allí, los cristianos hemos adaptado el Evangelio a la cómoda vida de la ciudad imperial, hemos abandonado el seguimiento de Cristo por la seducción de "pan y circo", hemos acomodado los mandamientos de Dios a la "Lex romana", hemos acondicionado nuestra identidad a la "ciudadanía romana".
Nos hemos dejado seducir, nos hemos adaptado al mundo, nos hemos secularizado, sometiéndonos a su ideología para luego, ponerla en práctica: "lo que el mundo dice que es bueno, es bueno", es decir, "el pecado no existe". Hemos "aparcado" nuestras creencias para "dar paso" a las del mundo pagano. Hemos dejado de mirar la Cruz para mirar a los ídolos del materialismo y del progreso.

En lugar de dar testimonio de Dios, hemos escuchado el testimonio de los habitantes de la tierra, dándolo por válido. Hemos dejado de hablar de Dios a los hombres y...nos han persuadido de que es irrelevante. Hemos dado por hecho que los hombres conocían a Dios y...nos han inducido a que conozcamos los placeres del mundo.

En Jerusalén nos sentíamos en nuestra casa y protegidos. Sin embargo, los cristianos hemos desplazado a Dios de nuestro templo porque, entendiendo mal la misión, hemos salido al "Atrio de los Gentiles", no para atraer a otros sino para dejarnos seducir y cautivar por ellos. Allí, "fuera de Dios", hemos negociado y comerciado con los mercaderes y cambistas...y nos hemos sentido cómodos y satisfechos, pensando erróneamente que estábamos evangelizando "desde casa".
Hemos dejado de encarnar a Cristo en el mundo, en la historia, en la cultura, y la Iglesia sin Él no tiene sentido. Hemos dejado de ofrecer el modelo inicial de hombre "a imagen y semejanza de Dios" para sustituirlo por uno hecho "a imagen y semejanza del hombre". Hemos dejado de existir como Iglesia para Dios y para el mundo, y vivimos para nosotros mismos, para proclamarnos a nosotros mismos.

Hemos dejado la ortodoxia por considerarla "rigida y radical" para asumir la heterodoxia como "abierta y adaptable". Hemos desterrado nuestra identidad cristiana de "Sólo Dios basta" para admitir un eclecticismo pagano de "Todo vale". Hemos querido ser conciliadores para convertirnos en sincretistas.

Hemos dejado de ser una Iglesia valiente para convertirnos en una Iglesia acomplejada y timorata. Hemos querido "caer bien a todos" cediendo terreno, para conseguir no "llegar a nadie" perdiendo todo campo de evangelización. Hemos querido tocar una "suave melodía" que agrade a todos, para producir un ruido que no escucha nadie.

¿Qué debemos hacer bien para divinizarnos?

Hemos hecho muchas cosas mal y otras muchas bien pero no aprendemos de los errores. San Pablo, en sus cartas a Timoteo, nos advierte de que todo esto pasaría: 

"En los últimos tiempos, algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia" (1 Timoteo 4, 1-2). 

"Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas" (2 Timoteo 4, 3-4).
Entonces, ¿qué debemos hacer? El mismo San Pablo nos lo dice

"Nos fatigamos y luchamos, porque hemos puesto la esperanza en el Dios vivo (...) sé un modelo para los fieles en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza. Centra tu atención en la lectura, la exhortación, la enseñanza (...) Medita estas cosas y permanece en ellas, para que todos vean cómo progresas. Cuida de ti mismo y de la enseñanza. Sé constante en estas cosas, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan" (1 Timoteo 4,10-16). 

"Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina. Pero tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio" (2 Timoteo 4, 2 y 5).

Más que ceder o transigir, tenemos que mantener una resistencia activa, ser firmes con el escudo de la fe (Colosenses 2,6-8), decididos con el arma del amor y asidos a la bandera de la esperanza.

Vigilar y defender con valentía los valores cristianos como necesarios para el hombre"Vigilad, manteneos firmes en la fe, sed valientes y valerosos" (1 Corintios 16,13).

Desenmascarar el mal y luchar contra él, aunque sea con palabras "incómodas" para el mundo como: pecado, arrepentimiento, conversión, santidad, cruz, sacrificio, martirio..."Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Efesios 6,11-12).

Mostrar a Dios como es y no como el mundo quiere que seaDios es inmutable, no cambia. Por eso, la Iglesia, cuya misión es encarnar a Dios en el mundo, no puede cambiar, no puede ceder para tratar de mostrar a un Dios equivocado o falso: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mateo 24,35).

Proclamar los principios y mandamientos de Dios no como ideales, que se pueden cumplir o no y que pueden ser igual de válidos que otros, sino como verdades superiores y absolutas, que el hombre, por su bien, debe conocer y seguir: "¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mateo 16,26)

Afirmar con rotundidad que el pecado existe y que es una ofensa a Dios, que no existen pecados buenos o menores (envidia sana, mentira piadosa, libre moralidad) y pecados malos o mayores (asesinato, robo, violencia). Todos dañan al hombre y le alejan de Dios: "¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios" (1 Corintios 6,9-10).

Ceder o no ceder...esa es la cuestión.

JHR